Curso doctorado Metodología Filosófica
Prof. Jaime Nubiola
Universidad de Navarra

Las tesis doctorales II

Julián Marías
ABC (14 de abril de 1986)




La monótona insistencia en algunos autores se une a la infrecuencia del estudio de otros muy dignos de ello, cuya obra permanece en sombra o mal estudiada. Aunque se trate de autores verdaderamente importantes —Antonio Machado, Lorca, Borges—, el exceso de estudios, sin la necesaria originalidad del enfoque, hace inevitable la repetición y la caída en el tópico. Ha empezado la boga de Leopoldo Alas, mejor dicho, de La Regenta, y con ella el lugar común sobre un libro que se considera "único" en su época, lo cual lo desdibuja enteramente.

La desproporción entre la atención dedicada a Antonio Machado y a su hermano Manuel es desmesurada, y hubiera causado viva irritación al primero, cuya admiración por la poesía de su hermano era extraordinaria y justa. El siglo XVIII empieza a ser adecuadamente estudiado, gracias a un puñado de investigaciones excelentes en los últimos treinta años, y el volumen III de la Historia de la Literatura Española, de Juan Luis Alborg, ha proporcionado, por primera vez, el marco para los urgentes estudios particulares que todavía se hacen esperar. La obra riquísima de Valera, tan penetrante, con tantas facetas, que es el mejor observatorio español para contemplar el siglo XIX entero, en Europa y América, apenas se conoce; no creo que pasen de un diez por ciento las partes de su obra bien conocidas.

Hay escritores menores pero muy interesantes, sobre los cuales apenas hay nada, que están pidiendo ser interpretados y puestos en su lugar, indispensables para conocer su época. Pienso en José de Castro y Serrano, en el doctor Thebussem, en Nicomedes Pastor Díaz, en las nueve décimas partes de la obra de Martínez de la Rosa, en Antonio Alcalá Galiano, en tantos más. Autores tan importantes como Zorrilla están sin estudiar hoy, desde una perspectiva actual. Lo mismo se podría decir de los hispanoamericanos contemporáneos, o acaso más, porque en su caso han influido la moda, la acción de algunos críticos, los intereses editoriales y el partidismo político. Se escribe interminablemente sobre media docena, algunos egregios, otros modestos y probablemente de corta fama, mientras otros quedan en el olvido. Pienso en Eduardo Mallea, en Victoria Ocampo (salvo en algunos círculos argentinos), en Carmen Gándara, sobre la que se han escrito una sola tesis (no publicada); en el rápido oscurecimiento de Agustín Yáñez, en el relativo desconocimiento de un escritor de la magnitud de Gilberto Freyre.

Ciertos géneros —novela y poesía, secundariamente el teatro— ocupan casi todo el horizonte. Pero es un hecho que en el siglo XX el género más creador y original en España ha sido el llamado "ensayo", el libro de pensamiento, el que, siendo pensamiento riguroso y con frecuencia innovador, es libro en el más estricto sentido, de alta calidad literaria, lo cual ha hecho posible un resurgimiento del pensamiento teórico en todo el mundo de lengua española.

El ejemplo más escandaloso es Menéndez Pidal. Por el volumen, la originalidad, el rigor, la enorme riqueza de su obra, es algo único en nuestro siglo. La mayor parte de su producción está olvidada, y, por supuesto, las partes más creadoras de ella, las que tienen más valor metódico o de interpretación de la lengua, la literatura y la historia. Creo que nadie ha contribuido más que él a aclarar y no confundir la historia de España. El hispanista que no conozca a fondo la obra de Menéndez Pida, se condena al arcaísmo, a que sus escritos queden envejecidos antes de que se seque la tinta. ¿ Cuántos estudios se han hecho sobre él en el útlimo decenio? Y en los siglso anteriores se insiste en algunas obras de una puñado de autores, mientras todo lo demás permanece en la sombra.

La causa principal de ello es la pérdida de los hábitos de pensamiento, sustituido por la erudición, la acumulación de noticias, cuadros y estadísticas. "Contarle las cerdas al rabo de la esfinge, por no atreverse a mirarla a los ojos", decía Unamuno. Y esto va, más allá del hispanismo, a casi toda la vida intelectual.

Una de las causas de que la tesis sean tan largas es el principio de que todo lo que en ellas se dice tiene que estar "autorizado" por un cita, con su correspondiente referencia. Si tomamos esto en serio, quiere decir que no se puede decir nada nuevo, nada que no haya dicho antes otro. Y éste, ¿pudo decirlo? Según ese sacrosanto principio, el autor citado en la tesis debería hacer citado a otro anterior, y asi in infinitum. Si se admite lo citado, ¿por qué no admitir lo que dice el doctorando por su cuenta y riesgo? Ortega definió en 1914 el ensayor como "la ciencia, menos la prueba explícita"; hace unos años, en un artículo titulado "La inversión del ensayo", dije que el uso actual era "la prueba explícita, menos la ciencia": la acumulación de citas, datos, cifras, notas, sin una sola idea, sin teoría, es decir, sin ciencia. En una tesis doctoral la prueba ha de ser explícita, pero uno una cita "bruta", mero dato sin justificar, sino la mostración intelectual de lo que se dice. Estos usos han llevado a que no se acepte una tesis que no cite a un número elevadísimo de autores —por eso resultan tan largas—. Pero lo grave es que por eso resultan con frecuencia tan malas. Me explicaré.

Por una parte, se citan libros y artículos que nada tienen que ver con el tema, o cuya relación es tan remota y traída por los pelos, que no hacen más que distraer del nucleo del asunto, de lo que debería ser la secuencia de los pensamientos —si hubiera pensamientos—. El pobre doctorando tiene que pasar meses y meses, o años, buscando en las bibliotecas, leyendo y citando escritos que nada tienen que ver con su asunto; no los busca para aclararlos, sino para citarlos, porque es una condición sine qua non, un requisito tácito, pero terriblemente imperativo.

No es esto lo peor, sin embargo, sino que el estudiante tiene que buscar todo lo que se ha escrito más o menos referente a su tema, y hacerlo pasar puntualmente a su tesis; acaso de inepcias, de cosas dichas por personas que saben poco o nada de la cuestión, o que no han entendido; el doctorando se va sumiendo en la confusión; si no es muy inteligente y versado en el asunto, no tiene capacidad para distinguir, y suele tomar por bueno lo que ha leído; en todo caso, no tiene autoridad para atreverse a no citar a los que no lo merecen, y explicar por qué. El resultado es que la mayoría de las tesis están cargadas de un peso muerto sin valor, que aparte de hacerlas ilegibles las hunde en la insignificancia intelectual. Y en medio de tanta cita, suelen faltar las pocas necesarias, aquellas sin las cuales no se puede hablar con responsabilidad de una cuestión. Valdría la pena tratar separadamente de este aspecto.

Se pensará que esto es una exageración; pienso que es más bien una expresión atenuada, mitigada —lo que en inglés se llama un understatement— de la realidad. El enorme esfuerzo qeu hoy se hace para estudiar e investigar —el número de los que a ello se dedican es absolutamente incomparable con el de ninguna otra época— resulta desproporcionadamente inferior al verdadero saber conseguido. En esta época de aparentes rebeldías urge la modesta y silenciosa de atreverse a pensar, y después extraer las consecuencias a que se ha llegado, sin dejarse imponer por ningún tipo de "terrorismo" intelectual o administrativos. Si esto se hiciera, centenares de estudiantes graduados trabajarían menos, serían más felices, escribirían tesis doctorales dignas de leerse, sabríamos mucho más de asuntos interesantes, y, sobre todo, no verían marchitarse por aburrimiento su fresca vocación intelectual.

 


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Última actualización: 17 de agosto 2017