IDEAS, EXTRAVIADAS O ROBADAS, SOBRE LA ESCRITURA CIENTÍFICA


Charles S. Peirce (1904)


Traducción castellana de Mónica Aguerri (2002)


MS 774. (Publicado por primera vez por J. M. Krois en Philosophy and Rethoric II (1978):147-55, y reproducido en 1992 en EP 2.325-330 (de donde se ha tomado el texto para esta traducción). Peirce escribió este artículo a finales de 1904 probablemente para la Popular Science Monthly, tras haber publicado una reseña negativa del libro de T. C. Allbutt sobre escritura científica (CN 3:179-81). Peirce planeaba un ensayo con dos partes acerca de la retórica de las comunicaciones científicas, la primera de ellas general, y la segunda específica; sin embargo, sólo escribió esta primera.

Algo más popular en cuanto al estilo que la mayor parte de los escritos de Peirce, este breve ensayo debe considerarse, junto con "Trichotomic" (1888), "The Architecture of Theories"(1891) y "The Doctrine of Necessity Examined" (1892), como parte de la primera exposición amplia de su teoría general "madura" de los signos. Aquí Peirce se centra en la tercera ciencia de su
trivium semiótico, la retórica, que él ha liberado de su limitación tradicional al discurso. El propósito de su "retórica especulativa" es averiguar "el secreto general para hacer efectivos los signos", sin importar de qué tipo sean. El rango de los efectos semióticos, tomados de modo que sean interpretantes legítimos, se extiende hasta incluir los sentimientos e incluso los resultados físicos, además de pensamientos y otros símbolos. Entre las sorpresas de este ensayo, aprendemos que nada puede representarse si no tiene la naturaleza de un signo, y que las ideas sólo pueden comunicarse por medio de sus efectos físicos. Aunque breve, este ensayo proporciona una viva instantánea de un amplio terreno que todavía contiene territorio virgen para los semióticos y los teóricos del lenguaje.




Las revistas científicas están publicando, actualmente, muchas discusiones concernientes a dos materias que la enorme multiplicación reciente de verdaderos trabajadores científicos ha hecho de vital importancia; a saber, cuál es el mejor vocabulario para una u otra rama del conocimiento, y cuáles los mejores tipos de títulos para los escritos científicos. Ambas son claramente cuestiones de retórica. A muchos que tienen una cultura literaria, les ha parecido hasta ahora que había poco o ningún espacio en la escritura científica para cualquier otra regla de retórica que no fuera la de expresarse del modo más simple y directo, y que hablar del estilo de la comunicación científica era, de alguna manera, como hablar del carácter moral de un pez. Nadie puede decir con justicia que esta visión de los humanistas haya sido particularmente estrecha, ya que muchas personas educadas en la vida científica hubieran considerado la asociación de los conceptos de retórica y de ciencia como un ejemplo típico de incongruencia. Sin embargo, tropezamos aquí y ahora con este fenómeno de esas dos cuestiones de retórica que agitan la superficie de la profundidad científica; y si miramos con un poco de detenimiento, sorprendemos a las ciencias más serias rindiendo homenaje a reglas de expresión tan rigurosas y extrañas como aquellas con las que se valora la excelencia de las composiciones escritas en chino o en urdu. Una proposición de geometría, una definición de una especie botánica, una descripción de un cristal o de una nebulosa telescópica, están sujetas a una forma de enunciado obligatoria que resulta en extremo artificial. Evidentemente, nuestra concepción de la retórica ha de ser generalizada; y mientras estamos en ello, ¿por qué no suprimir la restricción de la retórica al discurso? ¿Cuál es la virtud principal asignada a la anotación algebraica, sino la virtud retórica de la perspicuidad? ¿Acaso no tiene una pintura, una escultura, exactamente el mismo defecto que lo que en un poema analizamos como "demasiado retórico"? Acabemos de una vez con tales objeciones reconociendo, como ens in posse, un arte universal de la retórica, que será el secreto general para hacer efectivos los signos, incluyendo bajo el término "signo" toda imagen, diagrama, grito natural, dedo que apunta, guiño, nudo en el pañuelo de uno, memoria, sueño, fantasía, concepto, indicación, señal, síntoma, letra, número, palabra, frase, capítulo, libro, biblioteca, y en resumen, todo lo que, sea en el universo físico, sea en el mundo del pensamiento, represente una idea de cualquier tipo (y nos permita por completo utilizar este término para cubrir propósitos y sentimientos), o esté conectado con cualquier objeto existente, o se refiera a acontecimientos futuros por medio de una regla general, que cause que algo más, su interpretación del signo, esté determinada por una relación correspondiente con la misma idea, cosa existente o ley. Pueda haber o no tal arte universal, debería haber de todos modos (y en efecto hay, si los estudiantes no se engañan a sí mismos) una ciencia a la que deberían referirse los principios fundamentales de todo aquello como la retórica: una retórica especulativa, la ciencia de las condiciones esenciales bajo las cuales un signo puede determinar a un signo interpretante de sí mismo y de lo que quiera que signifique, o que, en cuanto signo, provoque como resultado físico. Sí, un resultado físico; pues aunque a menudo hablamos sólo con desdén de "meras" palabras, en la medida en que los signos por sí mismos no pueden ejercer ninguna fuerza bruta, nominalistas y realistas han estado de acuerdo en que las ideas generales son palabras, ideas, o signos de algún tipo. Ahora bien, por cualquier mecanismo con el que pueda realizarse, es cierto que de algún modo y en algún sentido propio y verdadero, las ideas generales sí producen efectos físicos formidables. Por ello, sería una logomaquia miserable negar que el propósito de un hombre de ir a su oficina le hace ir allí; pues bien, un propósito es una idea general, y el que vaya es un hecho físico. Si se objeta que no son las ideas generales, sino los hombres que creen en ellas los que causan los acontecimientos físicos, la respuesta es que son las ideas las que incitan a los hombres a defenderlas, las que inspiran a sus defensores el coraje, las que desarrollan sus caracteres y ejercen una mágica influencia sobre otros hombres. Es necesario insistir en ese punto porque las ideas no pueden comunicarse sino por medio de sus efectos físicos. Nuestras fotografías, teléfonos y telégrafos, así como la suma total de todo el trabajo que un motor de vapor haya hecho, son, según puro sentido común y verdad literal, el resultado de las ideas generales que se expresan en el primer libro del Novum Organum1.

La retórica especulativa de la que estamos hablando es una rama del estudio analítico de las condiciones esenciales a las que todo signo está sujeto: una ciencia llamada semiótica, aunque muchos pensadores la han identificado a menudo con la lógica. En las escuelas romanas, la gramática, la lógica y la retórica se tomaban de un modo semejante y se constituyó un todo redondo llamado trivium. Esta forma de tomarlas era justa; pues las tres disciplinas nombradas corresponden a las tres ramas esenciales de la semiótica, de la cual, la primera, llamada gramática especulativa por Duns Scoto, estudia los modos en los que un objeto puede ser un signo; la segunda, la parte que va a la cabeza de la lógica, mejor llamada crítica especulativa, estudia los modos en los que un signo puede relacionarse con el objeto que representa y que es independiente de él; en tanto que la tercera es la retórica especulativa recién mencionada.

En una publicación como ésta 2, toda discusión científica minuciosa de cualquier punto mínimo estaría fuera de lugar. No tenemos espacio para más, ni tampoco el lector medio -que lee esta revista en su viaje a la ciudad, supongamos-, encontraría gusto en nada más que en ideas, serias o no, como las que podrían ocurrir en la conversación entre dos compañeros inteligentes, pero probablemente cansados y hambrientos. Del escritor se espera que lleve a cabo un estudio de cada punto que trata de la forma más exhaustiva posible; y no debe ocultar ninguna verdad sólo porque su estudio sea difícil. Sólo, cuando vaya a expresar sus ideas, las buenas maneras requieren que se baje de la altura de su caballo, y que exponga sus conclusiones como puntos de vista que el lector es libre de aceptar o rechazar, según considere oportuno. Si la proposición de que el círculo no puede ser cuadrado es pertinente en la materia que se esté tratando, permítasele que la enuncie. Pero, viendo que no la puede demostrar aquí, que no le niegue al lector su perfecto derecho lógico a mantener la hipótesis contraria. Tampoco debe el escritor declarar su propia creencia en el teorema, porque las nociones particulares de un individuo anónimo no tienen interés para el público. Debe, a lo sumo, comunicar que la imposibilidad de que el círculo sea cuadrado es una proposición que se ha autorrecomendado por sí misma a los hombres generalmente considerados competentes; con lo cual el lector de buen sentido estará tan seguro como pueda de que ningún indicio tal hubiese aparecido en estas columnas a menos que la proposición hubiera sido una fruta madurada bajo el resplandor de la ardua investigación. Pero los días de la omnisciencia editorial ya han pasado.

De las tres ramas de la semiótica, las dos primeras, la gramática y la crítica especulativas, han sido muy elaboradas. La retórica especulativa se ha descuidado en comparación; sin embargo, dos o tres analistas han hecho lo suficiente para dar resultados comparables en extensión y valor a los contenidos puramente científicos de un libro de texto ordinario sobre lógica: suficiente, pues, para ofrecer una guía no pequeña para formar opiniones sobre retórica ordinaria, y para dar alguna noción de cuál pueda ser el carácter general de su influencia sobre la retórica ordinaria. No debe suponerse que haya nada de la naturaleza de la especulación metafísica en esta retórica especulativa. "Especulativa" es meramente la forma latina correspondiente al término griego "teórica", y aquí pretende significar que el estudio es del tipo puramente científico, y no es una ciencia práctica, ni mucho menos un arte. Su tarea más esencial es averiguar por medio del análisis lógico, al que el desarrollo de las otras ramas de la semiótica ayuda en gran medida, cuáles son las condiciones indispensables del modo en que un signo actúa para determinar a otro signo que sea casi equivalente a él. Se han señalado unos cuantos ejemplos de signos artificiales que automáticamente se reproducen a sí mismos sin intención de que así sea. Un grabado puede hacer una vaga copia de sí mismo sobre la capa superior de un pañuelo de papel colocado sobre él. Pero estos están limitados a una clase demasiado estrecha para ilustrar algo más que la posibilidad de tal cosa. La reproducción de signos de modos intencionados es, desde luego, lo suficientemente común, pero es tan misteriosa como la acción recíproca de mente y materia. Algunos de los requisitos de la comunicación cuyo análisis se ha señalado son lo suficientemente obvios; otros no lo son. Por consiguiente, se dice que un resultado necesario del análisis del objeto representado por el signo, cuyos caracteres son independientes de tal representación, debe ser en sí mismo de la naturaleza de un signo, de forma que sus caracteres no sean independientes de toda representación. Esto es inteligible desde el punto de vista del pragmatismo, según el cual los objetos, de los que las proposiciones generales ordinarias tienen que ser verdaderas, si han de ser algo verdaderas, son el cuerpo de percepciones futuras. Pero las percepciones son en sí mismas signos, sean o no veraces. El hecho de que los caracteres de percepciones futuras sean independientes de lo que se espera que sean, no impide en absoluto que sean signos. éste resultado del análisis, que todo objeto representado debe ser de la naturaleza de un signo, es importante (si se acepta como verdadero) para ciertas clases de composición. Otro resultado señalable es que nunca puede crearse un signo enteramente nuevo por un acto de comunicación, sino que lo máximo posible es que un signo ya existente se complete y corrija. Con esto, si me dicen que hay un diamante mío en un lugar que nunca he oído y del que no tengo la menor idea de dónde está, no me dicen nada; pero si me dicen que puedo encontrarlo siguiendo un camino, cuya entrada conozco bien, simplemente están completando mi conocimiento del camino. Así, no puedes transmitirle ninguna idea sobre colores a un hombre que haya nacido ciego; pero un investigador óptico de afamada reputación es ciego al color; y aunque la palabra rojo puede no tener el mismo significado para él que para el resto de nosotros, él, no obstante, sabe más de la sensación de lo que probablemente sabemos nosotros, y conoce exactamente sus relaciones con las sensaciones que él posee. Un escritor que no tuviera en cuenta este principio estaría en peligro de resultar ininteligible. Es innecesario ir más allá para demostrar que el tipo de ayuda que uno que quiera aprender a escribir bien pueda prometerse a sí mismo basándose en la retórica especulativa, no consistirá ya en ningún mecanismo desconocido hasta ahora para transmitir ideas a la mente del lector, sino más bien en nociones más claras del conjunto de relaciones de las diferentes máximas de la retórica, que lleven consigo juicios más justos de las diversas extensiones y limitaciones de estas máximas.

Confiamos en que es innecesario advertir que no debe inferirse que una teoría de la retórica es falsa porque un defensor de ella muestre poca gracia, destreza o tacto al utilizar el lenguaje. Pues todos sabemos qué pocas veces un autor que está tratando de un tipo particular de habilidad resulta estar claramente dotado con la habilidad de la que habla. Muchas veces, ha sido precisamente su consciencia de la deficiencia natural con respecto a ella lo que le ha llevado a estudiar ese arte.

La tendencia general de las modificaciones que se introducirían en la retórica ordinaria al considerarla como una estructura erigida sobre la fundación del estudio abstracto ya nombrado, estaría determinada en gran parte por la circunstancia de que las bases inmediatas de esta retórica ordinaria se concibiesen meramente como uno de los numerosos estudios especiales, o más bien como un grupo de un gran número de grupos de estudios especiales. Pues la especialización sería de tres modos: primero, según la naturaleza específica de las ideas que se han de expresar; segundo, según la clase específica de signos que se han de interpretar: el medio de comunicación específico; y tercero, según la naturaleza específica de las clase de signos en los que tiene lugar la interpretación. La primera división del primer modo estaría en una retórica de las bellas artes, donde el objeto es fundamentalmente sentimental; una retórica de la persuasión práctica, donde la materia principal posee la naturaleza de una resolución; y una retórica de la ciencia, donde la materia es el conocimiento. La retórica de la ciencia se subdividiría en una retórica de la comunicación de los descubrimientos, una retórica de resúmenes y estudios científicos, y una retórica de las aplicaciones de la ciencia a propósitos especiales; la retórica de la comunicación de los descubrimientos se dividirá a su vez según que los descubrimientos pertenezcan a las matemáticas, la filosofía, o una ciencia específica; y otras variedades, de ningún modo insignificantes, resultarán de la subdivisión de las ciencias. Un tipo principal de la retórica que deriva del segundo modo de especialización sería la retórica del discurso y del lenguaje; y esta, a su vez, sería diferente para las lenguas de familias diferentes. La retórica adaptada naturalmente a la lengua semítica debe ser muy diferente a una retórica bien adaptada al discurso ario. Más aún, cada lengua aria tiene, o debe tener, su propia retórica diferente a otras lenguas, por muy próximas que sean. El alemán y el inglés son claros ejemplos de esto. Las reglas de tipo común de los libros, basadas en las reglas de las retóricas griega y latina, se adaptan a composiciones en inglés de estilos muy artificiales solamente. ¡Imagine escribir un cuento de hadas con frases periódicas! Un efecto de basar la retórica en la ciencia abstracta sería acabar con las pretensiones de muchas de las reglas retóricas y limitar su aplicación a un dialecto particular entre los dialectos del inglés literario (el que se fundamenta en los estudios clásicos). Al mismo tiempo, se enfatizaría la necesidad de estudiar griego y latín como la única manera de adquirir maestría en un dialecto extremadamente importante de nuestra lengua. El principal tipo de retórica derivada del tercer modo de especialización es la retórica de los signos que han de traducirse en pensamiento humano; y un resultado inevitable de basar la retórica en la ciencia abstracta que contempla el pensamiento humano como un modo específico de signo, sería comprometerse con el principio por el que, para dirigirse a la mente humana de forma efectiva, uno debe, en teoría, sustentar su propio arte sobre la base inmediata de un profundo estudio de la fisiología y la psicología humanas. Uno debería saber cómo son los procesos por los que una idea puede transmitirse a una mente humana y por los que puede quedar fijada en sus hábitos; y de acuerdo con esta doctrina, todas las reglas de la retórica ordinaria deberían depender de tales consideraciones y no de la gratuita suposición de que los hombres pueden pensar sólo según un tipo de sintaxis que viene a ser muy común para todos nosotros en las lenguas más familiares, pero en las que sólo se pueden meter otras frases mediante barbaridades como las de Procusto.



Notas

1. Francis Bacon (1561-1626), Novum Organum (The New Organon, 1620) [Nota de EP].

2. No está claro en qué revista quería publicar Peirce este ensayo; podría haber sido el Popular Science Monthly, cuyo editor le pidió a Peirce en septiembre de 1904 que contribuyera con un artículo, a lo que Peirce decidió renunciar cuando se dio cuenta de que la revista no podía pagarle. [Nota de EP].


Fin de: "Ideas, extraviadas o robadas, acerca de la escritura científica". Traducción castellana de Mónica Aguerri, 2002. Original en: EP 2, pp. 325-30.

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Fecha del documento: 9 diciembre 2002
Última actualización: 21 de febrero 2011


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