XXXVI SIMPOSIO DE LA SOCIEDAD ESPAÑOLA DE LINGÜÍSTICA
Madrid, 18-21 de diciembre 2006

INFLUENCIA DE C. S PEIRCE EN LA TEORÍA LINGÜÍSTICA DE
R. JAKOBSON: DEL ESTRUCTURALISMO HACIA LA PRAGMÁTICA

Elin RUNNQUIST y Jaime NUBIOLA1
elin-runnquist@yahoo.es y jnubiola@unav.es



1. Introducción

En la actualidad el pensamiento del filósofo norteamericano Charles S. Peirce (1839-1914) es objeto de revalorización en muchos campos, entre ellos, la lingüística. El difícil acceso a sus textos –que en buena parte estaban inéditos o resultaban difícilmente comprensibles por su presentación desordenada en los Collected Papers (1931-58)- ha sido la principal causa del olvido general de este autor. Sin embargo, a lo largo del siglo XX, algunas de sus ideas fueron recogidas, asimiladas y transformadas por otros autores de modo que, por vía indirecta, han llegado a constituir la base de algunas tesis fundamentales, en muchos casos, revolucionarias en el estudio del lenguaje (Morris, Grice, etc.). Uno de los casos más evidentes —y más interesantes— de influencia peirceana, se encuentra en la obra de Roman Jakobson (1896-1982). El descubrimiento de Peirce por parte de Jakobson tuvo profundas consecuencias en su pensamiento: le llevó a cuestionar su base estructuralista heredada principalmente de Ferdinand de Saussure y encaminó su teoría hacia un enfoque más pragmático.

El objetivo de esta comunicación es señalar, mediante el ejemplo de Jakobson, el interés del estudio de Peirce con un doble propósito: sistemático e histórico. Sistemático, porque un conocimiento más completo de su pensamiento todavía puede aportar algunas ideas claves para una reconstrucción del funcionamiento del lenguaje. Histórico, porque el estudio de los autores que han recibido su influencia permitiría colocar a Charles S. Peirce en su merecido lugar dentro de la historia de la lingüística: el de un precursor de la moderna teoría de la pragmática.

Para ello, será útil indagar, en primer lugar, sobre las razones por las que surgió la pragmática lingüística en la segunda mitad del siglo XX: a esto se dedicará la primera parte de la comunicación. La segunda parte se centrará en el pragmatismo de C. S. Peirce, en su continuidad real —aquí se examinará sobre todo el intento de R. Jakobson de aplicar las ideas de Peirce a la lingüística— y potencial —se indicarán algunos elementos de la teoría de Peirce cuyo estudio podría ser de interés para la pragmática lingüística moderna.

2. ¿Por qué nace la pragmática?

Para contestar a esta pregunta es necesario hacer un recorrido histórico, pues las causas de su nacimiento están íntimamente relacionadas con la constitución del objeto de estudio de la lingüística, que se remonta a la antigüedad clásica. El lenguaje como realidad humana compleja que es, siempre ha sido objeto de reflexión de los grandes pensadores. Dentro de la historia de la lingüística el primer texto que suele considerarse relevante es el Cratilo de Platón, y a partir de ahí se observa un empeño continuado dentro de la filosofía por describir el lenguaje o por indagar en sus causas. Así pues, la historia de la lingüística se inserta en la filosofía en su mayor parte.

En el siglo XIX con su espíritu ilustrado asistimos a una especialización general de las ciencias y el estudio del lenguaje no fue una excepción. El lenguaje como objeto de estudio de la filosofía constituía un objeto vagamente definido y a los ojos del hombre ilustrado carecía de criterios homogéneos. Esto daría lugar a un estudio del lenguaje según el método de las ciencias naturales que estaba de moda: se procedía recopilando datos y estableciendo leyes con la esperanza de llegar a reconstruir el indoeuropeo y, en última instancia, de tener datos empíricos acerca de los orígenes del lenguaje. Con esta labor nace la disciplina de la lingüística, con un objetivo ya claramente diferenciado del de la filosofía, pero dedicado fundamentalmente a una pequeña parcela del lenguaje: sus cambios fonéticos a través del tiempo.

Con el mismo afán de delimitar el objeto para justificar la necesidad de la lingüística como disciplina autónoma, Ferdinand de Saussure dijo:

Para asignar un lugar a la lingüística no es necesario tomar la lengua en todos sus aspectos. (…) Tenemos que tomar lo que sentimos como esencial y entonces, podemos asignarle al resto su verdadero lugar en la lengua. (…) Ante todo la lengua es un sistema de signos y es necesario recurrir a la ciencia de los signos que nos permite conocer en qué pueden consistir, sus leyes, etc. (Saussure 1977, 26).

En esa búsqueda de distinguir lo esencial de lo accidental, Saussure establece una serie de binomios: la lengua frente al habla, la sincronía frente a la diacronía… hasta quedar solo el sistema estático, considerado como una totalidad en sí y, por tanto, susceptible de definición autónoma. El signo experimenta una depuración semejante, y el resultado es la famosa "moneda de dos caras": la unión de un concepto (significado) y una imagen acústica (significante) al que Saussure atribuye dos caracteres primordiales: la arbitrariedad y la linealidad. De este modo, Sausssure excluye del campo de estudio todo lo externo al sistema y este modo interno de hacer lingüística fue el que prevaleció durante toda la primera mitad del siglo XX, incluso en las corrientes postestructuralistas como la generativo-transformacional. Sin embargo, "conforme ha aumentado el conocimiento de sintaxis, fonología y semántica de diversas lenguas, ha quedado claro que existen algunos fenómenos específicos que solo pueden describirse con el recurso a conceptos contextuales" (Levinson 1983, 36).

Así pues, la pragmática del siglo XX surge motivada por la insuficiencia explicativa de las tentativas teóricas anteriores con el fin de reintegrar aquellos aspectos que se habían quedado fuera de la lingüística en su constitución como disciplina, pero que resultan imprescindibles para una comprensión más completa del fenómeno del lenguaje: el sujeto humano como usuario del lenguaje, productor e interpretador de sentido, y la realidad extra-lingüística o el contexto. No pretende, por tanto, sustituir a la lingüística anterior, sino enriquecerla ampliando su enfoque. Como ya se ha puesto de relieve más arriba, este enfoque más amplio se encontraba históricamente en la filosofía. Dentro de la filosofía, simultáneamente con el nacimiento de la lingüística y obedeciendo a la misma tendencia de especialización de las ciencias, surge la filosofía del lenguaje. Allí, y más concretamente en la corriente del pragmatismo filosófico, es donde se encuentran los antecedentes inmediatos de la pragmática, pues a menudo coinciden en su objeto, aunque no en el enfoque ni en su objetivo.

3. Charles Sanders Peirce: un nuevo punto de partida

Frente a la concepción diádica del signo que desliga la lengua de toda realidad extra-lingüística, Peirce ofrece un modelo que integra tanto al objeto como a las instancias emisora e interpretadora. No hay que olvidar que estos dos modelos son fruto de dos enfoques muy distintos, con objetivos también muy distintos. No es que Saussure negara la existencia de lo extra-lingüístico, simplemente no le parecía relevante para la descripción del sistema. Sin embargo, resulta que el sistema lingüístico es, ante todo, un medio de comunicación y, por tanto, contextual en su esencia. Saussure desgaja la lengua de su lugar natural —una instancia mediadora entre el sujeto y el mundo— lo que le lleva a una descripción sesgada del fenómeno lingüístico. Mientras el lingüista se mueva en el ámbito de la abstracción, todo encaja perfectamente en los moldes estructuralistas (de ahí sus aportaciones a la morfología, la fonología, etc.), pero no ocurre lo mismo cuando nos enfrentamos al discurso, al ámbito real del lenguaje. Ante esta situación cabe adoptar una de las siguientes posturas: o bien se sigue trabajando básicamente con el modelo estructuralista del signo, poniendo parches donde éste es incapaz de ofrecer explicaciones, o bien se reconoce la limitación fundamental de este modelo y se intenta reconstruir la lingüística desde sus cimientos.

Si se opta por esta segunda postura, la semiótica de Peirce podría constituir un buen punto de partida. La definición del signo de Peirce y su concepción de la semiosis constituyen un modelo más flexible porque permite trabajar con unidades de cualquier tamaño. Peirce define el signo de la siguiente manera:

Un signo, o representamen, es algo que está por algo para alguien en algún aspecto o capacidad. Se dirige a alguien, esto es, crea en la mente de esa persona un signo equivalente o, tal vez, un signo más desarrollado. Aquel signo que crea lo llamo interpretante del primer signo. El signo está por algo: su objeto. Está por ese objeto no en todos los aspectos, sino en referencia a una especie de idea, a la que a veces he llamado fundamento [ground] del representamen (CP 2.228, c.1897).
I

 

En primer lugar, conviene hacer algunas aclaraciones terminológicas para indicar qué entiende Peirce por cada uno de los tres componentes del signo:

Representamen y fundamento (ground): En todos los casos en los que un representamen se dirige a un interpretante mental —lo que sucede casi siempre—, el término representamen es equivalente al de signo. A su vez, el fundamento del signo es aquella característica especial, esencial a su funcionamiento como signo. En otras palabras, es la base sobre la que es interpretado el objeto en cuyo lugar está el signo. Esta base puede ser una cualidad, una cosa o suceso actualmente existente (contextual)2 , o una ley o regularidad. Estas bases diferentes solo están separadas por abstracción, pues en el uso de los signos se encuentran mezcladas: una cualidad ocurre en el espacio y en el tiempo, un suceso opera como signo mediante las leyes y regularidades que lo gobiernan y una regularidad solo existe en cuanto a sus ocurrencias contextuales. Para ejemplificar esto, Peirce menciona lo que él denomina el lenguaje ritual, muy semejante al lenguaje performativo de Austin, en el que el fundamento es a la vez el contexto y una regularidad.

Objeto: Savan sugiere que el objeto de un signo puede definirse como aquel ítem específico dentro de su contexto con el que se relacionan colateralmente todos los interpretantes (Savan 1987-88, 26).

Interpretante: El interpretante es un efecto producido por el signo en la mente del intérprete. Puede ser de diversa índole: una representación, un sentimiento, una acción, etc. Peirce diferencia tres tipos de interpretantes (Pietarinen 2004, 5-6):

• Interpretante dinámico (≈fuerza perlocutiva): el efecto semiótico actual de un signo.

•Interpretante final (≈significado intencional o del hablante, fuerza ilocutiva): el efecto semiótico que produciría el signo si pudiera satisfacer plenamente la norma por la que pretende ser juzgada.
•Interpretante inmediato (≈significado ordinario): todo lo que es explícito en el signo mismo apartado de su contexto y circunstancias de proferencia.

Savan (1987-88, 17-19) ha señalado las ventajas de esta definición triádica del signo, entre las que destacamos las tres siguientes:

1. Resalta la importancia central de la interpretación: un signo solo es un signo si es tomado o interpretado como tal.
2. Solo por extensión hablamos de todo el objeto físico como un signo: en realidad, solo algunos aspectos especiales del objeto son relevantes para su funcionamiento como signo en un contexto particular (ground).
3. Permite colocar en un mismo marco teórico a los signos naturales y los signos artificiales (iconos, índices y símbolos).

4. La influencia de Peirce en Jakobson

Peirce distingue tres tipos de signos según la relación entre el representamen y el objeto:

• Iconos: relación de semejanza.

• Índices: relación de contigüidad.

• Símbolos: relación convencional, contigüidad atribuida.

Conviene decir que rara vez estos tipos de signos se encuentran aislados y, según Peirce, el signo más perfecto es aquel que mezcla de la manera más igual posible los tres tipos. Esta distinción peirceana fue desarrollada por Jakobson para la lingüística. Basándose en ella, Jakobson pone de relieve la naturaleza gradual o híbrida del lenguaje en cuanto a su carácter icónico, indexical y simbólico.

En su artículo "Shifters, Verbal Categories, and the Russian Verb" Jakobson afirma que los conmutadores (shifters), aquellas unidades gramaticales cuyo significado general no puede definirse sin hacer referencia al mensaje (por ejemplo, el pronombre personal), pertenecen a la clase de símbolos indexicales porque guardan una relación a la vez convencional y existencial con su objeto. Y sigue:

Los símbolos indexicales, y en particular los pronombres personales, que la tradición humboldtiana conciben como el estrato más elemental y primitivo del lenguaje, son, por el contrario, una categoría compleja en la que el código y el mensaje se solapan (Jakobson 1971, 132).

Jakobson dedica un artículo completo al carácter icónico del lenguaje, "A Quest for the Essence of Language", título en el que no es difícil captar el diálogo intertextual con Saussure cuyo criterio para delimitar el objeto de estudio había sido precisamente tomar lo que sentimos como esencial en el lenguaje. Dentro de los iconos, Peirce había diferenciado las imágenes de los diagramas. En los diagramas la relación de semejanza se da solo con respecto a las relaciones de las partes entre el representamen y el objeto. Jakobson pone varios ejemplos de relaciones de equivalencia entre "signantia" y "signata" en todos los niveles del lenguaje.

En la sintaxis destaca la correspondencia en orden temporal o jerárquico entre "signans" y "signatum":

Veni, vidi, vici: la secuencia refleja el orden de los sucesos referidos.
El presidente y el secretario del Estado esperaban la reunión: la posición inicial refleja la jerarquía real.
• La organización de elementos significativos en virtud de su carácter icónico palpable como propensión universal (condición/conclusión, sujeto/objeto, etc.).

En la morfología destaca otros tantos fenómenos de iconicidad, como por ejemplo el reflejo de la gradación en la relación positivo-comparativo-superlativo mediante el incremento gradual de fonemas o la adición de un morfema para expresar el plural.

En el ámbito de las palabras indivisibles morfológicamente la iconicidad es menos sistemática, pero se encuentra, por ejemplo, en la semejanza entre algunos significantes cuyos significados son próximos (madre/padre, en casos de paronomasia, etc.), o en la identidad de significantes para expresar significados semejantes (las metáforas y las metonimias).

Por último, señala el valor icónico autónomo de oposiciones fonemáticas, atenuado en los mensajes puramente cognitivos, pero particularmente evidente en el lenguaje poético.

El lenguaje poético revela dos causas efectivas en la textura sonora – la selección y constelación de fonemas y sus componentes; el poder evocador de estos dos componentes, aunque encubiertos, está todavía implícito en nuestro comportamiento verbal ordinario (Jakobson 1990, 418).

Todo esto lleva a Jakobson a cuestionar la validez de las nociones de arbitrariedad y linealidad como principios esenciales del lenguaje humano:

(…) el "sistema de diagramatización", patente y forzoso en todo el patrón sintáctico y morfológico del lenguaje, latente y virtual en su aspecto léxico, invalida el dogma de arbitrariedad de Saussure, mientras que el otro de sus dos "principios generales" —la linealidad del signans— ha sido sacudido por la disociación de fonemas en características distintivas. Con la retirada de estos fundamentos, sus corolarios requieren, a su vez, revisión. (…) Los constituyentes icónicos e indexicales de los símbolos verbales han sido subestimados o incluso desatendidos demasiado a menudo. Por otra parte, el carácter predominantemente simbólico del lenguaje y su consecuente diferencia cardinal de otros sistemas de signos, eminentemente indexicales o icónicos, aguarda, asimismo, su debida consideración en la metodología lingüística moderna (Jakobson 1990, 419).

El grado de comprensión del pensamiento de Peirce por parte de Jakobson es un asunto controvertido del que no vamos a tratar aquí3. Lo que interesa destacar es que, aun en el caso de que su interpretación de la teoría del norteamericano fuera superficial o equivocada en algunos aspectos, fundamenta acertadamente con ella, entre otras cosas, la explicación de cuestiones que podrían clasificarse como pragmáticas puesto que son inseparables del contexto o del sujeto hablante.

5. Continuidad y actualidad de Peirce

A pesar de que la influencia de Peirce en Jakobson solo atañe a una pequeña parcela de su teoría semiótica y pragmatista —la distinción entre iconos, índices y símbolos— parece haber sido la más fecunda. El caso más citado, sin embargo, probablemente sea el de Morris que atribuye muchas de sus ideas a Peirce. Así, muchas veces, junto al nombre de Morris se asocia el de Peirce a la división entre sintaxis, semántica y pragmática que daría lugar a la llamada "teoría lineal" de análisis pragmático (Moeschler y Reboul 1999, 38). Con respecto a esto hay que decir, en primer lugar, que Morris interpretó a Peirce en clave conductista por lo que las teorías de ambos tienen poco en común; en segundo lugar, que la división triádica de Morris no se corresponde exactamente con la de Peirce y, por último, que el tratamiento lineal o modular de los componentes lingüísticos va en contra de la relación irreduciblemente triádica que Peirce atribuye a cualquier proceso de semiosis.

Independientemente de la fortuna de su recepción, Peirce anticipa muchas nociones que ahora ocupan un lugar central en la pragmática. A propósito de la definición peirceana del signo se ha podido entrever algunas de ellas (la distinción en el significado como intención del hablante, efecto en el interlocutor y significado ordinario y el contexto como fundamento significativo en, por ejemplo, el lenguaje ritual). Otras son señaladas por Pietarinen en su artículo "Grice in the Wake of Peirce":

(…) muchas de las nociones pragmáticas que comúnmente son atribuidas a H. P. Grice, o se divulgan como inspiradas en su trabajo en pragmática, tales como aserción, implicatura convencional, cooperación, base compartida, conocimiento compartido, presuposiciones y estrategias conversacionales, tienen sus orígenes en la teoría de los signos de C. S. Peirce y en su filosofía y lógica pragmáticas (Pietarinen 2004, 1).

Sin embargo, los lingüistas que han tratado de basar la pragmática en la filosofía del lenguaje, apenas han atendido a las ideas novedosas de Peirce, pues en la mayor parte de los casos solo han recurrido a las teorías más recientes y accesibles. Tal fue el caso del "descubrimiento" de Austin, quien desde una perspectiva filosófica iluminó aspectos pragmáticamente relevantes del lenguaje.

Mediante esta comunicación esperamos haber señalado que la teoría elaborada por Peirce podría constituir un complemento a los orígenes tradicionalmente citados dentro de la teoría pragmática.



Notas

1. Esta comunicación forma parte de una investigación de mayor alcance sobre las claves del pensamiento de C. S. Peirce para la lingüística contemporánea que desearíamos desarrollar en los próximos años. Agradecemos la ayuda bibliográfica prestada por el Grupo de Estudios Peirceanos (http://www.unav.es/gep/).

2. Peirce menciona el lenguaje ritual como un ejemplo de fundamento contextual. Savan sugiere acertadamente la semejanza entre el lenguaje ritual y el lenguaje performativo de Austin (Savan 1987-88, 22).

3. Remitimos para esta cuestión a los artículos de Portis-Winner 1994, Shapiro 1998 y Short 1998.

 


Referencias bibliográficas


Fecha del documento: 11 de enero 2007
Última actualización: 12 de junio 2012
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