Curso Filosofía del Lenguaje II
Prof. Jaime Nubiola
Universidad de Navarra

Razón, verdad e historia


H. Putnam (1981)

 

Prefacio

El propósito que anima la presente obra es acabar con la presión asfixiante que unas cuantas dicotomías parecen ejercer tanto sobre el pensamiento de los filósofos como sobre el de los legos. La principal de éstas es la dicotomía entre las concepciones objetivas y subjetivas de la verdad y de la razón.

El fenómeno que estoy considerando es el siguiente: una vez que una dicotomía como la existente entre lo "objetivo" y lo "subjetivo" se convierte en una dicotomía aceptada, y aceptada no como mero par de categorías, sino como una caracterización de tipos de concepciones y estilos de pensamiento, los pensadores comienzan a ver los términos de la dicotomía casi como etiquetas ideológicas. Muchos filósofos (quizá la mayoría) sostienen hoy alguna versión de la teoría de la verdad-copia, concepción de acuerdo con la cual un enunciado es verdadero sólo en el caso de que se "corresponda con los hechos (independientes de la mente)"; los filósofos de tal facción consideran que la única alternativa a ésta es negar la objetividad de la verdad y capitular con la idea de que todos los esquemas de pensamiento y todos los puntos de vista son desesperadamente subjetivos. Como es inevitable, una audaz minoría (Kuhn, por lo menos en algunos momentos, y algunos filósofos continentales tan distinguidos como Foucault) se alinea bajo la etiqueta opuesta. Estos últimos están de acuerdo en que la alternativa a la concepción ingenua de la verdad-copia es considerar subjetivos a los sistemas de pensamiento, a las ideologías, e incluso (en el caso de Kuhn y Feyerabend) a las teorías científicas, y pasan a proponer con vigor una perspectiva relativista y subjetiva.

No es de por sí necesariamente nocivo que la disputa filosófica asuma en parte el carácter de disputa ideológica: hasta en las ciencias más exactas, las nuevas ideas son reivindicadas y atacadas con vigor partisano. Incluso en política, la polarización y el fervor ideológico son a veces necesarios para darle seriedad moral al asunto. Pero con el tiempo, y tanto en filosofía como en política, las nuevas ideas envejecen; lo que una vez fue un desafío se convierte en algo predecible y aburrido, y lo que una vez sirvió para centrar la atención allí donde debía centrarse, más tarde impide que la discusión tenga en cuenta nuevas alternativas. Esto ya ha ocurrido en el debate entre la teoría de la verdad-correspondencia y la perspectiva subjetivista. En los tres primeros capítulos de este libro intentaré exponer una concepción de la verdad que unifique los componentes objetivos y subjetivos. Esta concepción se retrotrae, al menos en su espíritu, a las ideas de Inmanuel Kant; y afirma que podemos rechazar la concepción ingenua de la verdad-copia sin tener que mantener que todo es cuestión de Zeitgeist, o de cambios gestálticos, o de ideología.

La concepción que voy a defender juzga, dicho sin rodeos, que hay una relación sumamente estrecha entre las nociones de verdad y de racionalidad; expresémoslo más directamente si cabe: que el único criterio para decidir lo que constituye un hecho es lo que es racional aceptar. (Con esto quiero afirmar algo completamente literal y sin excepción, de forma que si admitimos como posible el que sea racional aceptar que una pintura es bella, entonces es posible que sea un hecho el que la pintura es bella). Mi concepción admite hechos de valor. Pero la relación entre la aceptabilidad racional y la verdad se da entre dos nociones distintas. Un enunciado puede ser racionalmente aceptable en un tiempo y no ser verdadero. En este trabajo trataré de preservar esta intuición realista.

Sin embargo, no creo que racionalidad se defina mediante un conjunto de "cánones" o "principios" invariables; los principios metodológicos están relacionados con nuestra visión del mundo, incluyendo la visión que tenemos de nosotros mismos como una parte del mundo, y varían con el tiempo. De modo que estoy de acuerdo con los filósofos subjetivistas en que no hay ningún organon fijo y ahistórico que defina lo que es racional. Pero a partir del hecho de la evolución histórica de nuestras concepciones de la razón no concluyo que la razón pueda ser (o evolucionar hacia) algo, ni caigo en una fantástica mezcla de relativismo cultural y "estructuralismo", como hacen los filósofos franceses. Considero que la dicotomía: cánones de racionalidad ahistóricos e invariantes o relativismo cultural, está anticuada.

Otro rasgo de mi concepción es que no confina la racionalidad en el laboratorio científico, ni la considera fundamentalmente diferente dentro y fuera de éste. La idea contraria me parece una resaca del positivismo; de la idea de que el mundo científico está configurado en cierta manera por "sense-data" y de la idea de que los términos de las ciencias de laboratorio están definidos operacionalmente. No dedicaré mucho espacio a la crítica de las filosofías de la ciencia operacionalistas y positivistas, pues ya han sido criticadas exhaustivamente en la última veintena de años. Pero la idea empirista de que los "sense-data" constituyen una especie de "planta baja" al menos para una parte de nuestro conocimiento, será reexaminada a la luz de lo que tenemos que decir a propósito de la verdad y de la racionalidad (capítulo 3).

En resumidas cuentas, presentaré una perspectiva según la cual la mente no "copia" simplemente un mundo que sólo admita la descripción de La Teoría Verdadera. Pero, desde mi punto de vista, la mente no construye el mundo (ni siquiera en cuanto que estando sujeta a la constricción impuesta por "cánones metodológicos" y "sense-data" independientes de la mente). Y si es que nos vemos obligados a utilizar lenguaje metafórico, dejemos que la metáfora sea ésta: la mente y el mundo construyen conjuntamente la mente y el mundo (o, haciendo la metáfora todavía más hegeliana, el Universo contruye el Universo —desempeñando nuestras mentes (colectivamente) un especial papel en la construcción).

Una de las finalidades de mi estudio acerca de la racionalidad es ésta: tratar de mostrar que nuestra noción de racionalidad es, en el fondo, solamente una parte de nuestra concepción del florecimiento humano, es decir, de nuestra idea de lo bueno. En el fondo, la verdad depende de lo que recientemente se han denominado "valores" (capítulo 6). Y lo que afirmamos anteriormente con respecto a la racionalidad y a la historia, se aplica también al valor y a la historia; no hay ningún conjunto dado de "principios morales", ahistórico, que defina de una vez por todas en qué consiste el florecimiento humano; pero esto no significa que todo sea meramente cultural y relativo; ya que el presente estado de la teoría de la verdad —la dicotomía entre teorías de las verdad-copia y las formas subjetivas de considerar la verdad— es al menos parcialmente responsable (desde mi punto de vista) de la célebre dicotomía hecho/valor, tan sólo pasando a un nivel más profundo y corrigiendo nuestras concepciones de la verdad y de la racionalidad podremos ir más allá de esta dicotomía (dicotomía que, tal y como se entiende convencionalmente, nos compromete con algún tipo de relativismo). Los puntos de vista al uso sobre la verdad están enajenados; causan que se pierda una u otra parte de uno mismo y del mundo, y que se conciba al mundo consistiendo simplemente en partículas elementales desplazándose caóticamente en el vacío (la visión fisicalista, que considera que la descripción científica converge hacia La Teoría Verdadera) o en "sense-data actuales o posibles" (la teoría empirista más rancia) o a negar que haya un mundo como algo opuesto a un puñado de historias que fabricamos por diversas razones (principalmente inconscientes). Mi propósito en esta obra es esbozar las ideas directrices de una perspectiva no enajenada.

[H. Putnam: "Prefacio" en H. Putnam, Razón, verdad e historia, traducción de J. Esteban, Madrid, Tecnos, 1988, pp. 11-12; publicación original: H. Putnam, Reason, Truth, and History, Cambridge, Cambridge University Press, 1981)]

Dos concepciones de la racionalidad

La teoría que afirma que la racionalidad se define por un programa computacional ideal es una teoría científica inspirada por las ciencias exactas; la que afirma que se define simplemente por normas culturales locales es una teoría científica inspirada por la antropología.

No voy a discutir aquí las esperanzas que los lingüistas chomskianos han despertado en algunos, las esperanzas en que la psicología cognitiva descubrirá algoritmos innatos que definan la racionalidad. Yo mismo pienso que es una moda intelectual que acabará decepcionándonos, tal y como nos decepcionó la esperanza del positivismo lógico con respecto a una lógica inductiva.

Todo ello sugiere que parte del problema en el que se halla la filosofía de nuestros días reside en cierto cientifismo heredado del siglo diecinueve —un problema que afecta a más de un campo intelectual. No niego que la lógica sea importante, ni que lo sean los estudios formales en teoría de la corroboración, en la semántica del lenguaje natural, etc. Me inclino a pensar que ocupan un lugar periférico con respecto a la filosofía, y que mientras nos paralice la formalización, es de esperar que continúe este tipo de movimiento pendular entre los dos tipos de cientifismo que he descrito. Ambos son intentos de eludir el problema de ofrecer una descripción equilibrada y humana del alcance de la razón.

[H. Putnam: Razón, verdad e historia, p. 131]



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Ultima actualización: 17 de agosto 2017

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