HIPOICONICIDAD, ABDUCCIÓN Y LAS CIENCIAS ESPECIALES

Tony Jappy*

Universidad de Perpiñán, Francia



El tema del congreso nos invita a investigar los conceptos y la metodología que nos permitieran llenar lo que se concibe convencionalmente como un vacío entre la naturaleza y la cultura. A la luz del modo en que Peirce concibió la organización de la investigación científica, me parece oportuno abordar esa cuestión desde un punto de vista específicamente peirceano. Así me propongo primeramente presentar algunas de las ideas pertinentes propuestas por Peirce en el desarrollo de sus indagaciones lógicas y epistemológicas. En segundo lugar quiero aclarar e ilustrar la pertinencia de ciertos principios lógicos peirceanos para lo que puede concebirse como la esfera cultural. Por último, intentaré hacer resaltar las consecuencias de este marco conceptual para la esfera natural, subrayando en especial los problemas planteados por la teoría peirceana de la abducción, de la percepción y de la metáfora.

En el capítulo penúltimo de la Crítica de la razón pura escribió Kant: "Entiendo por arquitectónica el arte de los sistemas. Como la unidad sistemática es aquello que convierte el conocimiento ordinario en ciencia, es decir, lo transforma de mero agregado de conocimientos en un sistema (...). Regidos por la razón, nuestros conocimientos no pueden constituir una rapsodia, sino que deben formar un sistema" (A832/B860). Ese principio fue el que siguió Peirce cuando construyó su propia clasificación sistemática de las ciencias: un sistema de carácter presuposicional en el que los principios conceptuales de cada grupo o familia de ciencias proceden de las ciencias situadas en el nivel superior de la jerarquía. Dentro de este esquema, elaborado por Peirce desde 1902, las ciencias denominadas "del descubrimiento", es decir, el grupo de las ciencias que interesan el tema del congreso, está constituido por las matemáticas, la filosofía y aquéllas que llamó Peirce "ciencias especiales", o sea las nuevas disciplinas que se ocupan de la "acumulación de hechos nuevos" (CP 1.184, 1903). De esta manera, las matemáticas son "primitivas" porque son independientes de toda otra ciencia, mientras que la filosofía presupone y depende conceptualmente de las matemáticas, y es claro que las dos subdivisiones de las ciencias especiales, la física y la psíquica, presuponen y son por tanto dependientes de la filosofía y de las matemáticas:



(Figura 1)

Pero, dado que la filosofía abarca la fenomenología, la ciencia "normativa" y la metafísica, y que la lógica, llamada también "semiótica formal" por Peirce, es un componente importante de la ciencia normativa, puede concluirse a fin de cuentas que cada ciencia especial obtiene de la filosofía y, por lo tanto directamente o indirectamente de la lógica, los elementos claves de su armazón teórica. Así, en su "An Outline Classification of the Sciences" Peirce afirma que dentro de este sistema, las ciencias psíquicas dependen de la lógica, de la metafísica y de la biología, que es a su vez una rama de la ciencia física (CP 1.189, 1903), mientras que las ciencias físicas dependen principalmente de las matemáticas y de la metafísica (CP 1.188, 1903), sirviéndose sin duda de las primeras para los cálculos y de la segunda para apoyar la investigación de los conceptos de causalidad, de desarrollo motivado (purposive development) y de evolución. Se puede citar como ilustración de esta relación de dependencia, la presentación de la semiótica y de sus tres subdivisiones que Peirce propone:

"Puesto que todo pensamiento se conduce con signos, podemos considerar la lógica como la ciencia de las leyes generales que los rigen. Se compone de tres divisiones: 1, la gramática especulativa, o teoría general de la naturaleza y de la significación de los signos, sean icono, índice o símbolo; 2, la crítica, que clasifica los argumentos y establece la validez y la fuerza de cada tipo; 3, la metodéutica, que estudia los métodos con los cuales el análisis lógico debe cumplir en la presentación y la aplicación de la verdad. Cada subdivisión depende de la que la antecede." (CP 1.191, 1903)

Es claro que, si fuera preciso, aquel núcleo teórico común debería permitirnos construir un puente sobre el supuesto vacío entre la naturaleza y la cultura. Mas, antes de indagar el asunto, me parece importante llamar la atención sobre la manera que tenía Peirce de concebir las relaciones entre estas dos esferas. Cito por lo tanto esta observación, hecha por Peirce durante una discusión a propósito de la incompatibilidad del dualismo con su propia concepción del sinequismo, es decir, de su doctrina de la continuidad. Según Peirce la lógica de la relaciones demuestra que la continuidad no es otra cosa que un género superior de la generalidad. "Es una generalidad hecha de relaciones" (CP 6.190, 1898):

"El sinequismo, incluso en sus manifestaciones menos robustas, es incompatible con el dualismo en sentido estricto. (...) Sobre todo, el sinequista no admitiría nunca que los fenómenos físicos y psíquicos sean por completo distintos, –sea en su pertenencia a diferentes categorías de sustancias, o a que constituyan dos lados enteramente distintos de un mismo escudo–, sino que insistirá en que todos los fenómenos participan de un mismo carácter, aunque algunos sean más mentales y espontáneos, otros más materiales y regulares. Sin embargo, presentan todos sin excepción esta combinación de libertad y de restricción que les permite ser, añado, que hace positivamente que sean teleológicos, es decir, motivados" (CP 7.570, c.1892).

Estas observaciones exigen dos comentarios. Primero, si consideramos que la naturaleza y la cultura son los objetos estudiados respectivamente por las ciencias física y psíquica, ha de reconocerse que Peirce no admitió una gran diferencia entre ellas como objetos de estudio. Además, como se ha visto, la concepción dualista de la distinción entre lo físico y lo psíquico se funda en las diferencias evidentes de metodología y de instrumentos propios de cada ciencia. En segundo lugar, en contra de la opinión popular que sostiene que lo físico es causal mientras que lo psíquico es intencional, Peirce no vaciló en considerarlos ambos teleológicos, que tienden igualmente hacia un estado final (Cf. Short, 1997). Concluida esta digresión, tengo que ocuparme ahora de las consecuencias teóricas y metodológicas planteadas por las observaciones de Peirce citadas más arriba.

Comenzaré dando cuenta de la contribución de un elemento particular de la lógica peirceana al estudio de ciertos signos específicos encontrados en dos ciencias psíquicas. La primera es de mi propia área de competencia, la lingüística; la segunda es una disciplina que llamo un tanto enigmáticamente "análisis de imágenes", y el componente lógico que me interesa es el principio de la iconicidad, principio conocido por los lingüistas desde la publicación del artículo de Roman Jakobson Quest for the Essence of Language (Jakobson 1965).

En esta discusión debemos tener presentes dos características constantes de las investigaciones lógicas de Peirce. Primero, es preciso recordar que, según el principio arquitectónico citado más arriba, el marco teórico entero de su lógica se funda en sus tres categorías, y por consiguiente está organizado en una estructura jerárquica en la que los elementos más complejos incluyen a los menos complejos. Así, en virtud de este principio, Peirce mantuvo que el índice "implica un cierto tipo de icono", y que el símbolo "implica un cierto tipo especial de índice" (cf. CP 2.247-249, 1903). Segundo, amplió su teoría de la inferencia de manera que integrar en ella las operaciones fundamentales de la percepción, operaciones que consideró adoptaban la forma de una inferencia abductiva. Esta decisión implica que no sólo percibimos cosas existentes como mesas, ventanas y otros seres humanos, junto a las cualidades inherentes a ellas, sino que también percibimos por abducción la generalidad bajo la forma, por ejemplo, de estas cosas generales que son los signos: si no fuera así sería imposible distinguir entre los signos y las cosas que no son signos, ya que el medio ambiente existencial en el que pasamos la vida participa esencialmente del "universo" de la Segundidad. Por estas dos razones al menos Peirce tuvo que ampliar la esfera tradicional de la lógica para incluir los componentes capaces de tratar de manera sistemática los elementos contenidos respectivamente en los universos de la cualidad, de la existencia y de la generalidad:

"Me parece que en vista del estado presente de nuestro entendimiento de los signos, la doctrina completa de la clasificación de los signos y de la esencia constitutiva de un género particular de signo, es el trabajo de un único grupo de investigadores. Por esta razón, tuve que ampliar la esfera de la lógica de tal manera que comprendiera todos los principios necesarios de la semeiótica, y distingo así una lógica de los iconos, y una lógica de los índices, además de una lógica de los símbolos" (CP 4.9, 1905).

De esta suerte, yendo más allá de la lógica proposicional simbólica tradicional, Peirce no sólo descubrió una lógica de los índices, es decir, de la existencia, en la forma de la teoría de la cuantificación lógica que desarrolló desde los años 1880 en Johns Hopkins, sino que también sentó las bases para una lógica de los iconos, es decir, para una lógica de la cualidad y de la forma. Me ocupo aquí de esta lógica de la forma, y a este respecto comienzo mencionando en particular dos rasgos afines de la teoría.

Primero, en toda semiosis, el signo es necesariamente una determinación de su propio objeto y "hereda" –por decirlo así– su forma del objeto. Peirce afirma este principio claramente en una definición del signo propuesta a su corresponsal Lady Welby:

"Empleo el vocablo "Signo" en el sentido más amplio para designar la comunicación o extensión de una Forma (o carácter). Siendo medio, el signo es determinado por algo, llamado su Objeto, y determina otra cosa, llamada su Interpretante" (SS 80-81).

Segundo, la forma del signo heredada del objeto se realiza en una de las tres estructuras "subicónicas", o configuraciones formales, llamadas por Peirce "hipoiconos" en una definición célebre que ilustra perfectamente la estructura categorial de su lógica:

"Los hipoiconos se pueden repartir según el modo de Primeridad de la que participan. Los hipoiconos que participan de algunas cualidades sencillas, o Primeridades primeras, son imágenes; los hipoiconos que representan las relaciones, generalmente diádicas, entre las partes de una cosa por relaciones análogas entre sus propias partes son diagramas; y aquéllos que representan el carácter representativo de un representamen por la representación de un paralelismo en otra cosa, son metáforas" (CP 2. 277, 1903).

De estos principios puede concluirse que el objeto de estudio de cualquier ciencia debe manifestar uno o más de los hipoiconos cuando se lo considera desde el punto de vista de la relación entre el signo y el objeto. En el caso de la lingüística, una ciencia definida por Peirce como una de las ciencias psíquicas clasificatorias en su esquema desarrollado en 1903 (CP 1.200, 1903), la naturaleza específicamente lingüística de la imagen puede demostrarse por la onomatopeya y el sarcasmo (cf. Haiman 1995), la forma del diagrama por una frase literal con sujeto y predicado y, por último, la forma de la metáfora por una frase figurativa.

Así, los ejemplos (1a) y (1b), además de formas más complejas de iconicidad, manifiestan ya cualidades sencillas compartidas con su objeto: las propiedades fónicas de la poesía (aliteraciones, asonancias) son determinadas por, y así evocan, experiencias fónicas específicas, mientras que la entonación particular de la respuesta de B (1b) señala una forma de sarcasmo:

(1a) Ven y junta con mis labios
esos labios que me irritan,
donde aún los besos palpitan
de tus amantes de ayer.

(J. de Espronceda: A Jarifa en una orgía)

(1b) A. ¿Te gusta mi coche?
B. ¡Magnífico! ¿Se empuja o se tira?

Siendo pura posibilitad (puede ser que el lector distraído o insensible no observe las propiedades sugestivas de la sucesión de consonantes dentales y labiales, por ejemplo), la cualidad participa en el universo de la Primeridad. Por esa razón Peirce afirma que las imágenes realizan la forma más sencilla de la hipoiconicidad, y puede afirmarse que en su constitución cualitativa los signos (1a) y (1b) son imágenes de sus objetos.

En cambio, en el ejemplo siguiente pasamos de la cualidad a la existencia, ya que los elementos entre corchetes representan los "actores" (niños, mar) reunidos por una relación (nadar) participando en una situación del mundo referencial, extralingüístico, y constituyen así colectivamente una parte del objeto. En cuanto al signo (la frase entera), se encuentra "informado", en el sentido aristotélico del vocablo, por una relación diádica entre sus propias partes (sujeto, complemento), relación expresada por el verbo, y a la que corresponde evidentemente la relación diádica entre los elementos del objeto:

(2)Objeto:<niños> <nadar> <mar>

Signo:Los niños nadan en el mar

Reproducción de un hecho singular, la frase representa una situación existencial que el enunciador sólo menciona. Así, como consecuencia de una determinación semiótica existencial, el signo comparte no solamente cualidades sino una estructura diádica con su objeto que está representada en la Figura 2 por una línea (la relación) y dos asteriscos (los correlatos). Siendo así una determinación de la Segundidad, la forma diagramática del signo es independiente del interpretante que por esta razón no necesita figurar en el esquema.



(Figura 2)

Por último, en el caso de la metáfora, que para Peirce es una forma, por supuesto, que resulta de un proceso de asimilación abductiva realizado por el enunciador, el objeto y el interpretante vienen informados por una relación considerablemente más compleja que en los ejemplos (1) y (2). Como el símbolo, la metáfora participa de una relación semiótica "auténtica", es decir que se necesitan para su realización la participación en la semiosis de los tres componentes reunidos: objeto, signo e interpretante, mientras que la forma diádica del diagrama depende únicamente del objeto. Cuando la semiosis sale bien, es decir, cuando objeto e interpretante son congruentes, se establece en el objeto un paralelismo no entre dos elementos sino entre dos situaciones o hechos distintos, produciendo así una estructura con dos dimensiones que se reconstruye en el interpretante.

Acto cognitivo por excelencia, la asimilación abductiva representada en el objeto pertenece al universo de la Terceridad. En cuanto al signo, queda unidimensional, lineal, y a causa del carácter inevitablemente existencial y "segundo" del medio en el que se inscribe, discrepante: el signo es incapaz de representar la totalidad de las informaciones reunidas en el objeto, que desde un punto de vista fenomenológico es más complejo que él. Ciertas informaciones se pierden inevitablemente en el curso de la determinación del signo por el objeto, ya que pasan del universo de la generalidad, del pensamiento, al universo existencial que funciona como soporte físico de los signos. En el caso de (2) se estableció una relación (nadar) entre los dos "actores" (niños y mar). El hecho representado así sirve en (3) de situación de referencia y funda una asimilación representada en el objeto por un paralelismo entre esta situación donde la relación entre niño y mar es conocida e indiscutida, y otra nueva donde los hechos son más discutidos y originales. En (3) el signo conserva la relación <nadar> que se estableció en (2) entre los niños y el mar, pero "suprime" (es incapaz de representar linealmente) los dos correlatos presentes en el paralelismo original, sustituyéndolos por los dos correlatos más discutibles, a los que reúne así en una relación (¡relativamente!) nueva:

(3) <niños> <nadar> <mar>...

Objeto: Interpretante:

<profesores> <nadar> <lujo> ...

Signo:Los profesores nadan en el lujo

Si esta relación se establece abductivamente por el enunciador, se interpreta sin embargo de la misma manera que todo acto de interpretación: la interpretación de un signo informado por la metáfora se lleva a cabo pragmáticamente, es decir que se realiza por operaciones abductivas, deductivas y finalmente inductivas, aunque el signo manifiesta la misma estructura sintáctica que la frase (2). Este género de semiosis, que relaciona el universo de la Terceridad (objeto, interpretante) con el de la Segundidad (signo) puede representarse formalmente así (Figura 3):



(Figura 3)

Hemos visto así que la lógica de los iconos afirma que todo signo lingüístico –sonido, palabra, frase, párrafo o relato entero– se inscribe en un medio o soporte existencial: en caso contrario sería imposible percibirlo. Afirma también que las propiedades del signo son una determinación del objeto y que hay casos de semiosis en que el objeto y el interpretante son necesariamente más complejos que el signo. De esta manera, puede concluirse que todo signo estudiado por los investigadores de esta ciencia psíquica debe manifestar por lo menos uno de los tres hipoiconos: imagen, diagrama o metáfora.

Si ahora examinamos las manifestaciones de la hipoiconicidad en los signos de otra ciencia psíquica, la del análisis de signos pictóricos (fotografías, cuadros, anuncios publicitarios), resulta que los hipoiconos se manifiestan de la misma manera. Peirce consideró esta "ciencia" descriptiva (y no clasificatoria como la lingüística) una forma de crítica del arte. Sea lo que fuere, está claro que la relación de semejanza entre el objeto y el signo será más evidente para los observadores no especialistas que en el caso de la lingüística.

Imaginemos una foto en color que representa una mujer abatida sentada delante de su casa con un perro a sus pies. Como foto, el signo es necesariamente índice de su objeto, que resulta del encuentro existencial de los rayos de luz reflejados por los "modelos" o "referentes" que constituyen el objeto del signo, y la película en la máquina. Sin embargo, por definición la foto es también icónica ("el índice implica un cierto tipo de icono"): si no fuera así, resultaría imposible identificar los modelos. El signo es imagen del objeto ya que comparte con él formas y colores. Es igualmente un diagrama del objeto puesto que la disposición respectiva de sus elementos es determinada por la disposición respectiva de los modelos. Como la frase (2), la determinación de un signo como la foto es existencial, objetiva, diagramática.

La foto puede ponerse en contraste con el célebre grabado de Alberto Durero, La Melancolía [plancha 1]. Convencionalmente es clasificada como alegoría, es decir, en términos más peirceanos, como un signo informado por una metáfora. De la misma manera que la foto, esta composición compleja representa a una mujer, mas aquí tiene alas –es un ángel, pues– y está sentada delante de un edificio del que cuelgan una campana, un reloj de arena y una balanza; hay también una escalera que se apoya en el edificio. La mujer está rodeada de objetos variados –figuras geométricas e instrumentos que simbolizan diversas corporaciones de artesanos– y lleva un bolso y unas llaves colgadas de su cinturón. Como en la foto, un perro reposa a sus pies. Pero aquí, cerca de ella, hay además un putto que se esfuerza por escribir en su diario, mientras que al fondo aparecen el sol, un murciélago y un arco iris.

La asimilación abductiva elaborada por una larga tradición medieval resultó modulada en el grabado de Durero en representación del genio melancólico y saturnino bajo la forma de un ángel inmovilizado por una crisis de inspiración frustrada. El signo representa un paralelismo entre el genio con sus atributos y el ángel paralizado, pero, de la misma manera que en el caso de la frase (3), no puede integrar en él todos los elementos del paralelismo, a pesar de que la representación se beneficia en este caso de una dimensión adicional "ausente", pues el genio se encuentra significado por el ángel. Se concluye por lo tanto que en los signos pictóricos, inclusive en los signos pictóricos metafóricos, se realizan también los tres grados de hipoiconicidad.

De la discusión de estos dos géneros de signos puede concluirse que, cualquiera que sean las observaciones que hagamos en nuestros disciplinas respectivas, las informaciones y los datos que nos interesan se inscriben y se transmiten todos en un soporte existencial severamente limitado. Se trata de un soporte que en el caso de los signos informados por una metáfora, funciona como una reducción categorial en el que la complejidad del paralelismo abductivo construido en la Terceridad se reduce necesariamente a la estructura diádica del los hechos brutos de la Segundidad. Por consiguiente, puede interpretarse la definición sucinta e inflexible de los tres hipoiconos como una manera de concebir la relación entre la complejidad estructural del objeto que los signos deben comunicar y los limites formales impuestos a ellos por el soporte o medio en el que funcionan.

Acabamos de examinar unos casos en que unas parejas de signos correspondientes a ciencias psíquicas diferentes manifiestan semejanzas de forma, aunque representen objetos de complejidad enteramente distinta. Hemos visto que los signos metafóricos tanto lingüísticos como pictóricos se realizan materialmente de manera que se parecen formalmente a sus equivalentes diagramáticos: a pesar de su complejidad categorial distinta, los dos signos lingüísticos pueden analizarse como dos grupos nominales unidos por un verbo, mientras que los dos cuadros representan a una mujer sentada delante de una casa. Por eso, dado que Peirce afirmó que no hay diferencia notable entre los fenómenos naturales físicos por una parte, y los culturales y psíquicos por otra, y que incluso los procesos de la esfera natural son motivados y teleológicos, me parece que tenemos que resolver una posible contradicción.

Una de dos: O con un talante ecuménico hemos de reconocer que también las señales e informaciones, transmitidas por ejemplo a través de los sistemas nerviosos de los organismos vivos o los datos de millones de años de antigüedad estudiados por los geólogos, manifiestan la misma variación formal entre diagrama y metáfora que los géneros de signos psíquicos analizados antes. En ese caso sería preciso no sólo investigar las características motivadas y teleológicas que atribuyó Peirce a las ciencias físicas, sino que sería necesario también tener presente la influencia engañosa del soporte existencial de los datos a disposición del científico. O, por el contrario, hemos de concluir que los signos metafóricos resultan de hipótesis e inferencias abductivas producidas por seres racionales. En este caso, la metáfora como la definió Peirce sería necesariamente un rasgo distintivo de la esfera psíquica y cultural, distinción que podría minar la continuidad entre lo físico y lo psíquico postulada por Peirce, y así minaría seriamente nuestros intentos de construir un puente sobre el supuesto vacío entre cultura y naturaleza.

Mi propia posición es agnóstica: impenitente, yo pienso que a pesar de la distinción hecha por Peirce entre lo mental y lo espontáneo por una parte, y lo material y lo regular por otra, el carácter judicativo de los signos informados por la metáfora, los valores humanos que comunican y el propósito retórico que realizan, hacen que la esfera cultural se distinga cualitativamente de la natural.

Tony Jappy
Dept. of English and American Studies
Université de Perpignan
52 Avenue de Villeneuve
F-66860 Perpignan, Francia
e-mail: tony@univ-perp.fr


Referencias bibliográficas

Haiman, John (1995). Moods and MetaMessages: Alienation as Mood. En Modality in Grammar and Discourse: Typological Studies in Language 32, editado por Joan Bybee y Suzanne Fleischman, 329-345. Amsterdam: Benjamins.

Jakobson, Roman (1965). Quest for the Essence of Language, Diogenes 51: 21-37.

Short, Thomas (1997). A Theory of Final Causation. Peirce Seminar Papers, (en prensa).


Ultima actualización: 27 de marzo 2011