I Jornada "Peirce en la Argentina"
10 de septiembre de 2004



LA ÉTICA DE LA TERMINOLOGÍA EN PEIRCE


Marinés Bayas
(mbayas@alumni.unav.es)





"La filosofía es una lucha contra el
embrujo del pensamiento a través
de nuestro lenguaje."
Ludwig Wittgenstein,
Investigaciones Filosóficas, 109


Todos los que de un modo u otro nos hemos adentrado en la vida de la filosofía descubrimos la gran arbitrariedad con la que los términos filosóficos han sido y son usados comunmente. No hay que ir muy lejos para darse cuenta de este hecho; muchas veces tan solo es necesario detenerse un poco en medio del diálogo "filosófico" y observar en cuántos diversos sentidos se usa un mismo término. Las preguntas naturales que se siguen de todo esto son: ¿nos entendemos cuando hablamos?, ¿de qué hablamos cuando hablamos?, y sobre todo, ¿estamos realmente hablando de algo?

El problema de la falta de precisión en la terminología científica es siempre actual, especialmente para la filosofía. Peirce advirtió este problema con claridad y propuso algunas ideas para su solución. El primer objetivo de mi ponencia hoy es mostrar el valor que Peirce dio a la precisión del uso de las palabras, especialmente a la luz de su "Ética de la terminología" de 1903, que tuve ocasión de traducir para el Grupo de Estudios Peirceanos y que está instalada en la web. Mi segundo objetivo es que podamos ver hoy un poco más claramente por qué Peirce pensó que para la vida de la filosofía es tan necesario evitar toda arbitrariedad terminológica, prestando atención a sus ideas sobre lo que es una verdadera investigación científica, y de qué modo ésta implica una ética del intelecto y una ética del uso de las palabras.

1. El problema de la terminología.

Podemos preguntarnos por qué es tan necesario prestar atención a los términos que usamos, en especial dentro de la filosofía. Esta pregunta ha sido respondida suficientemente bien por la filosofía del lenguaje contemporánea, pero Peirce definitivamente se adelantó a su respuesta, diciendo que "los símbolos forman la trama y el tejido de todo pensamiento y de toda investigación, y (que) la vida del pensamiento y de la ciencia es la vida inherente a los símbolos; de tal forma que es incorrecto decir meramente que un buen lenguaje es importante para un buen pensamiento, porque es de su esencia" (PEIRCE, 1903:1). Peirce pensaba efectivamente que el lenguaje es esencial al pensamiento, y esta es la primera de las razones que él tiene para sugerir una aproximación científica al uso de los términos filosóficos. Precisar nuestras palabras con un verdadero afán científico es vital para el pensamiento, hacerlo es limpiar el camino por donde éste avanza. Por lo tanto, para todos los que están dentro del diálogo filosófico es un deber intentar eliminar la confusión provocada por el uso caprichoso y arbitrario de las palabras.

Peirce nos da tres razones más para pensar que es necesaria una reforma del criterio con el que se usan los términos. La primera es simplemente la creciente especialización en todas las ramas del saber. Esta razón por supuesto pesa mucho más ahora que entonces. La siguiente es la consideración de que para el progreso del conocimiento es esencial la colaboración. Para Peirce la vida científica sólo se puede hacer en comunidad, pero la condición de posibilidad de que pueda realmente hacerse ciencia o filosofía es la verdadera comunicación. La ciencia por lo tanto requiere el diálogo, el diálogo la claridad y la claridad, por supuesto la exactitud en el uso de las palabras.

¿Pero qué es exactamente la claridad? Para poder responder a esta pregunta e intentar entender lo que Peirce pensaba sobre esta cuestión, quiero hacerles notar un prejuicio demasiado común y arraigado entre la mayoría de nosotros, y que es especialmente dañino en la filosofía. Juzgamos normalmente como "poco claro" un discurso o un texto que no nos es familiar, es decir, que no usa palabras del discurso habitual. Sobre esto Peirce nos diría que justamente rechazando este prejuicio encontraremos una vía para llegar a ser más precisos. Un auténtico amor por la verdad implica querer ser lo más claro que se pueda, sólo que esa claridad es eso precisamente: ser claros, no parecerlo. Parecerlo sería la antítesis de la claridad: el engaño está en parecer claros, cuando no lo somos en absoluto.

El problema que Peirce detecta es justamente el que la filosofía demasiado frecuentemente usa términos del lenguaje ordinario como si fuesen su lenguaje propio. Leemos en la "Ética de la terminología":

"El caso de la filosofía es bastante peculiar dada la necesidad positiva que tiene de palabras comunes, usadas en sentidos comunes: no como su lenguaje propio (como demasiado usualmente ha usado esas palabras), sino como objetos de su estudio. Así pues, tiene una especial necesidad de un lenguaje distinto y separado del discurso ordinario, un lenguaje tal como Aristóteles, los Escolásticos y Kant se esforzaron en proporcionar, y Hegel se empeñó en destruir".(PEIRCE, 1903:2)

El uso de términos exactos y por ello, en la mayoría de los casos, extraños, normalmente es juzgado como pedantería, según el prejuicio que antes señalamos. Pero a Peirce no parece haberle preocupado demasiado este prejuicio. La obra de Peirce está llena de terminología técnica, mucha de ella introducida por él mismo. Pero además de esto, dicha terminología sigue sus propias sugerencias en cuanto a cuál debería ser su naturaleza, y esto es: estar notoriamente apartada del discurso ordinario y ser incluso rara. En palabras de Peirce: "Es de gran beneficio para la filosofía proveerse a sí misma de un vocabulario tan extraño que los pensadores vagos, no estén tentados a tomar prestadas sus palabras". Y luego: "Los adjetivos kantianos 'objetivo' y 'subjetivo' resultaron no ser lo suficientemente bárbaros para retener su utilidad en filosofía: incluso aunque no hubiese habido ninguna otra objeción a ellos." (PEIRCE, 1903:2). ¿Por qué no fueron suficientemente exactos a la larga estos términos? Peirce nos dice que la razón es que no fueron tan raros como necesitaban serlo; y esto lo vemos claramente por lo que ha quedado de esos términos en el lenguaje común: a todo llamamos hoy "objetivo" o "subjetivo".

Es verdad que parte del juicio bastante común de que Peirce es un pensador inaccesible, se debe justamente a las consecuencias prácticas que este pensamiento acerca de la terminología tuvo en su filosofía. (DE WAAL, 2001:4) Sus páginas tienen términos tan extraños como "impotentipenereperlation", pero esto para él, lejos de ser pedantería, significaba justamente una defensa del sentido exacto; el uso de palabras tan raras como esta son para él garantía de claridad. Claridad en el pensamiento también significa entender algo tan simple como que no se conoce lo que no se conoce, y en este sentido Peirce nos dice que: "La primera regla del buen gusto al escribir es usar palabras cuyos significados no puedan ser malentendidos, y si el lector no conoce el significado de las palabras, es infinitamente mejor que caiga en la cuenta de que no lo conoce." (PEIRCE, 1903:2) Con esto Peirce nos hace entender que nada se ganaría reemplazando la palabra "impotentipenereperlation" con una del lenguaje común, aparte de confundir al lector, porque pensaría que conoce esa concepción a la cual se refiere ese término, cuando no la conoce. Todo esto queda resumido en la segunda de las reglas con las que concluye la "Ética de la terminología", que es "evitar el uso de palabras y frases de origen vernáculo como términos técnicos de filosofía" (PEIRCE, 1903:3).

Con todo lo dicho hasta aquí podría pensarse que Peirce es uno de esos pensadores que se divierte inventando términos nuevos, acuñándolos como propios y llenando sus páginas con ellos. Si llegamos a pensar eso es que no entendimos nada acerca de Peirce. En él no hay un afán en inventar terminología arbitrariamente, y si fuese así traicionaría la primera de las reglas que él sugiere para regular el uso de términos. Esta es: "Esforzarse por evitar el seguir cualquier tipo de recomendación de naturaleza arbitraria en todo lo que se refiera al uso de terminología filosófica." (PEIRCE, 1903:3). Peirce siempre intentaba primero que sus términos respetaran su uso histórico, y pensó que era de gran importancia el que se mantuviera la continuidad con la tradición en cuánto a la terminología, porque de esto depende en gran medida la continuidad en el pensamiento.

Podemos ver esta idea de que es algo positivo para la filosofía mantener una conexión con la tradición a través de la terminología, en algunas de las siete reglas de su "Ética de la terminología", por ejemplo en esa que dice que se debería "usar los términos escolásticos en su versión inglesa para las concepciones filosóficas, siempre y cuando puedan ser estrictamente aplicados; y nunca usarlos en otros sentidos que en los suyos propios." (PEIRCE, 1903:3). Además de todo esto Peirce recomendaba que antes de introducir un término nuevo se hiciera un estudio minucioso, esto es equivalente a decir que no se debe introducir nunca un término arbitrariamente.

Saber si Peirce fue siempre fiel en la práctica a las reglas que él propuso como dice W. Donald Oliver, sería un trabajo de estadística, por ser Peirce un autor tan prolífico en la invención de su terminología. (OLIVER, 1963:7) Sin embargo, parece ser que casi siempre respetó el uso histórico de cada uno de los términos de la ciencia y la filosofía.

2. Ética de la terminología

Ahora quisiera pasar a una cuestión tal vez más importante, que es la que considera el por qué Peirce usa la palabra "ética" al hablar de todo esto. Como sabemos, para Peirce la ética es una de las ciencias normativas, y en especial aquella que discierne lo bueno de lo malo en el obrar; aplicada a la terminología, regularía el buen uso y el mal uso de los términos científicos y filosóficos. Y esa sería toda la cuestión. Sin embargo, parece que hay algo más detrás de la idea de "ética de la terminología". Y es que Peirce piensa que se requiere una actitud ética para hacer filosofía. Como lo ha señalado bien Susan Haack en Peirce hay una ética del intelecto, y esto tiene directamente que ver con la ética del uso de las palabras.

Tenemos noticia a través de Platón de que desde la antigüedad ha habido auténticos filósofos, esto es, gente que ha querido realmente buscar la verdad sobre las cosas y ha usado las palabras y el pensamiento para ello. También tenemos noticia por él de los sofistas, que usaban sus palabras para su beneficio personal (en cualquier sentido que fuera), m6aacute;s que para la búsqueda desinteresada de la verdad. En el ensayo "La fijación de la creencia" leemos que para Peirce eso sería una falsa investigación. Un falso investigador está comprometido con una conclusión a la que quiere llegar y busca argumentos para probar la evidencia de ella. El pseudo-investigador, trataróa más bien de "encontrar argumentos para una verdad de una proposición que piensa que realzaráá su propia reputación, pero cuya verdad le resulta indiferente. (HAACK, 1996:1). Un sofista griego sería un pensador más de este último tipo. Sea como sea, un sofista usaba las palabras para convencer y con esto, obtener su propio beneficio. Las palabras eran manipuladas, y no se las usaba para lo que Peirce llamaría "investigar" (inquire), que significa buscar la verdad sobre alguna cosa. Y está por demás decir, que ahora abundan los sofistas.

Todos sabemos que para intentar convencer sobre algo que nos conviene necesitamos usar las palabras en sentidos no precisos sino justamente confundir usando las mismas palabras en distintos sentidos, pero haciendo parecer que son los mismos. La falta de claridad favorece el engaño. Por eso, pienso que Peirce detecta que detrás de una actitud que busca claridad (incluso aunque no se la logre alguna vez), está un verdadero deseo de verdad, y de hacer ciencia. Y mientras más ansiemos la claridad, más querremos investigar en comunidad.

Peirce nos dejó escrito que "para razonar bien es absolutamente necesario poseer virtudes tales como la honestidad intelectual, la sinceridad y un amor real a la verdad"1. Esto tiene que ver directamente con el uso de nuestros términos como muestra Peirce en "La ética de la terminología" cuando expone sus razones para pensar en una reforma de la terminología como algo necesario:

"(...) la salud de la comunión científica requiere la más absoluta libertad mental. Pero tanto el mundo de la ciencia como el de la filosofía, están plagados de pedantes y pedagogos que continuamente intentan establecer algo así como una magistratura sobre los pensamientos y otros símbolos." (PEIRCE, 1903:1).

Esto nos lleva de nuevo a plantearnos la cuestión de si es mejor usar una terminología familiar y común o una, técnica y aislada del lenguaje ordinario. Peirce piensa que lo pedante es intentar hablar con símbolos cuyos significados no conocemos bien, como leemos más arriba. Lo pedante sería también intentar decidir arbitrariamente sobre estos símbolos, y la actitud humilde y provechosa es aquella que se adapta a la terminología tradicional siempre que sea posible. Esto también quiere decir conocer bien el significado de cada uno de los términos que usamos, e introducir términos nuevos sólo cuando sea indispensable, es decir cuando aparezca una nueva concepción, o cuando una concepción difiera de otra que tiene un término o familia de palabras afines para significarla.

La ética del intelecto y dentro de ella, la de la terminología, dictará nuestra conducta acerca del uso de las palabras diciéndonos que el bien es mantener lo que Peirce llamó una "actitud científica", o "el ansia de saber cómo (son) las cosas realmente". Lo más importante entonces sería mantener el "deseo de aprender" (desire to learn) del que Peirce nos habló como la "vida de la ciencia" (life of science)2.




Notas

1. CP 2.82, 1902 (cita tomada de "La ética del intelecto: un acercamiento peirceano")

2. CP 2.82, 1902; 1.43 y ss, 1896; 1.34, 1869; 5.583, 1898.


Bibliografía



Fecha del documento: 5 mayo 2005
Ultima actualización: 5 mayo 2005

[Página Principal] [Sugerencias]