I Jornada "Peirce en la Argentina"
10 de septiembre de 2004



LA TEORÍA DEL SIGNO EN PEIRCE Y EN OCKHAM


Ignacio Del Carril
(idelcarril@sjprec.esc.edu.ar)




Introducción: Planteo del problema

El gran problema de los universales que tanto tiempo ocupó las mentes de los pensadores medievales desde los comienzos de la Edad Media hasta los fines de la misma, y que todavía en tantos lugares se lo considera irresuelto, es, sin duda una de las mejores maneras de abordar el pensamiento de Ockham. La disputa realismo – nominalismo se hace evidente en su pensamiento y nos puede llevar a la comprensión del verdadero meollo del problema. Allí es donde tomaremos conciencia de que, en última instancia, toda posición filosófica se puede reducir a una de estas dos posiciones. Peirce veía esto con claridad, y por eso no consideraba vano el abordaje de esta temática.

Creo que la noción central de toda la disputa de los universales radica en la noción realista de ‘concepto objetivo’. Cuando el realismo distingue el ‘concepto objetivo’ del ‘concepto subjetivo’ lo que está haciendo es distinguir el concepto como mero accidente inherente en la potencia intelectiva, del concepto como el contenido del concepto subjetivo en el cual comprendemos la esencia de la cosa (MARITAIN, 1958: 39-40). Esa idea de contenido de concepto nos hace pensar en una realidad en la que se haya también ese “contenido” que es reproducido por el intelecto en sus conceptos mentales. A ese contenido se están refiriendo los autores cuando hablan de realidad inteligible, y de conocimiento de los universales. Da la sensación de que se están imaginando un mundo que es en parte material y en parte espiritual, pues, este contenido es espiritual, y participado por muchos, de allí su universalidad.

A raíz de esto se elabora todo el proceso de abstracción: Este es un proceso mediante el cual se explica cómo es que el intelecto logra quedarse con el contenido inteligible de la realidad abandonando el aspecto material de la misma.

Hay varias tesis sostenidas por Guillermo de Ockham que se oponen categóricamente a estas: "El singular es cognoscible", "la materia prima es cognoscible", "no hay nada universal en la realidad, ni formalmente ni en potencia", etc. Esta última es la que ahora nos interesa.

Todo el realismo y la doctrina de la abstracción están para dar cuenta de dos hechos evidentes pero aparentemente contradictorios:

1. Las cosas son absolutamente singulares y múltiples.

2. Nuestro entendimiento conoce a través de ideas universales que tienden cada vez más a la unidad.

¿Cómo se coordinan ambas verdades? ¿Cómo es posible comprender que nuestros conceptos universales respondan a una realidad singular? Dejemos de lado la explicación realista a este problema. Dejemos, incluso la posición de Peirce que se inclina hacia un realismo del tipo escotista, para avanzar sobre la posición de Ockham y su crítica al realismo.

Ockham y su crítica al realismo

El punto de partida de la critica de Ockham al realismo se centra en no querer ser flexible con respecto al punto (a) de nuestra anterior enumeración. En la realidad no hay nada que sea universal, ni en potencia ni como una formalidad (DE ANDRÉS, 1969: 55). Esta tesis hace innecesaria una justificación de la individuación de los entes, cosa que el realismo requería necesariamente por situarse en una posición intermedia entre el puro platonismo y el nominalismo. O, dicho de otro modo, mientras en un platonismo queda a salvo la existencia actual del universal y debe explicar la individualidad de los individuos, en un nominalismo, queda a salvo la individualidad numérica de los individuos pero debe justificar la universalidad de los universales. El realismo, por situarse en una posición intermedia debe aclarar ambas cosas.

Entonces, la pregunta seria ¿cómo explica el nominalismo de Ockham la universalidad de los universales? Es en este punto donde nos valdremos de la terminología pierciana para iluminar la posición de Ockham a este respecto.

Peirce distingue tres clases de signos:

1º) Aquellos cuya relación a su objeto es la mera comunidad en cierta cualidad, y estas representaciones pueden ser llamadas semejanzas.

2º) Aquellos cuya relación a su objeto consiste en una correspondencia de hecho, y estas pueden llamarse índices o signos.

3º) Aquellos cuyo fundamento de su relación a sus objetos es una característica imputada, que son lo mismo que signos generales, y estos pueden ser llamados símbolos1.

Si tuviéramos que ubicar los conceptos mentales en alguna de estas categorías, no dudaríamos en ponerlos en la tercera. Creo que Ockham sí dudaría, pero por el momento digamos que para Peirce todo lenguaje es símbolo, pues en esta relación significativa entran en juego tres elementos: El objeto significado, en primer lugar; en segundo lugar, el fundamento (ground) o el aspecto del objeto bajo el cual el símbolo lo representa, este aspecto es una cualidad inherente al objeto (quizás una formalidad al mejor estilo Escoto); y, por último, el interpretante, que es el concepto mental del interprete que le da sentido al signo. El interpretante hace que el sujeto de conocimiento cumpla un papel crucial en la significación, pues es el uso social que se le da a los signos lo que forja los símbolos. De aquí que ubiquemos el lenguaje en esta tercer categoría.

El signo en Ockham

En Ockham la noción de signo es más amplia, o, mejor dicho, Ockham habla de dos clases de signos:

Signos representativos.

Signos lingüísticos.

Los signos representativos son aquellos que representan al cognoscente un objeto anteriormente captado, y por eso dice Ockham:

[...] debe saberse que signo se toma de dos modos. De un modo, por todo aquello que aprehendido hace venir al conocimiento de algo otro, aunque no haga que la mente alcance el primer conocimiento de eso, como se ha mostrado en otra parte, sino un [conocimiento] actual luego de un habitual de lo mismo. Y así la voz significa naturalmente, como cualquier efecto significa por lo menos su causa; como también un círculo significa que hay vino en la taberna2.

Los signos lingüísticos son aquellos cuya significación consiste en traer al conocimiento algo por primera vez. A estos pertenecen los conceptos y las palabras del lenguaje oral o escrito. Por eso dice…

[...] De otro modo se toma signo por aquello que hacer venir algo al conocimiento y ha sido generado para suponer por aquello o para que se agregue tal cosa en la proposición3.

Esto quiere decir que Ockham sitúa la diferencia entre los signos del lenguaje y los demás signos en el hecho de que los signos lingüísticos son los que nos proveen el conocimiento de algo otro por primera vez, es decir, de algo de lo cual no hemos tenido experiencias pasadas. A esta definición responden también los signos de la mente, que son los conceptos. Por eso, bien puede llamarse al nominalismo de Ockham una filosofía del lenguaje, pues todo pensamiento es, en definitiva, ordenación compleja de una serie de signos que ocupan el lugar de las cosas en el intelecto.

Los signos representativos presentan la siguiente característica común: Vuelven a suscitar en la mente un conocimiento de algo que ya hubo sido conocido anteriormente. Ockham distingue dos grandes clases de signos representativos: las imágenes y los vestigios. Cada uno de los cuales se destaca por representar al objeto en virtud de una relación especifica con él. La imagen representa al objeto, en virtud de una cierta semejanza, y el vestigio en virtud de una relación causal.

Ahora bien, en otra oportunidad pude demostrar que estas dos características de los signos representativos pueden válidamente aplicarse a los signos lingüísticos salvando las diferencias. Esto quiere decir que en la significación de los conceptos mentales también podemos encontrar la semejanza y la causalidad. Es más, nuestra tesis es que, dado que los conceptos mentales son signos naturales universales, la relación causal con el objeto significado justifica la naturalidad del concepto y la semejanza de los distintos objetos representados por el concepto justifica su universalidad. Esto último, sitúa a Ockham en una posición distinta a la de Peirce a la hora de ubicar el conocimiento en alguna de las tres categorías antes mencionadas.

El conocimiento mental no depende de una imposición humana, como sí ocurre con el lenguaje oral o escrito, sino que surge como una reacción espontánea del intelecto frente a la cosa, y por ello es natural. Podemos decir que entre signo y objeto significado por él hay una "correspondencia de hecho", por la causalidad, lo cual convierte a nuestro signo en uno del tipo índice, según la nomenclatura Peirceana.

Esto arroja no poca luz sobre la posición de Ockham respecto del problema de los universales. En efecto, reflexionando en la noción de índice se puede llegar más a fondo a su posición.

En el castellano, la palabra índice pertenece a la familia de palabras de indicar, tal es así que el dedo índice es aquel que usamos para señalar las cosas que están fuera. Aquí es donde se ve el fondo de la cuestión, o al menos de la posición ockhamista. La noción de signo en Ockham, no es ni la noción realista, ni la Peirceana. Tanto en el realismo tomista como en de Peirce, pareciera que decir signo, es hablar de un ‘algo’ que trasmite cierto contenido objetivo de lo significado al interprete. En Ockham signo significa índice, señalamiento, indicación, el signo para Ockham es algo que “apunta” hacia otra cosa (QUEZADA MACCHIAVELLO, 2002: 120). En ese apuntar no hay "contenido objetivo" que valga. El concepto mental es un signo en este sentido, solo se reduce a señalar las cosas que están fuera de la mente, y en virtud de ese señalamiento, supone por ellas en las proposiciones y las argumentaciones que elabora nuestro intelecto.

Afirmar esto no es separarse de la tesis de la naturalidad del concepto, ni de su universalidad. En esto Ockham es terminante: el concepto no es un signo convencional, sino natural. No esta librado al arbitrio de los hombres y de las diferentes culturas como si lo están los lenguajes escritos y orales, sino que es una reacción espontánea del intelecto frente a la cosa. Algo así como si la cosa misma dejara su impronta (su vestigio) en el intelecto, y esa impronta fuera ella misma el concepto.

Digo pues que las expresiones son signos subordinados a los conceptos o intenciones del alma, no porque si entendemos propiamente este vocablo ‘signos’, las mismas expresiones siempre significan los mismos conceptos del alma primera y propiamente, sino porque las expresiones se imponen para significar aquellas mismas cosas que son significadas por los conceptos de la mente; de tal modo que, primero, el concepto significa algo naturalmente, y segundo, la expresión significa aquello mismo; en tanto que la expresión instituida para significar algo significado por el concepto de la mente, si aquel concepto cambiara su significado, por eso mismo, la misma expresión, sin una nueva institución, cambiaria su significado4.

Por otro lado, no quita tampoco su universalidad, porque para Guillermo de Ockham, hablar de universalidad no es hablar de algo real sino de un mero modo de significar. En resumidas cuentas, los conceptos son universales porque señalan una multitud de individuos semejantes entre sí. Por más que si consideramos a los conceptos en sí mismos no podamos decir que sean universales porque son una huella de la cosa, tan individual como cualquier otra huella, y solo universal por significación.

Realismo y nominalismo en Peirce y en Ockham

Estamos frente a dos posiciones filosóficas últimas. La teoría del signo Peirceana nos acerca a Duns Escoto. Admite una serie de entidades universales "entre la diversidad de las sustancias y la unidad del ser".

Los hechos recolectados aquí sientan las bases para un método sistemático de búsqueda de cualquier concepción universal elemental, intermedia entre la diversidad de la sustancia y la unidad del ser5.

La primera de estas concepciones universales es la cualidad, como referencia a un fundamento, la segunda la relación como referencia a un correlato, la tercera la representación como referencia a un interprete. Estas tres más la sustancia y el ser representan una nueva lista de categorías, y las tres antes mencionadas son las intermediarias entre el ser y la sustancia. Todo parece actuar como las formalitates de Escoto que aunque sean distintas realmente, no son distintas numéricamente. En este sentido, se puede decir que la posición de Peirce con respecto al problema de los universales es el realismo, y quizás, algún tipo de realismo exagerado.

El mundo según Ockham, en cambio, es simplemente una muchedumbre de entes singulares creados por un solo Dios Omnipotente. Y no hay nada en él tomado como entidad que pueda ser llamado universal. El universal solo existe en la mente humana, como signo de muchos. ¿Cómo explica la multiplicidad de palabras en un lenguaje? ¿Qué significan los adjetivos y los verbos llegado el caso, si lo único que existe son las sustancias?

El mundo ockhamista esta constituido por las sustancias y las cualidades sensibles singulares que inhieren en ellas. No existe nada real a lo que responda el contenido del concepto ‘hombre’. ‘Hombre’ es un término que señala a Juan, Pedro, etc. No existe nada real que sea entendido mediante el término ‘blanco’, no hay una blancura real de la que participen todas las cosas blancas. Existe, en cambio, la blancura de esta pared, la de este papel, la de aquella nube, etc. En la Suma de Lógica, Ockham emprende una minuciosa exploración del conocimiento humano. Una investigación que pasa del estudio de los conceptos al de los términos del lenguaje expresivo, distinguiendo las características de ambos para discernir bien cómo es que conocemos la realidad a través de ellos.

En su análisis de la connotación vemos con patencia los esfuerzos que hace para conservar en el mundo los singulares, y el universal en la mente como signo. Dice Ockham:

Los nombres absolutos son aquellos que no significan algo principalmente y otra cosa o lo mismo secundariamente, sino que cualquier cosa que sea significada por el mismo nombre, es significada del mismo modo primeramente; así como es evidente de este nombre: ‘animal’, que no significa sino bueyes, asnos y hombres y así de otros animales, […]. Por otro lado, el nombre connotativo es aquel que significa algo primariamente y algo secundariamente6.

Un nombre puede ser absoluto o connotativo. Los absolutos significan cosas, es decir, indican cosas singulares. Hasta aquí se aplica perfectamente lo que se dijo acerca de los conceptos como signos en Ockham.

Los nombres connotativos, como bien podría ser ‘blanco’, ‘inteligente’, etc… – algo así como aquellos términos que pertenecen a la categoría de la cualidad en Peirce – dice Ockham, significan primeramente una cosa, y secundariamente otra. La razón de esto es que un término o señala una realidad sustancial o no señala nada, porque los accidentes no pueden existir sin la sustancia. Luego, el término connotativo debe indicar primeramente una sustancia, así, cuando decimos «La pared es blanca», el término ‘blanca’ significa o señala primeramente a la misma pared que es señalada por el término ‘pared’. Sin embargo, no podemos decir que son sinónimos porque signifiquen lo mismo. Esto nos lleva a esa significación secundaria de la que nos habla en el texto antes citado. Al decir ‘blanco’ señalamos en principio una cosa, pero en segundo lugar su blancura. Eso es connotar, indicar no sólo la cosa singular por la que el término se pone en la proposición mental sino también el accidente –también singular– que inhiere en la sustancia en cuestión.

La teoría de la connotación se aplica también en las demás categorías, y sirve a Ockham para aplicar profundamente el principio de economía en la ontología realista, sospechosa para él de necesitarismo greco-árabe. Con esto, Ockham acaba negándole realidad a cada una de las categorías reduciendo su número a la cualidad y a algunas relaciones.

Conclusiones

Se ven claramente ambos extremos en las posiciones de Peirce y de Ockham. Por un lado un realismo de tipo ‘exagerado’ en el cual se admiten ciertas entidades de naturaleza universal más allá de la sustancia y acercándose al Ser, como máxima unidad. Por otro un nominalismo conceptualista que niega el universal como algo real, y lo relega a la significación de los conceptos mentales, singulares ellos mismos por su propia constitución ontológica, pero universales por su significación.

No obstante, este último término ‘significación’ debe entenderse según la noción Peirceana ‘índice’. Si así se entiende, tendremos:

1) La noción de signo como índice acuñada por Peirce ayuda a comprender la gnoseología ockhamista, pues con ella se comprende que el concepto mental sea un signo natural y universal, sin apelar a la noción de concepto objetivo del realismo.

2) Fundados en sus propias concepciones del concepto mental – Peirce como símbolo, Ockham como índice – Peirce culmina en un realismo exagerado de tipo escotista, y Ockham en su propio nominalismo que intentará rescatar a toda costa (como en la teoría de la connotación) la realidad y la contingencia de los singulares.


Notas

1. PEIRCE, 1867: 8.

2. OCKHAM (OP I, 1974: 8).

3. ibid.

4. ibid.

5. PEIRCE, 1867: 3.

6. OCKHAM (OP I, 1974: 36).



Fecha del documento: 5 mayo 2005
Ultima actualización: 5 mayo 2005

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