Lecciones de Harvard sobre el pragmatismo

LECCIÓN III*: "CONTINUACIÓN DE LAS CATEGORÍAS"


Charles S. Peirce (1903)


Traducción castellana de Dalmacio Negro Pavón (1978)


Los editores del Essential Peirce añaden la siguiente introducción a la tercera de las Lecciones sobre el pragmatismo: "MS 308. [Publicado en CP 5.66-81, 88-92 (parcialmente) y en HL 167-188. Esta es la tercera lección de Harvard, impartida el 9 de abril de 1903]. En esta lección, Peirce entra en detalle en lo que concierne a la naturaleza de sus categorías y las emplea para distinguir tres clases de signos: íconos, índices y símbolos. Analiza en particular un tipo de símbolo, la proposición, que siempre se refiere a su objeto de dos maneras: indexicalmente, por medio de su sujeto, e icónicamente, por medio de su predicado. Peirce defiende sus categorías contra el punto de vista que él atribuye a A. B. Kempe, según el cual, no se requiere la Terceridad para expresar las relaciones de las matemáticas, y argumenta en favor de la independencia de la Primeridad, la Segundidad y la Terceridad.

La traducción de Dalmacio Negro Pavón corresponde a CP 5.66-92. El título y los subtítulos fueron introducidos por los editores de los
CP.


§ 1. LA TERCERIDAD DEGENERADA

66. La categoría lo Primero es la idea de aquello que es tal como es sin consideración a ninguna otra cosa. Es decir, es la Cualidad de Sentimiento. La categoría lo Segundo es la idea de aquello que es tal como es en tanto que Segundo respecto a algún Primero, sin consideración a ninguna otra cosa, y en particular, sin consideración a ninguna Ley, aunque pueda ajustarse a una ley. Es decir, es la Reacción como elemento del Fenómeno. La categoría lo Tercero es la idea de aquello que es tal como es en tanto que Tercero, o Medio, entre un Segundo y su Primero. Es decir, es la Representación como elemento del Fenómeno.

67. Una mera complicación de la categoría lo Tercero, que no comporta ninguna idea esencialmente diferente, dará la idea de algo que es tal como es en virtud de sus relaciones con cualquier multitud, enumerable, denumerable o anumerable, o incluso con cualquier supermultitud de correlatos; de modo que esta categoría basta por sí misma para proporcionar la concepción de Verdadera Continuidad, respecto a la cual no es más elevada ninguna concepción descubierta hasta ahora.

68. La categoría lo Primero, debido a su carácter Extremadamente Rudimentario, no es susceptible de ninguna modificación degenerada o debilitada.

69. La categoría lo Segundo tiene una Forma Degenerada, en la que hay realmente segundidad, pero una Segundidad Secundaria o débil, que no es equiparable con su propia cualidad, sino que pertenece a ella en un cierto respecto. Además, esta degeneración no precisa ser absoluta sino que puede ser solamente aproximada. Así un genero caracterizado por la Reacción, se escindirá en dos especies, merced a la determinación de su carácter esencia: una será una especie en la que la segundidad es fuerte, la otra será una especie en la cual será débil la segundidad, y la especie fuerte se subdividirá en dos que se relacionarán de manera similar, sin que se den las subdivisiones correspondientes en las especies débiles. Por ejemplo, la Reacción Psicológica se escinde en Voluntad, en la cual la Segundidad es fuerte, y Sensación, donde es débil; y la Voluntad se subdivide a su vez en Voluntad Activa y Voluntad Inhibidora, a cuya dicotomía no corresponde nada en la Sensación. Pero es menester confesar que la subdivisión, en cuanto tal, entraña algo más que la segunda categoría.

70. La categoría lo Tercero exhibe dos maneras diferentes de Degeneración, en donde la idea irreductible de Pluralidad, en tanto que distinta de la Dualidad, se encuentra realmente presente pero en condiciones mutiladas. El Primer grado de Degeneración se halla en una Pluralidad Irracional que, tal como existe, por contraste [con] la forma de su representación, es una mera complicación de la dualidad. Acabamos de tener un ejemplo de esto en la idea de Subdivisión. En La Segundidad pura, los correlatos que reaccionan son Singulares, y como tales son Individuos, no susceptibles de ulterior división. En consecuencia, la concepción de Subdivisión, digamos que por su repetida dicotomía, encierra ciertamente una suerte de Terceridad, pero es una terceridad que se concibe como consistente en una segunda segundidad.

71. La más degenerada Terceridad se da cuando concebimos que una mera Cualidad de Sentimiento, o Primeridad, se representa a sí misma como Representación. Tal sería, por ejemplo, la Autoconciencia Pura, que cabría describir burdamente como un mero sentimiento que tiene un oscuro instinto de ser el germen de un pensamiento. Esto parece un disparate, lo concedo. Sin embargo, puede intentarse algo para hacerlo comprensible.

Recuerdo que una señora aseguraba que su padre había oído a un sacerdote, de cuyas tendencias no hacía ella mención alguna, iniciar una plegaria en estos términos: "Oh, Tú, Omnisuficiente, Autosuficiente, Insuficiente Dios".

Ahora bien, la Autoconciencia pura es Autosuficiente, y si también se la considera Omnisuficiente, parecería seguirse que debe ser Insuficiente. He de excusarme por introducir esta bufonada en conferencias serias. Lo hago porque creo seriamente que un poco de broma ayuda al pensamiento y contribuye a mantenerlo pragmático.

Imagínese que sobre el suelo de un país, que tiene una línea fronteriza única, así



hay un mapa de ese mismo país. Este mapa quizás deforme en cierta medida las diferentes provincias del país. Pero dará por supuesto que representa cada parte del país que tiene una sola frontera por una parte del mapa que tiene una sola frontera, que cada parte del país es representado como estando limitada por las partes que realmente la limitan, que cada punto del país está representado por un solo punto del mapa, y que cada punto del mapa representa un solo punto del país. Supongamos, además, que este mapa es infinitamente detallado en su representación, de modo que no hay ni una mota ni un grano de arena en el país que no pudiera verse representado en el mapa, si lo examináramos con un aumento suficiente.

Entonces, puesto que todo lo situado en el suelo del país aparece sobre el mapa, y puesto que el mapa se halla en el suelo del país, el mapa mismo estará pintado en el mapa, y en este mapa del mapa podrá discernirse todo lo que hay sobre el suelo del país, incluido el mapa mismo con el mapa del mapa dentro de su frontera. Así, habrá en el interior del mapa un mapa del mapa, y dentro de aquel, un mapa del mapa del mapa, y así sucesivamente ad infinitum. Estando cada uno de estos mapas dentro de los precedentes de la serie, habrá un punto contenido en todos ellos, y este será el mapa de sí mismo. Cada mapa que directa o indirectamente representa ser un mapa del país. En otras palabras, cada mapa es interpretado como tal en el siguiente. Podemos afirmar, por ende, que cada uno es una representación del país para el mapa siguiente; y ese punto que está en todos los mapas no es más que la representación de sí mismo y para nada más que para sí mismo. Es, pues, el análogo exacto de la autoconciencia pura. Como tal es autosuficiente. Se salva de ser insuficiente, o sea, de no ser ninguna representación en absoluto, por la circunstancia de que no es omnisuficiente, es decir, que no es una representación completa sino únicamente un punto sobre un mapa continuo**. Me atrevo a decir que acaso ustedes hayan oído antes algo parecido al Profesor Royce1, pero si es así les señalaré una importante divergencia. La idea misma no pertenece ni a él ni a mí, y fue usada por mí en conexión con esto hace treinta años2.

72. Las formas relativamente degeneradas de la categoría lo Tercero no se suceden en cadena como las de lo Segundo. Lo que hallamos es esto. Tomando cualquier clase en cuya idea esencial el elemento predominante es la Terceridad, o Representación, el autodespliegue de esa idea esencial -despliegue, permítaseme decirlo, que no se logra merced al mero "pensar continuado y tenso", sino sólo en virtud de un complicado proceso fundado a la vez en la experiencia y la razón- tiene por resultado una tricotomía que da lugar a tres subclases, o géneros, que entrañan respectivamente una Terceridad relativamente genuina, una terceridad relativamente reaccional o terceridad del menor grado de degeneración, y una terceridad relativamente cualitativa o terceridad de la máxima degeneración. Esta última puede subdividirse, y sus especies incluso pueden regirse por las tres categorías, pero no se subdividirá, tal como estamos considerándola, mediante las determinaciones esenciales de su concepción. El género correspondiente al grado menor de degeneración, el género reaccionalmente degenerado, se subdividirá a la manera de la categoría lo Segundo, formando una cadena; mientras que el género de la Terceridad relativamente genuina se subdividirá tricotómicamente, al igual que aquel del que resultó. Sólo a medida que avanza la división, se va haciendo cada vez más difícil discernir las subdivisiones.

73. El representamen3, por ejemplo, se divide por tricotomía en el signo general o símbolo, el índice y el icono. Un icono es un representamen que cumple la función de un representamen en virtud de un carácter que posee en sí y que seguiría poseyéndolo aunque su objeto no existiera. Así la estatua de un centauro no es, en verdad, un representamen si no hay una cosa tal como un centauro. No obstante, si representa un centauro, es en virtud de su figura; y esta figura seguirá teniéndola, exactamente igual, haya o no haya centauros. Un índice4 es un representamen que cumple la función de un representamen en virtud de un carácter que no podría tener si su objeto no existiera, pero que continuará teniéndolo de todos modos, ya sea o no interpretado como representamen. Verbigracia, un higrómetro anticuado es un índice. Pues está ideado para que tenga una reacción física con la sequedad y la humedad del aire, de manera que el hombrecillo saldrá si llueve, y esto sucedería en cualquier caso, aun cuando se olvidara por completo el uso del instrumento, de suerte que dejara de proporcionar realmente información. Un símbolo es un representamen que cumple su función sin consideración a ninguna similaridad o analogía con su objeto e igualmente sin consideración a ninguna conexión fáctica con él, sino única y simplemente porque será interpretado como representamen. Tal es, por ejemplo, cualquier palabra general, frase o libro.

De esos tres géneros de representámenes, el Icono es el Cualitativamente degenerado, el Índice es el Reaccionalmente degenerado, mientras que el Símbolo es el género relativamente genuino.

74. Ahora bien, el Icono puede indudablemente dividirse de acuerdo con las categorías; pero la mera completud de la noción de icono no requiere imperativamente dicha división. Porque un puro icono no comporta distinción alguna entre él y su objeto. Representa todo cuanto puede representar, y todo aquello a lo que se asemeja, lo es en la misma medida. Es solamente un asunto de taleidad.

75. Muy de otra manera ocurre con el Índice. Se trata aquí de un signo reaccional, que es tal en virtud de una conexión real con su objeto. Surge, pues, la pregunta siguiente: ¿se halla este carácter dual en el índice, de modo que tenga dos elementos, sirviendo en virtud de uno de ellos como sustituto del objeto particular al que sustituye, mientras que el otro sea un icono intrincado que representa al propio representamen considerado como una cualidad del objeto, o bien no hay en realidad ese carácter dual en el índice, de modo que éste denota meramente a cualquier objeto con el cual da la casualidad de que esta realmente conectado, al igual que el icono representa a cualquier objeto al que da la casualidad de que realmente se asemeja? De lo primero, de la forma relativamente genuina del Índice, es un ejemplo el higrómetro. Su conexión con el estado del tiempo es dualista, de manera que proporciona efectivamente información mediante un icono complicado. Por otro lado, una simple marca por la que puede ser reconocida una cosa particular porque está de hecho asociada con esa cosa, un nombre propio sin significación, un dedo apuntando, son índices degenerados. Horatio Greenough, que diseñó el monumento de Bunker Hill, nos cuenta en su libro*** que él simplemente quiso decir "¡Aquí!". El monumento se encuentra justamente en ese terreno y, por supuesto, es inamovible. Así, si estamos buscando el campo de batalla, nos dirá adonde encaminar nuestros pasos.

76. El Símbolo, o forma relativamente genuina del Representamen, se divide por tricotomía en el Término, la Proposición y el Argumento. El Término corresponde al Icono y al Índice degenerado. Excita un icono en la imaginación. La proposición transmite una información definida, al igual que el índice genuino, por tener dos partes, la función de una de las cuales estriba en indicar el objeto mentado, mientras que la de la otra consiste en representar al representamen excitando un icono de su cualidad. El argumento es un representamen que no deja que el interpretante sea determinado, como podría serlo, por la persona a la cual va dirigido el símbolo, sino que representa separadamente aquello que es la representación interpretadora que se pretende determinar. Esta representación interpretadora es, desde luego, la conclusión. Sería interesante llevar más lejos estas ilustraciones; pero no puedo demorarme por más tiempo. Tan pronto como un tema comienza a ser interesante, me veo obligado a pasar a otro.


§ 2. LOS SIETE SISTEMAS DE METAFÍSICA

77. Las tres categorías proporcionan una clasificación artificial de todos los posibles sistemas de metafísica, lo cual, ciertamente, no carece de utilidad. En la figura adjunta se muestra el esquema. Depende de cuáles de las tres categorías admita cada sistema como elementos metafísico-cósmicos importantes****.



78. Uno de ellos se empeña muy natural y adecuadamente en dar cuenta del universo con las menos y más simples categorías posibles.

Praedicamenta non sunt multiplicanda praeter necessitatem.

79. Debemos, por tanto, admirar y ensalzar los esfuerzos de Condillac y de los asociacionalistas por explicarlo todo mediante las cualidades de sentimiento [i]. No obstante, si esto resulta ser un fracaso, la hipótesis inmediatamente más admirable es la de los corpuscularianos, Heimholz y otros por el estilo, a quienes les gustaría explicarlo todo por medio de la fuerza mecánica, que no distinguen de la reacción individual [ii]. Fracasada ésta a su vez, la más recomendable es la doctrina de Hegel, quien considera la categoría lo Tercero como la única verdadera [iii]. Porque en el sistema hegeliano las otras dos sólo se introducen con el fin de ser aufgehoben [superadas].

Todas las categorías de la lista de Hegel, a partir del Ser Puro, me parece que entrañan manifiestamente la Terceridad, aunque él no parezca reconocerlo por lo inmerso que está en esta categoría.

Habiéndose agotado estos tres sistemas más simples en su propio absurdo, es natural que ahora, de acuerdo con la máxima de economía, ensayemos las explicaciones del universo basadas en el reconocimiento de sólo dos categorías.

81. Cabe decir que los nominalistas más modernos, los cuales, sin embargo, aplican el epíteto mero al pensamiento y a los representámenes, categorías Primera y Segunda, y niegan la tercera [i ii].

Los berkeleyanos, para quienes no hay sino dos clases de entidades, las almas, o centros de pensamiento determinable, y las ideas en las almas, siendo consideradas estas ideas como puras entidades estáticas, apenas o nada diferentes de las Cualidades de Sentimiento, parecen admitir las categorías Primera y Tercera y negar la Segundidad, a la que quieren reemplazar por la Influencia Creadora Divina, que tiene ciertamente todo el tufillo de la Terceridad. Hasta donde uno puede desembrollar alguna meta inteligible en ese singular batiburrillo, de la metafísica cartesiana, parece que ésta haya de admitir las categorías Segunda y Tercera como fundamentales y negar la primera [ii iii]. De lo contrario, no sé a quiénes podamos atribuir esta opinión que, por cierto, no tiene trazas de ser menos aceptable y atractiva que otras varias. Pero hay otras filosofías que parecen hacer plena justicia a las categorías Segunda y Tercera, y menospreciar la primera, y entre éstas quizás deban incluirse las de Spinoza y Kant.


§ 3. LA IRREDUCTIBILIDAD DE LAS CATEGORÍAS

(82-87 proceden de la versión "a"; 88-93 siguen a 81 después de una sección que no se publica por ser una repetición en su mayor parte de 82-87. [Nota del T.])


82. Tenemos que empezar por preguntar si las tres categorías pueden admitirse como concepciones simples e irreductibles; y pasar luego a inquirir si no cabe suponer que sean todas constitutivos reales del universo. Porque cuando digo que ciertas escuelas metafísicas no las admiten, no quiero decir que no las admitan como meras concepciones -punto al que generalmente no dedican mucha atención, de manera que sus opiniones al respecto no resultan muy destacadas- sino que no las admiten como constitutivos reales del universo.

No sé si podré añadir algo esencial a lo que dije en mi última lección para mostrar que la categoría de lo Primero debe admitirse como un constitutivo irreductible del fenómeno.

83. No habría duda alguna de que la categoría lo Segundo es una concepción irreductible, de no ser por la deplorable situación de la ciencia de la lógica. Esto lo ilustra el hecho de que una obra tan petulante y tan extravagantemente teorizadora como la Geschichte der Logik de Prantl sea aceptada, como en general lo es, incluso entre los doctos, como una maravilla de investigación concienzuda. Es verdad que uno o dos capítulos del citado libro están relativamente bien hechos. La exposición de la lógica de Aristóteles, aunque no alcanza el suficiente grado de perfección ni de amplitud cabal, es sin embargo la mejor exposición del tema que tenemos5. Pero Prantl, para empezar, no comprende la lógica, entendiendo por lógica la ciencia de que tratan aquellas obras de las cuales da o pretende dar una exposición; y a pesar de sus ideas superficiales, está tan engreído con sus propias doctrinas, que desdeña tomarse el trabajo de desentrañar el significado de esas obras. Las burdas expresiones de desprecio que se permite de continuo para con los grandes pensadores deben poner en guardia a los lectores contra él. En segundo lugar, pertenece a esa clase demasiado conocida de críticos alemanes que se encandilan con las teorías deducidas de concepciones generales, y que se enamoran de esas teorías porque son su propia hechura y las tratan como certidumbres absolutas aunque esté al alcance de la mano el refutarlas por completo. Comprenderán ustedes, desde luego, que no digo estas cosas sin haber leído todas las aportaciones importantes, de ambos bandos, a las cuestiones discutidas, y sin haberlas sometido a un estudio y una crítica cuidadosos. Las opiniones de Prantl sobre los filósofos megáricos, sobre lo que él denomina la lógica bizantina, sobre la lógica medieval latina, sobre los Parva logicalia, son teorías insensatas, enteramente insostenibles y, en diversos casos, fáciles de refutar por un simple examen de los manuscritos. Por lo demás, no es una historia de la lógica sino, principalmente, de las partes más triviales de la lógica. Pero se me preguntará si no creo que sus conocimientos son prodigiosamente extensos. No, no lo creo. Tenía a mano la biblioteca de Munich.

Sólo tenía que mirar los libros y, en su mayor parte, se contentó poco más que con eso, con mirar los libros. En rigor, a menudo no tiene idea de cuál es la sustancia real de los libros; y es muy corriente encontrar en sus notas pasajes copiados de un libro que no son nada más que copias textuales de pasajes célebres de obras mucho más antiguas. No niego que el libro sea útil, porque el resto de nosotros no tiene acceso a una biblioteca semejante; pero no lo considero una obra de erudición respetable. No es menester andarse con miramientos, ya que él mismo no sólo alude con la máxima irreverencia a estudiosos tan serios de los escritos medievales como Charles Thurot, Hauréau y otros, sino que con frecuencia desciende a lo que llamaríamos el lenguaje de las verduleras para caracterizar opiniones antiguas que tal vez no sepa que son idénticas a las sostenidas hoy día por analistas de las formas lógicas cuyos estudios son tan incomparablemente más exactos que el suyo, que no merece emparejar su nombre con el de ellos.

84. No obstante, por mala que sea la historia de Prantl, es la mejor que tenemos, y cualquier persona que la lea críticamente, como debe leerse todo libro, podrá ver con facilidad que los antiguos investigadores de la lógica, Demócrito, Platón, Aristóteles, Epicuro, Filopón e incluso Crisipo, eran pensadores de primer orden, y que San Agustín, Abelardo, Tomás de Aquino, Duns Scoto, Ockham, Pablo Véneto y hasta Lorenzo Valla fueron lógicos del tipo más laborioso y sutil. Pero cuando se inició la reviviscencia del saber, las mentes más exquisitas encauzaron su atención en una dirección muy diferente, y la matemática moderna y la física moderna se desviaron todavía más. El resultado de todo esto ha sido que durante los siglos transcurridos desde la aparición del De Revolutionibus [1543]6 -y les ruego que tengan presente que la obra de Copérnico fue el fruto de la instrucción científica de que se empapó en Italia en su juventud-, a lo largo de estas edades, las cátedras de Lógica de las universidades han sido ocupadas por una clase de hombres, de los que hablaríamos con demasiado eufemismo si dijéramos que no representaban en modo alguno el nivel intelectual de su época. No, no; hablemos la estricta verdad: los lógicos modernos, en cuanto clase, han sido espíritus decididamente pueriles, espíritus de esa índole que nunca maduran y que, sin embargo, nunca tienen el elán y la originalidad de la juventud. Echen primero una ojeada a las páginas de una docena de tratados corrientes, prescindiendo de toda estimación preconcebida de sus autores, y vean si no es ésa la impresión que sacan de ellos. En efecto, en la mayoría de esos tratados, se pasa por alto casi enteramente la más señalada aportación que, en general, se haya hecho al razonamiento durante estos siglos: el cálculo de probabilidades7. Si sólo fueran los lógicos vulgares quienes quedaran afectados por este estado de cosas, no importaría mucho; pues con que únicamente el uno por ciento de las obras sobre el tema fuesen lo que deberían ser, aún estaríamos en posesión de una bibliografía espléndida y copiosa. Mas por desgracia, el nivel general ha descendido de una manera tan terrible que incluso los tratados escritos por hombres de auténtica capacidad han sido cosas meditadas a medias. Arnauld, por ejemplo, era un hombre de notable vigor intelectual, y, sin embargo, L'Art de penser o la Lógica de Port-Royal es una vergonzosa exhibición de aquello que los dos siglos y medio de los máximos logros humanos pudieron considerar una buena explicación de cómo pensar. Quizás quepa replicar que los tres últimos siglos parecen habérselas arreglado perfectamente sin la ayuda de la lógica. Sí, contesto yo, lo han hecho porque hay una cosa más vital todavía para la ciencia que los métodos inteligentes, a saber, el deseo sincero de descubrir la verdad, cualquiera que sea ésta; y eso han tenido la dicha de poseerlo aquellos siglos. Pero según la apreciación que me he formado -no exactamente una mera conjetura, aunque bastante burda sin duda-, si la lógica durante esos siglos hubiera sido estudiada con la mitad del celo y el genio que se ha concedido a la matemática, el siglo XX podría haberse abierto con las ciencias especiales en general -y en particular las ciencias tan vitalmente importantes como la física molecular, la química, la fisiología, la psicología, la lingüística y la crítica de las fuentes históricas antiguas- en una situación mucho más avanzada que la que es de esperar que alcancen a finales de 1950. No diría yo que las vidas humanas son las cosas más preciosas en el mundo; pero, después de todo, tienen su valor; ¡imaginen cuántas vidas se habrían salvado así! Podemos mencionar individuos que probablemente hubieran realizado una obra más vasta; pongamos por caso a Abel, Steiner, Gaulois, Sadi Carnot. ¡Piensen en la labor de una generación de alemanes a los que se permitiera lanzarse al hegelianismo! Piensen en la extravagante admiración que media generación de ingleses -indiscutiblemente los mejores razonadores, en términos generales, de cualquier pueblo moderno- otorgó a esa estupidez que es la New Analytic de Hamilton. Examinen el comentario de Vaihinger para ver qué ejército de estudiosos han quedado atrapados en la doctrina de Kant de la relación entre sus juicios analíticos y sintéticos, doctrina cuya falsedad habría demostrado inmediatamente un estudio de la lógica de las relaciones.

85. Si la lógica no se hubiera sumido, desde el tiempo de Copérnico, en un estado de semiidiotez, la lógica de las relaciones habría sido impulsada a partir de entonces, durante tres siglos, por centenares de investigadores, entre los cuales habría habido no pocos que, en una dirección o en otra, hubieran superado en capacidad a cualquiera del mísero puñado de estudiosos que se han dedicado a ella en la última generación, más o menos. Y permítanme decirles que este estudio habría revolucionado por completo las nociones más generales de los hombres acerca de la lógica, las ideas mismas que hoy día son corrientes en el mercado y en los bulevares. Uno de los primeros resultados de tan amplio estudio de la lógica de las relaciones tendría que haber sido el provocar que la idea de reacción quedase sólidamente fijada en la mente de todos los hombres como una categoría irreductible del Pensamiento, cualquiera que haya sido el lugar asignado a ella en la metafísica como categoría cósmica. Me aventuro a decir esto, a pesar de que al añorado Schröder no pareciera verlo así. Schröder siguió a Sigwart en sus ideas de lógica más fundamentales. Ahora bien, yo tengo un gran respeto por Sigwart, el mismo tipo de respeto que siento por Rollin como historiador, por Buffon como zoólogo, por Priestley como químico, por Biot como físico, pertenecientes todos ellos a esa clase de hombres a quienes oi polloi siempre colocan demasiado alto y los científicos especialistas demasiado bajo. Se trata de uno de los más críticos y menos inexactos de los lógicos inexactos.

Sigwart, al igual que casi todos los más brillantes lógicos actuales, exceptuados los presentes, comete el error fundamental de confundir la cuestión lógica con la cuestión psicológica8. La cuestión psicológica consiste en averiguar cuáles son los procesos por los que atraviesa la mente. Pero la cuestión lógica radica en saber si la conclusión que se alcance, al aplicar esta o aquella máxima, estará o no estará de acuerdo con los hechos. Es posible que la mente esté constituida de tal manera que aquello que nuestro instinto intelectual aprueba sea verdadero en la medida en que ese instinto lo aprueba. Si ocurre así, se trata de un hecho interesante acerca de la mente humana; pero nada tiene que ver con la lógica. Sigwart afirma que la cuestión de cuál sea buena lógica y cuál mala se reduce en última instancia a la cuestión de cómo sentimos; en un asunto de Gefühl, es decir, de Cualidad de Sentimiento. Y se empeña en demostrar esto. Porque, dice, si se emplea cualquier otro criterio, la justeza de este criterio habrá de establecerse mediante el razonamiento, y en este razonamiento, antecedente al establecimiento de cualquier criterio racional, debemos fiarnos del Gefühl; de suerte que el Gefühl es aquello a lo que en definitiva remite cualquier otro criterio. ¡Bueno! Esto es un bonito e inteligente negocio, de esos que hacen avanzar a la filosofía: una espléndida falacia, clara y explícita, que puede ser afrontada honradamente y refutada de modo absoluto. Es tanto más valiosa porque es una forma de argumentación de muy amplia aplicabilidad. Es precisamente análoga al razonamiento con el que el hedonista en ética, el subjetivista en estética y el idealista en metafísica atacan la categoría de reacción. Es fácil percibir la analogía entre sus argumentos. El hedonista dice que la cuestión respecto a cuál conducta sea buena y cuál mala debe reducirse, en último análisis, a una cuestión de placer. Pues, afirma, supóngase que deseamos algo que no sea nuestro propio placer. Entonces, sea lo que fuere lo que deseemos, sentimos satisfacción en ello, y si no experimentáramos satisfacción en ello, no lo desearíamos. Pero esta satisfacción es esa misma cualidad de sentimiento que llamamos placer; y así, la única cosa que siempre deseamos es el placer, y toda acción deliberada debe ser ejecutada con miras a nuestro propio placer9.

Asimismo, todo idealista comienza con un argumento análogo, aunque es muy probable que no permanezca coherentemente sobre el terreno a que éste lo conduce, si es que conduce a alguna parte.

El idealista dice: Cuando percibo algo, soy consciente; y cuando soy consciente de algo, soy inmediatamente consciente, y de cualquier otra cosa de que yo pueda ser consciente, lo soy a través de esa conciencia inmediata. En consecuencia, de lo que me doy cuenta por la percepción es meramente de que tengo un sentimiento junto con todo lo que infiero de esa conciencia inmediata.

86. La respuesta a todos esos argumentos es que ningún deseo puede desear su propia satisfacción, ningún juicio puede juzgar que él mismo es verdadero y ningún razonamiento puede concluir que él mismo es válido. Porque todas estas proposiciones están en pie de igualdad y deben estarlo o caer juntas. Si un juicio juzga que él mismo es verdadero, otro tanto harán todos los juicios (o al menos todos los juicios asertóricos); pues no hay fundamento de discriminación entre los juicios asertóricos a este respecto. Por ende, o bien el juicio J y el juicio "digo que J es verdadero" son el mismo para todos los juicios o para ninguno. Mas si son idénticos, también lo son sus negaciones. Pero sus negaciones son, respectivamente, "J no es verdadero" y "no digo que J es verdadero", que son muy diferentes. En consecuencia, ningún juicio juzga que él mismo es verdadero. Todo lo que J hace es suministrar una premisa, la cual es una evidencia completa que justifica mi aserción en otro juicio de que J es verdadero. Es importante hacer esta distinción. El juicio J puede ser, por ejemplo, "Sirio es blanco". Esto es un juicio acerca de Sirio. Para que me percibo formulando este juicio, o para otro que me oiga afirmarlo y admita mi veracidad, es completa la evidencia de que creo que Sirio es blanco. Pero las dos proposiciones "Sirio es blanco" y "juzgo que Sirio es blanco" son dos proposiciones distintas.

Hay distinciones exactamente análogas en los otros casos. Yo puedo desear que mi hijo enfermo se restablezca, y después, reflexionando sobre la intensidad de ese deseo, probablemente seré incapaz de abstenerme de desear que dicho deseo sea satisfecho. Pero no puedo desear que un deseo mío se cumpla, a menos de tener ya tal deseo; y no tengo todavía tal deseo mientras me halle todavía en el acto de formar el deseo, de modo que el deseo no esté aún completado. Me atrevo a decir que la disposición psíquica de algunas personas es tal que apenas han formado un fuerte deseo cuando sus pensamientos toman un sesgo subjetivo e inmediatamente empiezan a pensar en la satisfacción que les produciría el cumplimiento de ese deseo, y esas personas encuentran difícil concebir que haya otras personas cuyos pensamientos sigan un curso de sugestiones objetivas y que piensen muy poco en sí mismas y en su propia complacencia. Es éste justamente uno de esos aspectos en los que cabe esperar que las distintas personas difieran ampliamente. Pero en ningún caso el deseo es absolutamente idéntico al deseo de la satisfacción de ese deseo.

87. Volviendo, pues, al argumento de Sigwart, no sólo niego lo que él afirma, es decir, que cuando hago una inferencia, únicamente puedo hacerla a causa de cierto sentimiento de satisfacción lógica que está conectado con el propio hacerla, sino que sostengo que jamás puedo extraer una inferencia por causa de tal sentimiento. Al contrario, nunca sé si la inferencia me proporcionará una satisfacción semejante, excepto por una reflexión subsiguiente, después de haberla ya extraído. Es posible que, tras de reconocer la satisfacción que la inferencia me produce, considere eso como una razón adicional para creer en ella. Pero esto es otra inferencia que, a su vez, me deparará una nueva complacencia si me detengo a reflexionar sobre ella.

De hecho, es un grave error de razonamiento estimar el sentido de logicidad como algo más que un argumento pasablemente fuerte en favor de la validez de una inferencia. Pues aunque sin duda el sentido de logicidad orienta a los hombres correctamente en lo esencial, sin embargo, con mucha más frecuencia los engaña.

Pero, evidentemente, el argumento de Sigwart, o bien es por completo falaz, o bien lo que prueba es aquello que él mantiene tajantemente que prueba, a saber, que la validez de un argumento no consiste nada más que en el Gefühl de la logicidad. Pero es desde luego absurdo que un lógico adopte esta posición; puesto que, si fuese verdadera, no podría suceder que un razonamiento sincero fuera ilógico, y la lógica, en tanto que crítica de los argumentos y discriminación entre los buenos y los malos, no existiría en absoluto; y mi argumento sincero de que Sigwart está totalmente equivocado, sería una decisión inapelable.

Si el Santo Padre, en virtud de su infalibilidad, ordenase a los fieles creer que todo lo que cualquier protestante hubiera dicho alguna vez era, ipso facto, necesariamente verdadero, no se forzaría en mayor grado el asentimiento de la gente.

88. Es ciertamente difícil de creer, hasta que uno se ve compelido a la creencia, que una concepción tan importunamente compleja como la Terceridad sea una concepción irreductible e inanalizable.

Es natural que uno exclame: ¡Cómo! ¡Este hombre piensa convencernos de que una concepción es compleja y simple, al mismo tiempo! Yo podría responder a esto haciendo una distinción. Es compleja en el sentido de que cabe discernir en ella diferentes rasgos, pero la idea peculiar de complejidad que contiene, aunque tenga por objeto la complejidad, es una idea inanalizable. ¿De qué se compone la concepción de complejidad? Prodúzcanla mediante una construcción, sin usar ninguna idea que la lleve implícita, si es que pueden.

89. La mejor manera de cerciorarse respecto a si la Terceridad es elemental o no -al menos sería la mejor manera para mí, que, en primer lugar, tenía una aptitud natural para el análisis lógico, la cual ha estado en constante adiestramiento a lo largo de toda mi vida (y opino, por lo demás, que sería la mejor manera para cualquiera, a condición de que escudriñe su análisis, le dé vueltas una y otra vez, y lo critique rigurosa y sinceramente, hasta que logre una completa captación de él)-, la mejor manera, repito, es tomar la idea de representación, digamos la idea del hecho de que el objeto, A, es representado en la representación, B, de tal modo que determina la interpretación, C: tomar esta idea y procurar enunciar en qué consiste, sin introducir en absoluto la idea de Terceridad, si es posible, o bien, si resulta imposible, ver cuál es la forma mínima o más degenerada de Terceridad que cumplirá este propósito.

A continuación, una vez ejercitados en este problema, tomen otra idea en la que, de acuerdo con mis nociones, la Terceridad adopte una forma más degenerada. Intenten por sí mismos un análisis lógico del Hecho de que A da B a C. Pasen luego a un caso en que la Terceridad adopte una forma todavía más degenerada, como, por ejemplo, la idea de "A y B". Lo que es a la vez A y B entraña la idea de tres variables. Expresado matemáticamente: Z=XY, que es la ecuación del más sencillo de los dos hiperboloides, el de dos cascos, como suele llamarse.

Quien desee adiestrar sus facultades lógicas comprobará que estos problemas proporcionan un ejercicio capital; y quien aspire a lograr una justa concepción de universo advertirá que las soluciones de estos problemas tienen una conexión más íntima con dicha concepción de lo que cabría imaginar de antemano.

90. Hasta ahora he estado atento a repeler los ataques contra las categorías que consistieran en mantener que la idea de Reacción puede reducirse a la de Cualidad de Sentimiento, y la idea de Representación a las de Reacción y Cualidad de Sentimiento tomadas conjuntamente. Pero, entretanto, quizás el enemigo se haya introducido furtivamente en mi retaguardia y me encuentre yo de pronto expuesto a un ataque, que se produciría del modo siguiente:

Admitimos plenamente que hayas probado, hasta que empecemos a dudarlo, que la Segundidad no está implícita en la Primeridad, ni la Terceridad en la Segundidad y la Primeridad. Pero no has probado en absoluto que la Primeridad, la Segundidad y la Terceridad sean ideas independientes, por la obvia razón de que es tan claro como el agua que la idea de un trío implica la idea de parejas, y la idea de una pareja la idea de unidades. En consecuencia, la Terceridad es la única y exclusiva categoría. Esta es sustancialmente la idea de Hegel; e incuestionablemente contiene una verdad10.

La Terceridad no sólo supone y envuelve las ideas de Segundidad y Primeridad, sino que nunca será posible encontrar una Segundidad o una Primeridad que no vaya acompañada de la Terceridad.

91. Si los hegelianos se limitaran a esa posición, encontraría un amigo cordial en mi doctrina.

Pero no lo hacen. Hegel está imbuido de la idea de que lo Absoluto es Uno. Consideraría tres absolutos como una ridícula contradicción in adjecto. En consecuencia, desea establecer que las tres categorías no tienen en el pensamiento su respectiva situación independiente e irrefutable. La Primeridad y la Segundidad deben ser aufgehoben de alguna manera. Mas eso no es verdad. De ningún modo son ellas refutadas ni refutables. La Terceridad, desde luego, comporta a la Segundidad y la Primeridad, en cierto sentido. Es decir, si tenemos la idea de Terceridad, es menester que hayamos tenido las ideas de Segundidad y Primeridad sobre las cuales erigirla. Pero lo que se requiere para la idea de una genuina Terceridad es una Segundidad sólida e independiente, y no una Segundidad que sea un mero corolario de una infundada e inconcebible Terceridad; y una observación similar cabe hacer con referencia a la Primeridad.

92. Admitamos que el universo sea una evolución de la Pura Razón, si les parece. No obstante, si, mientras paseamos por la calle reflexionando sobre cómo todas las cosas son la pura destilación de la Razón, un hombre que lleva una pesada pértiga nos atiza de repente en la rabadilla, quizás pensemos que hay algo en el Universo que la Razón Pura no alcanza a explicar; y cuando contemplamos el color rojo y nos preguntamos cómo la Pura Razón pudo hacer que lo rojo tenga esa cualidad positiva que tiene, enteramente inexpresable e irracional, acaso estemos dispuestos a pensar que la Cualidad y la Reacción tienen su posición independiente en el Universo.



NOTAS

* Lección III. Hubo dos borradores de esta lección. Es difícil determinar cuál es el definitivo. Lo que sigue corresponde a la versión "b". [Nota del T.]

** Esto da una idea del segundo grado de Terceridad degenerada. Aquellos de ustedes que hayan leído el Ensayo o Suplemento del profesor Royce [en The World and the Individual, vol. 1, p. 505, n. 1] habrán observado que evita este resultado, que no se ajusta a su filosofía, al no permitir que su mapa sea continuo. Pero excluir la continuidad equivale a excluir lo mejor y más vital de Hegel [De la versión alternativa "a"]. [Nota del T.]

1. Josiah Royce (1855-1916) es con W. James, Peirce y G. Santayana, uno de los "cuatro grandes" de la Universidad de Harvard. De orientación ético-religiosa, su filosofía constituye una especie de idealismo absoluto pragmatista, de cariz personalista. No cabe para él separar ontológicamente el significado interno y la referencia del juicio al mundo exterior, que se sueldan en la unidad de la conciencia, de modo que las ideas de ésta son verdaderas y reales. Influido por Peirce, se dedicó, al final de su vida, a estudios de lógica. [Nota del T.]

2. El signo consiste para el filósofo norteamericano en una relación triádica entre el signo, un objeto de conocimiento y su interpretante. En un sentido, es Peirce el fundador de la lógica de relaciones y de la lógica actual. "Cierto es, comentan W. y M. Kneale, op. cit., p. 399, que no podemos atribuir a Peirce el mérito de haber sido el primero en concebir una teoría omnicomprensiva de la lógica general, pues ese honor recae sobre Frege, que publicó su Begriffsschrift en 1879. Más, por lo que sabemos hasta hoy, Peirce nunca había oído hablar de Frege cuando publicó su trabajo The Logic of Relatives en 1883, de modo que sus logros merecen ser recordados". [Nota del T.]

3. El vocablo representamen subraya la acepción de producto o resultado, implícita en el término representación, en contraposición a la noción de acto, de actividad representativa, que exhibe más directamente esta última palabra en su sentido abstracto corriente. "Un signo -escribe Peirce en otro lugar, CP 1.339- ocupa el lugar de la idea que produce o modifica. Ahora bien, trátase de un vehículo que transfiere a la mente algo de fuera. Aquello cuyo lugar ocupa, se llama su objeto; lo que transporta es su significado (meaning); y la idea a que da paso su interpretante (interpretant). El objeto de una representación no puede ser sino una representación de la cual la primera representación es el interpretante". En el mismo volumen, p. 285, explica que "uso las dos palabras, signo y representamen, de modo diferente. Por un signo quiero decir algo que comporta cierta noción definida de un objeto de alguna manera, según las transferencias de pensamiento que nos son familiares". "Un representamen es un sujeto de una relación triádica, con (to) un segundo, llamado su objeto (object), en orden a (for) un tercero, denominado su interpretante, siendo esta relación triádica de manera tal que el representamen determina a su interpretante a estar en la misma relación triádica referente al mismo objeto para el mismo interpretante". En cualquier caso Peirce insiste en que "todos los pragmatistas convendrán plenamente en que su método de investigar los significados de las palabras y de los conceptos, no es otro que el método experimental gracias al cual todas las ciencias de éxito (entre las cuales nadie en sus cabales contará la metafísica) han logrado los grados de certidumbre que les son propios hoy en día; no siendo otra cosa este método experimental que una aplicación particular de una regla lógica más antigua, "por sus frutos los conoceréis". CP 5.465. [Nota del T.]

4. Vid. definiciones más extensas de Icono, Índice, Símbolo, Signo, Argumento, etc., en CP 9.247-252. [Nota del T.]

*** Vid. "Aesthetics in Washington" en A Memorial of Horatio Greenough, por Henry T. Tuckerman, p. 82 (1853). [Nota de CP]

**** "Concédaseme que las tres categorías de Primeridad, Segundidad y Terceridad, o Cualidad, Reacción y Representación tengan, en verdad, la enorme importancia para el pensamiento que yo les atribuyo, y parecería que ninguna división de las teorías de metafísica pudiera sobrepasar en importancia a una división basada en la consideración de cuáles de las tres categorías ha admitido plenamente cada uno de los distintos sistemas metafísicos como constitutivos reales de la naturaleza.

En cualquier caso, es una hipótesis fácil de comprobar; y la lógica exacta de la hipótesis le concede un gran peso a esa consideración. Habrá, pues, estas siete clases posibles:

i. El presunto nihilismo y el sensualismo idealista.

ii. La doctrina de [Wincenty] Lutoslawski y de su impronunciable maestro [Mickiewicz].

iii. El hegelianismo de todos los matices.

ii iii. El cartesianismo de todo género, leibnizianismo, spinozismo, y la metafísica de los físicos actuales.

i iii. El berkeleyanismo.

i ii. El nominalismo ordinario.

i ii iii. La metafísica que reconoce todas las categorías. Esta debe subdividirse, pero no me detendré a considerar sus subdivisiones. Abarca el kantismo, la filosofía de Reid y la filosofía platónica, de la que el aristotelismo es un especial desarrollo.

Una gran variedad de pensadores se califican a sí mismos de aristotélicos, hasta los hegelianos, apoyándose en convenciones especiales. Ninguna filosofía moderna, o muy pocas, tiene auténtico derecho a ese título. Yo me definiría como aristotélico del ala escolástica, cercano al escotismo, pero llegando mucho más lejos en la dirección del realismo escolástico". [Del comienzo de la Lección IV, nota del T.]

5. En efecto, la historia de la lógica de Karl Prantl (1820-1888), ha sido criticada también recientemente por Bochenski y Lukasiewicz entre otros. Sus interpretaciones erróneas débense, al parecer, a prejuicios filosóficos y a incomprensión. No obstante, se reconoce que ha hecho asequible una gran cantidad de material. [Nota del T.]

6. Esta obra de Nicolás Copérnico fue concluida hacia 1530 pero no se publicó hasta 1543. [Nota del T.]

7. La primera contribución seria al cálculo de probabilidades fue, sin duda, el Ars conjecturandi publicado en 1713. La Théorie analytique des probabilités de Laplace (1812) lo presenta ya plenamente desarrollado. Pero fue Peirce uno de los primeros que lo consideró como tema propio de la lógica. [Nota del T.]

8. El filósofo alemán Christoph Sigwart (1830-1904) fue uno de los principales difusores en Alemania del psicologismo. En su opinión, aunque el objeto de la lógica y el de la psicología son distintos, no cabe, sin embargo, análisis lógico sin análisis del contenido de los actos mentales. Contra él y contra Stuart Mill (que fue su principal fuente de inspiración) se dirigió en gran parte, como se sabe, la obra de Husserl. [Nota del T.]

9 Favorable al utilitarismo, critica sin embargo Peirce la vertiente hedonista del benthamismo. [Nota del T.]

10. La concepción más antigua de este punto de vista es la del pitagorismo y sin duda a ella le debe bastante Peirce. [Nota del T.]






Fin de "Continuación de las categorías" (Lecciones de Harvard sobre el pragmatismo, Lección III), C. S. Peirce (1903). Traducción castellana de Dalmacio Negro Pavón (1978), publicada en: Negro Pavón, Dalmacio (trad., intr. y notas), Peirce. Lecciones sobre el pragmatismo, Aguilar, Buenos Aires 1978, pp. 117-142. Original en CP 5.66-92.

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Fecha del documento: 12 de mayo 2004
Ultima actualización: 21 de febrero 2010

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