III Jornadas "Peirce en Argentina"
11-12 de septiembre del 2008

¿Qué esconde la verdad peirceana?
Algunas notas críticas sobre Kirkham


Catalina Hynes
catyhynes@gmail.com


Richard L. Kirkham afirma en su libro Teorías de la verdad que "Peirce y James son tristemente célebres por la inconsistencia de sus observaciones sobre la verdad"1. Su estrategia para tratar con las múltiples inconsistencias presentes en ambos autores es tan simple como "desdeñar el término pragmatismo"2, "ignorar" algunas de las observaciones de ambos y reducir sus complejas teorías a versiones simplificadas pero consistentes: instrumentalismo en el caso de James y consensualismo en el de Peirce. Señala además que la versión consensualista de Peirce no es convincente desde el momento en que no puede explicar cómo ni por qué estamos destinados al consenso final. Bajo el optimismo intelectual de Peirce subyace, escondida según Kirkham, la vieja teoría de la correspondencia de la verdad. La noción peirceana, nos dice, "sólo es plausible porque es parasitaria de otra teoría de la verdad oculta"3; y parece ser que es de esta fuente inconfesada de donde provienen los problemas de Peirce. El presente trabajo se abocará a la noción peirceana de verdad intentado mostrar que es menos inconsistente de lo que el profesor Kirkham pretende, que es filosóficamente más compleja e interesante y constituye un novedoso expediente para armonizar análisis de la verdad aparentemente rivales pero complementarios. No podré ocuparme, en aras de la brevedad, de todos los temas que aparecen en las críticas de Kirkham; en particular tendré que dejar de lado el interesante problema de la causa final en Peirce, a mi juicio malentendido por Kirkham. Me centraré, en cambio, en las relaciones entre verdad, correspondencia y consenso que —en mi opinión— constituyen el eje de las críticas.

1. Leyendo a Peirce con orden

Me eximiré en esta ocasión4 de hacer un inventario de los textos aparentemente inconsistentes de Peirce. Creo que buena parte de los problemas en torno a la verdad peirceana surgen del modo en que esos textos son presentados. Si sus afirmaciones se descontextualizan: se olvida su cronología o, peor aun, el tema que tratan, es fácil lograr una pintura incoherente. Kirkham no es una excepción a la regla y hace su presentación de la teoría de la verdad de Peirce hilvanando sin orden ni concierto una serie de frases que se vuelven desconcertantes al ponerlas unas junto a otras. Sólo así se explica que llegue a hacer la increíble afirmación de que a Peirce "en principio no le importa cómo se llega al consenso final"5. No sé si ha habido en la historia filósofo tan obsesionado como Peirce por perfeccionar los métodos para alcanzar la verdad que haya sido tan profundamente mal entendido. Permítanme intentar presentar la noción peirceana de verdad según "el orden de las razones" para luego, desde allí, ver si las críticas de Kirkham dan en la diana.

En octubre de 1871se publica en North American Review una reseña que Peirce realizó de la edición de Fraser, del mismo año, de las Obras de Berkeley6. En este trabajo —un pequeño tratado de filosofía— se declara partidario del realismo de Duns Scoto7 contra el nominalismo de Berkeley y afirma que la ciencia entraña realismo en la medida en que busca leyes que anticipan lo que ocurrirá; mientras el nominalismo mira hacia el pasado, nos dice, el realismo mira al futuro. Esa reseña es importante para nuestro tema pues allí aparece enunciada por vez primera la noción peirceana de verdad como opinión final. Leámosla in extenso:

Hay, pues, para cada cuestión una respuesta verdadera, una conclusión final hacia la que gravita constantemente la opinión de cada hombre. Puede sustraerse a la misma por un tiempo, pero démosle más experiencia y más tiempo de reflexión y finalmente se aproximará a ella. Puede que el individuo no viva lo suficiente para alcanzar la verdad; en todas las opiniones individuales hay un residuo de error. No importa, lo cierto es que hay una opinión definida, hacia la que tiende, en conjunto y a la larga, la mente del hombre [...] Esta opinión final es, pues, independiente, no, en efecto, del pensamiento en general, sino de todo aquello que es arbitrario e individual en el pensamiento; es totalmente independiente de cómo pensamos ustedes, o yo, o un número cualquiera de personas. En consecuencia es real todo aquello que en la opinión final se piensa que existe, y nada más8.

A partir de esta primera aproximación, Peirce sostuvo esta noción de verdad a lo largo de su obra, expresándola en diferentes formas mientras su pensamiento iba acercándose más y más al realismo. Es cierto que por entonces profesaba un fenomenalismo de tipo kantiano que queda de manifiesto cuando afirma que la verdad "no es independiente del pensamiento en general" pero también es cierto que se diferenciaba claramente de Kant al no aceptar la incognoscible cosa-en sí9.

Esta primera formulación de la noción de verdad surgió al mismo tiempo que sus intuiciones pragmatistas básicas. De la mano de Berkeley, Peirce se convence de que muchos problemas filosóficos son problemas ocasionados por nuestro uso del lenguaje y comienza a interesarse por las estrategias que podemos adoptar para llevar claridad a nuestras expresiones y, por ende, a nuestros problemas filosóficos. Nos dice:

Una regla (…) para evitar los equívocos del lenguaje es esta: ¿Cumplen dos cosas prácticamente la misma función? Entonces que las signifique la misma palabra. ¿No la cumplen? Entonces que se distingan10.

El resto es historia conocida; desarrolló un "evangelio lógico" del cual se volvió predicador y al cabo de pocos años se convirtió en la "máxima pragmática"11. Pensó esta máxima como una "regla para alcanzar el tercer grado de claridad de aprehensión" superior a la mera familiaridad con un término (primer grado de claridad) y a la posibilidad de dar una definición del mismo (segundo grado). Que la verdad sea una noción así necesitada de elucidación queda claramente expuesto en el siguiente texto:

¿A qué se refiere el lector por proposición falsa y por proposición verdadera? Esta es una cuestión disputada y difícil. Las diferentes respuestas a la misma que son corrientes no son falsas: sólo son insuficientes. Se complementan las unas a las otras (MS 599, 1902)12.

Si nos adentramos en esta cuestión "disputada y difícil" con apetito pragmatista de claridad, en el primer grado nos encontramos con los lugares comunes del lenguaje, las definiciones de diccionario, que, si bien no son falsas, pecan simplemente de poco informativas y no nos permiten ir más allá de la equivalencia lexicográfica.

Entonces, ¿qué es la verdad? Kant es a veces acusado de decir que verdad es la correspondencia de un predicado con su objeto. El gran analista no fue culpable de tal puerilidad. Él la llama una definición nominal, es decir, una explicación adecuada para ofrecer a una persona que nunca antes haya visto la palabra 'Wahrheit' (MS 283, p.39, 1905).

El trabajo del filósofo pragmatista comienza preguntando precisamente: "¿En qué consiste esta correspondencia?" (CP 5.549, 1906)13. será pragmático, para Peirce, un análisis que haga esta noción plenamente significativa para el hombre, esto es, uno que deje de lado expresamente cualquier idea de la verdad que se relacione con una inteligencia no humana —no porque estas inteligencias no puedan existir sino porque se trataría de una noción fuera de nuestro alcance—. Veamos cómo continúa Peirce su análisis en esta línea:

El pragmaticista responde a esta cuestión como sigue. Supongamos, dice, que el ángel Gabriel descendiera y me comunicara la respuesta a este acertijo desde el seno de la omnisciencia. ¿Puede suponerse esto o es esencialmente absurdo suponer que se traiga la respuesta a la inteligencia humana? En el último caso, la "verdad", en este sentido, es una palabra inútil que nunca puede expresar un pensamiento humano. Es real, si tú quieres; pertenece a ese universo enteramente desconectado de la inteligencia humana que conocemos como el mundo del completo sinsentido. Al no haber un uso para este significado de la palabra "verdad", debemos usar más bien la palabra en otro sentido que se va a describir ahora. (CP 5.549, 1906)

Al introducir su noción de la verdad Peirce confesadamente quiso evitar, entonces, que las cosas con las que nuestras proposiciones se correspondieran fuesen del tipo de la cosa en sí kantiana. Para ello tomó como guía los métodos del pensamiento humano, es decir, los modos humanos de alcanzar la verdad. Nos dice:

Pero si, por otra parte, fuera concebible que el secreto se revelara a la inteligencia humana, sería algo que el pensamiento podría alcanzar. Ahora bien, el pensamiento es de la naturaleza de un signo. En ese caso, entonces, si podemos averiguar el método correcto de pensamiento y podemos seguirlo -el método correcto de transformar los signos- entonces la verdad no puede ser nada más ni nada menos que el resultado último al que nos llevará finalmente el desarrollo de ese método (CP 5.549, 1906).

Peirce fue un obsesivo buscador de esos "métodos correctos del pensamiento" y se destaca por su amplia visión de ellos. En particular, al tratar del papel de la hipótesis en la ciencia, se adelanta décadas a las discusiones metodológicas de sus contemporáneos. Pero veamos lo que dice en el mismo texto que estamos considerando cuando resume retrospectivamente las relaciones entre verdad y método:

Mi artículo de noviembre de 1877, que parte de la propuesta que la agitación o conmoción de una pregunta cesa solo y únicamente cuando se obtiene la satisfacción mediante el establecimiento de una creencia, va más allá de considerar cómo la concepción de verdad se desarrolla gradualmente desde aquel principio bajo la acción de la experiencia; comienza con la creencia tenaz, o autoengaño, la más degradada de todas las condiciones intelectuales; continúa con la imposición de creencias por la autoridad de la sociedad organizada; luego llega a la idea del establecimiento de opinión como resultado de una agitación de ideas; y finalmente alcanza la idea de verdad como forzada abrumadoramente sobre la mente en la experiencia como efecto de una realidad independiente (CP 5.564, 1906)14.

Vemos en este resumen del hilo de sus ideas, cómo reaparece la noción de correspondencia, no en su versión "trascendente"15 sino en una pragmáticamente legítima. Lo que hace que el método científico conduzca eficazmente a la verdad es precisamente su capacidad para ponernos en contacto con una realidad externa, no humana, que es como es independientemente de lo que nosotros creamos, pensemos o esperemos que sea. Aquí aparece claramente el componente fundacional típico de las teorías de la correspondencia: son los hechos, o el mundo, lo que hace verdaderas a nuestras atribuciones de verdad y no al revés. Sobre este tema volveremos en el apartado siguiente.

1. Una correspondencia no tan escondida

Sería bueno preguntarnos, a esta altura, de qué estamos hablando cuando hablamos de la verdad como correspondencia, a fin de ver qué variedad de dicha teoría suscribe Peirce. Me resulta siempre esclarecedor acudir al análisis de Alberto Moretti quien ha caracterizado la noción correspondentista con suficiente precisión:

La idea correspondentista tradicional, que se remonta a Platón y Aristóteles (por ej. Sofista 261e5 - 263b12; Metafísica ?1011, ?1051; Categorías 4b, 14b) pasando por la escolástica y buena parte de la filosofía moderna, reúne tres componentes: la existencia de un nexo fuerte entre oraciones verdaderas y hechos específicos (el componente representacional), la dependencia de la predicación de verdad respecto de la existencia de hechos (el componente fundacional), y la naturaleza en general extramental o no epistémica de los hechos (el componente realista). Las diversas teorías que responden a esta idea difieren, a veces grandemente, en el modo que interpretan estos rasgos generales16.

Si analizamos la concepción peirceana, es fácil ver que es compatible con esta descripción. En cuanto al componente representacional, abundan las citas de Peirce que abonan nuestra interpretación, especialmente datadas en la época en que ya había desarrollado completamente su semiótica. Veamos unas pocas:

La verdad es la correspondencia de una representación con su objeto. (CP 5.553, 1902)

La verdad es la conformidad de un representamen con su objeto. (CP 5.554, 1906)

Un estado de cosas es una parte constituyente abstracta de la realidad, de tal naturaleza que se necesita una proposición para representarla. No hay sino un estado de cosas individual o completamente determinado, a saber, el todo de la realidad. Un hecho es un estado de cosas tan precisivamente abstracto que puede ser completamente representado en una proposición simple, y el término "simple" no tiene aquí un significado absoluto, sino que es meramente una expresión comparativa. (CP 5.549, 1906)

Según estos textos, nuestras proposiciones representan hechos y 'verdadero' se dice en primer lugar las proposiciones. Nótese que con esta caracterización no nos adentramos en modo alguno en una teoría de la verdad "absoluta" ni "especular", una proposición representa un estado de cosas, y es, por tanto, verdadera, dice Peirce, a condición de que "no profese ser exactamente verdadera", ni "precisamente adecuada" (CP 5.565, 1906), es decir, a sabiendas que nuestras representaciones admiten correcciones progresivas. Es en relación a esas correcciones —que podrían continuarse indefinidamente— que Peirce introduce la misma noción de verdad que siempre sostuvo enunciada en la forma de "concordancia de un enunciado abstracto con el límite ideal al que tendería la investigación sin fin a llevar a la creencia científica" (CP 5.565, 1906). Peirce brinda esta caracterización cuando trata de mostrar cómo nuestras proposiciones pueden representar estados de cosas aun cuando lo hagan faliblemente, gritando a los cuatro vientos su parcialidad. No se trata de una desesperada confusión entre teorías de la correspondencia y de la coherencia de la verdad sino precisiones diferentes de una misma noción en distintos contextos. Es teniendo en cuenta estas correcciones posibles, y la falibilidad del conocimiento humano en general, que Peirce prefiera siempre el futuro, abierto, aún no fijado, como el locus de la verdad y que "representar" no tenga para él la carga gravosa a la que tanto parecen temer los filósofos después de Rorty.

El componente realista, finalmente, suele aparecer con claridad en los textos en los que Peirce alude al carácter indicial de los signos. Recordemos que Peirce introduce los índices es sus análisis de las proposiciones a mediados de la década del 80. Un ejemplo de este componente realista puede apreciarse en el siguiente texto:

Me encuentro con un vecino cercano; - que vive aquí en el campo abierto. Sólo tengo granjeros de vecinos. Comenzamos a charlar de cosas familiares. Uno de nosotros pregunta (:) "¿Cómo va ese cerdo?" Nada podría ser más vano e impertinente que la puntualización de algún joven filósofo imaginario que pudiera venir conmigo que dudara de la existencia del cerdo. ¿Cómo podría la indicación "ese cerdo" haber dirigido la atención de mi vecino y la mía de una determinada manera, si no hubiera fuerza en aquello que la frase "ese cerdo" indica? ¿Y cómo podría lo inexistente ejercer una fuerza? Menuda forma de no-existencia sería esa. (MS 599,1902)17.

Creo que queda, entonces, suficientemente expuesto que la teoría pragmatista de la verdad en Peirce no es incompatible con una correspondentista ni tiene por qué esconderlo. De ahí que las citas en este sentido se multipliquen por doquier, a punto tal que es difícil sostener una versión no correspondentista de Peirce. Creo que a quien quiera seguir insistiendo en ello le toca la parte de la prueba. Se trata, claro está, de una formulación que prefiere poner el acento en la verdad buscada a través de nuestras humanas inquietudes de investigación. Por ello es que, quizás, sea especialmente adecuada para hablar acerca de la verdad de las hipótesis científicas, tal como Misak18 afirma. Esto es, una versión que fue planeada por Peirce para evitar las fantasmagóricas cosas-en-sí de las que nada se puede afirmar ni negar (Cf. CP 7.370, 1902).

2. Verdad y consenso

Kirkham no advierte, creo yo, que Peirce, partiendo de ese núcleo intuitivamente acertado de la vieja noción de verdad, se mueve hacia análisis clarificadores que den cuenta de qué queremos decir por "verdadero" en todos los ámbitos en que esa noción es no sólo útil sino también importante. En cuanto a las hipótesis científicas, se trata de especificar qué podemos esperar de ellas en el caso de que sean verdaderas; es precisamente aquí donde es relevante caracterizar a la verdad como opinión final de la comunidad de investigadores. Es palmario que, de ser verdadera, los investigadores podrán ponerse de acuerdo sobre ella. Peirce da un ejemplo contundente, tomado de la más reciente investigación en su momento, el acuerdo sobre la velocidad de la luz. Nos dice en un tono de exaltado optimismo que:

Uno puede investigar la velocidad de la luz estudiando los pasos de Venus y la aberración de las estrellas; otro, por las oposiciones de Marte y los eclipses de los satélites de Júpiter; un tercero, por el método de Fizeau; un cuarto, por el de Foucault; un quinto, por los movimientos de las curvas de Lissajoux; un sexto, un séptimo, un octavo y un noveno, pueden seguir los diferentes métodos de comparar las medidas de la electricidad estática y dinámica. Al principio pueden obtener resultados diferentes, pero, a medida que cada uno perfecciona su método y sus procedimientos, se encuentra con que los resultados convergen ineludiblemente hacia un centro de destino (…) Mentes diferentes pueden partir con los más antagónicos puntos de vista, pero el progreso de la investigación, por una fuerza exterior a las mismas, las lleva a la misma y única conclusión. (CP 5.407, 1878)

Peirce está explicando cómo los conceptos de verdad y realidad se entrelazan en la investigación científica, cómo la realidad una guía la investigación como una "fuerza exterior" a ella y cómo, finalmente, a pesar de nuestros "antagónicos puntos de vista" llegaremos (o llegaríamos) a un acuerdo final que "no puede en modo alguno evitarse". Releyendo estas líneas uno no logra entender que Kirkham pueda todavía afirmar:

Todavía, es importante recordar que una conclusión consensuada no es verdadera porque se haya arribado a ella mediante la experiencia y el método científico. Al contrario, es verdadera porque es universalmente acordada. En el análisis final, lo que hace a la experiencia y al método científico buenos caminos para alcanzar la verdad no es que ellos revelen efectivamente la realidad (aunque él piensa que lo hacen) sino más bien que ellos son efectivos para producir acuerdo. Si algún otro método, como por ejemplo la hipnosis colectiva (…), fuera tan efectivo para producir consenso, entonces sería igual de bueno como método para obtener la verdad que el método científico19.

Kirkham parece muy dispuesto a "ignorar" y "desdeñar" que la bondad del método científico en lograr el consenso final está directamente relacionada, para Peirce, con su sensibilidad a la experiencia adversa. Para decirlo en palabras del último Kuhn: el mundo no tiene el más mínimo respeto por los deseos del observador, es perfectamente capaz de rechazar hipótesis inventadas20, de ahí que la investigación científica sea una ardua tarea y no una cuestión de negociación. Si Kirkham no es capaz de leer esto en los escritos de Peirce, entonces uno bien puede preguntarse qué otro autor ha estado leyendo. Pienso que podrían aplicarse a Kirkham las mismas palabras con las que Peirce censura a algunos intérpretes de Kant:

Si un comentarista pone de relieve una gran inconsistencia del kantismo sea consigo mismo, sea con la verdad obvia, pero lo apoya alegando sólo una o dos frases de la Crítica de la razón pura, ¿quién no puede dejar de ver que al igual que "ninguna profecía es de interpretación privada" tampoco aquí - estén manipuladas o no las citas- la cuestión es la de si el individuo Kant es inconsistente, sino la de si lo es o no el trascendentalismo, su gran legado a la raza humana? ("Lección sobre Kant", 1865)21.

Pienso que a la luz del conjunto de la obra de Peirce, con el que poco a poco nos vamos familiarizando, la interpretación de la opinión final como un mero "consensualismo no realista" no logra sostenerse. Es cierto que Peirce es un pensador difícil y desconcertante pero en este punto es lo suficientemente claro: la opinión final en que consiste la verdad no es cualquier opinión en la que acordemos de cualquier modo sino la opinión final de la comunidad de investigadores. Esta noción de investigación, su estrecha relación con la actividad del experimentador y su poca o ninguna relación con las especulaciones de ciertos metafísicos que "no desean aprender la verdad", es lo que hay que poner bajo el foco. La insistencia obsesiva de Peirce sobre esto, a lo largo de toda su obra, es demasiado omnipresente como para "desdeñarla". Pues, como a Peirce le gustaba decir, "la esencia de la verdad se encuentra en su resistencia a ser ignorada" (CP 2.135, 2.139, 1902).

Conclusión

He intentado en este trabajo, no sé si con éxito, hacer una presentación sumaria de la noción peirceana de verdad que guarde cierta fidelidad a su desarrollo en el tiempo y a la variedad de sus intereses (y, por tanto, de contextos). Me interesaba, más que discutir el detalle de la exposición de Kirkham, protestar contra cierto modo, lamentablemente demasiado extendido aún, de examinar el pensamiento peirceano: el de la cita descolgada del conjunto. Peirce buscó toda su vida articular su pensamiento en algo así como un sistema, quizás no lo logró completamente —Hegel parece ser el único en haber tenido éxito en esa empresa— pero vale la pena leer sus textos bajo esa pretensión. Al hacerlo, se encuentra uno con una noción compleja y viva, "disputada y difícil", que hace justicia, sin embargo a lo mejor que tienen las nociones pretendidamente rivales de la verdad. Pienso que oponer una por una las citas de Peirce sin su contexto no es precisamente una actitud de buena fe en la investigación de su filosofía.

Si recorremos las afirmaciones que, una y otra vez, Peirce desgrana a favor de una actitud científica en la investigación de la verdad, veremos claramente la importancia que asigna a la independencia de la verdad de nuestros gustos intelectuales y deseos personales. La verdad es como es —nos dice— independientemente de que la gran mayoría vote en contra. Tampoco la investigación es una mera conversación. La investigación es una actividad comunitaria sin término que sólo puede ser llevada a cabo por hombres que realmente quieran descubrir la verdad, "cualquiera (…) sea el color de esa verdad "(CP 7.605, 1903).

 


Notas

1. Theories of Truth. A Critical Introduction, MIT Press, Cambridge-London, 1992, p. 79.

2. Cf. Kirkham: Theories of Truth, p. 80.

3. Cf. Kirkham: Theories of Truth, p.83.

4. Principalmente porque ya lo hice en las II Jornadas "Peirce en Argentina". Cf. Hynes, C.: "El problema de la unidad de la noción peirceana de verdad".

5. Cf. Kirkham: Theories of Truth, p.81.

6. Berkeley, G.: The Works of George Berkeley, Alexander Campbell Fraser (ed.), Oxford Clarendon Press, Vols. I-IV, 1ª edición, 1871.

7. Max Fisch señala que éste constituye su segundo paso hacia el realismo, al primero lo había dado en el segundo artículo de las Cognition Series, en 1868. Cf. "Peirce's Progress from Nominalism toward Realism" en Peirce, Semiotic and Pragmatism, pp. 187-188.

8. Peirce, C. S.: "Las obras de Berkeley, de Fraser", (1871), en: Charles S. Peirce. El hombre, un signo (El pragmatismo de Peirce), José Vericat (trad., intr. y notas), Crítica, Barcelona, 1988, pp. 57-87. El texto corresponde a W 2, pp. 462-487.

9. Ya en la Cognition Series había afirmado la identidad entre ser y ser cognoscible.

10. Peirce, C. S.: "Las obras de Berkeley, de Fraser" (1871).

11. "Consideremos qué efectos, que puedan tener concebiblemente repercusiones prácticas, concebimos que tenga el objeto de nuestra concepción. Nuestra concepción de estos efectos es la totalidad de nuestra concepción del objeto" (CP 5.402, 1878) "How to Make Our Ideas Clear". Utilizo aquí la traducción de José Vericat.

12. "Las reglas de la razón", traducción de Miguel Ángel Fernández. El subrayado es mío.

13. Este texto corresponde al MS 283 cuya traducción, realizada por Sara Barrena, está disponible en http://www.unav.es/gep/BasePragmaticismoCienciasNormativas.html. Utilizo esta traducción.

14. El artículo al que se refiere es "The Fixation of Belief". El subrayado y la traducción son míos.

15. Llamamos, con Peirce, verdad "trascendente" a la correspondencia de las proposiciones con cosas-en-sí. "Si por verdad y falsedad se quiere significar algo no definible en ningún sentido en términos de duda y creencia, entonces se está hablando de entidades de cuya existencia nada se puede saber, y a las que la navaja de Ockham afeitaría limpiamente. Los problemas se simplificarían grandemente si, en lugar de decir que se quiere conocer la "Verdad", simplemente se dijera que se quiere alcanzar un estado de creencia inatacable por la duda". "What Pragmatism Is?" (1905).

16. Cf. Moretti, A.: "El concepto tarskiano de la verdad" en "Filosofía de la lógica", Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía, vol. 27, Ed. Trotta, Madrid, 2004, p. 115.

17. "Las reglas de la razón", traducción de Miguel Ángel Fernández.

18. Cf. Misak, C. J.: Truth and the End of Enquiry. A Peircean Account of Truth, Clarendon Press-Oxford, New York, 2004, pp.125 y ss.

19. Cf. Kirkham: Theories of Truth, p. 82.

20. Cf. Kuhn, T. S.: The Road Since STRUCTURE, The University of Chicago Press, Chicago and London, 2000. (Ensayos Filosóficos, 1970-1993, con una entrevista autobiográfica), cap. 4, pp. 90- 104.

21. Cf. José Vericat (trad., intr. y notas): Charles S. Peirce. El hombre, un signo (El pragmatismo de Peirce), Crítica, Barcelona 1988, pp. 39-57.

 


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Fecha del documento: 10 de diciembre 2008
Ultima actualización: 10 de diciembre 2008

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