IV Jornadas "Peirce en Argentina"
26-27 de agosto del 2010

Acerca de la expansión de la teoría de Charles Peirce hacia campos
disciplinarios diversos, en particular los del arte y la literatura


Jorge Warley*


Resumen:

Hace ya décadas, desde la postulación de algunos ensayos pioneros como los de Roman Jakobson, que la teoría semiótica de Charles Peirce ha sido abordada por diversos investigadores para el análisis y la interpretación del fenómenos artístico, en particular los textos literarios. La influencia de Peirce se advierte en muy diversos trabajos que alimentan lo más destacado de las llamadas corrientes estructuralista, posestructuralista y de la teoría de la deconstrucción; en todos ellos se busca sortear los obstáculos teórico-metodológicos suscitados a partir de la noción saussureana de signo y sistema y su impronta en la semiología de la Europa continental de tradición lingüística. La polémica planteada es hasta qué punto la adopción de las ideas peirceanas supone un sólido abordaje epistemológico Della problemática planteada, interrogante que lejos está de ofrecer una respuesta única.


1.

The Popular Science Monthly es una revista que fue fundada por Edward Youmans en 1872 con el objetivo declarado de  la divulgación entre un público educado de las grandes teorías científicas de la época, sus diversas ramas, corrientes y autores, desde Charles Darwin hasta Thomas Edison y William James. En ella, en 1878 Charles Sanders Peirce publicó un artículo que es considerado ya un clásico de su particular pensamiento. La obra se llama How to make our ideas clear ("Cómo hacer que nuestras ideas sean claras")1.

Se trata de una formulación emblemática. En las pocas palabras de ese título quedan contenidas la idea central y la meta de la ardua teoría peirceana. Constituye, en definitiva, aventuramos aquí, la razón por la que investigadores, profesores y estudiantes se han acercado a la problemática de la semiótica y la comunicación, orientados así en la búsqueda de ese fondo que se vislumbra por debajo de la multiplicidad enmarañada de los signos propios de la cultura contemporánea, esos que alimentan el universo de la política, la economía, el arte y la ciencia.

Se trata, en fin, de cuestiones concernientes a la lógica, al razonamiento y la capacidad de inferencia de los hombres enfrentados a la realidad, pero, por eso mismo, su temática específica se relaciona también de alguna manera con las profundas convulsiones y transformaciones que vive el país y, si se permite el trazo rápido, el mundo todo, entrevisto tanto desde la perspectiva de un horizonte epistemológico como desde un cierto orden social.

La "popularidad" académica con que cuenta hoy en día la teoría de Peirce, los múltiples congresos, artículos y libros completos dedicados a analizar sus escritos encuentran en ellos la orientación que tanto ha abierto nuevos caminos en lo que respecta a los modos más “duros” de la lógica tradicional, el anticipo de aquellos que un poco más tarde se convertirían en núcleos centrales del desarrollo de la filosofía de la ciencia y hasta una renovada inspiración para considerar los asuntos propios de la estética y la literatura. Todo ello sin perder de vista el carácter eminentemente comunitario con que el sentido, las creencias y la verdad se producen.

How to make our ideas clear es uno de los primeros artículos de Peirce donde el pensador norteamericano empieza a levantar de manera más decidida las vigas maestras de su teoría de la semiosis, a la vez que la percepción de su construcción del pensamiento de acuerdo a una tendencia pragmática, es decir entendida en los términos de la eficacia, la experiencia y la acción de los hombres y su cultura. Si se toma en cuenta la periodización que el especialista Gérard Déladalle propone para organizar de alguna manera el pensamiento de Peirce, se trata de un trabajo que ubicado exactamente en el límite de la segunda etapa de ese desarrollo (aquella que tiene en su centro el descubrimiento de la lógica moderna y la pragmática), que se extiende de 1870 a 1887, y la tercera (1887-1914), momento de madurez y de arribo al universo de la semiótica.2.

En la primera parte de este trabajo Peirce se dedica a cargar contra la teoría racionalista clásica, a René Descartes. ¿Por qué ataca a Descartes? La consideración de Peirce apunta a que Descartes había llevado adelante su idea del descreimiento y la duda como un modo de enfrentar lo que hasta ese momento había sido la regla de oro del conocimiento, el principio de autoridad. Todo conocimiento que quería ser estimado como riguroso debía basarse en rígidos principios de autoridad. Fueran éstos Aristóteles o la Biblia, para mencionar los ejemplos más evidentes. Por lo tanto debe considerarse históricamente la concepción de Descartes en consonancia con la revolución que la ciencia traía consigo, y de manera explosiva a partir de la irrupción de figuras como el polaco Nicolás Copérnico y el italiano Galileo Galilei.

La sentencia de Descartes, en consecuencia, intima a que suspendamos las certezas sobre los principios de autoridad, y convoca a la duda como principio de pensamiento. ¿Qué es lo único de lo cual los hombres no deben ni pueden dudar? se preguntaba el filósofo francés, y ofrecía la respuesta típica del racionalismo: —aquello que tenemos en nuestras cabezas y ordena la actividad del pensamiento, concluía en una muy rápida paráfrasis.

El conocimiento, en consecuencia, era también para Descartes -y quizás fundamentalmente-  un modo de autoconocimiento. Es decir, todas las ideas que se presenten claras y distintas según los esquemas que dibuja el cerebro, son aquellas destinadas a alimentar la comprensión verdadera de los fenómenos. Tal la versión clásica del racionalismo que resumen las aseveraciones cartesianas volcadas principalmente en Discurso del método y Meditaciones metafísicas en las que la existencia de Dios y la distinción real entre la mente y el cuerpo son demostradas que se dieron a publicidad avanzado el siglo XVII.

Según la perspectiva de Peirce, esa misma preocupación ha sido y es propia de buena parte de la filosofía, y otros muchos e importantes filósofos la padecieron incluso sin advertirlo del todo: el intento por tratar de mensurar la claridad y la distinción de las ideas como un requisito necesario para establecer el carácter de verdad de esas ideas. Básicamente, la filosofía posterior a Descartes, según Peirce, se enreda una y otra vez con esos mismos conceptos.

Frente a tal panorama Peirce plantea en el artículo mencionado, y empiezo a moverme hacia lo que interesa en relación al cometido de esta breve comunicación, es que en ese pasaje de la autoridad hacia la aprioridad, ese a priori que estaría en la base del conocimiento humano, el problema que se levanta, y que Descartes no supo resolver, es cómo determinar la diferencia -en términos del grado de verdad- entre una idea que 'es' clara, de una idea que 'se me aparece como' clara. ¿Cómo se puede fundamentar, cuál es el parámetro a tener en cuenta para determinar cuando la naturaleza de esa idea es del orden de la verdad o de su mera apariencia?

Obviamente la respuesta de Peirce va a ser la típica del pragmatismo. La contestación del autor de los Collected Papers es que asunto de tal naturaleza no se puede determinar en la interioridad del cerebro humano de cada persona. No es una interrogación que se pueda responder de una manera apriorística, por lo tanto, el único modo que resta y es posible consiste en sacar esa idea de la cabeza del individuo,  llevarla hacia afuera y confrontarla con los pareceres de los demás que integran el todo comunitario. Hundirla en el terreno de la confrontación con otras ideas, someterla a ese complejo proceso, que es el proceso de la semiosis, entendida en su forma más general y pura. Con la confianza de que en este devenir, que es esencialmente un proceso social, las ideas -si las manejamos adecuadamente- serán sometidas a crítica y control, crecerán, se fortalecerán e irán volviéndose más y más claras.

Peirce revela este complejo destino sencilla y directamente en una frase. Es común el hecho de los pensadores e investigadores que se matan trabajando en la elaboración de sus teorías, décadas y décadas para pulir los conceptos y los libros, y después llegan los manuales, las historias y nosotros que, queriendo entenderlos, somos tan injustos que reducimos ese pensamiento a poco más que un eslogan. Cometiendo ese pecado ahora mismo, digamos que Peirce concluye: "The esence of believe is establishment of the habit", la esencia de la creencia es la consolidación de un hábito, de una costumbre. Por hábito algo (todo) termina siendo considerado como verdadero.

Ése es el destino que espera a esas ideas que abandonaron las cabezas de los hombres considerados como individuos (si un momento tal puede ser concebido como "origen") para habitar la confrontación pero que luego se detienen, la costumbre las oxida y las aquieta.  Por lo tanto, el deber del semiótico, pensado como lógico para Peirce, es desenvolver ese hábito, "abrirlo" para que una comprensión más profunda y rigurosa encuentre espacio para nacer.

Siguiendo un camino similar al trazado, se puede agregar ahora que desde su origen los planteos semiológicos y semióticos se empeñan tozudamente en hallar el modo de comprender cómo la significación, el sentido, se produce en ese ida y vuelta social.

Tal intercambio no es un intercambio pacífico, no es simplemente un toma-y-daca consensuado alrededor de ciertas reglas institucionalizadas, sino que se trata de un intercambio bélico, una pelea. Las ideas chocan, combaten entre sí y en esa disputa hay ganadores y hay perdedores. Hay quienes resultan en un lugar marginal, de poco poder para fijar sentidos e interpretaciones, mientras otras versiones ocupan un lugar hegemónico, fuerte, determinante (aunque no de manera fija y permanente).

Las ideas chocan entre sí como partículas físicas y también lo hacen tratan de corresponder con la "experiencia de realidad" de los hombres.

Como se ha abundado, se vincula a Peirce con las fundamentaciones principales que dieron origen al pragmatismo norteamericano. El eje en torno al cual giran sus aportes puede quizás sintetizarse esencialmente en lo que podría considerarse una epistemología orientada a la vez por una "teoría de la creencia" y una "teoría del significado" ( o de la "verdad"). De acuerdo a seta cosmovisión las creencias se descubren siempre en última instancia como hábitos "adquiridos" o  hábitos "constitucionales". A través de ellos el hombre orientar la conducta de manera confiable, su acción sobre el mundo y hacia los otros hombres. Lo hace porque es guiado por la confianza de que los esquemas de su pensamiento se encuentran en "correspondencia" con la realidad; sus ideas, pues, son verdaderas en tanto y en cuento permiten satisfacer nuestros deseos y necesidades. La esencia de la creencia es el asentamiento de un hábito, y es el trabajo esforzado de los hombres su fijación y establecimiento que se va ordenando en medio del carácter múltiple de las vivencias.

Esa pluralidad dinámica es la que genera el fenómeno que se sintetiza con el nombre de semiosis ilimitada, múltiple, infinita, que remite a Charles Peirce como su firma. La vida de los hombres entendida como ese flujo de sentido que se crea y se recrea y que nunca cesa.

La categoría de semiosis -en tanto semiosis infinita, en tanto proceso- resulta determinante para la comprensión de la dinámica que envuelve y hace que los signos se muevan y desarrollen. La semiosis da cuenta de esta manera de un proceso triádico que implica la correlación dinámica entre un signo, su objeto y su interpretante. La "traducción" de un representamen por otro representamen o un conjunto de ellos determina la dinamización del proceso y la constitución de un red sígnica abierta al infinito del espacio y el tiempo donde los hombres deben encontrar ese “lugar común” del pensamiento para comprender y disponer en consecuencia de su entorno.

Quizás la razón principal por la que Peirce es tan importante para la historia de las ideas es que incursionó en la filosofía de esa manera, bajo el presupuesto de que si la filosofía quería realmente llegar a algún resultado real y no vagamente especulativo debía abandonar la idea de que las grandes certezas surgen ex nihilo, desde la nada; desde el principio, entonces, se debe abandonar que las ideas son "propias", exclusivas de uno mismo, y comenzar a percibirlas como una creación colectiva.

Con respecto al hábito, y cómo, según recordábamos hace un instante, la creencia está ligada al hábito, Peirce sostiene que su dominio y guía es propia de todo quehacer humano, pero que se expresa de manera particularmente decisiva en las comunidades de investigadores. El hábito termina resultando otro apelativo para nombrar el método científico. Se trata, pues, de un requisito para la cohesión de las comunidades científicas, guía para "enfrentar" los fenómenos del mundo, garantía, finalmente, de objetividad y de verdad. Pero la aseveración generalizada no resuelve, por supuesto, la problemática de la diversidad metodológica en relación a las diversas materias tratadas, los diferentes campos de "aplicación". Es un punto que, por lo menos desde la irrupción del pensamiento de matriz positivista hacia las últimas décadas del siglo XIX los epistemólogos vienen discutiendo, y se dispersan por la doble vía de ya adoptar una razón desmultiplicadora que tiene a la unicidad y la convergencia (y por lo tanto en un cierto sentido simplifica la cuestión), ya una perspectiva de divergencias profundas e irresolubles que niega la posibilidad de respuestas inmediatas y taxativas.

2.

Que la teoría peirceana se ha derramado sobre campos disciplinarios tan diversos como los reseñados no necesita ser probado, es una evidencia que se demuestra con sólo consultar las bibliografías al final de los artículos y libros. Incluso es posible describir esa tendencia es su acrecentamiento y expansión hacia nuevas áreas. El desafío, nos parece, es demostrar si esa invocación teórica general encuentra verdaderamente formas de plasmación específicas y particulares, enriquece los campos particulares de la investigación, o no pasa de ser una referencia general. Resulta importante que también respecto de este asunto nuestras ideas alcancen claridad.

Se trata de una cuestión, estimamos, de primer orden, y que se puede considerar también a partir del seguimiento de la máxima pragmática. O sea que ella puede ser utilizada como una "prueba" para juzgar qué concepciones y teorías están conectadas verdaderamente con la experiencia o cuáles son parte de un "juego" lingüístico.

Por otra parte, el pragmatismo busca focalizar en los que se puede llamar "objetivos intelectuales", y éstos recogen sólo una parte (pequeña, bien delimitada) del conjunto de la semiosis. La conclusión necesaria resulta, pues, que el pragmatismo puede ser más "reducido" que la teoría general de los signos, y que por lo tanto no existe contradicción alguna en su "aplicación" a sólo una parte de la misma. La "filosofía general de los signos", la "filosofía semiótica" constituiría entonces ese repertorio de fundamentos ontológicos que se coloca "detrás" de todo ámbito disciplinario particular.

En este punto, los debates acerca de si Peirce elabora una semiótica idealista o realista ocuparían un lugar decisivo, puesto que no se trata simplemente de adoptar una calificación o la otra sino de estimar si las teorías deben considerarse una simple herramienta que ayuda a la organización de los materiales que recoge la experiencia (posición antirrealista) o si los esquemas teóricos se levantan más fuertemente a partir de una coincidencia entre la estructura última del pensamiento y el mundo (posición realista).

El trabajo del poeta o novelista no es tan diferente al del científico. El artista introduce una ficción, pero no es arbitraria; muestra afinidades a las que la mente concede una cierta aprobación llamándolas hermosas, lo cual si no es exactamente lo mismo que decir que la síntesis es verdadera, es algo del mismo tipo general.

Y sigue un poco después:

El geómetra traza un diagrama, que si no es exactamente una ficción, es al menos una creación, y por medio de la observación del diagrama es capaz de sintetizar y mostrar relaciones entre elementos que antes no parecían tener una conexión necesaria,

se podría concluir, en consecuencia y como algunos especialistas hacen,  que han sido las observaciones del propio Peirce las que han fundamentado la posición que busca unificar materias diversas en un mismo marco de comprensión e interpretación de acuerdo a lineamientos teóricos comunes. Pero están también quienes aseguran que, por esta vía, en lugar de hacer justicia a los fundamentos peirceanos se concluye en una suerte de extensión indebida y exagerada, que resulta finalmente en una tergiversación de sus principios teóricos. Para ilustrar este punto de vista se puede citar a Umberto Eco, quien en "Los límites de la interpretación" escribió:

La teoría peirceana de la semiosis ilimitada no puede llevar a sostener, como ha hecho Derrida, una teoría de la interpretación como deriva y deconstrucción. Los textos tienen un sentido, incluso cuando los sentidos son muchos; lo que no puede decirse es que no existe ninguno, o que todos sean igualmente buenos. El texto interpretado impone unas restricciones a sus intérpretes. Los límites de la interpretación coinciden con los derechos del texto (lo que no quiere decir que coincidan con los derechos de su autor).

Así, el autor de La estructura ausente devela el combate que en el interior del difuso universo de las escuelas llamadas estructuralistas, posestructuralistas y de la teoría de la deconstrucción se da desarrollado en torno a la comprensión y el uso de las nociones peirceanas.

Como han subrayado diversos autores, recién se han dado los primeros pasos hacia el reconocimiento de la importancia de la semiótica para todas las disciplinas que tratan de la representación, problemática que englobaría  desdela epistemología, la sociología y la antropología hasta la lingüística, los estudios sobre arte y las "ciencias" de la comunicación. La afirmación puede aceptarse parcialmente, dado que, mirado desde otro ángulo, se trata en algunos casos de discusiones que ya tienen mas de medio siglo de vida y lejos están de resolverse a partir del arribo a cierto "consenso" teórico-metodológico, más bien todo lo contrario.

Dentro de su cuadro de clasificación de las ciencias Peirce colocó a la estética como la primera entre las ciencias normativas; a continuación ubicó a la ética, seguida por la lógica o semiótica. Casi todos los autores coinciden en la afirmación de la fuerte originalidad, el contenido sugestivo y fuertemente inspirador de las concepciones que Peirce desarrolló sobre estética El problema que se añade es que se trata de observaciones que tienen un alto grado de desarrollo y organicidad. La vía regia de comprensión de los fenómenos estéticas se encuentra en la primera categoría fenomenológica, la de la primeridad, es decir aquella que se define por los predicados de la  posibilidad, la intuición, la espontaneidad, la originalidad, la fragilidad, lo cualitativo, el sentimiento, la expresión. De tal modo se alinean con la sensibilidad estética los signos correspondientes a esa categoría fenomenológica: el cualisigno, el ícono y el rema. Diversos escritos peirceanos laboran, desde ángulos diferentes, con esos conceptos en un esfuerzo por apresar la "calidad de sentimiento" que caracteriza al efecto estético.

Los estudios contemporáneos dedicados al arte, en particular a la literatura puesto que el mayor desarrollo especulativo se ha dado en el campo de la teoría y la crítica literaria, se ha visto encerrado a una suerte de dilema de difícil resolución, por un lado se encuentran las corrientes y autores de la escuela que, sintetizando, aquí llamaremos autonomistas o esencialistas, es decir aquellas que consideran que el lenguaje literario tiene ciertas propiedades particulares que posibilitan definirlo y aislarlo dentro del conjunto de la lengua, y así acercar a los analistas un objeto de estudio bien definido y pasible de que se desarrolle un método de igual solidez para el trabajo de la crítica. Por otro lado se encuentran aquellas apreciación es que llamaremos sociológicas o institucionalistas, o sea las que enfatizan que no existen tales propiedades específicas, sino que la definición de qué es arte y qué no, qué es literatura y qué no, se brinda desde “afuera”, a partir de la universidad, la escuela, las editoriales, el periodismo, el lector.

En ese universo han adquirido particular importancia la corriente formalista, que abreva en la tradición saussureano-estructuralista y que ha posibilitado avanzar enormemente en la comprensión de las determinaciones de la forma literaria en sí, pero que ha chocado con el límite (señalado tanto por sus críticos "sociologizantes" como partidarios de las teorías de la comunicación) encerrado en la consideración de aquellas transformaciones propias de la hermenéutica que ocurren cuando la obra estética es presa de la historia y de la "comunidad de interpretadores". Un problema que ya la noción de discurso obligó a considerar.

Pues bien, según ya entrevió el propio Roman Jakobson en el algún artículo pionero, la teoría de los signos desarrollada por el contemporáneo norteamericano de Saussure brinda un "banco de herramientas" que permitiría a los investigadores ver más allá de las limitaciones del análisis saussureano del signo y dar cuenta de temas y problemas que inquietan desde siempre a la semiótica de la literatura.

Las dimensiones de la iconicidad y la indicialidad, por ejemplo, posibilitan una mejor y más completa apreciación de la "compacidad" del texto literario y su naturaleza metafórica, que la definición del signo lingüístico a partir de su característica de la "no motivación" dificulta.

De igual modo la pareja peirceana signo/semiosis abre la posibilidad de comprender, a partir de su integración dinámica, las fuerzas centrípeta y centrífuga que en un mismo movimiento "cierran" los signos sobre sí al mismo tiempo que los "abren" y lanzan sobre el reticulado mayor de la cultura.

De cualquier manera, cuando se juzgan muchos de los diversos trabajos que remiten a Peirce para estudiar el arte y la literatura permanece  necesariamente la polémica acerca de si los vínculos o las derivaciones y transformaciones que se realizan desde las leyes más generales establecidas por Peirce en torno a la naturaleza fenoménica de los signos y las particularidades propias de cada campo específico (música, pintura, literatura, etc.) se desarrollan de manera sistemática, firme y fundamentada, o si más bien se trata de referencias vagas y metafóricas, las cuales podrían haber sido satisfechas también por otras normas teóricas ajenas a Peirce. Se trata, claro, de un debate abierto y que en cada caso seguramente se cierra sobre juicios diferentes. Lo que no puede ponerse en duda es la riqueza y fertilidad de la polémica.


Bibliografía




Notas


*Profesor titular en el área de Teoría literaria y Semiología en la Universidad de Buenos Aires y Universidad Nacional de La Pampa.

1. Popular Science Monthly, n. 12, Nueva York,  enero de 1878, pp. 286-302. La versión digital del artículo se  puede consultar completa en http://www.peirce.org/writings.html

2. Déledalle indica tres grandes etapas: a) "Abandonando la cueva" (1851-1870), b) "El eclipse del sol" (1870-1887), y c) "El sol se pone en libertad" (1887-1914), que describen el "despliegue" filosófico que se inicia con la lectura de Immanuel Kant y su crítica y culmina con la llegada a la revisión de la fenomenología y el "descubrimiento de la metafísica científica". Cfr. Déledalle, Gérard, Leer a Peirce hoy, Barcelona, Gedisa, 1996.

Roberto Marafioti (en Charles S. Peirce: el éxtasis de los signos, Buenos Aires, Biblos, 2004) menciona otros dos autores que establecen periodizaciones alternativas de la obra de Peirce: Murray G. Murphey (The Development of Peirce’s Philosophy, Cambridge, Massachusetts, Harvard University Press, 1961) y Karl-Otto Apel (El pensamiento de Charles Sanders Peirce, Madrid, Visor, 1997), pero que en lo sustancial —es decir en el fechado y la ubicación histórica de la porción más importante del pensamiento peirceano— a grandes rasgos coinciden.

 


Fecha del documento: 21 de noviembre 2010
Ultima actualización: 26 de noviembre 2010

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