La Gaceta de los Negocios
(no publicado)

Un Papa esperanzador

Jaime Nubiola
jnubiola@unav.es


La lectura detenida de la segunda encíclica de Benedicto XVI Spe salvi, hecha pública el 30 de noviembre, me ha deslumbrado. Nunca hasta ahora había entendido realmente a qué llamamos esperanza los cristianos ni había advertido su radical importancia. La esperanza no es esa ilusión banal de un futuro mejor que burbujea con las doce campanadas del nuevo año, sino que guarda estrecha relación con la estructura de la subjetividad humana volcada hacia la otra vida: los cristianos "saben que su vida, en conjunto, no acaba en el vacío. Sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero también el presente". Salvados por la esperanza podemos quizá traducir el título al castellano para expresar su sentido.

El texto de la encíclica es una lección magistral que hace pensar, pues su autor está persuadido de que "el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva". Sirviéndose de la terminología del filósofo de Oxford John L. Austin, el Papa explica que el mensaje cristiano no es solamente informativo, no es una simple comunicación de cosas, sino que sobre todo es performativo, pues es capaz de transformar la vida de las personas y los espacios sociales.

No me resisto a copiar lo que me escribía a este propósito una valiosa filósofa latinoamericana que había quedado también fascinada por la encíclica, pues ilustra muy gráficamente la diferencia entre la esperanza vulgar y la verdadera esperanza cristiana: "La sustancia de la fe, el ya estar presente, hace al Evangelio performativo. No es que yo espere la vida eterna, sino también que Dios me está esperando a mí. Cuando dos personas se quieren y se miran no se cansan de sostener la mirada una en la otra. Y ese cruce de miradas cambia el sentido de su vida. Pensé en esta analogía: una mujer desea tener un hijo y espera quedar embarazada y esa esperanza le llena de ilusión. Pero no es ésta la esperanza cristiana. La esperanza cristiana es más bien como la de la mujer que ya está embarazada. El hijo ya está en ella, es una realidad presente, que cambia necesariamente su modo de vivir. La primera puede olvidar su esperanza un día y emborracharse y no pasa nada. La segunda puede también olvidarla y emborracharse, pero hace daño a su hijo. Por eso no lo hace, o es mucho más difícil que lo haga. Ya embarazada, esperando un hijo, su vida entera se transforma". Así es; la esperanza del cristiano que describe la encíclica es la realidad presente del futuro que cambia nuestra vida.

"La fe —explica con audacia intelectual Benedicto XVI— no es solamente un tender de la persona hacia lo que ha de venir, y que está todavía totalmente ausente; la fe nos da algo. Nos da ya ahora algo de la realidad esperada, y esta realidad presente constituye para nosotros una «prueba» de lo que aún no se ve. Ésta atrae al futuro dentro del presente, de modo que el futuro ya no es el puro «todavía-no». El hecho de que este futuro exista cambia el presente; el presente está marcado por la realidad futura, y así las realidades futuras repercuten en las presentes y las presentes en las futuras". Verdaderamente el Papa presenta un panorama magnífico capaz de cautivar a quien le lea con atención, dejándose llenar de sus palabras no siempre fáciles.

Me han resultado particularmente penosos los comentarios críticos de unos pocos ignorantes ilustrados que han afirmado en la prensa que con esta encíclica Benedicto XVI "vuelve al integrismo preconciliar", "radicaliza el anatema de la Iglesia católica contra la modernidad democrática" y "se postula explícitamente para el liderazgo mundial del fundamentalismo religioso". Nada más alejado de los propósitos del Papa, de ese anciano de sonrisa tímida que pone toda su cabeza — es sin duda el intelectual número uno de la actualidad— y su enorme corazón para la salvación intelectual y moral de la humanidad mediante la recuperación del genuino sentido de la esperanza.

En particular me ha impactado la exigencia del Papa acerca del progreso científico y económico que debe ir ligado a un progreso moral: "Todos nosotros hemos sido testigos de cómo el progreso, en manos equivocadas, puede convertirse, y se ha convertido de hecho, en un progreso terrible en el mal. Si el progreso técnico no se corresponde con un progreso en la formación ética del hombre, con el crecimiento del hombre interior, no es un progreso sino una amenaza para el hombre y para el mundo". Y añade unas pocas líneas más abajo: "la razón es el gran don de Dios al hombre, y la victoria de la razón sobre la irracionalidad es también un objetivo de la fe cristiana. (...) Si el progreso, para ser progreso, necesita el crecimiento moral de la humanidad, entonces la razón del poder y del hacer debe ser integrada con la misma urgencia mediante la apertura de la razón a las fuerzas salvadoras de la fe, al discernimiento entre el bien y el mal. Sólo de este modo se convierte en una razón realmente humana".

En estrecha sintonía con las inquietudes de los mejores filósofos de nuestro tiempo, la cuestión de la racionalidad humana es el tema central de las enseñanzas de Benedicto XVI desde que asumió el pontificado. ¿Qué es lo razonable para el ser humano? ¿Cómo organizar razonablemente la convivencia entre los hombres? ¿Cuál es el papel de la inteligencia y del corazón en esa tarea? Con esta encíclica el Papa nos enseña que la esperanza cristiana es un elemento decisivo en la configuración del mundo. Podemos aprender mucho de esta encíclica y escuchar a un Papa tan esperanzador que con sus palabras puede cambiar nuestras vidas.

 


Fecha del documento: 28 de febrero 2008
Última actualización: 28 de febrero 2008
[Página Principal] [Sugerencias]

Universidad de Navarra