NewsUIC, X aniversario, dic 2007, p. 23

Profesores que quieren aprender

Jaime Nubiola
jnubiola@unav.es


Me ha encantado el libro de Ken Bain Lo que hacen los mejores profesores universitarios, publicado por la Universitat de Valencia en el pasado año. Aunque el libro esté centrado en la vida académica norteamericana —que es una realidad bastante distinta de la nuestra—, su lectura puede ayudar mucho a los profesores universitarios de nuestro país que quieran aprender de las experiencias de sus mejores colegas norteamericanos. Por eso, he titulado así "Profesores que quieren aprender" estas líneas que tan amablemente me solicita la dirección de la revista en el décimo aniversario de la Universitat Internacional de Catalunya, en la que colaboré durante los cursos 1998-99 y 1999-2000 como Vicerector d'Ordenació Acadèmica i Professorat.

El rasgo más característico de los mejores profesores universitarios es que están interesados por encima de todo en que sus alumnos realmente aprendan y para lograrlo están dispuestos a cambiar sus métodos, sus actitudes y todo lo que sea preciso. "Buscamos personas —explica Bain al principio de su libro— que sí pueden conseguir peras de lo que otros consideran que son olmos, personas que ayudan constantemente a sus estudiantes a llegar más lejos de lo que los demás esperan" (p. 18). Ya Aristófanes hace muchos siglos escribió aquello tan certero de que educar no es llenar un vaso, sino más bien encender un fuego. Los mejores profesores son siempre encendedores del afán de aprender de sus estudiantes. "Los mejores educadores pensaban en su docencia como algo capaz de animar y ayudar a los estudiantes a aprender" (p. 62). Los buenos profesores no se plantean sólo los resultados en su asignatura, sino que la cuestión decisiva para ellos es siempre la de "¿qué podemos hacer en el aula para ayudar a que los estudiantes aprendan fuera de ella?" (p. 65). Están realmente interesados en el crecimiento personal de sus estudiantes y en qué pueden hacer ellos para lograr ayudarles en ese proceso.

Los mejores profesores universitarios no están satisfechos con lo que ya saben, sino que están permanentemente revisando su experiencia, adaptándose inteligentemente a los cambios de los alumnos y a la evolución de su propia disciplina. Como escribió el científico y filósofo norteamericano Charles S. Peirce, "la primera regla de la razón —y en cierto sentido la única— [es] que para aprender se debe desear aprender, y al desearlo, no quedarse satisfecho con lo que ya se está inclinado a pensar". Con profesores satisfechos de su docencia, de sus clases, y de lo mucho que saben, no hay nada que hacer. Sólo aprende aquel que está dispuesto a cambiar, a cuestionar su modo de proceder habitual para sustituirlo por otro mejor, más eficaz, para lograr con ese cambio que sus estudiantes aprendan todavía más. "Parte de la condición de ser un buen profesor (no todo) —afirma Bain (p. 194)— consiste en saber que siempre hay algo nuevo por aprender; no tanto sobre técnicas docentes, sino sobre estos estudiantes en concreto".

Es muy curioso —afirma Bain— que los estudiantes tienen de ordinario una formidable "capacidad para reconocer con extrema precisión, incluso con tan sólo unos pocos segundos de contacto, qué profesores podrán ayudarles efectivamente en el progreso de su educación y cuáles no" (p. 25). Los mejores profesores "tienden a tratar a sus estudiantes con lo que sencillamente podría calificarse como amabilidad" (p. 30), "escuchan a sus estudiantes" (p. 53) y "evitan el lenguaje de las exigencias y utilizan en su lugar el vocabulario de las expectativas. Invitan en lugar de ordenar" (p. 48). Los mejores profesores, a fin de cuentas, son aquellos que quieren a sus estudiantes, quieren que crezcan y ponen al servicio de ese objetivo toda su ciencia y todos sus afanes. Para los estudiantes, lo más importante de los cuatro o cinco años que pasen en la UIC haciendo su carrera, es que encuentren un profesor o una profesora que les sirva realmente de referente para su vida, que sea su mentor en los años universitarios y quizás incluso después. Esto es —me parece a mí— lo más importante de la vida universitaria.

Pero hay un segundo aspecto que no aborda Ken Bain en su libro y es también de notable importancia para la calidad de una institución universitaria. Me refiero a la cordialidad, a la colaboración afectuosa de unos profesores con otros que se traduce en el trabajo en equipo, en el aprendizaje cooperativo y en tantos otros aspectos más que hacen tan amable la vida universitaria. La penosa imagen de la universidad decimonónica atravesada por guerras sin cuartel entre profesores de diversas tendencias o escuelas ha de dar paso a una universidad abierta y plural, en la que el trabajo en equipo, la efectiva colaboración interdepartamental e interdisciplinar sea la tónica dominante habitual.

Trabajar en colaboración no significa uniformidad, sino que exige amor a la libertad y entusiasmo por el pluralismo. Lamentablemente en muchas instituciones educativas ni se enseña a trabajar en equipo ni se favorece la pluralidad. Por el contrario, si se aprendiera a trabajar en equipo —ha escrito certeramente María Rosa Espot— "se puede disponer de una herramienta de trabajo que mejora a la persona, y que posibilita reunir conocimientos y capacidades de tal forma que el resultado del trabajo de un grupo de personas excede a la suma de sus contribuciones individuales". La Universitat Internacional de Catalunya es —tiene que ser— mucho más que la suma de sus miembros, profesores, personal de administración y de servicios y estudiantes. Se trata de que sea efectivamente una comunidad universitaria en la que cada uno ponga lo suyo individual al servicio de un magnífico proyecto común, en la que cada uno se esfuerce por querer realmente a los demás tal como son. Se trata de pasar por alto, con magnanimidad, las diferencias que separan, para favorecer la realización personal de todos y de cada uno en el desarrollo de este ilusionante empeño compartido. La civilización del amor comienza en el día a día de la comunidad universitaria. Esto exige —como pedía hace unos pocos meses Benedicto XVI a los jóvenes del Brasil— "ensanchar nuestros corazones para que en ellos quepa más amor".

Debo terminar. Quiero hacerlo reproduciendo unas palabras de Ken Bain que vienen a resumir el sentido de su interesante libro: "No puedo hacer más hincapié en la noción simple —pero magnífica— de que la clave para comprender la mejor docencia no se encuentra en reglas o prácticas concretas, sino en las actitudes de los profesores, en su fe en la capacidad de logro de sus estudiantes, en su predisposición a tomar en serio a sus estudiantes y a dejarlos que asuman el control sobre su propia educación, y en su compromiso en conseguir que todos los criterios y prácticas surjan de objetivos de aprendizaje básicos y del respeto y el acuerdo mutuo entre estudiantes y profesores" (p. 92). A estas palabras quiero yo añadir que la señal del espíritu cristiano inspirador de la Universitat Internacional de Catalunya debe ser siempre el amor entre todos los miembros de la comunidad universitaria. Ese ha de ser —a mi modo de ver las cosas— su rasgo más distintivo.

 


Fecha del documento: 28 de febrero 2008
Última actualización: 28 de febrero 2008
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