Charles Sanders Peirce. Razón e invención del pensamiento pragmatista
Anthropos, nº 212 (2006), pp. 112-120

La creatividad en Charles S. Peirce


Sara Barrena


En este artículo se examina la noción de creatividad y se analizan las claves existentes en el pensamiento de C. S. Peirce para explicar la capacidad humana de crear. La noción de subjetividad semiótica y las teorías peirceanas del descubrimiento científico y de la evolución creativa del universo nos conducen hasta la idea de un summun bonum, el crecimiento de la razonabilidad, que se convierte en el ideal que todos los hombres han de luchar por encarnar.

1. Introducción1

¿No es de todas las cosas la más maravillosa que la mente sea capaz de crear una idea de la que no hay ningún prototipo en la naturaleza, nada con el menor parecido, y que por medio de esta completa ficción sea capaz de predecir los resultados de los experimentos futuros, y que por medio de ese poder haya transformado la faz de la tierra?2.

Como muestra este texto de 1903, Peirce se admiró y se preguntó constantemente por un fenómeno que es tan antiguo como el ser humano: la capacidad de crear. Durante siglos los hombres se han sorprendido ante el genio de artistas y científicos. El estudio de esa capacidad creadora ha suscitado muy diversas preguntas: cómo llega el ser humano a producir una obra de arte, cómo llega su inteligencia a descubrir algo que cambiará el curso de la historia, cómo es posible la novedad y cómo puede conjugarse esa novedad con la continuidad de lo que ya existe, dónde radica la originalidad de la creación humana, dónde reside el valor de lo creado. Son cuestiones que a todos nos interpelan y, sin embargo, en muchas ocasiones no se ha otorgado a esa fascinante capacidad humana de crear la importancia decisiva que posee para la vida y el conocimiento de cada persona. Así lo demuestran por ejemplo el sistemático olvido al que ha estado sometida la imaginación durante siglos o la mentalidad aún existente de que la creatividad es privilegio de unos pocos "elegidos".

La vida y la obra del filósofo y científico Charles S. Peirce fueron extraordinariamente creativas. En su pensamiento pueden encontrarse todos los elementos necesarios para el logro de una gran obra, que desarrolló a lo largo de varias décadas: inspiración e intuiciones brillantes, pero también constancia, tenacidad, esfuerzo y trabajo. La dedicación de Peirce a la ciencia durante largos años alcanzó diversos logros que llegaron a ser reconocidos internacionalmente. La mente original de Peirce creó además nuevas disciplinas y corrientes, y fue capaz de enfrentarse de un modo nuevo a las cuestiones filosóficas tradicionales.

Voy a sostener, con ayuda del pensamiento de Peirce, que la creatividad es una característica central de la razón humana. Para comprender ese lugar central de la creatividad es preciso llegar a una nueva concepción de razón que, lejos de ser una facultad separada e inmóvil, va a suponer la búsqueda incesante de más crecimiento y razonabilidad. Desde ese punto de vista la creatividad puede y debe ser desarrollada en cualquier persona. El hombre es creativo por naturaleza, tiende a crecer, a proseguir de maneras que no le vienen dadas, a manifestarse libremente a través de la ciencia, el arte o simplemente a través de las acciones que desarrolla en su vida cotidiana.

Mi interpretación toma como base algunos textos de Peirce y constituye un intento de explicar la sorprendente capacidad de crecer del ser humano, de abrirse a los demás, de inventar nuevos mundos, de comprender y habitar mejor y con nueva esperanza el mundo real.

Se puede elaborar desde la perspectiva peirceana una "teoría filosófica de la creatividad", con ideas que han de ser necesariamente generales como en toda reflexión filosófica. Peirce no ofrece una guía práctica para la vida ni da lugar a una única y definitiva lectura final; tampoco todo lo que dice puede tomarse al pie de la letra ni resulta útil, pero por encima de eso nos provee de instrumentos y el conjunto tiene valor como modelo para explicar la creatividad. Proporciona unas consideraciones que permiten integrar el fenómeno de la creatividad en un contexto más amplio, donde el ser humano forma parte del universo e interactúa con él, y ofrece ideas nuevas que permiten abandonar viejos paradigmas —como los de la lógica deductiva o las explicaciones intuitivas de la creatividad— que, finalmente, no permiten dar cuenta de lo nuevo.

El pensamiento de Peirce muestra guías muy pertinentes para —al menos— iniciar ese camino de la filosofía de la creatividad, y ha proporcionado explicaciones para lo creativo que son creativas en sí mismas.

En este artículo daré en primer lugar una ideas básicas acerca de la noción de creatividad, y a continuación trataré de esbozar esas guías presentes en el pensamiento peirceano para comprenderla. Me detendré primero en la manera en que Peirce comprende la subjetividad del ser humano desde su semiótica, que constituye la primera clave para comprender la creatividad desde el pensamiento peirceano. Haré después unas breves consideraciones sobre la lógica de la creatividad científica y sobre la teoría de la evolución del universo como hitos principales para el estudio de la creatividad en Peirce. A continuación expondré una breve explicación de las ciencias normativas como aquellas que señalan los ámbitos en los que puede ejercerse la creatividad, y finalizaré con unas breves conclusiones.

2. ¿Qué es la creatividad?

El termino "creatividad" [creativity] aparece como tal alrededor de 19503. Desde entonces la capacidad creadora del ser humano se ha convertido en una cuestión que es abordada sistemáticamente desde distintos ámbitos científicos, y han proliferado los intentos de explicar y medir la capacidad creativa. Pero, ¿puede realmente medirse la capacidad creativa? ¿Qué valor pueden tener los cambios inducidos, experimentales, de cara a explicar la creatividad, si ésta viene precisamente caracterizada por la espontaneidad?

La creatividad posee un elemento de impredicibilidad y sorpresa. Por su misma esencia contiene siempre algo inexplicable que escapa a nuestro control. Sin embargo, eso no significa tampoco que no pueda darse una explicación coherente y acertada de un fenómeno que está presente en nuestras vidas en tantos momentos y de tantas formas distintas. Las aproximaciones desde la psicología y desde otras disciplinas científicas como la neurociencia o el estudio de la inteligencia artificial resultan a mi entender insuficientes para dar esa explicación y se ve la necesidad de un estudio más general, que sume nuevas perspectivas, pues la creatividad no puede abarcarse con una sola definición, ni observarse desde un único ángulo.

¿De qué estamos hablando cuando hablamos de creatividad? Aunque un fenómeno tan amplio escapa a una definición podría decirse de forma muy general que el término creatividad designa cualquier "proceso resultante en algo novedoso"4. Para aproximarnos más a la creatividad, podemos tomar las características que han destacado numerosos estudios sobre ella5. Lo creativo sería aquello que es inteligible, nuevo, original en cuanto que es expresión de uno mismo, y valioso, pues ha de ser capaz de explicar algo que nos sorprende o de resolver una inquietud del artista al ser capaz de hacer presente algo bello, esto es, admirable en sí mismo.

Por otra parte, la creatividad no ha de confundirse con el genio ni con el talento científico, artístico o práctico para desarrollar una determinada actividad. Es cierto que las habilidades personales influyen en la capacidad de crear de las personas, al igual que lo hacen otros factores como el ambiente, la educación o los conocimientos de que se dispone en cada época. Todo eso condiciona lo que de hecho se puede crear o descubrir, pero no lo determina, ni determina tampoco la capacidad creativa de cada persona.

Peirce se sitúa cerca de las características comúnmente aceptadas sobre lo creativo cuando señala que la capacidad de crear es la capacidad de introducir nueva inteligibilidad en el universo, pero, desde su punto de vista, la creatividad se desprende de la intrínseca capacidad de crecer del ser humano, por lo que no es patrimonio de unos pocos ni un fenómeno puntual debido a un momento pasajero de inspiración, sino algo que puede estar presente en todos nuestros actos y pensamientos, y que por tanto puede dar unidad a nuestra vida y hacernos más humanos. Se verá a continuación cómo explica Peirce ese fenómeno.

3. Claves para el estudio de la creatividad desde Peirce

3.1. La personalidad semiótica

Para comenzar a comprender el fenómeno de la creatividad quizá hay que preguntarse primero por el sujeto de la acción creativa: qué es lo que sucede en el ser humano que crea. En Peirce encontramos una explicación semiótica de la subjetividad que es muy acorde con la idea del ser humano como creador, más aún, que supone la condición de posibilidad misma de la creatividad.

Para Peirce todo cuanto existe es un signo, pues todo aparece como capaz de manifestar algo para un tercero. Todo es capaz de ser interpretado como significativo6. También el hombre y su pensamiento son signos. "¿En qué consiste la realidad de la mente? —se pregunta Peirce— Hemos visto que el contenido de la consciencia, la entera manifestación fenoménica de la mente es un signo resultante de una inferencia"7.

El ser humano entendido como signo está hecho para crecer, está —como todos los signos— radicalmente abierto, sujeto a una dimensión continua y temporal, siempre inacabado, necesitado continuamente de crecimiento en tanto que ha de buscar un fin (CP 6.156-7, 1891). La subjetividad semiótica, necesitada de expresión, ha de buscar formas nuevas —creativas— de desarrollarse. El sujeto, contrariamente a lo que sucedía en la filosofía moderna, está marcado por la posibilidad de comunicarse e interactuar. El ser humano es un signo que, para no dejar de serlo y perder su propia esencia, ha de dar lugar siempre a nuevas interpretaciones y continuar el proceso ilimitado de la semiosis. "El pensamiento debe vivir y crecer en traducciones incesantemente nuevas y más altas"8, escribe Peirce.

El sujeto aparece desde esta perspectiva como inacabado. Su identidad se va formando en su manifestación hacia los demás, pues el signo es su expresión externa. "La palabra o el signo que el hombre usa es el hombre mismo" (CP 5.314, 1868). Peirce no quiere decir con esto que lo mental se limite a la expresión externa, pero sí niega la existencia de algo interior que sea oculto e incognoscible. "El desarrollo de la Razón consiste, como se observará, en encarnación, en manifestación"9. De este modo, el sujeto creativo se enmarca dentro de un panorama de crecimiento ilimitado por el que la persona se vierte hacia fuera y constituye al mismo tiempo su propia identidad. Ese crecimiento se produce a través de hábitos flexibles, que pueden ser siempre sustituidos por otros nuevos, y que de esta manera permiten el autocontrol junto con la construcción de nuevas posibilidades.

El yo puede considerarse desde esta perspectiva como un conjunto de hábitos que está inmerso en una continuidad temporal. Por un lado, los hábitos representan la suma del pasado, porque son fruto de procesos semióticos anteriores, y por otro lado determinan a su vez cómo nos comportaremos en el futuro o cómo nos comportaríamos en determinadas circunstancias. El intelecto —afirma Peirce— consiste en la plasticidad del hábito (CP 6.86, 1898).

3.2. La lógica de la creatividad científica

De acuerdo con el pragmaticismo peirceano un estudio de la creatividad no puede detenerse en el sujeto, sino que debe fijarse además en los frutos, en el resultado de la acción, esto es, debe detenerse en la obra creativa y en cómo surge. Para Peirce, el logro creativo aparece a través de la abducción y el amor.

La abducción, una de las principales y más conocidas aportaciones del pensamiento de Peirce, es la operación de la mente por la cual, al observar los fenómenos que nos sorprenden, surge una conjetura que aparece como una posible explicación de esos fenómenos. La abducción es la clase de síntesis más alta que puede realizar el entendimiento, aquella que se realiza no por alguna clase de necesidad sino en interés de la inteligibilidad, introduciendo una idea no contenida en los datos, lo que provoca conexiones que de otro modo no hubiéramos tenido (CP 1.383, c.1890).

La abducción supone por lo tanto la introducción de una novedad que contribuye a aumentar la inteligibilidad del mundo, que es original en cuanto que es expresión de la propia subjetividad y que tiene un valor explicativo.

Peirce considera que el descubrimiento creativo no es fruto del azar o de la casualidad, ni es un mero fenómeno debido a factores históricos y psicológicos, sino que existe en él una lógica10. Escribe Peirce: 2Hay una doctrina puramente lógica de cómo el descubrimiento puede tener lugar"11. Hay una lógica en el proceso creativo, aunque sea una lógica que sólo podemos comprender después, cuando sometemos a análisis lo que ha sucedido de manera espontánea y un tanto misteriosa. Esa lógica no es una lógica deductiva sino abductiva. Para Peirce, la lógica deductiva no es la lógica de la libertad ni de la posibilidad (CP 6.219, 1898). La deducción se aplica sólo a estados de cosas ideales (CP 2.778, 1901), pero para poder avanzar en el conocimiento de la realidad, para tener algo nuevo y aumentar la inteligibilidad en el mundo que nos rodea necesitamos de la "libertad" de la abducción.

La naturaleza lógica de la abducción se combina además con otros elementos. Así, la abducción supone la intervención de la imaginación, que está en la base de toda interpretación, que interviene en cada traducción de un signo a otro y hace así posible que la semiosis prosiga12; la abducción supone también la intervención de la intuición (entendida como insight no como conocimiento inmediato e infalible), de los instintos y en concreto de una capacidad de adivinar que hace que el ser humano pueda, en conexión con la naturaleza, dar más pronto que tarde con la hipótesis correcta. La abducción sirve de puente a esas capacidades humanas, pues es la forma de razonamiento más cercana a la primeridad, y sin ellas es inexplicable. Todo ello no quiere decir nada en contra de su carácter "lógico". Para Peirce un argumento no es menos lógico por tener que ver con la primeridad o por ser débil (CP 5.191, 1903) y así la abducción resulta el argumento más débil e inseguro, pero el más fecundo (CP 8.385-388, 1913). La abducción supone admitir que hay una operación lógica cuyo resultado es sólo probable y que incluso puede ser equivocado (CP 1.608, 1903). No es un razonamiento exacto ni infalible, pero sí el mas valioso de todos sin el cual no podría introducirse ninguna novedad. Aparece así lo que podríamos denominar la paradoja de la creatividad: lo mas débil es lo más decisivo, aquello en lo que se apoya todo el edificio del conocimiento y la creación humana.

A través de la abducción puede explicarse no sólo la validez o la prueba de la nueva idea, sino su descubrimiento. Esto, que algunos han encontrado dudoso, puede quizá comprenderse mejor en la práctica, cuando tenemos experiencia de la abducción. El hecho de que la abducción sea lógica se justifica porque, lo que a primera vista puede parecer misterioso, como una cierta "luz" inexplicable, tiene, si se analiza detenidamente, una explicación y unos pasos de los que se puede dar razón a posteriori, unas pistas que nos han guiado hasta la conclusión, quizá no siempre a la primera, pero a la larga de forma eficaz.

Por supuesto la abducción es sólo el primer paso para alcanzar el logro creativo. La creatividad comprende todo un proceso que se alarga en el tiempo y que abarca aspectos analíticos y sintéticos, así como otros aspectos más prácticos relacionados con la experiencia. El método científico, que constituía para Peirce el modo más acertado para alcanzar la verdad y el que debe guiar cualquier investigación13, tiene su paso primero y fundamental en la abducción, pero ésta ha de ser seguida siempre por una fase deductiva en la que se examinen las posibles consecuencias de la hipótesis, y por otra fase inductiva en la que se comprueben esas posibles consecuencias (CP 6.470-473, 1908).

También en el arte podríamos hablar de esas fases14, pues la primera idea o hipótesis de trabajo que parece dar quietud al espíritu del artista es sólo una de las múltiples formas en que la cualidad que busca expresar podría ser encarnada, y ha de trabajarse sobre ella. En la fase deductiva la idea primera llegaría a ser un modelo capaz de ser probado, mejorado y desarrollado. A través de la inducción el artista ha de comprobar su trabajo; no se trata en este caso de examinar la correspondencia con los hechos, sino de ver si la obra es admirable, si cumple su fin. Todo ese proceso de trabajo posterior es también creativo, no sólo la idea original, pues muchas veces aparecen formas de encarnar esa idea que sorprenden incluso al propio artista, y en la materialización de la obra se va modificando el plan inicial.

3.3. La evolución del universo

Para Peirce, el resultado creativo también es fruto del amor. Esta idea puede comprenderse examinando la noción peirceana de evolución, en la que el amor juega un papel fundamental. La teoría peirceana de la evolución del universo constituye otra excelente vía de acceso para llegar a comprender filosóficamente cómo se introduce nueva inteligibilidad en el mundo.

Según Peirce el universo evoluciona teleológicamente conjugando regularidad y diversidad, legalidad y azar. Hay tres principios activos de la evolución—la variación fortuita, la necesidad mecánica y el amor creativo— de los cuales el amor es para Peirce el principio claramente superior (CP 6.302-306, 1893), el motor decisivo que permite combinar continuidad y novedad, pues es lo que permanece, pero permite a la vez cambios que conduzcan hacia el fin. En el artículo "Evolutionary Love", escrito en 1893, Peirce afirma que el amor considerado desde un punto de vista superior puede considerarse como la fórmula evolutiva universal.

El ser humano forma parte del universo y por lo tanto en su acción se combinan también regularidad y espontaneidad a través de un tercer principio decisivo: el ágape. El ágape es amor por un ideal que nos atrae (distinto por tanto del eros, que sería amor que busca una perfección predeterminada que nos falta). El ágape es un amor con propósito, que fluye fuera de sí, no es una atracción por algo que nos complete, sino una preocupación por el amado15. El amor por un ideal es lo que proporciona el impulso evolutivo, lo que hace que se siga esa tendencia a formar hábitos que permiten mayor control y que acercan al ideal (CP 8.317, 1891).

El ágape es el principio capaz de reconocer lo amable en el universo y llevarlo a la vida. Peirce afirma que el ágape no funciona de forma individualista sino solidaria, avanza mediante la simpatía de unos con otros, necesita de la relación y de la armonía, y su acción es circular, pues en un mismo y único esfuerzo proyecta a las creaciones a la independencia y las atrae en armonía (CP 6.288, 1893). El ágape no supone sólo el amor del creador por lo creado una vez creado sino que esa preocupación del creador es precisamente lo que hace llegar a ser a la criatura.

Los principios que explican la evolución del universo están también presentes en la creatividad. En la actividad creativa existe un cierto azar, pues hay una cierta cantidad de elecciones arbitrarias y en ocasiones no sabemos explicar por qué elegimos entre distintos modos de continuar. En la creación hay también legalidad en cuanto que hay que someterse a unas reglas. Sin embargo, el factor decisivo es el amor. Escribe Peirce:

Suponed por ejemplo que tengo una idea que me interesa. Es mi creación. Es mi criatura; (...) es una pequeña persona. La amo; y moriría por perfeccionarla. No es aplicando la fría justicia al círculo de mis ideas como las haré crecer, sino queriéndolas y cuidándolas como haría con las flores de mi jardín16.

Las personas, a través de la abducción y la imaginación y guiadas por el amor de ágape, aparecen como agentes activos de la evolución, pueden participar en el desarrollo de la creación: "nuestro ideal sería estar completando nuestros oficios apropiados en la obra de la creación"17.

La abducción es lo que permite actualizar las posibilidades y llegar a nuevas creaciones, y el amor aquello que hace posible la continuidad, pues las posibilidades se van actualizando al dejarse atraer por el ideal, por el fin que proporciona una unidad. El poder creativo, afirma Peirce, tiene dos grandes instrumentos: el conocimiento y el amor. Así nos habla del poder creativo "que domina a todos los demás poderes y los dirige con su cetro, el conocimiento, y su globo terráqueo, el amor"18.

Pero, ¿cuál es ese ideal de la vida humana, objeto del amor creativo? ¿Cuál es el fin que ha de guiar el crecimiento del hombre? Para dar respuesta a esas preguntas debemos fijarnos en las ciencias normativas.

4. Las ciencias normativas

Las ciencias normativas, una de las tres grandes ramas en que según Peirce se divide la filosofía, son para Peirce las que tratan de la relación de los fenómenos con los fines (CP 5.122-24, c.1903), es decir, se ocupan de lo que se puede dirigir a un fin, de lo autocontrolable y deliberado, y por tanto ponen de manifiesto cuáles son los ámbitos en los que el ser humano puede crecer y ejercer la creatividad. Lógica, ética y estética orientan la acción humana libre, tanto en el razonar, como en el obrar y en el sentir y buscar la belleza.

La ciencia como actividad que tiene como fin el bien lógico, la verdad, es para Peirce un proceso vivo, falible y en comunidad que comprende diversas etapas y que tiene en el pragmaticismo su prueba final al comprobar si las posibles consecuencias corresponden a la realidad.

La búsqueda del bien lógico no es sino un caso de la búsqueda del bien en general, de la que se ocupa la ética. Ésta a su vez supone el cultivo del autocontrol a través de hábitos para llegar al fin. Es posible una creatividad ética que se entendería como un descubrimiento de nuevas posibilidades que nos hagan crecer y nos acerquen al fin.

La estética, por su parte, es para Peirce el fundamento de las otras dos ciencias, pues señala precisamente cuál es el fin último, el summum bonum, aquello que es admirable por sí mismo, sin ninguna razón ulterior para desearlo, y que debe presidir nuestra vida en todos los ámbitos (CP 5.36, 1903). Ese fin no es otro que el crecimiento de lo que Peirce denomina "razonabilidad" y que constituye el fin para el que cielos y tierras han sido creados (CP 2.122, c. 1902). La estética señala que ha de encarnarse esa razonabilidad a través de las acciones y los sentimientos, es decir, hacerlos razonables. Peirce entiende por "razón" algo que de alguna manera nunca está completo, que va evolucionando y que nosotros podemos hacer crecer.

El arte sería entonces la capacidad de captar y expresar razonablemente el mundo de la primeridad, de las cualidades de sentimiento. El artista tiene de alguna manera la capacidad de captar y expresar lo "inexpresable", dando así lugar a la belleza. Sin embargo, la estética peirceana va mas allá de una mera teoría del arte al señalar cuál es el fin último, que no es otro que el tratar de encarnar la razonabilidad, hacerla crecer volviendo así más razonable el mundo que nos rodea. Escribe Peirce:

No veo cómo alguien puede tener un ideal de lo admirable más satisfactorio que el desarrollo de la Razón así entendida. La única cosa cuya admirabilidad no es debida a una razón ulterior es la Razón en sí misma comprendida en toda su plenitud, en tanto que nosotros podemos abarcarla19.

Como fin último, ese ideal ha de presidir toda la acción del ser humano, no sólo su dimensión artística.

3. Conclusiones

La creatividad queda finalmente caracterizada como la introducción de nueva inteligibilidad a través de la abducción en un proceso que es sostenido por el amor al ideal. La creatividad se entiende como una búsqueda de la razonabilidad, como la capacidad de crecer para encarnar ese ideal en el mundo a través de nuestras acciones. La razón así entendida no es entonces una facultad aislada. Lejos de la concepción racionalista, aparece como un fin al que todo hombre aspira y que debe luchar por encarnar, sin excluir su conexión con la imaginación, los sentimientos o los instintos.

Las distintas capacidades del ser humano adquieren unidad a la luz de ese fin, y ser humano significa entonces ser creativo, buscar la expansión de las ideas, continuar el proceso infinito de la semiosis. La razonabilidad como fin último se sitúa por tanto en contra de abstracciones estériles y permite superar los dualismos insalvables de la modernidad, proporciona un equilibrio entre pensamiento y realidad, entre lo racional y lo sensible.

La creatividad pertenece a todos los seres humanos por la propia estructura de su subjetividad, independientemente de que haya más o menos personas a las que podamos llamar genios, en tanto que nuestro yo sígnico nos pide que nos abramos a los demás, que crezcamos a través de los hábitos, que realicemos el ideal de la razonabilidad teniendo en cuenta los sentimientos y a través de acciones concretas, tanto en la ciencia y en el arte como en cada acción de nuestra vida cotidiana.

La creatividad es un camino lleno de bifurcaciones reales, no sólo aparentes como sostendrían las posturas deterministas, y conduce a las personas hacia el crecimiento verdadero, en la medida en que puede convertirlas en más razonables y por tanto en más humanas. Cuanto más crecemos más capacidad tenemos de crecer y de seguir buscando novedad y razonabilidad. Lejos de determinarnos y limitarnos, de cerrarnos opciones, la actualización de posibilidades trae más crecimiento en el inexhaustible continuo peirceano, abre ante nosotros nuevas alternativas quizá desconocidas hasta entonces.

El intelecto consiste precisamente en la plasticidad del hábito y la mente humana se vuelve infinita por su capacidad de crecer, de formar hábitos que, lejos de mostrarse como opuestos a lo creativo, son precisamente aquello que impide que nuestra mente quede cristalizada. El empeño por hacer razonable nuestra experiencia y lo que nos rodea nos hace ser más humanos, más de acuerdo con los que somos, nos hace crecer como personas. Lo contrario nos empobrece.

Podemos proponer a partir de Peirce un nuevo modo de vivir, un modo en el que cuente la imaginación, en el que se busque lo razonable y no lo racional, en el que por tanto vivamos más hacia el futuro. Quizá las respuestas de Peirce no son siempre las adecuadas, pero sí planteó los problemas certeros. La noción de apertura semiótica que Peirce planteó se hace realidad en él, y nos dejó un ideal —la razonabilidad— que debería cautivar a cada uno de los filósofos y a quienes quieran comprender mejor al ser humano.

 


Notas

1. Este artículo presenta ideas tomadas de mi tesis doctoral La creatividad en Charles S. Peirce: abducción y razonabilidad, Universidad de Navarra, 2004. Una versión más reducida de este artículo fue presentada en la II Jornada GEP, "La lógica de Peirce y el mundo hispánico", Universidad de Navarra, 10 de octubre 2003. Puede consultarse el texto completo de la tesis doctoral en la dirección http://www.unav.es/gep/TesisDoctorales/TesisBarrena.pdf

2. C. S. Peirce, "Telepathy", CP 7.686, 1903.

3. G. P. Guilford, en su discurso tras el nombramiento como Presidente de la American Psychological Association en 1950, fue uno de los primeros en utilizar el término "creatividad" [creativity] y es considerado con frecuencia padre de la creatividad moderna, un campo que ha llegado a ser muy estudiado en la psicología de la segunda mitad del siglo XX.

4. W. L. Reese, Dictionary of Philosophy and Religion, Humanities Press, New Jersey, 1980, 12.

5. Véase por ejemplo G. Feist, "Influence of Personality on Artistic and Scientific Creativity", Handbook of Creativity; T. Amabile, Creativity in Context, Westview, Nueva York, 1996; D. Mackinnon, "Creativity; a Multi-faceted Phenomenon", Creativity, J. Roslansky (ed), North-Holland, Amsterdam, 1970; A. Rothenberg y C. Hausman (eds), The Creativity Question, Duke University Press, Durham, 1976; D. Simonton, Scientific Genius: A Psychology of Science, Cambridge University Press, Cambridge, 1988; R. Sternberg, "A Three-facet Model of Creativity", The Nature of Creativity. Contemporary Psychological Perspectives, R. Sternberg (ed), Cambridge University Press, Cambridge, 1988.

6. Cf. P. Skagestad, The Road of Inquiry. Peirce’s Pragmatic Realism, Columbia University Press, Nueva York, 1981, 23.

7. C. S. Peirce, "Some Consequences of Four Incapacities", CP 5.313, 1868.

8. C. S. Peirce, "Lowell Lectures", CP 5.594, 1903.

9. C. S. Peirce, "Lowell Lectures", CP 1.615, 1903.

10. Las consecuencias de esto son muy importantes por ejemplo para la educación, pues supone que hay una lógica "inventiva" que puede ser explicada y enseñada, aunque por supuesto la creatividad no pueda reducirse a un procedimiento exacto. Hace falta encontrar un modelo educativo que —sobre esta premisa— pueda ayudar a la gente a pensar y a actuar más creativamente.

11. C. S. Peirce, "Minute Logic", CP 2.107, c.1902.

12. "¿Qué significa hablar de la 'interpretación' de un signo? Interpretación es meramente otra palabra para traducción; y si tuviéramos el mecanismo necesario para hacerlo, que quizá nunca tendremos, pero que es muy concebible, un libro inglés podría traducirse al francés o al alemán sin la interposición de una traducción a los signos imaginarios del pensamiento humano. Sin embargo, suponiendo que hubiera una máquina, o incluso un árbol cultivado, que sin la interpolación de ninguna imaginación tradujera de una lengua posible a una nueva, ¿podría decirse que se completaría la función de los signos?", C. S. Peirce, "The Basis of Pragmaticism", MS 283, 1905.

13. Véase "The Fixation of Belief", Popular Science Monthly, 12 (1877), 1-15; CP 5.358-5.387.

14. Douglas Anderson ha desarrollado una analogía entre la creatividad científica y la artística, y considera que puede hablarse de deducción e inducción artísticas. Véase Creativity and the Philosophy of C. S. Peirce, Nijhoff, Dordrecht, 1987, capítulo 3.

15. Cf. C. R. Hausman, "Eros and Agape in Creative Evolution: A Peircean Insight", Process Studies, 4 (1974), 15.

16. C. S. Peirce, "Evolutionary Love", CP 6.289, 1893.

17. C. S. Peirce, Carta de C. S. Peirce a F. C. Russell, L 387.

18. C. S. Peirce, "Pragmatism", CP 5.520, c.1905.

19. C. S. Peirce, "Lowell Lectures", CP 1.615, 1903.

 



Fecha de la página: 15 de noviembre 2007
Última actualización: 15 de noviembre 2007

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