Comunicaciones: Rudolf Carnap and Hans Reichenbach in memoriam,
Encuentro de Lógica y Filosofía de la Ciencia,
Madrid, 13-15 noviembre 1991, 133-139



C. S. PEIRCE: UN MARCO RENOVADO PARA
LA FILOSOFÍA DEL LENGUAJE CONTEMPORÁNEA


Jaime Nubiola
(jnubiola@unav.es)





1. El declive de la filosofía analítica

Al hacerse cargo Wolfgang Spohn hace poco más de un año de la mítica revista Erkenntnis recordaba que sus ocho volúmenes primeros constituían un singular documento histórico, porque señalaron una nueva era de optimismo y entusiasmo grandes en la filosofía de nuestro siglo. Pero añadía Spohn que sesenta años después de aquel primer volumen parece difícil mantener el optimismo y entusiasmo, al advertir el declive del empirismo lógico, la desconcertante especialización y ramificación de la discusión filosófica, y la desorientación y el eclecticismo que —quizá como justo precio del pluralismo— conducen a la desintegración de la filosofía analítica (Spohn, 1990, 1-2).

Análoga consideración —aunque quizá más severa y cáustica— reflejaba Richard Rorty al principio de la década, en un simposio con Alasdair MacIntyre, en el encuentro anual de la Western Division de la American Philosophical Association. De la mano de los grandes emigrados —Carnap y Reichenbach entre ellos—, la filosofía analítica a lo largo de los años cincuenta fue conquistando los Departamentos de Filosofía de las Universidades norteamericanas, hasta convertirse en filosofía dominante. Pero lo más notable es que, treinta años después, aquella filosofía que prometía resolver los genuinos problemas filosóficos que surgían de la actividad científica se caracteriza ahora no por unos problemas sistemáticamente abordados, sino tan sólo —a juicio de Rorty— por un mero estilo o capacidad argumentativa.

Aunque la mayor parte de los filósofos americanos son más o menos analíticos, no hay consenso acerca de los problemas y métodos filosóficos ni un paradigma común universitario. "'Filosofía' en sentido estricto y profesional es simplemente cualquier cosa que hagamos los profesores de filosofía" (Rorty, 1982, 220). La filosofía del lenguaje, que podía haber sido el lugar de encuentro de todos los analíticos, ha alcanzado breves momentos de singular brillantez con la translatio imperii de Oxford al eje americano UCLA-Princeton-Harvard, pero su luz se ha eclipsado. La fragmentación temática ha reforzado además la definición de sus profesionales como la de meros argumentadores hábiles, y está convirtiendo la enseñanza de la filosofía en discusión de casos. En Estados Unidos —señala Rorty— al estudiante de filosofía ni se le enseña a pensar insertado en la tradición, ni se siente imbricado en la solución de los problemas culturales y sociales que afectan a nuestra sociedad y al desarrollo de la ciencia. Esta situación —el que los estudiantes dediquen sus mejores esfuerzos a refinar sus recursos estilísticos y argumentativos al margen de la conversación filosófica multisecular— agudiza la conciencia de la distancia entre la filosofía americana y los filósofos europeos —"continentales", en su terminología— y refuerza la convicción del acabamiento de la filosofía analítica por tantos denunciado.


2. Algunas claves de una "recuperación" de la filosofía

Al mismo tiempo, en la filosofía americana de la última década asistimos a un creciente afán de unidad e integración, a un postmodernismo que pretende superar el carácter fragmentario de la filosofía analítica y cerrar así en el área angloamericana, la radical escisión entre la filosofía como disciplina académica y las más genuinas aspiraciones de los hombres a saber y a llevar una vida buena. La dualidad kantiana entre filosofía en sentido escolástico (der Schulbegriff der Philosophie) y filosofía en sentido mundano, cósmico o universal (der Weltbegriff) ha llegado quizá a su paroxismo en el ámbito académico americano, en el que Nietzsche, Derrida y otros filósofos continentales son desterrados a los Departamentos de Literatura Comparada. Por este motivo, resulta más atractiva la insistencia de Hilary Putnam en que ambos conceptos de la filosofía constituyen momentos complementarios de un único empeño reflexivo: se trata de dos polos diferentes de un campo de actividad único. Al presentar el último libro de Putnam Realism with a Human Face, James Conant considera ésta como una de sus claves kantianas: "la oposición a toda forma de dualismo metafilosófico que tome las aspiraciones gemelas de la filosofía al rigor y a la relevancia humana como marcas características de dos tipos distintos e inconmensurables de actividad filosófica" (Putnam, 1990, xxxii).

Una de las vías para esta recuperación del vigor filosófico se encuentra —intuye Putnam— en el retorno a la figura común en la que tienen sus raíces tanto la filosofía analítica como la filosofía continental: se trata de volver a considerar los problemas en los términos en que Kant los planteó, de retomar el filosofar en el punto mismo que Kant lo dejó, para intentar superar así la esterilidad escolástica de la filosofía analítica. A muchos sorprenderá que, en este proceso de flashback, una fuente clave para la "recuperación" de la filosofía continental sea precisamente el descubrimiento de una tradición continua de pensamiento americano, una tradición que tiene su origen en los debates entre Royce y James en Harvard, en el trabajo de Peirce y Dewey, en las enseñanzas de C. I. Lewis (Putnam, 1990, 267).


3. La relevancia de Charles S. Peirce

Dentro de la tradición americana, la figura de Charles S. Peirce (1839-1914) cobra de día en día un relieve mayor en muy diferentes áreas de la cultura (Fisch, 1980): en astronomía, metrología, geodesia, matemáticas, lógica, filosofía, teoría e historia de la ciencia, semiótica, econometría, psicología. En todas esas áreas es calificado como "pionero", "precursor", "avanzado" o incluso como "fundador" o "padre" (de la semiótica, del pragmatismo). Es relativamente frecuente hallar valoraciones generales como "el mayor pensador americano" (Eco, 1976), "el Kant de la filosofía americana" (Apel, 1972, 155), "un destacado gigante entre los filósofos americanos" (Putnam, 1990, 252), etc., etc. "Peirce es actualmente reconocido —concluye su biografía la Encyclopaedia Britannica— como el intelecto más original y más polifacético que América ha producido hasta ahora. Sin embargo, su reconocimiento ha sido lento en llegar y mucho de su trabajo está todavía por explorar".

Factores que acrecientan el interés del pensamiento de Charles S. Peirce son su intensa implicación en el mundo científico de su tiempo —que llevó, por ejemplo, a visitar España en noviembre de 1870, en busca de posibles asentamientos para la observación de un eclipse total de sol—, su importante contribución al desarrollo de la lógica de relaciones y su amplio conocimiento tanto de la filosofía de Kant como de la tradición escolástica, en particular del pensamiento de Duns Scoto. Por estas razones —y por su profundo talante creativo original— es posible encontrar en el pensamiento peirceano un amplio marco para la renovación de la filosofía analítica.

De todos modos, son frecuentes las acusaciones a Peirce por una supuesta fatal oscuridad de su pensamiento, agravada por la peculiar edición de sus Collected Works, en la que se intentó presentar sistemáticamente (en ocho volúmenes) una parte limitada de sus escritos redactados a lo largo de cincuenta años. La Chronological Edition —cuyo quinto volumen está anunciado para el próximo mes de diciembre— facilita enormemente la comprensión de la evolución del pensamiento de Peirce.

La interpretación del pensamiento de Peirce y de su evolución, desde sus primeros escritos en 1885 hasta su muerte, ha dado lugar a notables discrepancias entre los Peirce’s scholars. El hecho es que Peirce se resiste a una clasificación simplificadora: hay quienes lo consideran un pensador sistemático, pero con cuatro sistemas sucesivos (Murphey, 1968); un pensador contradictorio (Goudge, 1950); o un metafísico especulativo de cuño idealista (Esposito, 1980). Por mi parte, estimo —siguiendo en cierta medida a Hookway (1985)— que Peirce es un filósofo tradicional y sistemático, pero enfrentado con los temas modernos de la ciencia, la verdad y el conocimiento desde una valiosa experiencia personal como lógico y como investigador experimental en el seno de una comunidad internacional de científicos y pensadores.

La riqueza y complejidad de su pensamiento ha hecho quizá que la figura de Peirce quedara siempre encerrada en los Estados Unidos en el ámbito de sus scholars, dispersos en los diversos centros universitarios, pero produciendo con regularidad tesis doctorales y artículos de investigación sobre los más diversos aspectos de su vida y sus escritos. De otra parte, en las dos últimas décadas el pensamiento de Peirce —a través de Kart-Otto Apel, de Jürgen Habermas y, sobre todo, de Umberto Eco— está permeando activamente la reflexión semiótica europea. En particular en Alemania, pero también en Italia y en Francia, se van publicando traducciones de varias de sus obras y estudios monográficos de cierto relieve.

Las primeras traducciones de Peirce al castellano son de principios de los setenta, en que se publican, en Argentina, tres breves volúmenes de un centenar de páginas cada uno. En 1978 Dalmacio Negro publicó una traducción de Lectures on Pragmatism, también en Buenos Aires, que tiene un alcance mayor. En los últimos años han visto la luz tres traducciones españolas: las ediciones de Armando Sercovich (1987), Pilar Castrillo (1988) y José Vericat (1988), que hacen más asequible una parte relevante de la vasta producción peirceana y reflejan en cierta medida aquella conmoción europea. El creciente interés en nuestro país por la obra de Peirce parece deberse, más a que estas traducciones, a las de los libros de Eco —y también de Apel y Habermas—, que han ido editándose regularmente en castellano. Por ahora, en España sólo se ha publicado una monografía sobre Peirce: Hacia una semiótica pragmática. El signo de Ch. S. Peirce, de Antonio Tordera, en 1978, bajo un sello editorial ya desaparecido.

Por lo que se refiere a los manuales españoles de filosofía del lenguaje, o no exponen a Peirce (Acero et al, 1982; Hierro, 1986; Muñiz, 1989), o si se expone (Bustos, 1987, 129-133), se le atribuye notable influencia, pero todavía mayor oscuridad y complejidad. De hecho, no se ha advertido que la filosofía del lenguaje puede encontrar en el estudio de Peirce la fuente común de aquellas tres tendencias básicas —teoría trascendental, teoría social y teoría formal— que han vertebrado nuestra disciplina en las últimas décadas (Chamizo, 1986, 477; Hierro, 1986, 15-17).


4. Un marco teórico renovado

La reflexión peirceana sobre la relación de significación y su imbricación en la comunidad del conocimiento puede proporcionar, a mi juicio, un marco teórico renovado que supere el formalismo analítico de la filosofía del lenguaje, que encuentra su origen en el Begriffschrift de Frege, y que dé un sentido más relevante culturalmente al estudio del lenguaje y de la comunicación. Me parece que toda la obra peirceana puede entenderse nuclearmente como un permanente pensar y repensar la tríada clásica pensamiento-lenguaje-realidad, pero advirtiendo desde nuevos ángulos su caleidoscópica complejidad, y acuñando nuevas palabras para poder seguir hablando con rigor y precisión. Puede decirse que en Peirce el pensamiento es lenguaje y realidad, el lenguaje es pensamiento y realidad, y la realidad es —casi, casi— lenguaje y pensamiento, porque todo es signo: la palabra, el concepto, el hombre mismo.

El hecho de que Charles S. Peirce fuera un lógico hace quizá que su obra sea mucho más asequible para los filósofos analíticos que, por ejemplo, la de William James (Putnam, 1990, 237), pero hay que tener en cuenta que Peirce une a la precisión lógica de detalle una pretensión especulativa de elaborar una teoría general —y, por tanto, necesariamente vaga— sobre todas las cosas: "La osadía de la vaguedad especulativa —afirma Helmut Pape (1987, 7)— es lo que le distingue de la filosofía analítica, y de la precisión de sus análisis lógico-semióticos, por el contrario, lo que le separa de la tradición fenomenológica y de la filosofía trascendental".

Las claves del marco teórico que surge de la reflexión peirceana y que puede renovar en su raíz la filosofía del lenguaje contemporánea pueden ser:

a) una teoría general de la semiosis, de la relación de significación, en la que se dé cuenta de su estructura triádica, y de los elementos que trascienden esa estructura;

b) el estudio multidisciplinar del lenguaje y de la comunicación;

c) la dimensión social y pluridimensional del lenguaje: la noción de enciclopedia y la conformación audiovisual de nuestra cultura y nuestra comunicación;

d) la consideración pragmática del acto comunicativo, es decir, la relación entre el signo y los tres elementos de la comunicación: emisor, receptor y mensaje.

Estas claves ya han sido incorporadas a la lingüística desde hace tiempo. En la medida en que la filosofía del lenguaje, en cuanto disciplina académica, las incorpore —estas claves y otras que el estudio de Peirce puede deparar—, podrá obviar las acusaciones de pedantería o esterilidad con las que ha solido descalificarse al pensamiento analítico.




Referencias




Última actualización: 27 de agosto 2009

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