INTRODUCCIÓN A C. S. PEIRCE1

Nathan Houser (2005)



Este texto es la versión castellana del prólogo que Nathan Houser, director del Peirce Edition Project (Indianapolis), ha escrito para la primera edición de textos de Peirce traducidos al euskera. El libro, titulado Ch. S. Peirce. Artikulu eta hitzaldien bilduma (Ch. S. Peirce. Colección de artículos y conferencias) ha sido promovido por el prof. Andoni Ibarra y patrocinado entre otros por la Universidad del País Vasco y por la Universidad de Deusto, y ha sido editado dentro de una colección de traducciones de textos de los filósofos más importantes al euskera o vascuence en la editorial Klasikoak. El volumen recoge la traducción de 16 textos esenciales de Peirce, entre ellos algunos tan conocidos como "La fijación de la creencia" (1877), "Cómo esclarecer nuestras ideas" (1878), "La arquitectura de las teorías" (1891) o "Amor evolutivo" (1893).


Aunque Charles S. Peirce fue un filósofo estadounidense, para algunos el más importante, en realidad era un filósofo sin fronteras. Peirce creía en una gran comunidad de investigadores unidos en la sagrada búsqueda del conocimiento y sometidos únicamente a la promesa de no bloquear nunca el camino de la investigación. Hubiera sido una gran satisfacción para Peirce saber que a principios del siglo XXI una selección de sus escritos sería editada en vasco, una lengua a la que Peirce atribuía características que la convertían en interesante para la lógica. Pero su mayor satisfacción hubiera sido saber que había nuevos lectores de su obra y que quizás uno de ellos llegaría a capturar el sentido de su pensamiento y tendría la capacidad para mejorarlo y avanzar en la búsqueda de un periodo más ilustrado.

Charles Sanders Peirce nació el 10 de Septiembre de 1839 en Cambridge, Massachussets. Su padre, Benjamin Peirce, era un distinguido profesor del Harvard College y el matemático más respetado de los Estados Unidos. Su madre, Sarah Hunt Mills, era la hija de Elijah Hunt Mills, senador de los Estados Unidos por Massachussets. La familia Peirce estaba muy bien relacionada con círculos académicos y científicos, y Charles creció en la cercanía de las personas más destacadas de esos círculos. Se le consideró como un prodigio tanto en ciencia como en filosofía, más brillante aún que su padre en matemáticas. Por desgracia para Peirce, su mente independiente, que al principio fue tan admirada, resultó ser un gran obstáculo para su éxito. Esto se debió en parte a la época. Con la expansión de los Estados Unidos y el surgimiento de las grandes ciudades en el Oeste del país, Nueva Inglaterra, y especialmente Boston y Cambridge, se quedaron cada vez más aisladas y se hicieron más conservadoras, temerosas del genio y la originalidad2. A pesar de ser el más grande pensador que han producido los Estados Unidos, Peirce se encontró con problemas casi a cada paso, y sólo gracias a un gran esfuerzo fue capaz de llevar a cabo una parte de lo que prometía en su juventud.

La importancia de Peirce como pensador no se desvaneció del todo en su época. Entre sus amigos y admiradores se encuentran filósofos tan respetados como William James, Josiah Royce, John Dewey y el renombrado matemático y lógico Ernst Schröder. Sin embargo, tras una breve contrato en la Universidad Johns Hopkins como profesor de lógica a tiempo parcial (1879-1884) y un retiro prematuro (1891), y forzado, de la Inspección Costera y Geodésica de los Estados Unidos, en que se encargaba de los experimentos sobre la gravedad y la investigación sobre el péndulo, a Peirce le resultó imposible encontrar otro puesto de trabajo estable. Se pasó la mayor parte del último tercio de su vida tratando de superar su penuria económica y la mayoría de los trabajos que publicó en esta época los escribió por el dinero que le reportaban. Pero Peirce nunca abandonó por mucho tiempo su objetivo, hacer lo que pudiera en favor del progreso del conocimiento humano, y continuó desarrollando su sistema filosófico con la producción de una inmensa cantidad de manuscritos que permanecieron sin publicar y desconocidos salvo para un pequeño grupo de corresponsales de la última época. Fue más de veinte años después de su muerte, y sólo después de que el departamento de filosofía de Harvard publicara una selección de sus artículos, cuando la mayoría de los académicos empezó a vislumbrar la importancia y profundidad de su pensamiento.

El interés por Peirce ha crecido enormemente en los últimos años y las valoraciones de su importancia como pensador siguen siendo altas. Su obra en lógica algebraica y gráfica, ha llegado a ser vista como esencial tanto por su impacto histórico como por su duradera importancia para la investigación. Hilary Putnam expresó su sorpresa al descubrir "cuánto de lo que es bien conocido en la lógica moderna llegó a ser conocido por los lógicos mediante los esfuerzos de Peirce y sus seguidores"3, y W. V. Quine pone el origen de la lógica moderna "en el surgimiento de la teoría general de la cuantificación en Frege y Peirce" y reconoce que "la aportación de Peirce fue históricamente determinante"4. Más recientemente, John Sowa ha demostrado cómo el sistema gráfico de la lógica de Peirce (sus gráficos existenciales) supone un avance sobre otras lógicas en cuanto a la representación del discurso y el estudio del lenguaje en general, y él mismo ha usado los gráficos existenciales como el fundamento lógico de sus gráficos conceptuales, "que combinan la lógica de Peirce con investigaciones sobre redes semánticas en inteligencia artificial y lingüística computacional"5. En filosofía, más generalmente, ha habido un resurgimiento considerable del interés por la obra de Peirce en todo el mundo. Esto queda demostrado por el creciente número de libros y artículos sobre Peirce, el creciente número de referencias a sus ideas, y el testimonio de filósofos respetados como Karl Popper, que considera a Peirce como "uno de los filósofos más grandes de todos los tiempos"6. Finalmente, en la disciplina conocida como semiótica, que tan rápidamente se ha desarrollado, se considera a Peirce como uno de sus fundadores, incluso como su fundador, y su teoría de los signos sigue estando entre las más estudiadas y sistemáticamente examinadas. Solo se han dado unos primeros pasos hacia el reconocimiento de la importancia de la semiótica para todas las disciplinas que tratan de la representación (entre ellas la epistemología, la lingüística, la antropología, la ciencia cognitiva, y probablemente todas las bellas artes). En su conferencia Jefferson de 1989 Walker Percy argumentó que la ciencia moderna es radicalmente incoherente, "no cuando intenta comprender cosas y organismos subhumanos y el cosmos mismo, sino cuando trata de entender al ser humano, no su psicología o neurología o su aparato circulatorio, sino al ser humano como tal, en su humanidad", pero que Peirce con su teoría de los signos puso los cimientos para una ciencia coherente del ser humano, que aún debe desarrollarse7.

El amplio espectro de sus logros intelectuales es un obstáculo para una comprensión completa del pensamiento de Peirce, dado que cubren tantas ciencias humanas y naturales; pero además tenemos la dificultad de determinar hasta qué punto estaba influenciado por sus predecesores y colegas. Dado que creció entre matemáticos y científicos, Peirce aprendió muy pronto que el progreso intelectual depende siempre del conocimiento ya adquirido y que toda ciencia exitosa debe ser una labor cooperativa. Una de las razones por las que Peirce es tan importante para la historia de las ideas es que se dedicó a la filosofía de esa manera, sabiendo que si la filosofía quería realmente llegar a algún resultado debía abandonar la idea de que las grandes ideas surgen ex nihilo, que las ideas de uno son exclusivas de uno mismo. A consecuencia de ese punto de vista y de su deseo de llevar la filosofía a un grado de desarrollo más alto, Peirce se convirtió en un diligente estudiante de la historia de las ideas y quiso conectar sus pensamientos con corrientes intelectuales del pasado. También estudió cuidadosamente las ideas más importantes de su tiempo. Sus deudas son enormes como para enumerarlas todas aquí, pero no sería muy equivocado decir que Aristóteles y Kant fueron sus predecesores más influyentes, con Platón, Escoto y quizás Berkeley en segundo término, aunque sólo con una ligera ventaja sobre otros muchos como Leibniz, Hegel, Schelling, Schiller y Comte. Respecto a sus ideas científicas, matemáticas y lógicas, habría que añadir algunos nombres más como De Morgan y Boole. Cuando uno observa cómo influyeron las ideas de sus contemporáneos en su pensamiento, resulta muy difícil dar una breve lista. Peirce era muy ducho en numerosas disciplinas, debido a su trabajo científicamente fundado y a que escribió cientos de reseñas y comentarios para la prensa sobre reuniones científicas y "recogía" ideas al hacerlo. En lógica y matemáticas, e incluso filosofía, aparte de la de sus predecesores, destaca especialmente la influencia de Cayley, Silvestre, Schröder, Kempe, Klein y Cantor. Peirce también era receptivo a los escritos de sus colegas pragmatistas, entre los que incluía a Josiah Royce; pero el contemporáneo que más influyó sobre él fue William James. Otros contemporáneos que hay que mencionar son el filósofo y editor Paul Carus y la semiótica inglesa Victoria Lady Welby, cuya obra sobre los signos le condujo a Peirce y cuyo estrecho interés por las ideas semióticas de Peirce animó a este a desarrollar su teoría de los signos de un modo mucho más completo que si lo hubiera hecho sin su intervención.

La filosofía de Peirce es completamente sistemática, alguno podría decir que es sistemática en exceso. Una idea central de su sistema es que ciertas concepciones son básicas para otras, y estas a su vez para otras, y así sucesivamente, de manera que es posible reducir nuestros diferentes sistemas teóricos (nuestras ciencias) a una jerarquía de dependencias. En la cima de esa jerarquía (o en la base, si imaginamos una escalera de concepciones) encontramos un grupo de categorías universales, una idea que Peirce compartía con muchos de los grandes pensadores sistemáticos como Aristóteles, Kant y Hegel. Las categorías universales de Peirce son tres: primeridad, secundidad y terceridad. Primeridad es lo que es tal cual es independientemente de cualquier otra cosa. Secundidad es lo que es en relación con otra cosa. Terceridad es lo que es como mediación entre otros dos. Según su opinión todas las concepciones se pueden reducir a estas tres en su nivel más básico.

Esta teoría de las categorías, en su forma más abstracta, proviene de la matemática, que se encuentra en la cima de las ciencias. Peirce siguió a su padre al definir la matemática como la ciencia que deduce consecuencias a partir de hipótesis, de lo dado, pero es algo más que eso. La matemática es una ciencia heurística que investiga el reino de las formas abstractas, el reino de los objetos ideales (entia rationis). Es el matemático el primero en descubrir el carácter fundamental de la tríada al encontrar que las relaciones monádicas, diádicas y triádicas son irreducibles, mientras que relaciones de cualquier grado (o adición) superior pueden expresarse mediante combinaciones de relaciones triádicas. Esto se conoce como la tesis reductiva de Peirce.

La matemática no presupone ninguna otra ciencia, pero es presupuesta por las demás. Tras la matemática viene la filosofía, que tiene tres ramas principales: fenomenología, ciencia normativa y metafísica, que dependen unas de otras en el orden inverso. Como era de esperar, las categorías de Peirce aparecen en cada una de estas ramas de la filosofía (como debe ser, si son categorías universales). Peirce explicó esto en la quinta de una serie de seis conferencias sobre el pragmatismo que dio en Harvard en 1903:

"La filosofía tiene tres grandes partes. La primera es la Fenomenología, que simplemente contempla el Fenómeno Universal y distingue sus ubicuos elementos, Primeridad, Secundidad y Terceridad, junto con otras categorías quizás. La segunda gran parte es la Ciencia Normativa, que investiga las leyes universales y necesarias de la relación entre los Fenómenos y los Fines, esto es, la Verdad, el Bien, y la Belleza. La tercera gran parte es la Metafísica, que intenta comprender la Realidad de los Fenómenos"
(Texto 11).

Antes de presentar esa división Peirce había advertido a su audiencia: "Ahora voy a hacer una serie de afirmaciones que van a parecer extremas" (EP1:196), pero recalcó que eran esenciales para su defensa del pragmatismo.

Las tres partes de la filosofía están directamente relacionadas con las categorías. Al ocuparse de los elementos universales de los fenómenos en su inmediato carácter como fenómenos, la fenomenología trata de los fenómenos como primeros. Aquí las categorías aparecen como categorías fundamentales de la experiencia (o consciencia): la primeridad es el elemento monádico de la experiencia que se identifica usualmente con el sentimiento; la secundidad es el elemento diádico que se identifica con el sentido de la acción y la reacción; y la terceridad es un elemento triádico que se identifica con el sentido del aprendizaje o de la mediación, como por ejemplo en el pensamiento o la semiosis.

Al ocuparse de las leyes de la relación de los fenómenos con los fines, la ciencia normativa trata de los fenómenos como segundos. Las tres ciencias normativas (estética, ética, lógica) se asociaban a tres tipos de bondad: la bondad estética (la estética considera "las cosas cuyo fin es dar cuerpo a cualidades del sentimiento"), la bondad ética (la ética considera "las cosas cuyo fin es la acción»), y la bondad lógica (la lógica considera «las cosas cuyo fin es representar algo"). Las ciencias normativas corresponden a las tres categorías y dependen unas de otras, también en orden inverso. La lógica (o semiótica), a su vez, tiene tres ramas: gramática especulativa, crítica y retórica especulativa (Peirce usa a veces nombres diferentes). La gramática especulativa estudia los requisitos para cualquier tipo de representación: es el estudio de las "condiciones generales para que los signos sean signos" (1.444). La crítica es la ciencia formal sobre la verdad de las representaciones: es el estudio de la referencia de los signos a sus objetos. La retórica especulativa estudia la transmisión del conocimiento: se le puede denominar como ciencia de la interpretación.

Las tres ciencias normativas conducen a la metafísica, la tercera y última rama de la filosofía. La tarea general de la metafísica es "estudiar los caracteres más generales de la realidad y los objetos reales" (Texto 3). Al tratar de entender la realidad de los fenómenos, es decir, al tratar a los fenómenos como aquello que representa algo que es inherentemente independiente de la mente, la metafísica trata de los fenómenos como terceros. La lógica (semiótica), la ciencia normativa que precede inmediatamente a la metafísica, estructura las investigaciones metafísicas, que están llenas por supuesto de clasificaciones triádicas. Entre otras, posibilidad, realidad, destino; fortuna, ley, hábito; mente, materia y evolución.

Algunos aspectos típicos de la metafísica de Peirce son su idealismo objetivo y su cosmología evolutiva. En su "Architecture of theories" (Texto 3) Peirce define el idealismo objetivo como la teoría que mantiene que la "materia es mente decaída, mente que el hábito ha solidificado". Según esa doctrina, la materia es una mente que ha perdido gran parte de su elemento espontáneo a través de la adquisición de hábitos, de tal manera que ha adquirido la naturaleza gobernada por leyes que atribuimos a la sustancia material. Es la única teoría inteligible del universo, según Peirce, un monismo (o neutralismo, como lo llama) que considera a la ley psíquica como primordial y a la ley física como derivada y especial.

La ambiciosa cosmología evolutiva de Peirce es más difícil de definir en pocas palabras. Algunos lo consideran la parte más débil de su trabajo. W. B. Gallie lo llamó "el elefante blanco" de la filosofía de Peirce8. Pero otros aprecian la cosmología de Peirce como un antecedente de la física cosmológica contemporánea9.Hay que recordar que según Peirce parte del objetivo de la filosofía es explicar el universo en su conjunto. En esto sería seguidor de los primeros filósofos griegos. Sea como sea, las ideas de Peirce sobre la evolución del cosmos son las siguientes10.

Al principio no había nada. Pero esta nada primordial no era una nada vacía o un espacio vacío, sino un no-haber-nada, la nada que caracteriza a la falta de toda determinación. Peirce describía ese estado como «potencialidad completamente indeterminada y adimensional», que puede definirse como libertad, fortuna y espontaneidad (6.193, 200).

El primer paso en la evolución del mundo es la transición de la potencialidad indeterminada y adimensional a potencialidad determinada. El agente de esa transición es la fortuna o la pura espontaneidad. Esta nueva situación es un mundo platónico, un mundo de puros primeros, un mundo de cualidades que son meras posibilidades eternamente. Nos hemos movido, dice Peirce, de una situación de nada absoluta a una situación de caos.

Lo único que tenemos hasta este momento de la evolución del mundo es pura posibilidad, primeridad; nada es real aún, no hay secundidad. De alguna manera la posibilidad o potencialidad del caos se autodesarrolla, y el segundo gran paso en la evolución del mundo es aquel en que el mundo de la realidad emerge del mundo platónico de las cualidades. El mundo de la secundidad es un mundo de sucesos, de hechos, cuya existencia consiste en la interacción mutua entre cualidades reales. Pero este mundo aún no implica terceridad o ley.

La transición hacia un mundo de terceridad, el tercer gran paso en la evolución cósmica, es el resultado de un tendencia a adquirir hábitos que es inherente al mundo de los sucesos. A Peirce le gustaba explicar mediante los dados o el juego de cartas cómo sucesos fortuitos aislados podrían conducir a uniformidades a gran escala, si su aparición establece una tendencia, por ligera que fuera, para la reaparición de tendencias similares. Una tendencia a tomar hábitos es una tendencia que generaliza, y la aparición de todas las uniformidades, desde el tiempo y el espacio a la materia física e incluso las leyes de la naturaleza, puede explicarse como resultado de la tendencia del universo a adquirir hábitos. Peirce consideraba esta rendición de la fortuna y la libertad ante el hábito y la ley como un crecimiento hacia la racionalidad concreta. Aunque a veces imaginó un final para la historia marcado por la cristalización de una mente que llega a estar completamente gobernada por leyes y sin ninguna espontaneidad residual (racionalidad verdaderamente concreta), también sostuvo a veces que un elemento de libertad y originalidad persistirá siempre en un universo que alcance un estado de equilibrio o que vacile entre la fortuna y la ley.

Esto no es más que un esbozo parcial de algunas teorías y doctrinas características de la metafísica de Peirce, la tercera y última rama de la filosofía. No da cuenta de la función de la semiosis o del poder del amor en la evolución del cosmos, ni tampoco distingue entre las diferentes formas de la evolución que distingue al pensamiento más maduro de Peirce (Texto 4). A la filosofía le siguen en la clasificación de las ciencias las ciencias especiales como la física y la psicología y luego las ciencias críticas y finalmente las ciencias aplicadas como la pedagogía.

Este resumen ofrece una somera explicación del sistema filosófico de Peirce, pero debería ser suficiente para mostrar su amplitud y unidad. Visto como un todo, la filosofía de Peirce puede definirse de diferentes maneras, pero se haga como se haga, es necesario reconocer que es una filosofía científica. Eso recoge su carácter empírico y su vínculo con una metodología científica o experimental. Seguramente es correcto caracterizarla como filosofía empírica,

ya que él consideró su pragmatismo como un cuasi-positivismo. Su devoción por la matemática y la ciencia, su insistencia en el método científico y su máxima pragmática (que se parece mucho a un principio de verificación) sugieren ciertamente una afinidad entre el pragmatismo y el positivismo. Ya en 1905 explicaba el objetivo del pragmatismo de una manera que parece compartir importantes aspectos del positivismo:

"Servirá para mostrar que toda proposición de metafísica ontológica es una palabrería sin sentido (una palabra viene definida por otra y esta por otras sin que nunca se llegue a ninguna concepción real) o es directamente absurda, de manera que una vez que toda esa basura se retire, lo que quede de la filosofía será una serie de problemas que podrán ser objeto de investigación mediante los métodos de observación de las ciencias verdaderas" (Texto 15).

La máxima pragmática se puede considerar por tanto como un test sobre si nuestras concepciones y nuestras teorías están conectadas con la experiencia o si son parte de un mero juego lingüístico. Peirce afirmaba enfáticamente que "la experiencia es nuestra única maestra", y así aceptaba un contenido básico del empirismo clásico. Sin embargo, rechazaba la doctrina de la tabula rasa, señalando que "no hay ni un solo principio en el gran almacén de las teorías científicas establecidas que no haya surgido de una fuente que no sea el poder de la mente humana para crear ideas verdaderas". Pero este poder para crear ideas es débil, decía Peirce, y "las verdades luchan por no ahogarse en la inundación de las falsas nociones". La experiencia nos permite "filtrar" las falsas ideas, "dejando fluir a la verdad en su poderosa corriente" (5.50). Así, aunque hay muchos puntos en común entre el pragmatismo y el positivismo, hay también importantes diferencias, especialmente la insistencia de Peirce en el realismo y en la legitimidad del razonamiento abductivo y su rechazo a delimitar estrictamente el lenguaje de la observación y el lenguaje de la teoría11.

La filosofía general de Peirce se llama a veces filosofía pragmática, donde el pragmatismo se considera como algo más que una teoría del sentido o un método para analizar concepciones. Combina el tipo de empirismo de Peirce con el método científico y el aspecto procesual del evolucionismo darwiniano (junto con un giro teleológico de origen aristotélico) para establecer un amplio programa filosófico. Es una filosofía en la que la finalidad parece cumplir la función que la intencionalidad cumplía para Brentano. El rasgo de la inteligencia es la finalidad, según Peirce, y la finalidad siempre está vinculada con la acción. El pragmatismo de Peirce puede por tanto considerarse como una filosofía de la praxis: "Los elementos de cada concepto entran en el pensamiento lógico por la puerta de la percepción y salen por la puerta de la acción teleológica; y todo aquello que no puede mostrar su pasaporte en ambas puertas debe ser arrestado por no estar autorizado por la razón" (Texto 13).

El pragmatismo, sin embargo, se centra en objetivos intelectuales, que recogen sólo una parte del conjunto de la semiosis. En consecuencia, el pragmatismo puede ser más estrecho que su teoría general de los signos o puede aplicarse a sólo una parte de la misma. Quizás lo mejor es describir su filosofía como una filosofía semiótica. Pero ¿es una semiótica idealista o realista? Según David Savan, Peirce es un idealista semiótico. Savan distingue entre dos formas de idealismo semiótico: una variedad débil que sostiene que cualquier propiedad, atributo o característica de cualquier cosa que exista depende de un sistema de signos, representaciones o interpretaciones, y una variedad fuerte que sostiene que la misma existencia de cualquier cosa depende de un sistema de signos, representaciones o interpretaciones que quiere referirse a ella. Savan defiende que Peirce es un idealista semiótico de la variedad moderada12. Según Thomas Short, por otro lado, Peirce es un realista semiótico13. La decisión sobre la aplicación de una u otra denominación a Peirce parece reflejar la importancia relativa que se le atribuye a los diferentes elementos de la relación sígnica, y con frecuencia parece ser más una cuestión de énfasis que una divergencia en las ideas. Dado que Peirce adoptó explícitamente un realismo cada vez más amplio, parece más apropiado seguir a Short y llamar a Peirce realista semiótico, especialmente porque eso refleja su advertencia pragmática de que nuestras concepciones no tienen sentido a no ser que hagan referencia a algo externo al intelecto: "es necesario encontrar un método por el que nuestras creencias se determinen por algo no humano, sino por cierta permanencia externa, algo sobre lo que nuestro pensamiento no tiene ninguna influencia" (Texto 1). Sin embargo, se podría decir a su vez que la vinculación de Peirce con su doctrina del idealismo objetivo favorece el punto de vista de Savan.

La teoría de los signos de Peirce ha recibido mayor atención que sus otras teorías en los últimos años. Esa teoría fue el resultado de muchos factores e influencias, incluidos quizás en primer lugar su estudio de la obra de Schiller, pero sobre todo la de Kant, su estudio de la lógica, sobre todo las lógicas de De Morgan y Boole (también la de Aristóteles y los lógicos medievales), su reacción a Darwin y la idea de la evolución y, finalmente, la creciente abstracción en las matemáticas, especialmente el desarrollo de la topología y la geometría no-euclídea. De todas esas influencias Peirce adquirió nuevas ideas y perspectivas que le condujeron por caminos que nadie antes había recorrido. Pero sobre todo fue la idea de que su concepción del signo podía aclarar problemas filosóficos hasta entonces irresolubles lo que le convenció de la importancia de los signos. Tras rechazar ciertas restricciones kantianas sobre lo que puede o no puede representarse, inició una investigación sobre todo el amplio tema de la representabilidad y estudió entre otras cosas las concepciones de Dios, la infinitud, la totalidad, la inmediatez y la necesidad matemática. Como resultado de esas investigaciones Peirce desarrolló y clarificó sus ideas semióticas, y con la adición de ciertas concepciones fenomenológicas llegó a la conclusión de que «toda consciencia es consciencia de signos» y que al estudiar los signos uno trata "todo lo que pudiera ser objeto de atención de la filosofía"14. Creyendo que había encontrado en la semiótica una mejor base para la filosofía que en la epistemología tradicional, Peirce se esforzó por expandir sus hallazgos hacia una teoría general de los signos, y después, al considerar cómo debe ser el universo para que existan los signos (o la semiosis), construyó un marco semiótico para la mayor parte de su obra filosófica.

En su forma más sencilla la teoría de los signos de Peirce viene a decir algo así: un signo está por algo para algo. Aquello por lo que está el signo es su objeto, aquello para lo que está es su interpretante. La relación sígnica es fundamentalmente triádica: si se elimina el objeto o el interpretante, se anula el signo. Esta es la idea clave de la semiótica de Peirce y la que lo distingue de la mayoría de las teorías de la representación que intentan explicar los signos (las representaciones) que se conectan únicamente con objetos.

A medida que su teoría evolucionaba, Peirce llegó a distinguir entre diferentes objetos e interpretantes. Todo signo tiene dos objetos, un objeto dinámico, "el objeto realmente efectivo pero no inmediatamente presente", y un objeto inmediato, "el objeto tal como el signo lo representa". Y cada signo tiene tres interpretantes, un interpretante final (o lógico), que "es el efecto que el signo hubiera producido en la mente tras un desarrollo suficiente del pensamiento", un interpretante dinámico, que es "el efecto realmente producido en la mente", y un interpretante inmediato, que es "el interpretante representado o significado en el signo" (8.343). Cualquier signo revela sólo parcialmente su objeto dinámico y esa revelación parcial constituye su objeto inmediato. Así mismo, el interpretante final de un signo es (o debería ser) el resultado de la historia de una interacción semiótica con el objeto dinámico dado, mientras que el interpretante dinámico es el resultado que el signo realmente produce (en un momento dado), y el interpretante inmediato es el significado inmediato del signo independientemente de toda la historia previa de su objeto.

Peirce explicaba que los signos pueden dividirse de diferentes maneras siguiendo este análisis de la estructura de los signos. Si consideramos la naturaleza de cualquier signo dado (la base del signo), se hallará que es intrínsecamente una cualidad (cualisigno), una cosa o suceso existente (sinsigno) o una ley o hábito (legisigno). Si consideramos la relación con su objeto dinámico, encontraremos que es similar a su objeto (icono), que tiene una relación real, existente con su objeto (índice) o que se relaciona con su objeto por medio de una convención o hábito (símbolo). Si consideramos la relación del signo con su interpretante final, será un signo de posibilidad (rema), un signo de existencia real (dicente) o un signo de ley (argumento). Dado que todo signo es algo en sí mismo, tiene una relación con su objeto y representa su objeto de alguna manera, entonces estas distinciones pueden usarse para producir una división de los signos que puede ofrecer más clasificaciones que la mayoría de las otras teorías.

Si se usan sólo esas tres divisiones triádicas de los signos, como hizo Peirce a menudo, de ellas se deriva una clasificación en diez categorías, que es suficiente para la mayoría de los análisis. Por ejemplo, podemos identificar una astilla pintada (como signo de color) como un cualisigno remático icónico, una veleta como sinsigno dicente indicial, y un nombre propio como legisigno remático indicial. Pero por desgracia, como cualquiera que ha intentado aplicar las clases de signos de Peirce sabe, eso no es tan sencillo como cabría suponer, lo que quiere decir que no se entiende suficientemente a Peirce o que su teoría es un poco ambigua.

El hecho es que Peirce no se conformó con esta clasificación de los signos de una manera exclusiva, sino que desarrolló otra más compleja basada en diez divisiones triádicas, no sólo tres. En ese análisis más completo Peirce consideraba divisiones triádicas como la naturaleza de los objetos inmediatos (descriptivos, o indefinidos; designativos, o singulares; copulativos, o generales) y la naturaleza de la afirmación daba a conocer al interpretante (abducente, o que afirma por instinto; inducente, o que afirma por experiencia; y deducente, o que afirma por una forma o hábito). Con estas diez divisiones Peirce fue capaz de identificar 66 clases de signos y, así, de eliminar la mayor parte de las ambigüedades de su versión más abreviada. Pero Peirce nunca completó esta parte de su teoría general, y la naturaleza y orden precisos de las diez tricotomías sigue siendo un importante problema que los teóricos de la semiótica deben seguir analizando. Quizás en nuestra actual nivel de comprensión del lenguaje y la semiosis no tenemos necesidad de tal complejidad (igual que en otro tiempo no tuvimos necesidad de la teoría física de la relatividad), pero allí donde pueden hacerse clasificaciones de principios, estos acabarán siendo necesarios algún día.

Por ahora este esbozo de la teoría de los signos de Peirce se ha centrado en la gramática especulativa, que considera "en qué sentido y cómo puede haber alguna proposición verdadera y falsa, y cuáles son las condiciones generales a las que el pensamiento o signos de cualquier tipo tienen que atenerse para afirmar cualquier cosa" (2.206). El filósofo que se centra en esta rama de la semiótica investiga relaciones de representación (signos), busca elucidar las condiciones necesarias y suficientes para la representación y clasifica los diferentes tipos de representación. La gramática especulativa se presenta frecuentemente como si recogiera toda la semiótica de Peirce, quizás porque ahí es donde encontramos sus tricotomías más conocidas.

La segunda rama de la semiótica, la crítica, es "la ciencia de las condiciones necesarias para alcanzar la verdad" (1.445). Es la "parte de la lógica (...) que partiendo de ciertas asunciones (por ejemplo, que cada afirmación es o verdadera o falsa, pero no ambas cosas, y que algunas proposiciones pueden reconocerse como verdaderas) estudia las partes constitutivas de los argumentos y produce una clasificación de los argumentos" (2.205). Por medio de esa clasificación los argumentos "que son malos son puestos en un grupo y los buenos en otro grupo". Para completar su cometido, la crítica "tiene que clasificar los argumentos buenos según rasgos reconocibles en argumentos que tienen varios órdenes de validez y tiene que buscar medios para medir la fuerza de los argumentos" (2.203). Así, además de investigar las condiciones de verdad en general, el filósofo que se centra en la crítica investigará la muy conocida clasificación que hace Peirce de los razonamientos: abducción, inducción y deducción. Gran parte de lo que se componía el contenido tradicional de la lógica pertenece a la crítica, al igual que gran parte de lo que se trata en la lógica filosófica, especialmente temas que tienen que ver con la verdad y la referencia.

La tercera parte de la semiótica, la retórica especulativa, es "el estudio de las condiciones necesarias de la transmisión de los signos de una mente a otra y de un estado mental a otro" (1.445). Dicho más brevemente, estudia las condiciones para el desarrollo y el crecimiento del pensamiento. El foco de atención para el filósofo que estudia esta rama de la semiótica es la relación entre las representaciones y los pensamientos interpretantes (o interpretaciones). Mientras que la crítica es la ciencia de las condiciones necesarias para alcanzar la verdad, la retórica especulativa es la ciencia de las condiciones generales para alcanzar la verdad. Peirce subrayó con frecuencia la importancia del estudio de los métodos de razonamiento como un tema principal de la retórica especulativa, y a veces dio a atender que esta rama de la lógica debería llamarse más bien "metodéutica". Los problemas del significado y la interpretación dominan esta rama de la lógica, y puede ser que el pragmatismo, como una teoría del significado o de la investigación, pertenezca a esta rama. Al igual que el estudio contemporáneo de la hermenéutica, algo que Peirce ya dio a entender, aunque fuera en relación con la hermenéutica de Aristóteles. Sea como sea, parece que la teoría de los signos de Peirce recoge mucho de lo que pertenece al núcleo de la filosofía moderna, y es también importante para otras muchas disciplinas.

El análisis que hace Peirce de la relación sígnica como fundamentalmente triádica es el fundamento de la originalidad de su filosofía. Su insistencia en que todo interpretante está relacionado con su objeto a través de la mediación de un signo constituye un rechazo de la intuición, dado que la intuición requiere una relación diádica directa entre el interpretante y el objeto; de alguna manera sabemos algo sobre un objeto (persona, situación, o cualquier cosa) sin la intervención de un signo. No hay ninguna buena razón para pensar que tenemos tal facultad, como argumentó en el primer artículo de su serie sobre el conocimiento (EP1:9-27).

Pero ¿cómo determina un objeto a su interpretante a través de la mediación de un signo? Según Peirce el objeto dinámico, el objeto realmente efectivo pero no inmediatamente presente, es el objeto que de alguna manera determina el signo y a través del signo mediatamente determina al interpretante. ¿Cómo puede un objeto que es externo al signo (el objeto inmediato es el objeto interno) ser una fuerza determinante a la hora de dar forma al interpretante? Hay que tener en cuenta que eso es lo mismo que preguntar cómo pueden los objetos (o el mundo exterior) determinar la mente.

Todo signo representa un objeto (de alguna manera) para el interpretante. El interpretante es o ayuda a crear un hábito que «guía» nuestras acciones futuras (y presentes) o nuestro pensamiento con respecto al objeto en cuestión, u objetos como ese. Si el interpretante no es fiel al objeto, nuestro comportamiento no será (o puede que no sea) exitoso, la realidad seguirá su camino. Hasta que nuestros interpretantes (nuestras ideas o hábitos intelectuales) no estén completamente de acuerdo con los objetos, no podremos evitar encuentros inesperados con una realidad que se nos resiste. Así, el objeto real determina o forma nuestra mente, nuestro almacén de hábitos intelectuales.

¿Convierte esto a Peirce en un realista semiótico? Parecería que sí. No sólo la mente representa el mundo, sino que lo hace de cierta manera, a saber, en la forma en que es forzado a representar el mundo por la resistencia del mundo al error. Ciertamente esto es una forma de realismo. Y también es una explicación semiótica del pragmatismo, que como Christopher Hookway señala "se supone que explica cómo una realidad independiente puede constreñir nuestras opiniones mediante la percepción"15.

Pero esto no es toda la historia. Hay muchas maneras de vivir en el mundo, y el intelecto no nos obliga a seguir un único camino. El intelecto contiene más que la mera representación de objetos externos, hay planes, fines e ideales, todos ellos pueden insertarse en hábitos intelectuales que predeterminan nuestro comportamiento futuro. Y, desde luego, el comportamiento futuro dará forma al mundo futuro. Lo interesante del punto de vista de Peirce es que nosotros como individuos, como humanidad, tenemos algún control sobre nuestros hábitos intelectuales. Tenemos elección. Podemos cambiar intencionadamente nuestros hábitos intelectuales, aunque sea con esfuerzo, lo que significa que podemos cambiar nuestras mentes; y eso significa que tenemos algún control sobre nuestro futuro, uno de los muchos futuros posibles. Quizás esto sea idealismo semiótico, pero si es así es un idealismo compatible con el realismo semiótico.

La inclusión del interpretante como parte fundamental de la relación sígnica muestra que todo pensamiento es hasta cierto punto una cuestión de interpretación. Todo pensamiento avanzado usa símbolos de una clase u otra y por tanto se basa en convenciones. Entonces, según Peirce, todo pensamiento avanzado depende de la participación en una comunidad lingüística o semiótica. La insistencia de Peirce en la importancia de la comunidad es un tópico en toda su obra y puede que haya adquirido relevancia en la medida en que entendió la importancia de la convención para la semiosis. Peirce apeló a una comunidad de investigadores en su teoría de la verdad y consideró la identificación con la comunidad como algo fundamental para el progreso del conocimiento (el fin de la semiosis más alta) y, además, para el progreso de las relaciones humanas. La teoría semiótica de la investigación de Peirce se considera a veces como un «socialismo lógico», un punto de vista que se ve apoyado por este comentario provocativo (Texto 4):

"He aquí el problema. El Evangelio de Cristo dice que el origen del progreso es la fusión de la individualidad de todo individuo con la solidaridad con sus vecinos. Por otro lado, la convicción del siglo XIX es que el progreso tiene lugar por la lucha de cada individuo por sí mismo con toda su fuerza, pisando al vecino con sus botas cada vez que puede hacerlo. A esto se le puede llamar con acierto el Evangelio de la Avaricia".

Hasta ahora hemos ofrecido un esbozo preliminar del sistema del pensamiento de Peirce y algunas de sus más típicas doctrinas filosóficas. Puede ser útil completar este esbozo considerando una línea de pensamiento que está muy presente en sus últimos años. Empezando con "Guess at the riddle" a mediados de los 80, Peirce empezó a reunir sus doctrinas filosóficas en un sistema integrado de pensamiento, y con su artículo en la revista The Monist de 1891, "Architecture of theories", empezó a prestar una atención explícita a la integridad estructural de su sistema como un todo. Uno de los principales esfuerzos de Peirce después de 1890 fue replantear el pragmatismo, que no había tratado desde los "Illustrations" de 1877-78, como un componente integral de su filosofía sistemática. La estructura integradora de su sistema de madurez debía ser una teoría de los signos ampliada, aunque nunca logró completarla. También destaca en sus últimos escritos una forma re- forzada de naturalismo que vincula muy claramente el desarrollo de la razón humana con la evolución natural y que adquiere claros tintes religiosos.

Hacia finales de 1896 Peirce dio lo que Max Fisch ha llamado su "paso más decisivo" en su camino hacia un completo realismo: aceptó "lo posible" como un "universo real" y rechazó el punto de vista nominalista según el cual lo posible es meramente aquello que no sabemos que no es verdad16. Peirce dio cuenta de ese cambio de ideas en su segunda reseña de Schröder en enero de 1897 (3.527) y el 18 de marzo escribió a James que "había alcanzado esa verdad estudiando el problema de los posibles grados de la cantidad, donde me encontré encerrado hasta que pude formar una lógica completa de la posibilidad" (8.308). Con esta aceptación de las posibilidades reales, que puso a Peirce en el ala aristotélica del realismo, Peirce se había convertido en lo que Fisch llamó "un realista de tres categorías", que no considera ya lo potencial como aquello que lo real hace ser, y que distingue ahora la universalidad de los primeros de la universalidad de los terceros.

La aceptación de los "posibles" marca una frontera que separa los años de madurez de Peirce de su última época intelectual. Este cambio, junto a la importancia que atribuye a la continuidad, fueron el motivo en gran parte de su serie de conferencias en Cambridge en 1898. Sin embargo, las dos conferencias de esa serie que se recogen aquí (textos 5 y 6) fueron quizás determinadas en mayor medida por otro suceso: la aparición en 1897 del libro de James The will to believe and other essays in popular philosophy. James dedicó el libro a su "viejo amigo, Charles Sanders Peirce, a cuya camaradería filosófica en los viejos tiempos y a cuyos escritos en los últimos años debo más apoyo y ayuda de los que puedo expresar o devolver". Peirce se emocionó y el 13 de Marzo escribió una meditada carta a James expresándole su aprecio ("fue algo muy afectuoso, querido William") y señalando algunas maneras en que su pensamiento se había visto afectado por su experiencia de "un mundo miserable" que había descubierto en los últimos años. Aunque valorando "más que nunca la acción individual como el único sentido que hay en el Concepto", ahora veía "más claro que nunca que lo valioso no es la mera fuerza arbitraria de la acción sino la vida que da a la idea". No es a la "mera acción como aplicación bruta de la fuerza" a la que tenemos que mirar si queremos encontrar alguna finalidad. Peirce alabó el primer ensayo de James, "The will to believe", especialmente por su estilo y lucidez, pero mantenía ciertas reservas. James presentó su ensayo como un ejemplo de la creciente preocupación en Harvard por "temas vitales": es una "defensa de nuestro derecho a adoptar una actitud creyente en temas religiosos, a pesar de que nuestro intelecto meramente lógico no haya sido convencido"17. Un punto clave es que nuestra naturaleza no intelectual influye en nuestras convicciones. "Nuestra naturaleza pasional", escribió James, "no sólo puede sino que debe legítimamente elegir una opción entre varias propuestas, siempre que sea una opción genuina que por su esencia no pueda decidirse sobre bases intelectuales". Parece evidente que la obra "The will to believe" de James suscitó en gran medida el interés de Peirce por las tensiones entre teoría y práctica y su defensa de "la voluntad de aprender" como un prerrequisito para aprender realmente en su serie de conferencias en Cambridge. Hay que mencionar que al menos a partir de ese momento el papel del instinto, o sentimiento, como un co-participante junto con la razón en la adquisición de conocimiento pasó a ser una preocupación clave de Peirce, y no transcurrió mucho tiempo hasta que llegó a considerar la ética y la estética como más fundamentales que la lógica desde un punto de vista epistémico.

Cuando no habían pasado aún seis meses desde que escuchó las conferencias de Peirce de 1898, James viajó a California para hablar ante la Unión Filosófica en Berkeley18. Fue en esa conferencia, llamada "Philosophical conceptions and practical results", cuando James presentó en público la palabra "pragmatismo"19. James dijo a la audiencia que él hubiera preferido la palabra "practicalismo", pero que aceptó "pragmatismo" porque Peirce lo había usado a principios de los 70 cuando defendió el pragmatismo por primera vez ante el club metafísico de Cambridge20. James era uno de los intelectuales más respetados de los Estados Unidos en esa época y su mensaje cayó en tierra fértil; no pasó mucho tiempo hasta que surgieron muchos pragmatistas en los Estados Unidos y fuera del país. El que James reconociera a Peirce como el creador del pragmatismo hizo crecer la fama de Peirce y le abrió la oportunidad de aportar sus propios puntos de vista al creciente debate internacional21.

Esta segunda ola de interés por el pragmatismo parece haber surgido a partir de la conferencia de James en California, pero sería más correcto decir que empezó a gestarse a comienzos de los 80 con la recuperación de su investigación sobre lógica y metodología para su serie "Critic of arguments" para la revista Open Court y para sus libros "Search of a method" y "How to reason". La vuelta de Peirce al pragmatismo tuvo que ver sobre todo con el libro de James de 1890, Principles of psychology, especialmente su tratamiento del papel de la inferencia en la percepción. Pero también fue en torno a 1890 cuando Peirce aceptó la existencia de la realidad o secundidad, y vio claramente que el individuo debe distinguirse de lo universal. Pueden haber sido las ramificaciones lógicas de ese gran paso adelante hacia un realismo más completo, forzado por su reconocimiento hacia mediados de los 80 de la necesidad de iconos e índices para una referencia significativa, lo que condujo a Peirce a repensar su argumento de "Illustrations" de 1877-78. Sin embargo, fue ciertamente la creciente popularidad del pragmatismo que James había impulsado en 1898 lo que condujo a Peirce a la decisión de crear una prueba que distinguiera su versión del pragmatismo de otras versiones populares y que sancionara la suya como la "científica".

Siguiendo este hilo de ideas interconectadas llegamos a la época de su mayor madurez intelectual, su período en Cambridge en 1903, en el que dio sus famosas conferencias Harvard, seguidas poco después por su tercera serie de conferencias Lowell. Peirce había prestado mucha atención a la serie de escritos sobre el pragmatismo, que iba aumentando, y pensó que había llegado el momento para una declaración más o menos definitiva. Pero defender su causa, o como él lo veía, probar su tesis, era un asunto complicado que requería reunir el apoyo de todas las áreas de su amplio sistema de pensamiento. Algo que complicaba más las cosas era que el sistema de Peirce había sufrido muchos cambios desde los 70. Entre los más importantes estaba su aceptación de la existencia de la realidad (secundidad) y luego de la posibilidad (primeridad); darse cuenta de que la racionalidad humana es continua dentro de una racionalidad inmanente en el cosmos; y su recientemente hallada convicción de que la lógica es una ciencia normativa, dependiente epistémicamente de la ética y la estética. Para Peirce, el pragmatismo se había convertido en una doctrina según la cual las concepciones se conectan fundamentalmente a objetivos más que a la acción por sí misma, como había pensado antes. Para demostrar el pragmatismo, planteó un replanteamiento básico en el contexto de una filosofía transformada y que seguía creciendo. Este era el cometido que se propuso Peirce para sus series de conferencias Harvard y Lowell de 1903, y el programa que inauguró aquel año le guiaría durante el resto de su vida.

En sus conferencias Harvard, Peirce construyó su defensa del pragmatismo sobre una nueva teoría de la percepción, basada en su teoría de las categorías y los resultados de la fenomenología, la estética y la ética (Texto 7). Argumentó que hay un espacio de realidad asociado a cada categoría y que la realidad de la terceridad es necesaria para explicar un modo de influencia sobre los hechos externos que no puede explicarse por la mera acción mecánica (Texto 8). Argumentó que el pragmatismo es una tesis lógica o semiótica acerca del sentido de una clase particular de símbolos, la proposición, y explicaba que las proposiciones son signos que deben referirse a sus objetos de dos maneras: indicialmente, por medio de sujetos, e icónicamente por medio de predicados (Texto 9). El elemento clave del argumento de Peirce, desde el punto de vista de su realismo, contenía la conexión entre el pensamiento proposicional y la percepción. Para mantener su realismo, Peirce distinguió los perceptos no proposicionales de los juicios perceptuales que son proposicionales y que son además las «primeras premisas» de todos nuestros razonamientos. El proceso por el que los juicios perceptuales surgen de los perceptos se convirtió en un factor clave en el argumento de Peirce (Texto 10). Pero si los juicios perceptuales son el punto de arranque de todo desarrollo intelectual, entonces debemos ser capaces de percibir lo universal (Texto 11). Peirce argumentó entonces que la abducción se funde con la percepción, de modo que el pragmatismo puede considerarse como una lógica de la abducción, y finalmente, aisló tres puntos clave: 1. que no hay nada en el intelecto que no haya estado antes en los sentidos, 2. que los juicios perceptuales contienen elementos universales, y 3. que la inferencia abductiva se funde con el juicio perceptual sin ninguna clara línea de demarcación entre ellos (Texto 12). El pragmatismo, como muestra Peirce, se sigue de estas proposiciones (Texto 13).

Según Fisch22 fue en las conferencias Harvard cuando Peirce aclaró por primera vez que su realismo se oponía tanto al idealismo como al nominalismo. Su nueva teoría de la percepción aceptaba la doctrina de la percepción inmediata, dado que, según Peirce, negarla "elimina toda posibilidad de conocer una relación". Esa idea se desarrolló en las conferencias Lowell, donde Peirce retomó sus esfuerzos por demostrar el pragmatismo, haciendo su mejor intento hasta entonces, según Fisch23. En "What makes a reasoning sound" (Texto 14), la única de las conferencias Lowell que se recoge en este libro, Peirce hizo una gran defensa de las bases objetivas para evaluar razonamientos y argumentó que con el método adecuado "una ligera tendencia a adivinar correctamente" aseguraría el progreso hacia la verdad.

Que Peirce quisiera construir una demostración del pragmatismo no quiere decir que sólo pudiera ver el lado lógico o formal del pragmatismo. El 7 de marzo de 1904 escribió a James: "El elemento humanístico del pragmatismo es muy verdadero e importante, e impresionante; pero no creo que la doctrina pueda demostrarse de esa manera. La generación actual prefiere evitar las demostraciones (...) Usted y Schiller llevan el pragmatismo demasiado lejos en mi opinión. Yo no lo quiero exagerar, sino que quiero mantenerlo dentro de las fronteras que permiten las evidencias sobre él". En ese momento ya estaba trabajando en otra serie de artículos para la revista The Monist, en los que continuaría con sus esfuerzos por demostrar el pragmatismo.

Esta tercera serie de artículos editados en The Monist empezó con la publicación en Abril de 1905 de "What pragmatism is" (Texto 15). Era el primero de tres artículos que explicarían en detalle su variante particular de pragmatismo, darían ejemplos de sus aplicaciones y lo demostrarían. Nada más empezar el artículo Peirce hace una pausa para dar una breve lección en terminología filosófica como una justificación del cambio de nombre de su variante del pragmatismo. Eligió el nombre de "pragmaticismo" al ser suficientemente feo como para quedar libre de los secuestradores. Peirce lamentaba que su palabra "pragmatismo" se podía encontrar ahora en las revistas literarias, "en las que se abusaba de ella sin piedad como sucede cuando las palabras caen en manos de círculos literarios". Continuó usando su nueva "fea" palabra durante el resto de la serie de artículos y en una fecha tan tardía como 1911 usaba aún pragmaticismo porque James y Schiller habían hecho que el "pragmatismo" implicara "la voluntad de creer, la mutabilidad de la verdad, la corrección de la refutación del movimiento de Zenón, y el pluralismo en general"; pero a menudo volvía a su nombre original, lo que sugiere que realmente nunca quiso abandonarlo.

Tras ese excurso sobre terminología filosófica, Peirce examinó las presuposiciones del pragmaticismo con su demostración en mente. Una presuposición clave es que todo desarrollo mental (aprendizaje) tiene lugar en el contexto de una masa de concepciones ya formadas, y otro era que el sentido es siempre virtual. También argumentó a favor de la importancia de las tres categorías para su pragmaticismo: el pensamiento (terceridad) sólo puede gobernar mediante la acción (secundidad), que a su vez, no puede surgir sino en el sentimiento (primeridad).

Ese mismo año, en "Issues of pragmaticism" (Texto 16), Peirce reelaboró su máxima pragmática en términos semióticos, siguiendo las ideas sugeridas en su sexta conferencia Harvard (Texto 12). Identificó el sentido que el pragmaticismo busca enunciar como aquel de los símbolos y no de las simples concepciones. La fuerza del artículo consistía en aunar la doctrina del sentido común crítico y el realismo escolástico, que consideraba como consecuencias del pragmaticismo. Extendió su realismo para incluir realidades vagas y posibilidades reales, y señaló que «el pragmaticismo quiere sobre todo recalcar la realidad de algunas posibilidades". Según Fisch, el pragmaticismo se había convertido en pragmatismo "limpio de la basura nominalista de su enunciado original"24.

En el momento en que Peirce estaba construyendo su defensa del pragmaticismo crecía su atracción por la religión. El 9 de Abril de 1908 recibió una carta de Cassius J. Keyser invitándole a escribir un artículo para la revista Hibbert Journal. Contestó al día siguiente con esbozos de diez temas y pidiendo a Keyser que eligiera uno. Peirce escribió como tercera posibilidad: "como creo que Hibbert Journal favorece las discusiones teológicas, estaría encantado de tratar una "demostración" poco conocida de la existencia de Dios. No se trata en sí misma propiamente de una prueba, pero es una afirmación de lo que creo que es un hecho, hecho que si es verdadero muestra que un hombre racional llegará a creer en Dios si sopesa debidamente ciertas grandes verdades". No está claro si fue Keyser o Peirce el que eligió finalmente ese tema, pero Peirce pasó los siguientes tres meses escribiendo "A neglected argument for the reality of God" (Texto 17).

En ese artículo Peirce examinó la fuerza atractiva de la idea de Dios y concluyó que los seres humanos se dirigen instintivamente hacia ella. Defendió que la creencia en Dios le resulta irresistible a cualquiera que (mediante la reflexión ociosa) llega a contemplar la posibilidad de Dios. La hipótesis Dios parece ser un tipo especial de abducción (en este artículo usa la palabra retroducción). Surge de una capacidad humana para adivinar que es análoga a los instintos animales, y dado que se presenta con una fuerza inusual, podemos tener una cierta confianza peculiar en ella como signo de su verdad. Peirce llamó a esto su argumento humilde, pero señaló que no es una demostración, porque el proceso que va de la idea de Dios hacia la creencia en Dios no es un desarrollo razonado (autocontrolado) de ideas, sino una atracción instintiva hacia la idea de Dios. Peirce tuvo que distinguir entre argumento y argumentación, cosa que no había hecho explícitamente antes: un argumento es cualquier proceso de pensamiento que tiende a producir razonablemente una creencia definida», mientras que una argumentación es "un argumento que actúa sobre premisas formuladas de manera definida". Un argumento, en otras palabras, no tiene que ser autocontrolado. La capacidad de adivinar se presentaba como "una especie de fuerza divinatoria", que Galileo llamó il lumen naturale y parece haber suplantado a la navaja de Ockham en el arsenal metodológico de Peirce. En algún sentido, la inclinación natural había vencido sobre la sobriedad lógica.

Como conclusión de una "argumentación", la "hipótesis Dios" debe superar las tres fases de la investigación: retroducción, deducción e inducción. Peirce dedicó casi la mitad del artículo a una discusión de esas tres fases, pero acabó dando un breve esbozo de su aplicación en este caso. La investigación científica requiere que cualquier hipótesis sea verificada sometiendo sus implicaciones al test de la experiencia real. La dificultad con la hipótesis Dios es que es tan vaga, su objeto tan infinitamente incomprensible, que parece imposible establecer cualquier implicación definida de su supuesta verdad. Esto parece no satisfacer las demandas del pragmatismo, pero si se mira más de cerca se encuentra que tras la aceptación de la realidad de la posibilidad Peirce había repensado la idea de las consecuencias prácticas. En sus conferencias Harvard había subrayado que la máxima del pragmatismo alcanza mucho más allá de lo meramente práctico y permite cualquier vuelo de la imaginación, con la condición de que esa imaginación "se base en definitiva en un posible efecto práctico". El efecto práctico sobre el que según Peirce se basaba la hipótesis Dios es el desarrollo autocontrolado de la conducta humana. Algunos estudiosos se preguntan si esto no debilita la máxima pragmática hasta hacerla irrecuperable, si en otras palabras, esto no abre la puerta para reestablecer en nuestras ontologías todo tipo de seres que el anterior pragmatismo de Peirce excluía; pero eso no llega a tocar realmente al asunto fundamental que se trata en el artículo: si la creencia puede tener algún valor para el desarrollo autocontrolado de la conducta si su objeto no es real.

Las reflexiones de Peirce sobre la efectividad de la creencia religiosa y su prueba de la lógica de la percepción le condujeron en sus últimos años a dedicar gran parte de su tarea filosófica "a las formas y grados de seguridad que pueden proveer los diferentes modos de razonamiento". Ahora dice que por razonamiento entendemos un cambio en el pensamiento que apela a una relación entre nuestro nuevo conocimiento (la conclusión) y un conocimiento ya existente (la premisa o las premisas) que apoye nuestro asentimiento a la verdad de la conclusión. Pero no toda adquisición de creencias apela, en algún sentido buscado, a un conocimiento previo, como vimos en el caso de los juicios perceptuales y la creencia en Dios. La conclusión de Peirce es que el conocimiento se adquiere de dos modos, por razonamiento por supuesto, pero también por experiencia. La creencia adquirida por razonamiento debe estar justificada por aquello que la precede en nuestras mentes, pero la creencia obtenida por la experiencia no necesita justificación.

En uno de sus últimos escritos, "An Essay Toward Reasoning in Security and in Uberty", Peirce desarrolló sus ideas sobre la consideración que le merecían los beneficios de las tres tipos de razonamiento, aunque la discusión quedara incompleta. Este artículo, escrito en Octubre de 1913, unos pocos meses antes de su muerte, puede sugerir que tenía dudas sobre el valor del pragmatismo. Pero sería más correcto concluir que en sus últimos años el pensamiento de Peirce se movió en torno a ideas y preocupaciones que le forzaron a o le capacitaron para ver las limitaciones del pragmatismo. En 1903 proclamó que el pragmatismo es "un instrumento maravillosamente efectivo (...) que ofrece un notable servicio en cada rama de la ciencia" (Texto 7). Lo había recomendado como ventajoso para la conducta. Ahora veía que el atractivo del pragmatismo era su contribución a la seguridad del razonamiento, pero hay un precio a pagar por la seguridad. Según Peirce, el razonamiento siempre implica un regateo entre la seguridad y prodigalidad (gran capacidad de sugestión, potencialidad). El razonamiento deductivo provee mayor seguridad, pero es austero y casi no tiene ningún poder evocativo. La abducción, por otro lado, posee abundante prodigalidad y al mismo tiempo ninguna seguridad. Peirce había llegado a ver que el pragmatismo tenía las limitaciones que conlleva preferir la seguridad a la prodigalidad: "no dedica ni una sonrisa a la belleza, a la virtud moral o a la verdad abstracta; las tres únicas cosas que elevan a la Humanidad sobre la Animalidad".

El naturalismo había llegado a adquirir gran fuerza en el pensamiento de Peirce. Llegó a creer que el acuerdo con la naturaleza era la clave para el progreso del conocimiento, igual que para la vida misma, y pensó que la capacidad de adivinar el camino de la naturaleza era uno de los grandes misterios del cosmos. Igual que a los animales el instinto les permite "elevarse mucho más allá de su nivel general de inteligencia" en la aplicación de sus funciones propias, la función propia de los seres humanos, insistía Peirce, es dar cuerpo a ideas universales en obras de arte, aplicaciones prácticas, y sobre todo en el conocimiento teórico. Pero si el acuerdo con la naturaleza es la clave para el progreso del conocimiento, como mucho es una condición necesaria; pone al pensamiento sobre la pista de la verdad, pero para conseguirla hay que usar un razonamiento experto. Peirce siguió siendo un lógico hasta el final.

Cuando Peirce murió en la primavera de 1914 dejó muchas obras inacabadas. Quizás lo que más se pueda lamentar es que fuera incapaz de acabar su "System of logic, considered as semeiotic", que según esperaba iba a representar al realismo en el siglo XX como el System of logic de Mill había representado el nominalismo en el XIX25. Sea como fuera, dejó muchas más cosas que han sido después de gran utilidad. Hace más de 50 años el gran filósofo social norteamericano Sydney Hook escribió sobre Peirce que es hoy "el filósofo de los filósofos, el pionero de una segunda revolución copernicana del pensamiento (más genuina que la de Kant), como lo era cuando su genio meteórico brilló por primera vez sobre los cielos de Estados Unidos"26. Sigue siendo verdad que Peirce es sobre todo un "filósofo de los filósofos". Pero puede resultar que su trabajo pionero, quizás especialmente sus últimas obras tan llenas de ideas, por fin florezcan en un influyente legado que, según imaginaba Peirce en momentos esperanzados, iba a ser su herencia para el futuro. Quizás esta edición vasca de algunos de sus artículos más importantes contribuirá a lograr ese objetivo.




Notas

1. Las referencias a Collected Papers of Charles Sanders Peirce se ofrecen en notación decimal, por ejemplo, 1.444 se refiere al volumen 1, parágrafo 444. Las referencias a The Essential Peirce ofrecen el volumen y número de página, por ejemplo, EP1:196 se refiere al volumen 1, página 196. Las referencias a los textos recogidos en este libro se ofrecen entre paréntesis dando el número de orden del texto.

2. James Feibleman, "The Relation of Peirce to New England Culture", American Journal of Economics and Sociology 4 (1944): 99-107.

3. Hilary Putnam, "Peirce the Logician", Historia Mathematica 9 (1982): 295.

4. W. V. Quine, "In the Logical Vestibule", Times Literary Supplement, 12 July 1985, p. 767. Ver también Quine, "A Tribute from the National Academy of Sciences", Peirce Studies 6, eds. K. L. Ketner y D. E. Pfeifer (Press of Arisbe Associates, 1999), p. 19.

5. John Sowa, "Matching Logical Structure to Linguistic Structure", en Studies in the Logic of Charles S. Peirce (Bloomington: Indiana University Press, 1997).

6. Citado por James Bird, "A Giant’s Voice from the Past", Times Higher Education Supplement, 8 Sept. 1989.

7. Walker Percy, "The Fateful Rift: The San Andreas Fault in the Modern Mind", 18 Conferencia Jefferson en humanidades, leída el 3 de Mayo de 1989 en Washington D. C.

8. W. B. Gallie, Peirce and Pragmatism (Harmondsworth: Penguin, 1952), p. 215.

9. Por ejemplo, Ilya Prigogine e Isabelle Stengers, Order Out of Chaos (New York: Bantam, 1984), pp. 302-03.

10. Mis explicaciones de las teorías cosmológicas de Peirce se basan en parte en Peter T. Turley, Peirce’s Cosmology (New York: Philosophical Library, 1977). Randall R. Dipert, en una recensión de Turley (Nature and System 1 [1979]: 134-41), advertía que "si se dejan a un lado problemas lógicos y matemáticos clave de los escritos de Peirce, algunos aspectos importantes de su obra como el sinecismo, su teoría de las relaciones y su teoría de la 'dimensionalidad evolutiva' de la continuidad apenas pueden discutirse (...). Cada libro de Peirce debería quizás llevar esta advertencia: Que no entre aquí nadie que no sepa de lógica, matemáticas e historia de la ciencia". No cabe duda de que Dipert tiene razón, dado que sin esos conocimientos es imposible llegar a las profundidades de la metafísica de Peirce.

11. David Gruender, "Pragmatism, Science, and Metaphysics", en The Relevance of Charles Peirce, ed. Eugene Freeman (La Salle: The Hegeler Institute, 1983): 271-90.

12. David Savan, "Toward a Refutation of Semiotic Idealism", Semiotic Inquiry 3 (1983): 1-8.

13. Thomas L. Short, "What They Said in Amsterdam: Peirce’s Semiotic Today", Semiotica 60 (1986): 103-28.

14. Joseph L. Esposito, "On the Origins and Foundations of Peirce’s Semiotic", en Studies in Peirce’s Semiotic (Peirce Studies 1, Lubbock: Institute for Studies in Pragmaticism, 1979, p. 20). Gran parte de este parágrafo se basa en el artículo de Esposito, que ofrece una buena introducción histórica de la semiótica de Peirce.

15. Christopher Hookway, Peirce (London: Routledge & Kegan Paul, 1985), p. 246.

16. Max H. Fisch, Peirce Semiotic and Pragmatism, p. 194.

17. William James, The Will to Believe and Other Essays in Popular Philosophy (Longmans Green, 1896).

18. Para ver toda la explicación de Max Fisch, Peirce Semiotic and Pragmatism, p. 283 ss.

19. K. L. Ketner y H. Putnam piensan que "tanto el renovado interés de James por el pragmatismo como 'el acercamiento de Royce a las ideas de Peirce' se deben a las conferencias que dio Peirce en Cambridge en 1898" (RLT 36).

20. Los argumentos antifundacionalistas clave de Peirce habían aparecido antes en su serie de artículos en el Journal of Speculative Philosophy de 1868 (EP1, artículos 2–4).

21. Según Murray Murphey, la conferencia de James colocó a Peirce en "una posición intelectual insostenible". Peirce ya no podía repudiar el pragmatismo, pero tampoco podía "aceptarlo sin matices". Peirce tenía que presentar su punto de vista propio (The Development of Peirce’s Philosophy, pp. 358-59).

22. Max H. Fisch, Peirce Semiotic and Pragmatism, p. 195.

23. Max H. Fisch, Peirce Semiotic and Pragmatism, p. 365.

24. Max H. Fisch, Peirce Semiotic and Pragmatism, p. 195.

25. Ver MS 640 y NEM 3: 875; también en Max H. Fisch, Peirce Semiotic and Pragmatism, p. 196. Muchos manuscritos de la última década desarrollan la lógica partiendo de la semiótica, pero quizás ninguno lo haga de una manera más completa que MS 693.

26. Citado en Frederic Harold Young, "Charles Sanders Peirce; America’s Greatest Logician and Most Original Philosopher", conferencia leída en Octubre de 1945 en la Pike County Historical Society en Milford, Pennsylvania (publicada en 1946).




Bibliografía

Obras de Peirce

Obras sobre Peirce




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Fecha del documento: 24 de abril 2006
Ultima actualización: 22 de febrero 2013

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