II Jornadas "Peirce en Argentina"
7-8 de septiembre del 2006

La recepción apeliana de Peirce en torno al
problema de la evidencia empírico-reflexiva del lenguaje


Héctor Rodolfo Bentolila*
hrodolfo2002@yahoo.com.ar



El pensamiento de Peirce ocupa un sitio importante en el programa de transformación de la filosofía de Apel. Junto a la filosofía pragmática del lenguaje del segundo Wittgenstein y la teoría de los actos de habla de Austin y Searle, el pragmatismo de Peirce constituye el segundo impulso decisivo en la trayectoria intelectual de Apel, después del intento de elaborar una antropología del conocimiento desde la perspectiva hermenéutica de Ser y Tiempo de Heidegger1. En tal sentido, su recepción del pensador americano, acompañada de la edición en alemán de sus escritos y de la redacción de una introducción detallada de su obra completa, está marcada por el interés semiótico-trascendental en superar el déficit reflexivo de que son presa las dos vertientes principales del giro lingüístico: la analítico-pragmática y la hermenéutica. Subsanar este déficit implica para Apel integrar ambas vertientes en una perspectiva no reduccionista, que sea capaz de unir el enfoque sintáctico y semántico del a priori del lenguaje, con la descripción de los juegos lingüísticos y con el trasfondo histórico-contingente de la interpretación de los fenómenos. Apel halla esa perspectiva en la semiótica de Peirce quien, a diferencia de los demás representantes del pragmatismo norteamericano, ha mantenido siempre su pensamiento ligado al motivo normativo y filosófico-trascendental de sus primeros estudios sobre Kant; es decir, a la idea de una comunidad de investigación o interpretación como sujeto normativo del conocimiento y a la deducción de una nueva lista de categorías2.

La recepción apeliana de Peirce tiene como finalidad además dar una respuesta positiva a la actual crisis de la fenomenología como filosofía fundamental; crisis expresada en los variados proyectos de des-trascendentalización de la filosofía y de crítica de las exigencias de validez universal del logos filosófico. Un camino en dirección a esa respuesta es el ensayo, sucesivamente retomado por Apel, de rescatar la función epistemológicamente relevante de la evidencia empírica y reflexiva del lenguaje, demostrando que quienes la niegan o ponen en duda incurren en alguna forma de falacia abstractiva.

Sobre esta cuestión resulta interesante elucidar el particular modo en que Apel asume la concepción tridimensional del signo y las tres categorías de Peirce: Primeridad, Segundidad y Terceridad, desde la temática no resuelta suficientemente de la referencia del lenguaje al mundo. Allí Apel cree poder mostrar con Peirce, que la evidencia fundacional fenomenológica no puede reducirse a un mero sentimiento subjetivo de evidencia como pretenden la filosofía analítica y la lógica de la ciencia -orientadas hacia la forma del lenguaje-, ni tampoco puede reemplazarse la evidencia autorreflexiva del lenguaje por la estrategia metalógica de la jerarquía infinita de los metalenguajes y las metateorías. Más bien, en los dos casos es preciso superar la falacia abstractiva del semanticismo trascendental mediante la complementación del giro pragmático y del giro hermenéutico en el marco de una semiótica trascendental entendida como culminación del giro lingüístico. Sin embargo, como intentaré clarificarlo en este trabajo, la adopción de la semiótica de Peirce desde una perspectiva trascendental revela los supuestos metafísicos de la lectura apeliana y, con ello, el obstáculo que impide ver el auténtico vínculo material que une el signo y el objeto con su interpretación.

La recepción trascendental del pragmatismo de Peirce

Para Apel, Peirce tiene el mérito de haber desarrollado, mucho antes que el giro lingüístico y la concepción falibilista de la lógica de la ciencia, una semiótica trascendental entendida como "reconstrucción crítica" y "transformación" pragmático-lingüística de la "lógica trascendental" kantiana. Con esta opinión, avalada por el estudio minucioso del pensamiento peirciano, Apel recoge lo esencial de quien considera puede denominarse el "Kant de la filosofía americana".

De entrada se opone Apel a las interpretaciones más comunes de Peirce, en donde se acentúan el aspecto pragmático-empírico y verificacionista de su semiótica, interpretaciones que, impulsadas por el semiotic turn o por una lectura neopositivista de su obra, quisieran ver en sus textos específicamente semióticos un semioticismo filosófico que disuelve el mundo, e incluso al hombre mismo, en signos. Sin embargo, aunque algunos pasajes de la dispersa obra de Peirce puedan sugerir una lectura en esta dirección, Apel considera que la misma no es coherente con la intención general del fundador del pragmatismo, puesto que se ignora en ella el sentido "aquitectónico" y sistemático de su pensamiento. Por otra parte, la circunstancia de que Peirce conciba "la relación sígnica al mismo tiempo como relación del conocimiento mediado por signos remite –en la opinión de Apel- a la necesidad de una interpretación semiótico-trascendental"3. Para el filósofo alemán, "la clave que nos permite acceder a la totalidad de la filosofía peirceana" es el principio metodológico de su pragmatismo que se resume en el concepto de "realismo crítico del sentido"4. En este concepto están implicados, del lado del realismo, una teoría de los universales que, junto a la doctrina de las categorías y a la teoría tridimensional del signo, se enfrenta al nominalismo vigente en la tradición filosófica desde Ockham hasta Kant y Hegel y, del lado de la crítica del sentido, una teoría del conocimiento como lógica semiótico-normativa de la investigación orientada al análisis de los signos.

Desde este punto de vista, el logro más importante del realismo crítico, que según Apel está ya formulado en los primeros escritos del joven Peirce (1867-68) y en la recensión de Berkeley de 1871, es una nueva teoría del conocimiento y de la realidad en donde se superan las aporías de la cosa en-sí incognoscible, y la metafísica idealista del sujeto como juez de representaciones, cuyo origen en la conciencia es explicado causalmente por los efectos que dichas cosas en-sí producen. Para ello se vale Peirce de la distinción metodológica entre lo cognoscible ad infinitum en un proceso inferencial dirigido en principio a la formación de una opinión consistente sobre algo, y lo conocido fácticamente aquí y ahora por la comunidad de investigación o de interpretación. Más adelante, como miembro del Metaphysical Club (1871-83) primero, y como investigador solitario luego, Peirce desarrollará los dos conceptos centrales de su pensamiento: la máxima pragmática, en tanto método de aclaración y crítica del sentido y la idea regulativa de una comunidad de investigación infinita, como principio normativo del conocimiento y de la acción. A este principio, vinculará en su último período una metafísica de la evolución y una reinterpretación de su postura filosófica en tanto pragmaticismo frente a las deformaciones del pragmatismo.

Pero el punto culminante de la filosofía de Peirce es para Apel, sin dudas, la sustitución de la comprensión mentalista del conocimiento, concebido a través del esquema binario de la relación sujeto-objeto, por la perspectiva pragmática del mismo en tanto "función mediada por signos o por el lenguaje". Desde este lugar, el conocimiento presupone el esquema tridimensional de la relación sígnica o semiosis que Peirce convierte en punto de partida de toda su filosofía. Dicha relación se estructura además en dos direcciones que refieren, del lado de la semiosis misma, a "una acción, una influencia que sea, o suponga una cooperación de tres sujetos, como, por ejemplo, un signo, su objeto y su interpretante (5. 484)"5, y del lado del signo, a la distinción entre signos lingüísticos-conceptuales o símbolos y signos extra-lingüísticos o naturales como el índice y el ícono.

A partir de aquí se explica por qué la semiótica peirceana puede ser entendida como paradigma de superación, tanto del solipsismo de la filosofía de la conciencia como de las falacias abstractivas de la filosofía analítica del lenguaje. Ella no sólo le otorga primacía al lenguaje por sobre la conciencia y sus intenciones, sino que "es capaz de mostrar –afirma Apel- que y por qué el lenguaje, en cuanto médium del conocimiento, no sólo puede consistir en puros signos simbólicos; que el lenguaje necesita más bien tales signos para mediar entre la intuición y el concepto en el sentido de Kant"6. En un sentido semejante puede decirse que la semiótica peirceana plantea una crítica del conocimiento qua crítica del lenguaje que, sin abandonar la pregunta trascendental por las condiciones de posibilidad de la experiencia, identifica tales condiciones con las dimensiones del signo que se desprenden de la clásica definición, según la cual, "un signo es algo que representa alguna otra cosa para un interpretante en algún aspecto o cualidad"7.

Desde la perspectiva de Apel, esta definición se torna metodológica y epistemológicamente relevante cuando se la une a la doctrina de las categorías que Peirce contrapone a las categorías gnoseológicas de Kant mediante la deducción de una nueva lista. Las categorías de Peirce expresan todas las ideas en tres clases universales: la Primeridad o el modo de ser de lo que es tal como es, positivamente y sin referencias; la Segundidad o modo de ser de lo que es como es respecto de otra cosa; la Terceridad o el modo de ser de aquello que es tal como es al relacionar una segunda cosas con una primera entre sí. Por tanto, ellas constituyen un elemento de los fenómenos del primer rango de generalidad, cuya virtual aplicación tiene que ser ilustrada por una fenomenología; o lo que es igual, por una descripción que pueda mostrar, como piensa Apel, de qué manera se realiza "la auténtica síntesis en el juicio de experiencia, reduciendo lo múltiple de los estímulos sensoriales (índice del choque del yo con el no-yo) y de las cualidades de sentimiento (ícono o imagen como cualidad del mundo experimentada) a la unidad de consistencia (símbolo o interpretante en tanto hábito o ley de la naturaleza)"8.

Ahora bien, la unidad que se logra de este modo no es la unidad objetiva de las representaciones en un yo-conciencia, sino que se trata de la unidad semánticamente consistente de la opinión que del objeto tienen los miembros de una comunidad de investigación o interpretación. Esta unidad conseguida intersubjetivamente mediante signos sólo puede determinarse en la dimensión de la interpretación y presupone, siguiendo a Peirce de la mano de Apel, la superación de las falacias abstractivas de la filosofía analítica mediante la integración de la dimensión semántica de la referencia del lenguaje al mundo en la dimensión pragmática del acuerdo sobre algo en tanto que algo.

Las categorías peirceanas y la semiosis tridimensional como instancias de interpretación de la evidencia empírica y reflexiva del lenguaje

Desde el punto de vista estrictamente lingüístico semántico la teoría del signo de Peirce y sus tres categorías ya mencionadas resultan para Apel relevantes en un doble aspecto. Por el lado de la función simbólica del signo, permite explicar la referencia del lenguaje al mundo en tanto complementación pragmática de la relación semántica del signo con su denotatum, por el lado de la función indexical e icónica del signo, hace posible reintroducir en la pragmática de la comunicación intersubjetiva sobre el sentido de algo, en tanto que algo, la realidad del objeto.

En efecto, Apel hace valer la pragmática de Peirce en tanto semiótica trascendental contra las aporías de la filosofía analítica y de la lógica de la ciencia que reducen la evidencia empírica a un mero sentimiento subjetivo incapaz de servir de fundamento de los enunciados científicos. Tales aporías han quedado de manifiesto, según Apel, en la fundamentación empírica de las llamadas proposiciones elementales por medio de hechos que sólo pueden ser postulados pero nunca probados y en la negación a tematizar la evidencia autorreflexiva del lenguaje mediante la apelación, en su lugar, a la jerarquía infinita de metalenguajes. En el primer caso, la dificultad de demostrar la posible relación entre enunciados atómicos y objetos ha sido resuelta mediante una nueva aporía proveniente de la lógica de la ciencia en la cual se reemplaza la fundamentación empírica de los enunciados de base por decisiones causalmente motivadas por la evidencia de los fenómenos. En el segundo caso, la prolongación ad infinitum de los metalenguajes ha debido ser cancelada o interrumpida dogmáticamente por la evidencia de la forma lógica del lenguaje y del mundo descriptible; forma que sólo puede mostrarse o exhibirse pero de la que no se puede hablar, por la introducción de un principio lógico autocontradictorio en el sentido de la teoría de los tipos, o simplemente por la descripción pragmática de los juegos de lenguaje inconmensurables9.

A todas estas aporías responde la semiótica de Peirce mostrando que cada una de ellas se funda en la abstracción de una de las dimensiones del signo. En efecto, a través de la función tridimensional del signo expuesta más arriba, Apel quiere resaltar que la pragmática peirceana contiene un criterio objetivo de evidencia indispensable para la filosofía y para la ciencia empírica en cuanto "autodatidad intuitiva de los fenómenos". Si bien esta evidencia no resulta suficiente como criterio definitivo de sentido válido, aún constituye un criterio necesario, sin el cual, como dice Apel, la ciencia no podría distinguir las teorías coherentes o verdaderas de un mundo real de un mundo meramente posible. De acuerdo con la teoría del signo y las categorías de Peirce, la evidencia del fenómeno representaría sólo un caso de Primeridad, por tanto, de un simple ser-así sin relación, y de Segundidad, o choque de una voluntad con las cosas, pero ello no constituiría todavía evidencia de conocimiento. Para ello, señala Apel siguiendo a Peirce, sería necesaria la mediación de la Primeridad y de la Segundidad con la Terceridad conceptual a través de la interpretación en una comunidad de investigación. Con el objeto de explicar esto Apel acude al ejemplo de un fenómeno dado que se puede fotografiar, pero que no se puede interpretar como algo, en el sentido de una hipótesis o inferencia abductiva.

Para presentar de qué manera la semiótica peirceana complementa las dimensiones semántica y pragmática mediante una integración hermenéutica y pragmática trascendental de una en otra, Apel reconstruye la teoría de los tipos de signos de Peirce en el marco de una teoría de la referencia que intenta resolver el problema de la identificación del denotatum real de un signo. Sin embargo, desde el realismo crítico del sentido que Apel extrae de la filosofía peirceana esta identificación solo es posible presuponiendo la interpretación intersubjetiva del signo como representación de algo, en tanto algo, para un sujeto. Pero este sujeto no puede ser sino la comunidad de comunicación, en la cual se anticipa, a la vez, contrafácticamente la comunidad ideal de comunicación como idea regulativa del sentido intersubjetivamente válido.

Por último, para explicar por qué la identificación del denotatum real del signo no puede ser comprendido suficientemente desde una sola dimensión, Apel toma como ejemplo la semántica realista de Kripke. Como se sabe, éste ha propuesto como definición del nombre para el caso en que no conocemos absolutamente nada de la cosa por designar, mas allá de la certeza sensible de su hallazgo, el procedimiento que llama Bautismo original mediante una definición ostensiva. Así, por ejemplo, el significado de un objeto desconocido al que hemos bautizado Babu, pero del que no podemos decir nada más sería equivalente a "cualquier cosa que en su esencia real sea, en cualquier mundo posible, idéntica a esta cosa (indicativamente identificada)". Ahora bien, desde la perspectiva de Peirce, este sería un buen ejemplo para una cosa en-sí incognoscible. La estructura lingüística del bautismo original, en tanto encuentro de la Primeridad del ser-así con la Segundidad de la relación entre un no-yo y un yo, proporcionaría únicamente la certidumbre sensible del fenómeno y el índice de su existencia, pero no constituiría todavía conocimiento. Para ello sería necesaria todavía la integración de la evidencia fenoménica en la Terceridad de una interpretación conceptual mediante la elaboración de alguna formalidad, transmisible oralmente o por escrito, del bautismo, de manera que la certeza sensible de una evidencia empírica pueda ser introducida en un proceso de interpretación y de argumentación sobre el sentido dentro de la comunidad de comunicación de investigadores. En el marco de la semiótica peirceana ello reclama el procedimiento de la máxima pragmática a partir del cual, mediante un experimento mental se pudiera imaginar cómo y de qué manera la expresión por explicar, por ejemplo, el nombre Babu, podría ser interpretada y utilizada sobre la base de las experiencias registrables y de sus consecuencias prácticas. La máxima pragmática muestra así cómo la introducción de la evidencia empírica fenoménica, a partir de los índices lingüísticos de palabras como esto, aquello, ahora, yo, , etc., presupone al mismo tiempo la función simbólica pragmática de los signos y, por ende, la evidencia reflexiva del lenguaje sobre la certidumbre paradigmática del juego lingüístico desde el cual se interpreta la relación del lenguaje con las cosas.

Conclusión

He intentado aclarar hasta aquí cómo la recepción que Apel hace de Peirce en torno al problema de la evidencia le permite hacer una lectura de la propuesta semiótica de este último en sentido de una pragmática trascendental. Dicha recepción tiene el propósito de salvar tanto la evidencia empírica como la evidencia reflexiva del lenguaje adoptando el modelo semiótico peirciano desde una perspectiva trascendental. Pero el logro de esta empresa tiene como corolario de la interpretación apeliana de Peirce la hipostatización del esquema lingüístico tridimensional del signo como única vía de acceso a lo real y al logos. De esta manera se elevan el mundo y el lenguaje a supuestos ontológicos de un logos autofundante que termina comprimiendo cualquier posible vínculo con lo real en un semioticismo que reconduce todo planteamiento filosófico al marco lógico pragmático del análisis de signos10. Esta lectura de Peirce le impide ver pues a Apel que la vía lógico-semiótica no es la única forma de acceso al mundo y que, paradójicamente, es en el uso de signos indexicales como esto, eso, yo, , etc. donde puede constatarse la estrechez del planteo apeliano. Pues en tanto indicio de algo, dichos signos remiten antes que a objeto alguno al propio acto de enunciación y, por tanto, son tan incapaces como cualquier otro signo de garantizar la referencia al denotatum real.

Ciertamente, fue Hegel y no Kant quien dio cuenta de esta imposibilidad en el capitulo de la Fenomenología del espíritu dedicado a condenar la certeza sensible mediante el análisis de palabras como "esto". No obstante Apel, valiéndose una vez más de la semiótica de Peirce, hecha de menos en el análisis hegeliano la incapacidad para reconocer que hay signos lingüísticos que se distinguen de los signos conceptuales, por su función de introducir e integrar la evidencia dependiente de la situación de la intuición en el significado conceptual del lenguaje. A pesar de ello, el enfoque cognitivista e intelectual de Apel y su concepción trascendental de la semiótica peirceana, obstaculizan la vía para una tematización del vínculo material que une el lenguaje a los contextos no lingüísticos, vínculo que Hegel considerara indecible y que queda, pues, como tarea averiguar a la luz de una relectura crítica del pensamiento de Peirce.

En este sentido, creo que una nueva interpretación de la semiótica peirceana tiene que partir no obstante de Apel e ir más allá de él, confrontando su lectura con una mirada crítica material sobre las posibilidades y limitaciones de una filosofía del lenguaje semiótico-pragmática.



Notas

*El autor es Prof. Adjunto de Filosofía del Lenguaje en la carrera de Profesorado y Licenciatura en Filosofía de la Facultad de Humanidades, UNNE, e Miembro Investigador, categoría IV, de la Secretaría General de Ciencia y Técnica, Rectorado de la UNNE.

1. Cfr. Apel, Karl-O. "Autopercepción intelectual de un proceso histórico", en Karl-Otto Apel. Una ética del discurso o dialógica, Revista Anthropos, Nº 183, Barcelona, 1999

2. Apel, Karl-O., El camino del pensamiento de Charles S. Peirce, trad. I. Olmos y G. del Puerto y Gil, Visor, Madrid, 1997, p. 36

3. Apel, Karl-O., Semiótica filosófica, edición, traducción y estudios introductorios, J. De Zan, R. Maliandi, D. Michelini, Almagesto, Bs. As., 1994, p. 165 y ss.

4. Apel, Karl-O., El camino del pensamiento de Charles S. Peirce, op. cit.. p. 36 y ss.

5. Peirce, Charles S., citado por Eco, U. Tratado de semiótica general, trad. Carlos Manzano, Barcelona, Lumen, 1991, p. 32

6. Apel, Karl-O., Semiótica filosófica, op. cit., p. 166

7. Peirce, Charles S., Obra lógico-semiótica, trads. R. Alcalde y M. Prelooker, Taurus, Barcelona, 1987, p. 244

8. Apel, Karl-O. La transformación de la filosofía, T. II, El a priori de la comunidad de comunicación, trad. A.Cortina, J. Chamorro y J. Conill, Taurus, Madrid, 1985, p. 90

9. Cfr., Apel, Karl-O. "El problema de la evidencia fenomenológica a la luz de una semiótica trascendental", en La secularización de la filosofía. Hermenéutica y posmodernidad, Gedisa, Barcelona, 1992, G. Vattimo (comp.), pp. 178-79 y ss.

10. Cfr. Nicolás, Juan A. "Con Apel al borde de la modernidad", en Karl-Otto Apel. Una ética del discurso o dialógica, op. cit., p. 39

 


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Fecha del documento: 2 de octubre 2006
Ultima actualización: 2 de octubre 2006

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