El Pulso Argentino, nš 2, abril 2009, Tucumán

Vivir de estreno

Jaime Nubiola
jnubiola@unav.es


Hace unos pocos días me tropecé en una enorme librería del centro de Filadelfia con un pasaje de un libro del filósofo John J. McDermott en el que decía que "la amenaza más peligrosa para la vida humana es la de vivir de segunda mano, la de vivir por cuenta de nuestros padres, hijos, parientes, maestros y demás dispensadores de posibilidades ya programadas".

"Debemos estar precavidos acerca de lo heredado, por muy noble que sea su intención —proseguía el filósofo norteamericano—, pues es la calidad de nuestra experiencia lo que resulta decisivo. El fracaso, asumido en profundidad, a menudo enriquece; mientras que el éxito alcanzado mecánicamente a través de las vías abiertas por otros a menudo embota la sensibilidad. No estamos arrojados en el mundo como cosas entre cosas. Somos criaturas vivas que comen experiencia".

Esas líneas fueron como una conmoción en mi alma. Me pareció que daban en el clavo, en el núcleo del problema que afecta vitalmente a tantas personas de las sociedades supuestamente avanzadas. McDermott denunciaba la tentación, tan frecuente en nuestros días, de renunciar a asumir el protagonismo de la propia vida, transfiriendo a los demás las decisiones sobre sus pautas de comportamiento. Para muchos de nuestros conciudadanos, —en particular, los jóvenes— la vida les viene hecha por sus padres, por sus maestros, por "lo que hacen todos" o incluso por los medios de comunicación, que les dictan cómo han de vestir, cómo han de vivir y cómo han de comportarse en todos los órdenes.

Mientras el objetivo de la educación es que los estudiantes lleguen a tener pensamientos propios, de hecho los resultados a este respecto son casi siempre desoladores. Me parece que lo único que realmente les está prohibido a los jóvenes —y a muchísimos adultos— es el lanzarse a pensar, que es en definitiva lo que hace que cada vida sea única. Pensar significa, en primer lugar, empeñarse por dotar de un sentido razonable a nuestra vida, por articular unitariamente teoría y práctica, y por ser capaz de expresar la síntesis alcanzada.

Quienes piensan por su cuenta y riesgo resultan casi siempre incómodos e inquietantes, son vistos como peligrosos por los demás y por las organizaciones que los acogen. En este sentido, llamaba mi atención una entrevista con Gilles Deleuze, el filósofo marxista francés fallecido en 1995, en la que decía que "la izquierda necesita que la gente piense". No sólo la izquierda, lastrada por tantos años de comunismo represor, sino la derecha, el centro y todos los órdenes de la sociedad están muy necesitados de gente que piense. La experiencia de casi todos los países es que aquellos que en un partido o un sindicato se atreven a pensar por su cuenta, son de ordinario marginados y antes o después expulsados.

En contraste con esto, en la entrevista con Barack Obama que la revista Time publicaba al nombrarle personaje del año 2008, el nuevo presidente norteamericano refería el consejo que le habían dado otros ex-presidentes para afrontar su nuevo cargo: que no se limitara a ser reactivo ante los acontecimientos, la muchedumbre de visitas y los compromisos ineludibles, sino que pusiera todo su empeño en lograr un tiempo para pensar. Me impresionaba aquel sabio consejo, pues parecía traslucir la dolorosa experiencia de quienes advertían que habían hecho tantas cosas, que no habían podido hacer lo más importante.

Como detectó con extraordinaria lucidez Hannah Arendt, cuando se deja de pensar la vida humana se torna realmente superflua: un hombre es sustituible por cualquier otro; la superficialidad hace iguales e intercambiables a los seres humanos. Sólo cuando nos proponemos de verdad pensar desde nuestra realidad existencial, cada hombre o mujer se torna insustituible porque aporta a los demás lo suyo propio que es precisamente lo que los demás no pueden dar. Cuando se deja de pensar, cuando se elimina la creatividad, aparecen ineludiblemente a medio plazo la barbarie, la violencia, el imperio brutal de la fuerza: baste con recordar los campos de exterminio o la vergonzosa justificación de la tortura y de Guantánamo en los Estados Unidos.

Para vivir de primera mano, para estrenar cada día nuestra vida, hay que empeñarse en pensar la propia vida, y es preciso también aprender a expresar lo pensado. "Quien no sabe expresarse bien, no puede pensar bien", escribió el intelectual venezolano Arturo Uslar Pietri. "La barbarie —añadía su paisano Rafael Tomás Caldera— no tiene tan sólo que ver con el uso incorrecto o deficiente de la lengua. Toca al corazón y la sensibilidad de la persona". Esta es la cuestión decisiva: quienes intentan pensar de nuevo ensanchan su sensibilidad, dilatan su corazón, hasta dotar a sus vidas de un horizonte de sentido. "Sin el asombro —escribió Juan Pablo II— el hombre caería en la repetitividad y, poco a poco, sería incapaz de vivir una existencia verdaderamente personal". Quienes se limitan a repetir lo pensado por otros renuncian a vivir de estreno su vida; se acomodan a vivir de segunda mano, esto es, se conforman con llevar una vida ya usada.

 




Fecha del documento: 6 de agosto 2009
Última actualización: 6 de agosto 2009
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