I Jornada "Peirce en la Argentina"
10 de septiembre de 2004



APROXIMACIONES A LA NOCIÓN DE LEY
EN LA OBRA SEMIÓTICA DE CHARLES S. PEIRCE


Natalia Romé
(nataliarome@hotmail.com )
Maria Ignacia Massone
(mariamassone@hotmail.com)





Partimos de una afirmación: somos homo significans. Es la semiosis el espacio de producción, aprehensión y puesta en acto del sentido, en su trama nos damos una representación del mundo y de nosotros mismos.

Para la perspectiva filosófica que sostiene este trabajo, la semiosis entendida como la puesta en práctica de la representación es, pues, condición de todo conocimiento sobre el mundo objetivo y la subjetividad misma. Más aún, en su entramado, las propias categorías de interior-subjetivo y exterior-objetivo, pierden su consistencia en la medida en que se revelan como fenómenos de un mismo estatuto.

La tríada objeto/representamen/interpretante propuesta por Charles Sanders Peirce para dar cuenta del fenómeno del sentido en su dimensión elemental ofrece una mirada alternativa sobre el proceso del conocimiento frente a otras epistemologías sostenidas exclusivamente sobre la subjetividad o el sujeto cognoscente. Este es nuestro punto de partida.

Como señala el investigador alemán Karl Otto Apel poco después del año 1900 el sistema completo de Peirce había quedado finalmente establecido: "Su fundamento vendría determinado por la matemática y la lógica formal, que habrían de proporcionar a priori las categorías formales posibles del pensamiento, mientras que el contenido de dichas categorías procedería de la fenomenología". (APEL, 1997:82-83)

Apel considera los desarrollos de Peirce como uno de los pilares del paradigma filosófico actual que él denomina "giro semiótico-trascendental". En términos de este autor: lo metódicamente irrebasable en la Filosofía es el a priori semiótico trascendental de la mediación del pensamiento intersubjetivamente válido por los signos. (APEL, 1994) Se trata del a priori del lenguaje que corresponde, en su carácter de condición principal de la precomprensión del mundo, a la "pre-estructura" hermenéutica del mundo de la vida. Pero que, simultáneamente, constituye el presupuesto de la reflexión y el vector de su cuestionamiento. La clave de esta idea radica en que es el carácter a priori del lenguaje el que hace posible la validación intersubjetiva del pensamiento sobre las bases de la argumentación.

En uno de sus primeros ensayos aparecidos en 1868, On a New List of Categories, Peirce da cuenta de su idea de signo a la vez que desarrolla una teoría sobre el conocimiento entendido -en términos kantianos- como el trayecto según el cual la multiplicidad de las impresiones sensibles es reducida a la unidad conceptual. En ambos extremos, delimitando el espacio categorial, aparecen el ser y la sustancia. Esta ultima categoría constituye lo presente en general, aquello que como el acto de la atención, constituye el puro poder denotativo de la mente, el poder que orienta la mente hacia un objeto. La atención supone una separación respecto del objeto y ésta constituye la captación de algún aspecto o parte de él.

La unidad a la cual el entendimiento reduce las impresiones sensibles es la proposición: subject-being-predicate.

Mientras que la sustancia nombra el sujeto de la proposición, el ser nombra la relación y, en consecuencia, es el que abre la posibilidad de identidad –es decir, de discretización- de aquello que se presenta como puro devenir, como una multiplicidad sensible de apariciones o puras presencias.

Peirce precisa que una proposición afirma la aplicabilidad de un concepto mediato a uno más inmediato. Si la función del ser es unir la cualidad -entendida en su carácter de predica- a la sustancia, la cualidad constituye la primera categoría intermedia en el pasaje a la vez que constituye el concepto más mediato y por lo tanto, más alejado de la multiplicidad de las impresiones. Ahora bien, la cualidad solo es aprehensible en la medida en que apela a una relación, en el marco de la remisión a un "respecto a", llamado ground. Esta relación es la segunda categoría intermedia del tránsito del ser a sustancia; en ella, la cualidad surge en la medida en que se recorta similar/diferente de un correlato que se instaura como la circunstancia concreta de dicho vínculo. Por último, el campo en términos del cual se establece la relación y se define la cualidad como su ocasión, es introducido en un tercer movimiento lógico, aquel que da lugar a la representación. La relación entre la cosa relacionada y su correlato es posible en tanto existe una representación mediadora que recibe el nombre de interpretante. Este tercer elemento presenta a la cosa relacionada como una representación del mismo correlato que esta representación mediadora, por sí misma, representa. El interpretante cumple una función comparativa y traductora, como la de un intérprete que afirma que un extranjero dice lo mismo que él.

La idea de la representación es entendida en sentido amplio como una relación entre un signo y su objeto. Como tal, esta referencia a un correlato asocia a la sustancia la necesidad de la remisión a un interpretante. La noción de interpretante surge por el carácter múltiple de las impresiones sensibles, cuya aprehensión solo se hace posible en virtud de este concepto capaz de reenviar las apariciones -presencias- a un campo en el que se establezca el aspecto cualitativo que, realizado en el objeto, haga posible su nombre.

En ese marco es que surgen las nociones de primeridad, secundidad y terceridad a fin de dar cuenta de los momentos lógicos que desde la perspectiva peirceana pueden traducirse en entidades ontológicas o "modos del ser".

A fin de situar la lectura en clave hegeliana diremos que, en la forma más simple de los fenómenos, solo tenemos su ser en sí: sus cualidades meramente postuladas. En este nivel, la sustancia se encuentra siempre referida a otra cosa; no alcanza la plenitud del ser ni su concreción. Solo en el momento ontológico de la Terceridad, la sustancia alcanza su ser pleno. Pero este momento, lejos de cerrar el proceso de significación, revela la inscripción de la sustancia en la red de la semiosis. De este modo, el movimiento dialéctico se dirige hacia una instancia que supone una operación de autoconciencia, es decir, de objetivación de sí en una entidad del orden de la representación, pero tal entidad sólo es posible en la medida en que se advierte su carácter inacabado.

Hegel se refiere a la mediación en su Fenomenología del Espíritu, a fin de construir su idea de ciencia. Allí advierte que el devenir, el mediar es la inmediatez que deviene, lo inmediato mismo. Acaso pueda conjeturarse que se trata de un a priori de la mediación como lo más inmediato en el proceso de construcción del conocimiento. Según esta perspectiva, ciencia y conciencia constituyen los términos de un movimiento dialéctico en el que el saber es, en su comienzo, espíritu inmediato, conciencia sensible y por lo tanto, también carencia de Espíritu.

Peirce, por su parte, plantea que el conocimiento del mundo es de carácter inferencial, representacional y la mente aprehensible sólo en sus manifestaciones -las representaciones/saberes que construye- es de naturaleza sígnica. Tanto en él, como en Hegel, ontología y lógica conforman momentos de un mismo movimiento. el de la construcción del saber que, por un lado, da existencia al mundo en cuanto lo nombra y, por otro, realiza la mente como despliegue fenoménico de ese saber. Situamos, en este punto, la idea de que interior y exterior, se desdibujan en la phaneroscopía peirceana.

La relación entre singularidad y universalidad supone una condición del ser de las cosas, en dos planos: el del accidente y el de la permanencia –que por otra parte no es más que la universalidad de la modificación o el devenir de lo que permanece-. Aplicado este principio a la conciencia misma –es decir, a la conciencia que se toma como objeto de la reflexión consciente, el entendimiento supone simultáneamente, variabilidad fenoménica, en tanto singularidad o sustancia y legalidad fenoménica, en tanto universalidad de la forma.

El signo, entendido en este juego dialéctico, resulta la unidad de un doble movimiento de reproducción y cambio. La figura del interpretante tiende el lazo entre la red semiótica que constituye el sustrato del nuevo signo y la relación significante presente a la que el mismo signo da cuerpo. Ahora bien, este pasado al que se apela cada vez, no aparece en toda su densidad histórica sino como una presencia naturalizada al punto de la invisibilidad. Tal es su precio y su potencial. El signo contiene como una de sus dimensiones constitutivas un elemento que resulta el síntoma1 –en sentido lacaniano- de todo el sistema semiótico al que tal signo se suscribe. Más aún, el mismo elemento resulta -en dirección inversa- la condición de posibilidad de futuras transformaciones, en la medida en que se des-ande el camino de la naturalización y se construyan relaciones semióticas alternativas.

La ley en su carácter de inferencia se comporta como un signo o entidad triádica. Se trata del producto de un proceso histórico y como tal constituye un modo de la mediación encarnada en un interpretante. Esta terceridad recaída en la inmediatez se desplaza de la instancia genética a la configuración estructural. Esto es posible porque el tipo de operación inferencial nunca ofrece la forma de una relación causal, la relación entre la conclusión y las premisas, según la describe Peirce es de representación y en tal sentido, la inferencia nunca agota completamente los fenómenos que pretende nombrar. En cambio, siempre remite a un fuera de campo que ha sido retirado de escena al volver inmediato el proceso infinitamente mediatizado. La franja de incertidumbre presente en la Ley no es un mero defecto sino, por el contrario, su esencia. Esta incompletud es el espacio oscuro que constituye para Peirce su rasgo fundamental y contra todo paradigma que sostiene la transparencia de la representación erige el desencuentro o la distancia como el espacio en el que se abre la posibilidad de la historia.

Así entendida, la Ley es uno de los modos representacionales del ahora en cuanto intento de establecer o fijar un intervalo finito en el cuadro de relaciones sociales, en permanente cambio. Pero como el presente, aunque se perciba como una inmediatez, es apenas una representación de este momento de las relaciones y, por lo tanto, solo nombra lo indecible. Según este razonamiento, un fenómeno -futuro- que aún no ha emergido a la conciencia inmediata es ya intrínsecamente susceptible de ser afectado de hecho.

En la Ley, la sociedad se extraña de sí y se otorga un nombre que resulta producto del desarrollo histórico de las fuerzas que la componen. En este sentido, se constituye como manifestación de la fijación del movimiento que, a la vez, propone una estructura de previsibilidad impulsando la creación de expectativas para el comportamiento futuro. Las leyes funcionan en la medida en que ofrecen el marco en el que se entrama la realidad social, en este punto, Peirce agrega el concepto de hábito como la tendencia a la naturalización de la ley. Esta es la instancia en que todo el pasado se vuelve invisible dejando apenas un fantasma o una huella que es vivida en su inmediatez como circunstancia de puro presente. El elemento tercero se vuelve un primero de un orden nuevo. Cabe pensar esta afirmación a la luz del concepto hegeliano de recaída en la inmediatez que constituye, en el juego del movimiento dialéctico, el punto de encuentro entre el proceso de génesis y la estructura. Es decir, el giro en que aquella entidad inmediata extrañada de sí por el reconocimiento de otro, vuelve sobre sí misma para reconocerse conciencia para-sí. Pero su eficacia radica en que, una vez adquirido este nuevo estatuto, regresa liberada de su espesor histórico. Tal es el misterio de aquello que aprehendido en un tiempo remoto se vuelve cotidiano, adelgaza toda densidad de su génesis y se presenta como componente del sistema ya-dado que resulta la condición de existencia presente y de desarrollo futuro.

Recordemos el esfuerzo de Apel (APEL, 1994) en dirección de advertir una vuelta de Peirce hacia la búsqueda de un fin último no deducible que estaría sostenida en la necesidad de una fundamentación de un orden moral suficientemente consolidado como comunidad ética. Este giro supone la idea de un acuerdo entre los miembros de tal comunidad en un absoluto -bien supremo, summum bonum, según Apel- y de allí la aceptación de un regreso al plano de la intuición en su interpretación categorial de la cualidad estética como primeridad de la terceridad. Citando a Peirce:

"No he logrado decir con exactitud qué es, pero es una conciencia que pertenece a la categoría de la representación, si bien representa algo en la categoría de la cualidad de la sensación". (Peirce, CP: 5.113).

Lo que Peirce refiere aquí es la idea de hábito como interpretante final de la semiosis ilimitada, que debe entenderse en el sentido de una naturalización (el orden de la sensación) intersubjetivamente concensuada de una trama histórica de relaciones semióticas. Y esto, teniendo en cuenta lo señalado por Peirce sobre el carácter inductivo de la formación del hábito, es decir, que constituye una abstracción (es decir una exclusión de todo en virtud de la retención de una parte).

Peirce introduce, en este sentido, el concepto de abstracción real para dar cuenta del tipo de convivencia que ocurre entre sujeto y predicado, en el proceso de construcción de la unidad conceptual. Tal constituye –advertíamos- la afirmación peirceana de la determinabilidad de la sustancia por el predicado. La cualidad es lo primero, y lo primero es lo más alejado de las impresiones sensibles. Es decir, lo primero es la mediatez, pero una mediatez que no se manifiesta aun como concepto o representación sino en términos de expectativa. Y siguiendo esta línea, surge que: el hábito legitima, al menos de modo circunstancial, una expectativa. Que podríamos llamar también anticipación allí donde la relación de equivalencia –puesta en juego por la representación- se instala para cubrir una insuficiencia referencial –o la ausencia de inmediatez-.

Apel concluirá la cuestión con la siguiente reflexión a cerca de la interpretación "normativamente correcta" del significado de signos -Logical Interpretans, en el sentido de Peirce-:

"Él (intérprete de signos) tiene que producir más bien, con respecto a los signos que deben ser interpretados, una relación comunicativa que está determinada por la referencia anticipada al consenso intersubjetivo posible de todos los posibles intérpretes de signos acerca de las pretensiones de validez ligadas con las acciones de habla (sentido, verdad, veracidad, rectitud normativa), pero esto significa que no se puede seguir haciendo abstracción de la dimensión hermeneutico-trascendental y pragmático-trascendental de la interpretación actual y autorreflexiva de signos. ésta, en cuanto relación sujeto/co-sujeto, es constitutiva para la (ilimitada) comunidad de comunicación entendida como sujeto trascendental de la interpretación de signos." (APEL, 1994: 204-205)

En cierta dimensión, una comunidad puede pensarse como una cierta coordinación entre leyes. Es autoconciencia inmediata si es aprehendida en un momento –infinitesimal por definición pero solo aprehensible en su desarrollo temporal, en el movimiento según el cual despliega su identidad. Esta adquiere su ser pleno en el transcurso del tiempo y, sin embargo, se realiza como presente y viviente en cada intervalo infinitesimal. Un intervalo de tiempo contiene una serie continua de fenómenos sociales que se amalgaman en una estructura normativa y su carácter primero es un sentimiento vivido (continuo e infinitesimal, es decir, inmediatamente presente). En esta ausencia de límites entre las representaciones y los fenómenos sociales se sugiere la apertura a un desarrollo futuro y en él tales normas no dan cuenta acabada de las relaciones que pretenden regular. La noción de coordinación supone una armonía teleológica y en el caso de la sociedad esta teleología es más que una búsqueda orientada a un fin predeterminado. Se trata, en cambio, de una teleología que se desarrolla. Este es el carácter tercero de lo social, una sociedad en tanto ordenamiento jurídico puede pensarse como una idea general que ahora es consciente y viviente, determinante, a la vez, de actos en el futuro, de los que no es aún consciente. Esta referencia al futuro es una característica esencial de la terceridad. Si los límites de una sociedad fueran ya explícitos no habría lugar para el desarrollo, el crecimiento y la vida; en definitiva, la sociedad misma.

Sólo resta introducir, a modo de final abierto, la pregunta acerca de la pertinencia de pensar estas reflexiones a la luz del concepto de ideología, aunque por cuestiones de economía expositiva dejamos la respuesta para futuras discusiones.




Notas

1. Para un desarrollo de las relaciones entre semiótica peirceana y psiconálisis lacaniano, puede verse BALAT, M. Des fondements sémiotiques de la psychanalyse; Peirce après Freud et Lacan, L'Harmattan , París, 2000 y BALAT, M. "De Peirce à Lacan: le stade du miroir et l'accès au langage", Semiotics Theory and Practice, actes du Troisième Congrès de l'AIS, Palermo, 41-50, Mouton-de Gruyter, Berlín, Nueva York, Amsterdam, 1988.


Bibliografía



Fecha del documento: 5 mayo 2005
Ultima actualización: 5 mayo 2005

[Página Principal] [Sugerencias]