EL FONDO DE LA ACTUALIDAD
La Gaceta de los Negocios
,
Madrid, 11 y 12 de marzo del 2006, Opinion/37

En la vanguardia de las ideas

Jaime Nubiola
jnubiola@unav.es



Una valiosa estudiante de Bellas Artes me contaba la pasada semana cómo la religión cristiana y sus expresiones artísticas eran sistemáticamente ridiculizadas o negadas por los profesores de su Facultad. Aquel comentario trajo a mi memoria lo que un filósofo español había escrito pocos meses atrás en Claves de razón práctica en un artículo en favor de la blasfemia como supuesto signo de tolerancia: "El cristianismo es ahora culturalmente hablando un cadáver. Pesa, eso sí, y mucho, pero se trata de un peso muerto. El recuerdo de su capacidad inspiradora en todos los órdenes de la ciencia, la cultura, el arte, etcétera, pone en evidencia la naturaleza ruinosa en que se halla". Se trata, sin duda, de un balance del todo desajustado de la situación contemporánea, pero basta con asomarse al televisor o a la prensa para comprobar cómo han proliferado en nuestro país los espectáculos blasfemos o el discurso antirreligioso que parece dar validez a ese fúnebre diagnóstico. Sin embargo, la constatación de que una ola pringosa de chapapote neopagano va invadiendo hasta los menores espacios de nuestra sociedad es —me parece— una urgente invitación a todos los cristianos a que pongan su inteligencia y su creatividad en la vanguardia de las ideas.

Ayer mismo estaba invitado a hablar en un Colegio Mayor de universitarias. Como soy filósofo no podía dejar pasar por alto la ocasión para recordarles con el corazón en la mano que vale la pena pensar. "Para ensanchar vuestras vidas, —les decía—, para enriquecer vuestras relaciones personales, para disfrutar de verdad, es indispensable que os lancéis a pensar, por vuestra cuenta, cada una a su estilo y a su aire". Después de haber leído y estudiado mucho, se trata —proseguía— de tener la valentía, la audacia, de atreverse a pensar, sin miedo a complicarse la vida por ello. Muchos jóvenes creen estúpidamente que quien piensa pierde. Por este motivo, parafraseando el lema de la Ilustración "sapere aude!", "atrévete a saber", repetía a mi audiencia universitaria "¡Atreveos a pensar!", pues estoy persuadido de que el motor de la genuina creatividad es el ponerse a pensar imaginativamente.

Me ha encantado la reciente encíclica de Benedicto XVI por su profunda sencillez, por la belleza de su expresión, por la inteligente penetración en algunas de las claves de la sociedad contemporánea. Uno de los aspectos que más me ha atraído ha sido la invitación del Papa a trabajar por la justicia, que para quienes nos dedicamos a la vida intelectual consiste sobre todo en esforzarse por abrir las inteligencias a las exigencias del bien. En los momentos actuales lo que nos falta tantas veces son buenos argumentos, razones persuasivas, que hagan atractivo el bien, la vida buena. Viene a mi cabeza aquello que escribió Simone Weil en La gravedad y la gracia: "el mal imaginario es romántico, variado; el mal real, triste, monótono, desértico, tedioso. El bien imaginario es aburrido; el bien real es siempre nuevo, maravilloso, embriagante". ¡Qué profunda sabiduría encierran estas sencillas palabras! A nuestra imaginación el bien parece aburrido y el mal divertido, pero en la realidad el mal es terriblemente degradante y, por el contrario, el bien es cautivador.

La verdad tiene esa maravillosa capacidad de atraer la atención, de embriagarla, pero para atraer requiere ser presentada siempre de manera nueva y creativa. Hoy en día es preciso mostrar el bien y la verdad con palabras de ahora, con un estilo actual. No sirven unas ideas hechas que huelan a rancio, a cerrado y enmohecido, porque serán del todo incapaces de encender nuestras vidas. El que se haya puesto de moda en tantos ámbitos de nuestra sociedad una agresiva ridiculización de la religión lleva a pensar que quizá los cristianos han abandonado el campo de la creación cultural e intelectual, retrayéndose al espacio supuestamente más seguro de una retaguardia conformista. La desbandada cultural del siglo XX está todavía por analizar y por comprender a fondo. En todo caso, una actitud temerosa de repliegue sería del todo opuesta a la mejor tradición cristiana que ha estado siempre volcada hacia el futuro tanto en el arte y en la cultura como en la investigación científica.

La primera regla de la razón —insistió el científico y filósofo americano Charles S. Peirce— es que para aprender se ha de desear aprender, y por tanto no hay que estar satisfecho ni con lo que uno ya sabe ni con aquello a lo que se siente inclinado naturalmente a pensar. "La vida de la ciencia está en el deseo de aprender", es la frase de Peirce que tengo en la puerta de mi despacho para invitar a mis alumnos a que entren a preguntar. La piedra de toque de la creatividad se encuentra siempre en el examen cuidadoso de las ideas preconcebidas, de los prejuicios culturales y personales. Si no se examinan críticamente esas ideas, los prejuicios llenan de forma precipitada e inadvertida la inteligencia, haciendo imposible su apertura a la novedad sorprendente y atractiva, a la verdad y realidad de las cosas. Se trata de ideas que, por así decir, están clausuradas, cristalizadas, tan cerradas que no admiten ya revisiones ni reinterpretaciones. Quien tiene una 'idea hecha' rechaza de plano, sin reflexión alguna, cualquier idea que no se ajuste bien a la suya; más aún se siente legitimado para descartar esa otra idea, porque la suya —afirmará casi siempre— es "de sentido común". La facilona 'tolerancia' laicista que impera actualmente en Europa ha entronizado un espacio común en el que bajo el rótulo de arte y cultura —o simplemente como expresión de la espontaneidad personal— todo vale aun a costa de las convicciones religiosas de muchos ciudadanos. Los conflictos a raíz de las lamentables caricaturas de Mahoma en una publicación satírica danesa han puesto de manifiesto esta patética situación.

Afortunadamente, todo eso que pasa por sentido común en la sociedad permisiva no se encuentra en la vanguardia de las manifestaciones culturales, literarias o artísticas de nuestro tiempo. Para mí no es más que la inevitable escoria del siglo XX. Si nos asomamos aquí y allá a quienes están haciendo realmente cosas nuevas, a quienes están pensando lo que nadie ha pensado y haciendo lo que nadie ha hecho, comprobaremos con sorpresa que el materialismo grosero y la obscena transgresión sexual que hoy en día son un espectáculo de masas, no tienen nada que ver con la vanguardia realmente creativa. Ahora es el momento de la gente joven, de la gente capaz de ser verdaderamente original, porque su actividad creativa nace realmente de ellos mismos, de su imaginación, y eso hace que sus creaciones tengan una maravillosa frescura.

El nuevo siglo necesita hacer nueva la verdad con nuestra razón y nuestra creatividad, con nuestras vidas y con nuestros corazones. Como me gusta repetir, la imaginación es el corazón de nuestra razón. Sólo así el pensamiento creativo volverá a estar en la vanguardia de las ideas.


Fecha del documento: 27 de diciembre 2006
Última actualización: 27 de diciembre 2006
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