G. E. M. Anscombe: Sobre la transubstanciación

 

Traducción castellana de J. Nubiola y Jorge V. Arregui, Scripta Theologica XXIX (1992),pp. 603-611; reimpresa en José Mª Torralba y J. Nubiola, (eds.), G. E. M. Anscombe: La filosofía analítica y la espiritualidad del hombre. Lecciones en la Universidad de Navarra, Eunsa, Pamplona, 2005, pp. 85-94 y en Revisiones. Revista de Crítica Cultural 02, 2006, pp. 63-79.
I

El modo más sencillo de expresar lo que es la transubstanciación es decir que ha de enseñarse a los niños pequeños tan pronto como sea posible, sin usar, por supuesto, la palabra "transubstanciación" porque no pertenece al vocabulario infantil. Pero puede enseñárseles, y la mejor manera de hacerlo es en la Misa durante la consagración, que es la única parte en la que ha de conseguirse que el niño pequeño atienda a lo que está ocurriendo. Me refiero a un niño que está empezando a hablar, que comprenda ya suficiente lenguaje como para que puedan contársele, y él mismo te cuente, cosas que han sucedido y pueda seguir una historia sencilla. Puede enseñarse a un niño así susurrándole cosas como: "¡Mira! Ahora, inclina tu cabeza y di 'Señor mío y Dios mío'". Y luego, "Mira, ahora ha cogido el cáliz. Está diciendo las palabras que convierten el vino en la sangre de Jesús. Mira el cáliz. Ahora inclina la cabeza y di: 'Creemos y adoramos tu preciosa Sangre, oh Cristo de Dios'"1. Esto puede hacerse sin molestar a la gente de alrededor.

Si la persona que lleva a un niño a Misa actúa siempre así, sin hacerlo de modo inoportuno, el niño aprenderá mucho. Después, o a veces en ese momento, por ejemplo, si pregunta, se le puede decir qué palabras son las que dice el sacerdote y cómo las dijo Jesús en la Última Cena; cómo Él estaba ofreciéndose al Padre, el Cuerpo que iba a ser crucificado y la Sangre que iba a ser derramada. Así, Él mostraba que cuando fuera crucificado al día siguiente, su muerte era una ofrenda, un sacrificio. A un niño de más edad se le puede contar cómo los sacerdotes han ofrecido desde el principio sacrificios a Dios (y también a otros falsos dioses), trayendo animales, los mejores que tenía la gente, y ofreciéndolos en los altares; que era así como se adoraba a los dioses porque el sacrificio es el signo principal de que se está adorando a alguien como a un dios. Jesús era un sacerdote que se ofrecía a Sí mismo, y lo que hizo en la Última Cena mostraba que era eso lo que iba a suceder al día siguiente en la cruz. Puedes contar al niño cómo Jesús dijo a los Apóstoles que hicieran lo que Él había hecho en la Última Cena y cómo los hizo sacerdotes, y que por eso sus palabras al ser usadas por un sacerdote tienen el mismo poder que habían tenido cuando Él las pronunció en la Última Cena.

La adoración que aprendemos a tributar en la consagración lleva consigo implícitamente la creencia en la divinidad y en la resurrección del Señor. Y si creemos en su divinidad y en su resurrección, entonces debemos adorar lo que está ahora allí sobre el altar.

Así, mediante una enseñanza de este tipo, el niño pequeño aprende mucho de la fe. Y lo aprende del mejor modo posible: como parte de una acción; como relacionado con algo que sucede ante él; como algo que unifica y conecta efectivamente las creencias; esto es más claro y vivificante que aprender sólo más tarde, quizá en una clase, que todos nosotros tenemos esas creencias.

Puede que ni siquiera se piense en mencionar explícitamente a este respecto la resurrección de Nuestro Señor. Pero implícitamente está ahí, pues la idea de que Él llegue a existir sólo sobre nuestros altares, como si existiera intermitentemente, no pertenece a la conciencia católica ni a nuestro modo de hablar de o a Nuestro Señor. No, nosotros hablamos del Resucitado como de un hombre que vive siempre en el cielo y decimos que el pan y el vino se convierten en Él. Y como Él está vivo y no muerto, su Carne no está separada de su Sangre, y quien recibe cualquiera de ella, le recibe en su totalidad. Así, al aprender esto, los niños aprenden con facilidad que Él vive.

He hablado de la enseñanza a niños pequeños, tanto porque es importante en sí misma, cuanto porque es el mejor modo de esclarecer qué significa "transubstanciación". Esta palabra fue inventada (primero en griego y después por traducción en latín) para insistir precisamente en que hay un cambio total de lo que está ahí en algo distinto, una conversión de una realidad física en otra que ya existía. Así, no se trata de que llegue a existir una nueva substancia a partir del material de otra anterior, como en el caso del cambio químico de la materia de una retorta que pasa de ser una clase de substancia a otra, ni tampoco es como la digestión, en la que lo que comes se convierte en ti mismo, pues ambos son cambios de una materia que puede asumir una variedad de formas. Cuando uno dice "transubstanciación" está diciendo exactamente lo que se enseña al niño al enseñarle que las palabras de Cristo, por el poder divino otorgado al sacerdote que las usa en su lugar, han cambiado el pan de tal manera que no sigue estancado ahí (ni el material del que estaba hecho), sino que en su lugar está el Cuerpo de Cristo. El niño pequeño puede captar esto, que está implícito en el acto de adoración que sigue a la enseñanza. Conocí a un niño de casi tres años y que sólo entonces empezaba a hablar, pero que había sido instruido del modo que he descrito, que estaba en el espacio libre al fondo de la iglesia mientras la madre iba a comulgar. "¿Está Él dentro de ti?" preguntó el niño al volver su madre. "Sí", contestó, y para su asombro el niño se postró ante ella. Puedo dar testimonio de esto, porque lo vi suceder. Una vez conté la anécdota a uno de esos teólogos que se afanan desgraciadamente (como parece) por cambiar y aguar nuestra fe, y él lo lamentó: deseaba mantener, y esperaba que el Concilio Vaticano lo dijera, algo que mostrara que la idea del niño estaba equivocada. Adiviné entonces que el pobre infeliz estaba perdiendo la fe y, de hecho, tristemente así resultó.

"¡Pero eso es imposible, es contradictorio: no se puede creer! ¡Tiene que ser tan sólo una figura del lenguaje!". Bien, la verdad es que no se puede realmente comprender cómo es posible. Pero, si se sostiene que es imposible, ha de señalarse entonces una contradicción determinada; y si crees en ello, crees entonces que toda pretensión de refutarlo como contradictorio puede ser respondida. Por ejemplo, alguien dice: "¿Cómo un hombre que tiene, pongamos, seis pies de altura puede estar por completo en un espacio tan pequeño?". Bien, la verdad es que no mediante la coincidencia de sus dimensiones con el agujero en el espacio que definen las dimensiones de la apariencia de pan que queda. Llamemos a éste el modo "dimensivo" de estar en un lugar. "¡Pero ése es el único modo en que un cuerpo puede estar en un lugar!". ¿Cómo lo sabes? Creemos algo que es verdad de Aquello que está ahí, algo que contradice su estar ahí dimensivamente. Y, ciertamente, la división y separación de cada uno de los lugares en donde Aquello está, no significa una división y separación de Eso respecto de Sí mismo. De este modo, considerado dimensivamente, un millar de tales lugares diversos puede ser comparado a un millar de trozos de espejo, de los que cada uno refleja un solo cuerpo completo, que es en sí mismo mucho mayor que cualquiera de ellos y que no se desplaza dimensivamente. Pero cuando consideramos Aquello en que el pan se ha convertido, el lugar al que miramos se ha convertido (aunque no dimensivamente) en el lugar donde Eso está: un lugar en el cielo.

Sin embargo, sería erróneo pensar que este asunto pueda ser comprendido, resuelto o expuesto como una posibilidad en la que no hubiera ningún misterio; esto es, que pueda ser comprendido de un modo como el que quizás requieren quienes lo atacan sobre la base de sus obvias dificultades. Quizás un defecto de la vieja exposición en términos de una distinción entre la substancia de una cosa (supuestamente indeterminable) y sus accidentes era que se ofreciese a veces esa exposición como dando por supuesto que lo hacía todo inteligible. Un mejor estudio eliminaría realmente esa impresión pues en la filosofía de la escolástica aristotélica en la que se trazaron aquellas distinciones, la transubstanciación resulta tan difícil, tan "imposible", como lo parece en la reflexión ordinaria. Y es bueno que sea así. Cuando llamamos a algo un misterio, queremos decir que no podemos solventar la dificultades en su comprensión ni demostrar de una vez por todas que es perfectamente posible. Sin embargo, no creemos que las contradicciones y los absurdos puedan ser verdaderos o que algo demostrable lógicamente a partir de lo ya conocido pueda resultar falso. Y, por tanto, creemos que hay respuestas para las supuestas pruebas de su carácter absurdo, seamos o no lo suficientemente listos para encontrarlas.

II

¿Por qué hacemos esto? ¿Por qué celebramos la Eucaristía? Porque el Señor nos dijo que lo hiciéramos. Es suficiente razón. Pero podemos considerar que esta es su manera de estar presente con nosotros en su realidad física2 hasta el fin de los tiempos, hasta que venga de nuevo para estar presente en la tierra dimensiva y visiblemente. Podemos también pensar sobre el hecho misterioso de que haya querido alimentarnos consigo mismo.

Para mí, éste es el mayor de todos los misterios de Sacrifico Eucarístico, un misterio mayor que la propia transubstanciación, aunque debe ser una parte esencial de su significación. Para intentar comprender algo de esta cuestión, preguntémonos primero qué estaba haciendo Nuestro Señor en la Última Cena. Si se pide a un judío ortodoxo que haga la acción de gracias en la mesa, tomará en sus manos un pedazo de pan, rezará y lo partirá, y dará un trozo a cada persona presente. Así pues, Nuestro Señor estaba haciendo la acción de gracias, y lo estaba haciendo en una ocasión especial. Estaba celebrando la Pascua; esta cena era la primera comida, muy solemne, de los días que los judíos celebraban el paso del ángel del Señor por Egipto cuando estaban a punto de escapar de su esclavitud egipcia. Entonces tuvieron que sacrificar un cordero, en grupos lo suficientemente grandes como para comerlo entero, y tuvieron que rociar con su sangre las jambas de sus puertas; el ángel del Señor pasó de largo por sus casas, matando a los hijos primogénitos de todas las demás. Los judíos comieron su sacrificio, tal como se les había ordenado en esa ocasión, consumiéndolo completamente sin dejar nada, y lo hicieron de pie preparados para iniciar su viaje, listos para abandonar Egipto.

Esta comida de preparación para la huida de la esclavitud se ha conmemorado desde entonces en la cena —el Seder la llaman hoy en día los judíos— que estaba celebrando el Señor con sus discípulos. Pero Nuestro Señor añade a la acción de gracias las palabras: "Esto es mi Cuerpo", y después del resto de la celebración, toma el cáliz de vino y dice: "Es mi Sangre que será derramada por vosotros". Hemos visto ya de qué manera esto mostraba que su inminente muerte era un sacrificio cuyo sacerdote es Él (porque su muerte era voluntaria; nadie podría arrebatarle la vida si Él no quisiera entregarla). Sus acciones mostraban que Él mismo estaba tomando por nosotros el lugar del cordero pascual, que era originalmente tanto un sacrificio como una comida de preparación para el viaje de huida de la esclavitud, y también proporcionaba el signo distintivo entre los judíos fugitivos y quienes les hubieran detenido.

Hay dos clases de sacrificio: el holocausto o "todo quemado" en el que la víctima sacrificada se destruye por entero en el sacrificio, y el tipo en el que el pueblo se come lo sacrificado.

Cristo hizo de sí mismo un sacrificio del segundo tipo, pues su primer mandato en su acción de gracias fue el de comer; subsiguientemente, queda claro que estaba haciendo una ofrenda sacrificial y que estaba sustituyendo al cordero pascual asumiendo su lugar. Los católicos creemos que no podemos comer y beber lo que Él mandó si no tenemos el mismo pan y el mismo cáliz para comer y beber, y que podemos hacer eso exclusivamente reproduciendo su propio ofrecimiento. Por esta razón identificamos el ofrecimiento de la Última Cena con el sacrificio de la cruz y con cada Misa.

De este modo, su Carne y su Sangre se nos dan como alimento, lo que es, por supuesto, un gran misterio. Es claramente un símbolo pues nosotros no somos alimentados físicamente con el Cuerpo y la Sangre de Cristo como lo fueron los judíos con el cordero pascual.

Los cristianos estamos tan acostumbrados a la idea de la sagrada comunión que tendemos a pasar por alto hasta qué punto es una idea misteriosa. Hay una ya vieja polémica entre católicos y protestantes acerca de si, al comer el pan consagrado en la Eucaristía, comemos lo que sólo simboliza el Cuerpo del Salvador o que realmente lo es. A causa de esta disputa, parecía como si sólo la creencia católica fuera extravagante, ¡mientras que los protestantes tenían un procedimiento perfectamente razonable de comer simbólicamente el Cuerpo de Cristo y beber su Sangre! La asombrosa extrañeza de hacer tal cosa, aun sólo simbólicamente, pasaba inadvertida en las discusiones sobre la transubstanciación. Pero hagámosla notar ahora.

Porque, ¿por qué querría alguien comer el cuerpo de otro o beber su sangre? "Beberé tu sangre" podría ser un juramento contra un enemigo. De hecho, en el Antiguo Testamento, el lenguaje de comer el cuerpo de alguien o beber su sangre es una idea que expresa precisamente una enemistad a muerte. Ciertos pueblos salvajes querían comer el cuerpo de un enemigo valiente para adquirir su virtud. Alguien perplejo ante la Eucaristía cristiana, celebrada tanto según la concepción católica como según la protestante, podría preguntarse si era esa la idea, pero estaría muy lejos de acertar. ¿Son los cristianos similares a tribus salvajes, que pueden comer en ocasiones especiales los animales que son tabú en otras? No, no es eso.

Está claro que la razón por la que los cristianos tienen este sacrifico es la obediencia al mandato del Salvador. Dijo a sus discípulos que lo hicieran en conmemoración suya (ante el Padre) y que lo que comían y bebían era su Cuerpo y su Sangre. Y ellos hubieran podido mantener que no entendían la cuestión, que sólo sabían al respecto que Él les había dicho que lo hicieran y que era un medio para la vida eterna. Quiero decir que no es necesario que estuvieran haciendo un gesto que les resultara natural o comprensible. Para entenderlo, imaginemos que hubiera una ceremonia llamada "besar los pies del Salvador" o "atarse uno mismo a él". Éstos serían gestos comprensibles pues se entendería el pensamiento del que eran expresión. Pero, ¿comerle?

Ciertamente, esta comida y esta bebida son en sí mismas simbólicas. Quiero decir que ya sea un comida y bebida literal de su Cuerpo y de su Sangre o ya sea puramente simbólica, eso es a su vez un símbolo de alguna otra cosa. Pues, si comiéramos su Cuerpo sólo simbólicamente (y no realmente), nuestra acción sería el símbolo de un símbolo, mientras que si comiéramos literalmente su Cuerpo nuestra acción sería un símbolo directo. La razón por la que en cualquiera de los dos casos la acción resulta extraña y arcana consiste en que no es un símbolo natural o fácilmente comprensible. Cómo y qué simboliza resulta profundamente misterioso.

Recientemente, algunos teólogos han tratado de explicar la transubstanciación como transignificación. La "substancia" de algunas cosas es el significado que tienen para la vida humana. Sin duda, esta afirmación es verdadera respecto de algunas cosas, como el dinero, y han pretendido sostener que también es verdadera respecto del pan y del vino, que no serían substancias químicas sino que significarían comida y bebida humanas. Bien, es verdad en cuanto al primer punto (que no son substancias simples), pero el pan y el vino aptos para ser usados en la Eucaristía se definen mediante los géneros naturales de los que se hacen, mediante el trigo y la uva. En cuanto al resto, lo que se dice podría ser muy verdadero, pero lo asombroso —que aparentemente no se advierte— es que lo transignificado en la Eucaristía no es el pan y el vino, sino el Cuerpo y la Sangre del Señor, que son transignificados en comida y bebida. Y aquí radica el misterio.

Cuando Jesús dijo: "Yo soy el pan que ha bajado del cielo", sus palabras eran una metáfora para la misma realidad. La metáfora consiste en decir: "Yo mismo seré el alimento de la vida de que hablo". La afirmación es oscura, como afirmación: "Yo soy el camino", "Yo soy la verdad" y "Yo soy la vida" o, una vez más, "Yo soy la puerta". No dice: "Mi camino es el camino" o "Yo os muestro la verdad", sino "Yo soy el camino y la verdad". De modo similar, no afirma: "Yo tengo alimento para vosotros", sino "Yo soy el pan". La acción que nos ordenó de comer su Cuerpo constituye exactamente la misma metáfora que esas palabras, tanto si se toma la descripción de la acción simbólicamente como literalmente. Porque, aun cuando las palabras "Yo soy el pan (esto es, la comida) que ha bajado del cielo" se tomen literalmente, lo que dicen —que bajo esta comprensión es lo literal— todavía simboliza alguna otra cosa.

La más clara de sus metáforas es la de la vid. Podemos afirmar de modo no metafórico lo que dice: que la vida de la que habla es la suya propia, como la vida de los sarmientos es la de la vid. De este modo, la enseñanza es que los discípulos no son meramente discípulos (a los que se instruye) sino que van a compartir la vida divina, la naturaleza divina misma. Pero aquí se detiene de nuevo nuestra compresión. Salvo que si eso es así, alcanzamos un indicio de por qué no se limitó a decir que Él mostraba el camino, la verdad o la vida y podía suministrar lo necesario para tal vida (como un maestro puede impartir conocimientos que alimentarán al alumno), sino que Él es el camino, es la verdad, es la vida. Pero nadie puede saber qué significa para nosotros vivir con la vida de Dios mismo. Por eso, estoy manteniendo que lo simbolizado por este símbolo, comer esa carne y beber esa sangre (tanto se haga literalmente como sólo simbólicamente) es profundamente misterioso. No es sorprendente que los primeros cristianos fueran acusados de alguna misteriosa orgía en su Eucaristía y que su única respuesta fuera que no había en ella ninguna abominación.

"Él nos da su cuerpo, escribió San Agustín, para convertirnos en su cuerpo". Esto ilumina de qué manera el sacramento simboliza y produce la unidad del pueblo que se reúne para celebrar la Eucaristía y recibir la comunión. El "Cuerpo Místico de Cristo", que llamamos la Iglesia, es un cuerpo en figura o metáfora. Se habla ya de la unidad del género humano en la metáfora en la que se considera que todos nacemos "miembros de Adán". Llamar a esto un cuerpo, como si todos los hombres constituyeran un solo hombre inmenso, es, por supuesto, una figura o metáfora, pero la unidad de vida a la que se apunta en la metáfora no es en sí misma una metáfora, porque todos nosotros, todas las razas humanas, somos de un mismo linaje y de una misma sangre. Ahora se nos dice que, por el bautismo, somos injertados en el cuerpo de un nuevo Adán, y tenemos aquí de nuevo la metáfora de que somos miembros —lo que significa extremidades y otras partes corporales— del cuerpo de un único hombre. Una vez más, la unidad de la vida a la que se alude en la figura lingüística no es una metáfora. Cristo se llamó a sí mismo el alimento de esa vida. Es el alimento de la vida divina que se nos prometió y comenzó en nosotros: el viático de nuestra perpetua huida del Egipto que es la esclavitud del pecado; el ofrecimiento sacrificial mediante el que fuimos reconciliados; el signo de nuestra unidad de unos con otros en Él. Este es el misterio de la fe que es el mismo para los ignorantes y para los sabios, pues creen lo mismo de; y lo que los ignorantes entienden no es comprendido mejor por los sabios, cuya tarea es quitar de en medio la basura que tan a menudo la razón humana arroja en el camino para crear obstáculos.

 




Notas

1. Exclamación de los etíopes en la consagración del cáliz.

2. Los teólogos no han solido decir que Nuestro Señor está "físicamente" presente en la Eucaristía. Me parece que esto se debe a que "físicamente" quiere decir para ellos "naturalmente", pues la palabra procede del término griego para naturaleza, ¡y Nuestro Señor no está por supuesto presente de una manera natural! Pero para el hombre actual, rechazar que Él esté físicamente presente es rechazar la doctrina de la Iglesia Católica, pues los significados de las palabras cambian. El Papa Pablo VI nos dice en la encíclica Mysterium Fidei que "Cristo todo entero está presente en su realidad física, aun corporalmente".

 



Fecha del documento: 20 de mayo 2008
Ultima actualización: 20 de mayo 2008

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