Pensar cristianamente como filósofo: algunas claves [esquema]


Jaime Nubiola
jnubiola@unav.es


1. Introducción

Entre los griegos la filosofía era, sobre todo, una forma de vida y de esta misma manera la concebían los primeros cristianos filósofos, por ejemplo, San Justino, Clemente de Alejandría, Orígenes, o muy particularmente San Agustín. Para ellos la filosofía abarcaba no sólo las discusiones teóricas, sino también el conocimiento de uno mismo, e implicaba una forma determinada de vivir. La profesionalización de la filosofía a partir del siglo XIII en las universidades trajo consigo su desvitalización, su transformación en una escolástica en el peor sentido del término, desgajada de la dimensión de perfeccionamiento personal1. Este fenómeno se generalizó en la Edad Moderna cuando los filósofos comenzaron a verse a sí mismos más como hombres de ciencia que como maestros de vida. Este proceso ha llegado quizás a su culminación en la filosofía analítica actual, dominante en muchos departamentos de filosofía de Europa y Estados Unidos, pero puede decirse lo mismo de muchos otros dominados por tradiciones racionalistas o escépticas en las que la filosofía no tiene nada de indagación personal, ni por supuesto busca el perfeccionamiento de quienes la practican.

Tengo para mí que las enseñanzas de San Josemaría sobre los primeros cristianos afectan muy directamente al modo de concebir y desarrollar el trabajo de quienes se dedican a la filosofía desde el horizonte de su vocación cristiana. Tal como veo yo las cosas, de modo semejante a como los primeros filósofos cristianos transformaron la cultura grecolatina en la que vivían porque se atrevieron a pensar radicalmente la fe que profesaban, los filósofos cristianos del tercer milenio están llamados a llevar a cabo una nueva articulación cultural que contrarreste por superación la trágica escisión moderna entre fe y razón, entre vida y filosofía. Esto sólo es posible en el marco de una verdadera libertad personal y de una intensa colaboración.

Se dice a veces que los límites de la libertad creativa de los filósofos cristianos se encuentra en los contenidos de la fe católica que se convierten en una norma negativa para su trabajo profesional: si en su investigación llegaran a una conclusión opuesta a la doctrina revelada sabrían por la fe que su razonamiento habría errado en alguno de sus pasos y deberían rehacerlo. Es esta —me parece a mí— una visión muy pobre. Por una parte, el contenido cognitivo de la fe católica es una tradición que admite una pluralidad de descripciones, pero, por otra, la fides quaerens intellectum no se conforma con no lesionar la fe, sino que busca positivamente progresar en la comprensión de la fe y en la articulación razonable de fe y vida hasta lograr una síntesis personal y vital de lo humano y lo cristiano2.

2. Tres claves para el trabajo filosófico

1. Libertad, experiencialismo y unidad de vida:

La primacía existencial de la libertad es del todo indispensable para quienes como los filósofos se dedican profesionalmente al cultivo de la vida intelectual. Sin libertad no hay filosofía. No es posible una genuina reflexión filosófica cuando la persona que piensa no vive en libertad o no tiene al menos la libertad interior necesaria para comprender la necesidad y así —parafraseando a Hegel— trascender la necesidad al comprenderla3. Esto es así porque la fuente de una genuina vida intelectual es siempre la propia espontaneidad creativa de quien no transfiere a otros —sea la tradición, la autoridad o las modas— las riendas de su vivir y de su pensar, sino que aspira a forjar mediante su propia reflexión una articulación personal de pensamiento y vida.

2. Confianza en la razón (propia y de los demás) y falibilismo:

El trabajo en filosofía requiere el estudio atento de las razones de quienes nos han precedido en el análisis de esos mismos problemas, pues no basta con aceptar acríticamente lo que otros han pensado previamente, sino que en cierto sentido es necesario volver a pensar de nuevo todo, volver a dar vida a aquellos pensamientos para poder incorporar a nuestra vida los que superen con éxito ese escrutinio. Esta tarea demanda audacia y confianza en las fuerzas de la propia razón y, sobre todo, un verdadero empeño en pensar por uno mismo; para ello se requiere tanto el fomento de la creatividad personal como la voluntad de aprender de la razón de los demás. La genuina herencia de Tomás de Aquino es el reconocimiento de la capacidad de verdad de los seres humanos, la convicción de que en cada esfuerzo intelectual hay algún aspecto luminoso del que podemos aprender, de que la verdad humana está constituida por el saber acumulado construido entre todos a través de una historia multisecular de intentos, errores, rectificaciones y aciertos: Omnes enim opiniones secundum quid aliquid verum dicunt4. Una característica irreductible del conocimiento humano es su falibilidad: Errare hominum est, pero también es esencialmente humana la capacidad de descubrir el error y de rectificar.

3. Servicio a los demás: a los alumnos, a los colegas, a la humanidad. Concebir la profesión de filósofo como una tarea cooperativa, interdisciplinar, de servicio, de amor.

Cuando un filósofo descubre que es precisamente a través de su trabajo profesional como puede y debe ser santo, la filosofía deja de ser una cuestión de tediosa erudición y se convierte en una tarea que compromete por entero la cabeza y el corazón; se asemeja más a una audaz aventura personal en busca de la verdad, en busca de esa síntesis personal con arreglo a la cual sea posible vivir, que a una repetición escolástica de abstrusas teorías que para nada inciden en la propia vida ni mucho menos en la de los demás; en su trabajo se vuelca ilusionadamente en dar a conocer a los demás la verdad alcanzada con tanto esfuerzo.

3. Formulación sintética: dos lemas

3.1) Pensar lo que vivimos. Decir lo que pensamos. Vivir lo que decimos.

3.2) Cambiaremos el mundo a base de cariño y de razones, si procuramos estar unidos al Señor y aprender unos de otros.

 

 


Notas

1. Cf. P. Hadot, Philosophy as a Way of Life: Spiritual Exercises from Socrates to Foucault, Blackwell, Oxford, 1995.

2. Sobre las relaciones entre fe y razón y en particular sobre la autonomía de la filosofía debe destacarse el rico contenido de la encíclica Fides et Ratio, 1998, especialmente los nn. 45, 49 y 77.

3. Cf. L. Polo, Claves del nominalismo e idealismo en la filosofía contemporánea, Cuadernos de Anuario Filosófico, Pamplona, 1993, p. 77.

4. Tomás de Aquino, 1 Dist. 23 q. 1, a. 3.


Bibliografía

 



Fecha de la página: 26 de noviembre 2007
Última actualización: 27 de agosto 2009

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