Curso doctorado Metodología Filosófica
Prof. Jaime Nubiola
Universidad de Navarra

Las tesis doctorales I

Julián Marías
ABC (11 de abril de 1986)




Una vez al año, la revista Hispania publica una larga lista de tesis doctorales —terminadas o elaboración—, de las Universidades de los Estados Unidos y el Canadá, en el campo de las lenguas española y portuguesa, y sus literaturas. Siempre siento admiración por el enorme esfuerzo que representan, y gratitud por la atención prestada a nuestra cultura en esos países, incomparable con la del resto del mundo. Pero siempre que pienso en tesis doctorales siento una inquietud que va más allá de los hispánico. A ruegos de la dirección de Hispania, he escrito algo sobre mis preocupaciones en la sección llamada "El rincón del presidente"; quizá vale la pena comunicarlas a otros lectores.

En la tradición española y de otros países europeos, por ejemplo Alemania, las tesis doctorales solían ser muy breves, folletos que rara vez llegaban a las 100 páginas: un primer trabajo, una muestra de la capacidad del que se iniciaba en la vida intelectual. Poco a poco, las tesis se fueron dilatando y complicando, llegaron a ser libros, pero siempre breves. La tradición francesa era distinta; las tesis eran gruesos libros, que requerían muchos años de investigación y elaboración; obra de madurez, publicadas tras largos años de docencia; a veces, la obra más importante de un intelectual. Esto tenía inconvenientes: suponían una suma de esfuerzos desproporcionada con su estricto valor; por la exhibición de erudición y "fuentes", su calidad literaria peligraba; dejaban de ser libros destinados a lectores, a un público, y se escribían pensando en las preferencias, los conocimientos —a veces las manías— de los miembros del Tribunal que había de juzgarlas; se convertían, como dije hace mucho tiempo, en une série de clins-d'oeil a l'adresse du jury, una serie de guiños dirigidos al Tribunal.

En España, después de la guerra civil, las tesis empezaron a engrosar; tenían que ser muy extensas —si eran breves, difícilmente eran aceptadas—; pero rara vez representaban una gran esfuerzo de muchos años; eran artificialmente dilatadas, hinchadas, con tejido adiposo, innecesario, destinado simplemente a ocupar páginas. Esta tendencia ha prosperado en muchos lugares. Si Descartes presentara el Discours de la méthode o la Monadologie, ciertamente serían rechazados.

Hoy una tesis reclama muchas páginas y dos, tres o más años de trabajo. Esto quiere decir que es una obra importante, por lo menos para el que la realiza, y debería justificarse esa dedicación, en do sentidos: la tesis debe contribuir decisivamente a la formación del candidato, que lo enriquezca para el resto de su carrera; por otra parte, debe ser una aportación considerable al esclarecimiento de alguna cuestión interesante. En suma, el acierto en la elección del tema es esencial; si falta, la pérdida es de mucha gravedad.

Ahora bien, cuando leo las listas de disertaciones, no puedo evitar un movimiento de sorpresa. Hay muchos temas interesantes y perfectamente justificados; pero en un porcentaje alarmantemente alto de casos siento perplejidad y un asomo de indignación. ¿Por qué un estudiante, hombre o mujer, al borde de su madurez intelectual, cuando se supone que está lleno de entusiasmo e ilusión, va a emplear dos o tres años de su vida en trabajar sobre algo que probablemente no le interesa, ni va a interesar más que a tres o cuatro personas? ¿No hay el peligro de que lo invada el hastío, de que ese primer trabajo sea solamente una carga, algo que hay que hacer, como pagar lo impuestos; de que pierda la fruición de la labor intelectual, de plantearse problemas, de investigar, de escribir?

Tengo la impresión de que muchos temas son propuestos por profesores, y por motivos no siempre suficientes. Por ejemplo, porque caen dentro del ámbito de su limitada competencia, y se sienten "seguros"; o bien porque el tema está "de moda"; o porque el "tema" es un amigo o conocido del profesor, que cree prestarle así un buen servicio y ayudar a su difusión y prestigio; o porque tiene una significación ideológica o política con la cual simpatiza el que lo propone.

Esto último explica la extraña frecuencia de tesis sobre autores contemporáneos. No es que esa tendencia me parezca mal: el conocimiento de la cultura del presente es de suma importancia. Con dos condiciones: que sea verdadera cultura y que sea presente, actual, "real" y no "futura", simple promesa o esperanza. Para que se justifique una tesis sobre un autor vivo, tiene que haber hecho una obra de verdadera importancia y cuya figura resulte ya visible. Se escriben tesis sobre autores que apenas han empezado que las merecerán acaso dentro de diez o veinte años, y sobre algunos que, a juzgar por las muestras, no las merecerán nunca. En algunos casos, autores sacados a la superficie pública por ciertos críticos han caído en el olvido antes de que la tesis se haya terminado. Yo aconsejaría una sencilla operación: repasar las listas del quinquenio anterior y ver qué parece todavía "vivo".

Muchas tesis estudian no la obra de un autor, sino un libro suyo. Es probable que la tesis tenga más importancia que el libro estudiado, y esto parece una forma más sutil de "sacrificios humanos", ya que el tiempo es la sustancia más viva de la vida humana. Algo parecido ocurre con las tesis "comparativas", del tipo "El asunto X es Fulano y Mengano", tengan o no que ver.

Otro peligro es el "nacionalismo". En otras épocas, las diversas órdenes religiosas sostenían cierta rivalidad: cada una pretendía tener filósofos, teólogos, canonistas, escrituristas; tal vez era así, pero en algunas épocas no era fácil; cuando se daba una lista de "teólogos franciscanos" o "filósofos carmelitas", era probable que se exagerase. En el campo de lo hispánico, esto se traslada a los países; los hay muy pequeños; no se puede esperar que dispongan de una literatura de gran riqueza en todos los géneros. En rigor, hay una literatura —la de lengua española—, cultivada en muchos países, uno de los cuales es España. Las aportaciones a esa literatura, en cualquier parte, pueden ser de suma importancia —Rubén Darío, por ejemplo—, pero esto no quiere decir que en cada país haya una novela, un teatro, una poesía, una filosofía, etcétera (ahora se prefiere decir una "novelística", una "cuentística", pero ello no mejora las cosas y deteriora la lengua).

Incluso es artificial el estudio de la lengua o la literatura "española" a diferencia de la "hispanoamericana" (a veces se dice "latinoamericana", palabra de muy difícil justificación, forjada hace algo más de un siglo para explicar la intervención francesa en México por las tropas de Bazaine, en tiempo del Emperador Maximiliano; palabra que sería algo más adecuada si se incluyera Quebec). No hay más que una lengua y una literatura (la escrita en esa lengua), o bien veinte, si se atiende a los matices, a las modalidades propias de cada país. Hay una modalidad española, y otra argentina, y otra mexicana, y otra peruana, etcétera. Lo que no hay es dos, porque no se puede meter en el mismo caso a los países antes mencionados, a Cuba, Colombia, Chile, Venezuela, Costa Rica y a todos los demás. A menos que el saco se llame Mundo Hispánico.




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Última actualización: 17 de agosto 2017