Publicado en E. Sandoval (ed.), Semiótica, lógica y conocimiento. Homenaje a Charles
Sanders Peirce
, México, UACM, 2006, 35-54.

La ramificación del saber según C. S. Peirce

Jaime Nubiola1
jnubiola@unav.es



A los noventa años de su muerte la figura y el pensamiento de Charles S. Peirce (1839-1914) tienen una importancia capital. Como es bien conocido, Karl-Otto Apel vio en Peirce la piedra miliar de la transformación de la filosofía trascendental en la filosofía analítica contemporánea. Pero además, asistimos en la última década a un resurgimiento general del pragmatismo que ha llevado a descubrir con cierta sorpresa que los problemas que hoy en día más afligen a nuestra cultura como consecuencia del fracaso del cientismo reduccionista del Círculo de Viena, fueron ya afrontados, hace casi un siglo, con singular penetración y a menudo con notable acierto por el lógico y científico norteamericano. En nuestro mundo de creciente especialización la idea de la unidad de la ciencia es comúnmente descartada como un ideal imposible. Sin embargo, se defiende habitualmente el valor del trabajo interdisciplinar en equipo como un remedio contra la pobreza conceptual heredada del positivismo y a la vez como una vía para abordar con mayor eficiencia esos problemas que hasta ahora no han podido ser resueltos mediante la especialización.

Dentro de este marco tan general, el objetivo de mi ponencia es mostrar con cierto apoyo textual cómo C. S. Peirce no sólo identificó esta situación paradójica hace más de un siglo, sino que también esbozó algunos caminos para lograr su efectiva superación. Frente al fundamentalismo individualista cartesiano, Peirce (y tras él toda la filosofía pragmatista) identificó la comunidad de los investigadores como el medio vital para el crecimiento de la racionalidad científica (CP 5.311, 1868)2. Para la tradición pragmatista el florecimiento de la razón científica sólo acontece en comunidades de investigación, esto es, en aquellos espacios en los que la búsqueda de la verdad es una tarea cooperativa y corporativa. Un marco de referencia así para la investigación científica "no sólo desafía la apelación típicamente cartesiana a los fundamentos, sino que además esboza —como ha escrito Bernstein— una comprensión alternativa acerca del saber científico sin tales fundamentos"3. Con esta finalidad, después de esta introducción dividiré mi exposición en tres partes: 1º) Una breve presentación de C. S. Peirce; 2º) La historia de la metáfora del árbol de la ciencia; 3º) La clasificación natural de las ciencias según. Peirce, destacando la articulación entre los saberes que sugiere esta metáfora, y 4º) A modo de conclusión.

1. Charles S. Peirce (1839-1914)

La figura de Charles S. Peirce ha adquirido una relevancia creciente en muy distintas áreas del saber4, y su influencia sigue todavía creciendo5: en astronomía, metrología, geodesia, matemáticas, lógica, filosofía, teoría e historia de la ciencia, semiótica, lingüística, econometría y psicología. En todos estos campos Peirce ha sido considerado un pionero, un precursor o incluso un "padre" o "fundador" (de la semiótica, del pragmatismo). Es muy común encontrar evaluaciones generales como la de Russell: "sin duda alguna (...) fue una de las mentes más originales de fines del siglo XIX y ciertamente el mayor pensador norteamericano de todos los tiempos"6 o la de Umberto Eco: "Peirce fue el más grande filósofo americano del cambio de siglo y sin duda alguna uno de los mayores pensadores de su tiempo"7. También Popper describió a Peirce como "uno de los más grandes filósofos de todos los tiempos"8. Otros factores que aumentan el interés creciente por el pensamiento de Peirce son su personal participación en la comunidad científica de su tiempo, su sólido conocimiento de la filosofía de Kant y de la tradición escolástica, en particular de Duns Escoto, y la notable atención que prestó a la cuestión de la metodología de la investigación científica. Sin embargo, quizá resulta prudente recordar que la interpretación general de su pensamiento fue objeto durante años de un amplio desacuerdo entre los scholars, debido en buena parte a la presentación fragmentaria de su obra en los Collected Papers. En los últimos años ha ido ganando aceptación una comprensión más profunda del carácter arquitectónico de su pensamiento y de su evolución desde los primeros escritos en 1865 hasta su muerte en 19149. En la última década todos los estudiosos de Peirce han reconocido claramente la coherencia básica y la innegable sistematización de su pensamiento10.

Resulta acertado caracterizar a Peirce —siguiendo a Hookway11 — como un filósofo tradicional y sistemático, pero que aborda los problemas modernos de la ciencia, la verdad y el conocimiento desde una valiosa experiencia personal como lógico e investigador experimental en el seno de una comunidad internacional de científicos y pensadores. Sin embargo, para comprender realmente a Peirce me parece indispensable tener en cuenta que, aunque fuera un filósofo y un lógico, fue sobre todo y principalmente un científico. Tras haber estudiado química en Harvard, Peirce trabajó intensamente en investigación astronómica (fotometría, geodesia) en el U. S. Coast Survey. En 1867 fue elegido fellow de la recién creada Academia Americana de Artes y Ciencias y desde 1877 fue miembro de la Academia Nacional de Ciencias. Los informes científicos que elaboró son un claro testimonio de su experiencia personal en la dura tarea de medir y obtener evidencias empíricas. Una ojeada a sus informes oficiales para la Coast Survey o a las Photometric Researches que produjo entre 1872 y 1875 confirma inmediatamente la impresión de que era un hombre implicado en un trabajo científico realmente muy sólido (W 3, 382-493). Como señaló Max Fisch, "Peirce no era meramente un filósofo o un lógico que hubiera leído bibliografía científica. Era un científico profesional hecho y derecho, que llevó a todo su trabajo las preocupaciones del filósofo y del lógico"12 .

En 1879 se incorporó como Lecturer en Lógica en la recién creada Johns Hopkins University, pero a los cinco años, en enero de 1884, fue despedido bruscamente del que habría de ser su único nombramiento académico estable. La causa de su despido se encuentra probablemente en que, tras haber sido abandonado en 1876 por su esposa Zina, convivía con una francesa Juliette Froissy muchos años más joven que él sin haber obtenido legalmente el divorcio. Peirce contaba entonces con cuarenta y cinco años de edad y había alcanzado un notable prestigio internacional por sus investigaciones sobre el péndulo y por sus trabajos científicos. En 1888 se retira —ya legalmente casado con Juliette— a una casa que se había construido cerca de Milford, Pennsylvania, junto al río Delaware; allí vivió en una situación de relativo aislamiento y de notable pobreza hasta su muerte en 1914. Durante estos veintiséis años estuvo dedicado afanosamente a escribir artículos y recensiones de libros para revistas y periódicos o voces para diccionarios, de los que obtenía sus escasos recursos económicos. Cuenta uno de sus primeros biógrafos que llegaba a escribir unas dos mil palabras al día; reescribía a menudo hasta doce veces sus manuscritos, que en muchos casos se amontonaban luego junto con los borradores, sin que llegaran nunca a publicarse; pero Peirce, con idéntico entusiasmo, se metía de lleno en una nueva materia: "tenía la persistencia de la avispa dentro de una botella"13.

Su buen conocimiento de la historia de la ciencia y de la historia de la filosofía otorgan un inusitado interés a los esfuerzos de Peirce en estos últimos años por proporcionar una cartografía general de la metodología científica. Peirce aspiraba a "desarrollar una teoría tan comprehensiva que, por un largo tiempo venidero, el entero trabajo de la humana razón, en filosofía de cualquier escuela o tipo, en matemáticas, en psicología, en física, en historia, en sociología y en cualquier otro departamento que pueda haber, parezca como el cumplimiento de sus detalles" (CP 1.1, c.1890). En cierto sentido, resultó desafortunado que una parte importante del estudio de Peirce de la metodología científica fuera situado en los Collected Papers bajo el rótulo general de la "Clasificación de las Ciencias", que es considerado comunmente como un ámbito taxonómico sólo relevante para bibliotecarios que han de ordenar libros o para los administradores universitarios que han de distribuir presupuestos entre las diversas áreas. Sin embargo, un estudio atento de la concepción de Peirce acerca de la ciencia como actividad colectiva y cooperativa de todos aquellos cuyas vidas están animadas por el deseo de averiguar la verdad, por el "impulso de penetrar en la razón de las cosas" (CP 1.44, c.1896) puede legitimarnos —como Debrock ha destacado— a identificar a Peirce como un genuino filósofo para el siglo XXI. Su pensamiento ofrece sugerencias para abordar algunos de los problemas más persistentes en la actualidad —como el de la fragmentación del saber— y puede ayudarnos a reasumir la responsabilidad filosófica a la que buena parte de la filosofía del siglo XX (al menos en lengua inglesa) ha renunciado14.

2. La metáfora del árbol de la ciencia

En las dos últimas décadas hay una amplia discusión transdisciplinar en lingüística, psicología, ciencias cognitivas y también en la filosofía acerca del valor cognitivo de las metáforas. Con Lakoff me parece acertado distinguir tres categorías de metáforas: ontológicas (aquellas en las que se aplica a un objeto las propiedades de otro, p. e. la consideración de la mente como un recipiente: "tiene la cabeza vacía" o "la tiene llena de pájaros"), estructurales (que configuran una actividad aprovechando la estructura de otra: "una discusión es una pelea, una guerra"), y orientativas (establecen unos ejes lineales de orientación: arriba/abajo y bueno/malo). Desde un punto de vista genético, muchas de nuestras metáforas son heredadas y muy a menudo son empleadas sin darnos cuenta, viniendo a conformar el patrón cultural, la visión del mundo, el imaginario de una tradición o una cultura. En otros casos las metáforas pueden ser novedosas, de nueva acuñación. Además algunas metáforas pueden ser evaluadas como creativas, esto es, que por aglutinar aspectos quizá a veces contradictorios, facilitan nuestra comunicación e incluso ayudan a progresar en la comprensión de aquellos aspectos más dispares15.

En este sentido, la vieja metáfora del Arbol de la Ciencia resulta una metáfora creativa para expresar a la vez la unidad de la ciencia y la pluralidad de los saberes. No se trata sólo de una hermosa metáfora, particularmente adecuada para ilustrar publicaciones y llenar las grandes paredes de los paraninfos y otros salones académicos, sino que en ella se encuentran algunas claves que pueden permitir comprender mejor qué sea la articulación de los saberes. La metáfora del Arbol de la Ciencia proporciona una pista decisiva para recuperar la unidad vital del saber, porque expresa bien —como a Peirce le gustaba decir— que la ciencia es "una entidad histórica viva" (CP 1.44, c.1896), que la ciencia es "un cuerpo vivo y creciente de verdad" (CP 6.428, 1893).

Quizá pueda ser útil señalar que en filosofía hay básicamente tres árboles metafóricos. El más antiguo es el Arbol de la Ciencia del Bien y del Mal de Génesis 2,9; más común en los libros de filosofía es el Arbol de Porfirio, acuñado en el siglo V de nuestra era para representar gráficamente la concepción aristotélica de géneros y especies, y que aparece profusamente con pequeñas diferencias en muchos tratados de lógica medieval y renacentista. Ambos árboles son mencionados en los Collected Papers de Peirce (CP 3.488, 1896; 2.391, 1867 y 5.500, c.1905), y el propio Peirce escribió la voz correspondiente al Arbol de Porfirio para el Dictionary de Baldwin. Sin embargo, ninguno de estos dos árboles es el árbol del saber. No hay rastro de ese árbol ni en Aristóteles, ni en Galeno. El precedente más antiguo que he encontrado del árbol de la ciencia se remonta al siglo XIII, al Arbor Scientiae ampliamente difundido por Ramón Llull, que me parece se tornó enseguida moneda común y ha llegado a ser la metáfora más frecuente para representar la genealogía de las ciencias.

El núcleo conceptual de la metáfora consiste en la tesis de que todos los saberes humanos proceden de un tronco común, de ordinario denominado "filosofía", del que brotan como ramas con el paso del tiempo cada uno de los saberes más especializados. El tronco proporcionaría unidad y vitalidad a todas las ramas. La metáfora ha llegado hasta nuestros días con la expresión común en el lenguaje ordinario, tanto en inglés y francés ("branches") como en español ("ramas") para referirse a la diversificación del saber. Como es bien conocido, Francis Bacon empleó esta metáfora en su De Dignitate et Augmentis Scientiarum (1623) e incluso distinguió dos árboles, el árbol del conocimiento humano y el árbol del conocimiento divino. Bacon puso gran empeño en mantener radicalmente separados el dominio de las ciencias humanas y el dominio de la fe para evitar conflictos entre ambos. Se trata de dos árboles distintos, esto es, su diferencia no es como la que hay entre el tronco y las ramas de los saberes humanos. No hay para Bacon ninguna disciplina que constituya el tronco o una raíz común entre el saber producido por el hombre y el saber recibido de Dios16.

D'Alembert en el Discours préliminaire de la Encyclopédie expandió y actualizó la división baconiana con algunas pequeñas modificaciones, pero oscureció su carácter genealógico e histórico. "La ordenación enciclopédica no supone que todas las ciencias procedan unas de otras. Son ramas que brotan de un mismo tronco que es el intelecto humano. Estas ramas a menudo no tienen ninguna conexión inmediata entre sí, y algunas sólo están unidas por el propio tronco", escribía D'Alembert17. De hecho, el árbol enciclopédico tiene un orden plenamente convencional y no está sujeto a la efectiva genealogía histórica de los saberes. Por eso, en la voz "Enciclopedia" después de explicar la metáfora del árbol de las ciencias Diderot advertirá que un mapamundi es una "imagen más exacta"18 del orden enciclopédico general. De hecho, el lector de la Encyclopédie puede comprobar que, aunque incluye un hermoso grabado del árbol de los saberes, hecho por Roth en Weimar en 1769 "para mostrar el conocimiento humano de un golpe de vista", su genuina representación es el cuadro sinóptico de los conocimientos humanos organizados en torno a las tres facultades (memoria, razón e imaginación), que bajo el título general "Système figuré des connoissances [sic] humaines" abre el primer volumen de la Encyclopédie de 1751.

Peirce estudió con cuidadosa atención más de cien clasificaciones distintas de las ciencias y realizó numerosos intentos a lo largo de su vida de desarrollar su propia clasificación general de las ciencias en ramas y sub-ramas de un árbol, procediendo unas de otras (CTN 3, 217, 1905; L75, 1902; HP 805, 1904 y 1124, 1899). En especial estudió la clasificación de Augusto Comte y respaldó su concepción de cada ciencia, de cada saber particular, como "un desarrollo histórico, una colección de aquellos fenómenos vinculados con el hecho de que un grupo social haya dedicado sus principales energías a la prosecución de las investigaciones tan estrechamente ligados que las personas que lo componen se comprenden unas a otras, [comprenden mutuamente] sus concepciones, sus sentimientos, como a otros resultaría imposible" (CTN 3,170, 1904). Sin embargo, Comte y sus seguidores positivistas emplearon la metáfora de la "escala de las ciencias", una organización jerárquica que hacía a la filosofía como dependiente de las ciencias especiales. Peirce no estaba interesado en una escalera epistémica de las ciencias (CP 1.180ss, 1903)19, esto es, en una concepción organizada del saber en la que cada ciencia pudiera ser reducida a una precedente como su fundamento. Más bien, la imagen de la escala de las ciencias ha de re-interpretarse como "una especie de escalera [telescópica] que desciende al pozo de la verdad, conduciendo una a la otra, derivando sus principios las ciencias más concretas y especializadas de aquellas otras que son más abstractas y generales" (CP 2.119, c.1902).

Peirce deseaba que su clasificación fuera natural, esto es, que incorporara y exhibiera los principales rasgos de las relaciones entre las ciencias "aprendidos de la observación" (CTN 3,170-1, 1904; MS 1334, 1905). Peirce no estaba interesado en ciencias posibles, sino en las ciencias efectivamente desarrolladas, en los saberes como "organizaciones de investigación tal como viven ahora" (L75, draft E, 1902), "en las ciencias tal como existen hoy como ramas de la empresa por alcanzar la verdad" (L75, 1902). La ciencia "en cuanto tal no consiste tanto en conocer, ni siquiera en 'conocimiento organizado', sino en la búsqueda diligente de la verdad por la propia verdad" (CP 1.44, c.1896). En este sentido, una ciencia, en cuanto efectiva ocupación viva de un grupo efectivo de hombres vivos, es para Peirce un objeto natural (MS 1334, 1905). Una clasificación natural es entonces aquella que muestra las relaciones vitales entre las diferentes ramas de esa búsqueda, entre —en terminología de MacIntyre— las diferentes tradiciones de investigación.

3. La clasificación natural de las ciencias

Según Peirce, "las ciencias han de clasificarse de acuerdo con los peculiares medios de observación que emplean" (CP 1.101, c.1896). "No es lo ya descubierto lo que convierte su quehacer en una ciencia, sino el que estén persiguiendo una rama de la verdad según (...) los mejores métodos que en su tiempo se conocen" (MS 1334, 1905). Cada ciencia es, pues, una entidad histórica viva: "Quienes persiguen una determinada rama se agrupan. Se entienden unos a otros; viven en un mismo mundo, mientras que los que persiguen ramas diferentes son para ellos como extraños" (CP 1.99, c.1896). Sin duda esta aproximación a la ciencia (que hoy quizá llamaríamos "sociológica") se encuentra en directa confrontación con quienes conciben la actividad racional humana como una búsqueda cartesiana de fundamentos. Peirce defiende la consideración de la ciencia como una actividad vital, cooperativa y falible, de investigación, de búsqueda en comunidad de la verdad: "No llamo una ciencia —escribe Peirce en 1905— a los estudios solitarios de un hombre aislado. Sólo cuando un grupo de personas, más o menos en intercomunicación, se ayudan y estimulan unos a otros mediante su comprensión de un conjunto particular de estudios hasta el punto que los de fuera no pueden comprenderles, [sólo entonces] llamo a su vida ciencia" (MS 1334, 1905).

Las ciencias están enraizadas en las observaciones de muchos hombres (CTN 3,228, 1905). "Quienes gastan sus vidas en descubrir tipos semejantes de verdad sobre cosas similares entienden mejor que los de fuera lo que uno y otro son. Están todos familiarizados con palabras cuyo significado exacto los demás no conocen; cada uno aprecia las dificultades del otro y se consultan sobre ellas entre sí. Aman el mismo tipo de cosas. Se juntan unos con otros y se consideran entre sí como hermanos. Se dice entonces que siguen la misma rama de la ciencia" (HP 804-5). Cada comunidad de científicos crece alrededor de unos determinados métodos de investigación, de unos modos específicos de percibir cultivados comunitariamente en el espacio y en el tiempo. En particular, a los miembros de una comunidad de investigación les aúna su común habilidad en el manejo de unos instrumentos determinados y su común habilidad para llevar a cabo determinados tipos de trabajo (MS 1334, 1905). Cada saber corresponde así a una clase especial de observaciones que torna peculiares los modos de pensar de quienes estudian cada rama especial (CP 1.100, c.1896). A quienes estudian ramas del saber muy distantes no sólo les resultan totalmente ajenos sus respectivos objetos de estudio, sino que incluso su propia manera de pensar es muy diferente (HP 805).

Para trazar su clasificación, Peirce se guía "por cómo los científicos se asocian entre sí en sociedades y por las contribuciones que habitualmente aceptan en sus revistas" (L75, 1902). Dentro de los muchos cuadros de clasificación de los saberes que hace, Peirce identifica tres grandes grupos distintos de científicos que difieren precisamente en su concepción acerca del objetivo de la ciencia. Por una parte, aquellos que cultivan las Ciencias Prácticas, los saberes aplicados, las ciencias que dicen cómo hay que llevar a cabo los trabajos del mundo; en segundo lugar, las Ciencias de Revisión (Sciences of Review), a las que pertenecen quienes aspiran a clasificar y ordenar el conocimiento, a producir 'conocimiento organizado' (Coleridge); y finalmente, el tercer grupo de saberes que es el de aquellos cuyo objetivo es el descubrir, no para hacer nada, no para aplicarlo a nada, sino que "simplemente persiguen descubrir la verdad, independientemente de lo que se haga con ese conocimiento" (HP 825). Para este grupo de saberes Peirce usa los términos "Ciencias de la Investigación" (Sciences of Research) o "Ciencia del Descubrimiento" (Science of Discovery), y a partir de 1905 "heuretics" o "heuretic sciences".

No voy a entrar en muchos detalles de la clasificación peirceana de las ciencias. Ha sido muy bien estudiada por Beverley Kent, Helmut Pape, Kelly Parker y más recientemente Tommi Vehkavaara que ha compilado en la web una colección de las sucesivas versiones de las clasificaciones de Peirce20. Sólo diré que como para Peirce la ciencia es una actividad vital, viviente, esencialmente cooperativa, que se hace en grupo y se caracteriza por un progresivo crecimiento, los límites entre una ciencia y otra resultan a menudo borrosos. Peirce no pensaba que un esquema pudiera expresar las relaciones entre las ciencias. Entendidas como la actividad concreta de unos grupos sociales, las ciencias "son tan reales como la colección de células que constituyen el cuerpo de un hombre. No están tan bien compactadas dinámicamente, pero quizá sí lo están más racionalmente"21. Por esto, este esquema expresa sólo la relación de dependencia de principios. El saber más alto es la Matemática, que no depende ni de la experiencia ni de ningún otro saber, sino que se ocupa sólo de las creaciones de la imaginación; lejos de ser las matemáticas una rama de la lógica, "es casi la única ciencia que se sostiene sin necesidad de ninguna ayuda de una ciencia de la lógica" (CP 2.81, c.1902). "Las matemáticas —escribió Peirce en el mismo año (CP 4.242, 1902)— no tienen necesidad de ninguna apelación a la lógica. (...) Del mismo modo que para hablar no es necesario conocer la teoría de la formación de los sonidos vocales, no es necesario para razonar estar en posesión de la teoría del razonamiento". Los objetivos de ambas ciencias son muy diferentes: mientras la función de la lógica es el 'análisis y la teoría del razonamiento', la función de las matemáticas es 'su práctica' (CP 4.134, c.1893)22. A las Matemáticas sigue la Filosofía cuyo objeto es la experiencia común, en la que distingue tres ramas (el estudio de las Categorías, las Ciencias Normativas y la Metafísica), y entre las Ciencias Normativas, distingue tres sub-ramas (Lógica, Etica y Estética, en las que cada una se basa en los principios de la precedente) y finalmente debajo los saberes especializados a los que Peirce presta bastante atención.

En especial en las dos últimas décadas de su vida Peirce destacó con singular fuerza el vínculo entre el genuino deseo de aprender, de descubrir y conocer la verdad y "una necesidad imperativa de encontrar en la naturaleza un objeto al que amar" (MS 1334, p. 20, 1905). Más aún destaca que la creatividad científica acontece en los tejidos germinales. No sólo sostiene que "los puestos más destacados en la ciencia en los años venideros serán para quienes logren adaptar los métodos de una ciencia a la investigación de otra" (HP 942, 1882), sino también que donde se favorece la comunicación entre las ramas se genera nuevo conocimiento (HP 805-9, 1904). Desde la perspectiva de Peirce, la comunicación entre las ramas del saber es el efecto de los esfuerzos de una comunidad real de seres humanos que intentan compartir sus descubrimientos. De ahí que una verdadera interdisciplinariedad implique el compromiso de cada científico por aprender realmente de las otras ramas, a la vez que reflexiona sobre la experiencia peculiar a cuyo alrededor ha crecido su propia rama para intentar así conferir sentido al árbol completo del saber.

4. A modo de conclusión

A mi entender, las tendencias relativistas que ocupan un lugar dominante en la cultura contemporánea son una consecuencia, una reacción, ante el fracaso del cientismo del Círculo de Viena y sus herederos norteamericanos. El fallido intento de la Enciclopedia Internacional de la Ciencia Unificada, promovida por Neurath en Chicago en 1937 y de la que sólo llegarían a aparecer dos volúmenes, sirve bien como símbolo de este naufragio23. La unidad de la ciencia no se alcanza mediante la reducción de unos saberes a otros supuestamente fundacionales, ni tampoco —como quizá aspiró Morris, co-editor asociado de aquel proyecto junto con Carnap— mediante una semiótica general, una teoría general de los signos que confiera sentido al "mosaico" de los saberes. La ciencia no es un edificio (Aufbau) con fundamentos fisicalistas y una estructura lógica, ni un abigarrado mosaico pluralista; la ciencia no es, en general, un artefacto.

Por esta razón, me parece mucho más certera la imagen renacentista del árbol de la ciencia y de la ramificación de los saberes. Esta imagen no sólo refuerza la unidad del género humano, sino que ilustra también acerca del sentido de su avance. Para Peirce, "la ciencia no avanza mediante revoluciones, guerras, y cataclismos, sino [que avanza] mediante la cooperación, mediante el aprovechamiento por parte de cada investigador de los resultados logrados por sus predecesores, y mediante la articulación en una sola pieza continua de su propio trabajo con el que se ha llevado a cabo previamente" (CP 2.157, c.1902). El avance del conocimiento, el desarrollo de las ciencias no es, por tanto, revolución, sino crecimiento, como el del árbol, su tronco y sus ramas, en una singular mezcla de continuidad y falibilismo.


Notas

1. Agradezco muy vivamente la invitación del Mtro. Edgardo Sandoval a colaborar con esta ponencia en el volumen del Congreso "Semiótica, lógica y conocimiento. A 90 años de la muerte de C. S. Peirce", celebrado en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM, México, 30 y 31 de agosto. Presenté una versión precedente de este texto bajo el título "The Branching of Science according to C. S. Peirce" en el 10th International Congress of Logic, Methodology and Philosophy of Science, celebrado en Florencia en agosto de 1995, cuyas actas no llegaron a publicarse.

2. Para referirme a las obras de C. S. Peirce uso las abreviaturas habituales con indicación del volumen, la página y el año al que corresponde cada texto. Se trata de las siguientes: CP: Ch. S. PEIRCE: Collected Papers of Charles Sanders Peirce, vols. 1-8. C. Hartshorne, P. Weiss, y A. W. Burks (eds.). Cambridge, MA: Harvard University Press 1931-1958; CTN: Ch. S. PEIRCE: Contributions to 'The Nation', vols. 1-4, K. L. Ketner y J. E. Cook (eds.). Lubbock, TX: Texas Tech Press 1975-1979; HP: C. EISELE, (ed.): Historical Perspectives on Peirce's Logic of Science: A History of Science, vols. 1-2. Berlin: Mouton 1985; L 75: Ch. S. PEIRCE: "Logic, Regarded as Semeiotic", (The Carnegie Application of 1902). Reconstruida por Joseph Ransdell y disponible en http://www.cspeirce.com/menu/library/bycsp/l75/l75.htm MS: The Charles S. Peirce Papers 32 rollos de microfilm de los manuscritos guardados en la Houghton Library. Cambridge: Harvard University Library, Photographic Service 1966; W: Ch. S. PEIRCE: Writings of Charles S. Peirce: A Chronological Edition, vols. 1-6. M. H. Fisch et al (eds.). Bloomington: Indiana University Press 1982-99.

3. R. BERNSTEIN: Beyond Objectivism and Relativism: Science, Hermeneutics, and Praxis, Oxford: Blackwell, 1983, pp. 71-72.

4. M. FISCH: "The Range of Peirce’s Relevance", The Monist 63 (1980), pp. 269-76; 64 (1981), pp. 123-41.

5. G. von WRIGHT: The Tree of Knowledge and Other Essays, p. 41.

6. B. RUSSELL: Wisdom of the West, Garden City, Nueva York: Doubleday, 1959, p. 276.

7. U. ECO: "Introduction", en C. K. OGDEN, y I. A. RICHARDS, The Meaning of Meaning, 4ª ed., San Diego, CA: Harcourt, 1989, pp. x-xi.

8. K. POPPER: Objective Knowledge: An Evolutionary Approach, Oxford: Clarendon Press, 1972, p. 212.

9. C. HAUSMAN: Charles S. Peirce’s Evolutionary Philosophy, Nueva York: Cambridge University Press, 1993, pp. xiv-xv; N. HOUSER y Ch. KLOESEL: The Essential Peirce. Selected Philosophical Writings, Bloomington: Indiana University Press, 1992, p. xxix.

10. L. SANTAELLA: "Difficulties and Strategies in Applying Peirce’s Semiotics", Semiotica 97 (1993), p. 401.

11. C. HOOKWAY: Peirce, Londres: Routledge & Kegan Paul, 1985, pp. 1-3.

12. M. FISCH: "Introduction" en W 3, 1993, pp. xxi-xxxvii.

13. P. WEISS: "Charles Sanders Peirce", en D. MALONE, ed.: Dictionary of American Biography. New York: Scribner, 1934, 14, pp. 402-3.

14. G. DEBROCK: "Peirce, a Philosopher for the 21st Century", Transactions of the C. S. Peirce Society 28 (1992), p.1.

15. G. LAKOFF y M. JOHNSON: Metáforas de la vida cotidiana, 1991, Barcelona: Cátedra.

16. Esto fue destacado por Vert frente a Robert Darnton, Ibid, p. 362; DARNTON, R., The Great Cat Massacre and Other Episodes in French Cultural History, 1984, New York: Basic Books, pp. 191-213.

17. J. D'ALEMBERT: Preliminary Discourse to the Encyclopedia of Diderot, Indianapolis: Bobbs-Merrill, 1963, p. 58.

18. D. DIDEROT: Oeuvres Complètes, París: Hermann, VII, p. 216.

19. B. KENT: Charles S. Peirce. Logic and the Classification of the Sciences, 1987, Kingston: McGill-Queen's University Press, pp. 71-72.

20. B. KENT: Charles S. Peirce. Logic and the Classification of the Sciences, 1987; H. PAPE: "Final Causality in Peirce's Semiotics and His Classification of the Sciences", Transactions of the Charles S. Peirce Society XXIX (1993), pp. 581-607. K. A. PARKER: The Continuity of Peirce's Thought, 1998. Vanderbilt University Press: Nashville, TN; T. VEHKAVAARA: "The Outline of Peirce's Classification of Sciences (1902-1911)" y "Development of Peirce's Classification of Sciences - Three Stages: 1889, 1898, 1903", 2003 ambos accesibles en http://www.uta.fi/~attove/

21. B. KENT: Charles S. Peirce. Logic and the Classification of the Sciences, p.122; MS 601, p. 33 (1906).

22. J. BUCHLER: Charles Peirce’s Empiricism, 1939, New York: Harcourt, p. 221.

23. G. REISCH: "Planning Science: Otto Neurath and the International Encyclopedia of Unified Science", British Journal of the History of Science 27 (1994), pp. 153-75.


Fecha del documento: 22 de agosto 2006
Última actualización: 27 de agosto 2009
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