Curso Filosofía del Lenguaje II
Prof. Jaime Nubiola
Universidad de Navarra

Filósofo, 65 años
Conferencias no acerca de “¿Qué soy yo?” sino de “¿Qué es yo?”

CHARLES MCGRATH
New York Times (28 de enero del 2006)

Traducción castellana de Martha Rivera Sánchez (2006)

 

Saul Kripke cumplió 65 años en noviembre, hace apenas un momento, existencialmente hablando, de modo que a comienzos de esta semana el programa de filosofía del Graduate Center de la City University de Nueva York convocó un congreso de dos días para celebrar su cumpleaños y su trabajo. Kripke, que tiene una idea similarmente ilustrada del tiempo, se presentó media hora tarde a la ceremonia de inauguración.

En muchos círculos, Kripke, a quien se otorgó en el 2001 el Premio Schock, equivalente en filosofía al Nobel, es considerado el filósofo vivo más grande del mundo, quizá el mayor desde Wittgenstein. Kripke es realmente superior a Wittgenstein en, al menos, dos aspectos. Wittgenstein no llevó a cabo ninguno de sus trabajos más importantes mientras estaba todavía en la secundaria. Y, a diferencia de Wittgenstein, que era bajo de estatura, delgado y con aspecto de halcón, Kripke tiene el aspecto que un filósofo debería tener: cara sonrosada, barba blanca, arrugado, bizco. Lleva sus libros y papeles en una bolsa de plástico de Filene’s Basement.

Fred R. Conrad/The New York Times (2006)

Kripke, hijo de un rabino, creció en Omaha, y al decir de todos, era un verdadero prodigio, tan brillante y precoz que los así llamados prodigios de hoy en día son, por comparación, meras sombras parpadeando en la pared de nuestra caverna colectiva. En cuarto grado descubrió el álgebra, que dijo más tarde que podría haber inventado por su cuenta, y cuando acabó la secundaria dominaba la geometría y el cálculo y había empezado con la filosofía. Siendo todavía un adolescente escribió una serie de artículos que, con el tiempo, transformaron el estudio de la lógica modal. Uno de ellos, según reza la leyenda, mereció una carta del departamento de matemáticas de Harvard, con la esperanza de que aceptara un trabajo, hasta que él respondió y lo rechazó explicando: “Mi madre dijo que primero debería terminar la secundaria e ir a la universidad".

La universidad que eligió finalmente fue Harvard. "Ojalá pudiera haberme saltado la universidad", decía Kripke en una entrevista. "Llegué a conocer algunas personas interesantes, pero no puedo decir que aprendiera algo. Probablemente lo hubiese aprendido todo de cualquier manera, simplemente leyéndolo por mi cuenta".

Mientras era todavía un estudiante de grado en Harvard, Kripke empezó a enseñar a los post-graduados, calle abajo, en el Massachussets Institute of Technology, y después de obtener su Bachelor of Art no se preocupó de adquirir un grado superior. ¿Quién podría enseñarle algo que no supiera ya? En lugar de eso, empezó a enseñar y a publicar. Su libro de 1980, Naming and Necessity, basado en un trabajo que empezó en la secundaria, está entre los libros de filosofía más influyentes de los últimos 50 años, y su libro de interpretación de Wittgenstein, publicado dos años más tarde, es tan concienzudo que algunos especialistas se refieren ahora a una especie de personaje compuesto conocido como Kripgenstein. Kripke ha escrito también -si "escribir" es el término correcto- importantes artículos sobre metafísica, epistemología, lógica y filosofía del lenguaje y matemáticas.

"Antes de Kripke había una especie de deriva en filosofía analítica en la dirección del idealismo lingüístico: la idea de que el lenguaje no está en armonía con el mundo", decía recientemente Richard Rorty, profesor emérito de literatura comparada en Stanford. "Saul cambió esto casi sin ayuda de nadie". Paul Boghossian, antiguo estudiante de Kripke, que ahora enseña en la New York University, decía "Lo más admirable de Saul es que nunca confunde una cuestión filosófica real con un problema meramente técnico".

Excepto en muy raras ocasiones, Kripke no pone palabras realmente sobre el papel. Medita, reúne unos pocos textos, hace un esbozo mental libre; y luego, en algún acontecimiento público, una conferencia o un seminario, simplemente le da alas, expresa a ojo de buen cubero, como solía hacer Sócrates, lo que ha llegado a pensar sobre ello. Esas charlas se transcriben más tarde, y Kripke, ahora un distinguido profesor de CUNY, las corrige y las revisa, borrador tras borrador, antes de aprobarlas para su publicación. "Cómo puede Saul hacer esto, no tengo ni idea", decía del método kripkeano Michel Devitt, profesor de CUNY y antiguo director del programa de filosofía del Graduate Center, que contribuyó a llevar a Kripke allí. "Parece que él simplemente soluciona todo en su cabeza. Es como si tuviera un acceso privilegiado a la realidad".

Devitt especulaba que la razón para la aversión a escribir de Kripke era su extrema meticulosidad. "Parece estar excepcionalmente preocupado por no cometer ningún error", decía él. "Es una característica admirable, pero Saul la lleva al extremo".

Saul Kripke. Fotografía de Robert P. Matthews (1983)

Kripke decía: "Simplemente odio sentarme y escribir: tenía que hacer eso en la escuela. Además, tengo una letra terrible". Aparentemente, posee una computadora; pero Devitt cree que nunca la ha sacado de la caja.

Varios filósofos notables hablaron en el congreso de Kripke, pero el punto culminante fue su charla, "La primera persona", que trató sobre la cuestión filosófica del significado y la referencia del pronombre "yo", y se adentró en una sesuda especulación metafísica acerca de la naturaleza del yo. Expresándose con voz chillona, aguda, habló durante una hora y diez minutos, dando vueltas y vueltas alrededor de su tema; abundando en otros filósofos y, de vez en cuando lanzándose hacia una digresión sobre, digamos, la obesidad o la teoría del diseño inteligente. (Él está en contra sobre la base de la sola probabilidad). Cuando terminó, en mitad de la frase, más o menos, obtuvo una ovación con el público puesto en pie.

Toda la representación fue un poco similar a un solo de saxofón de Charlie Parker; una de aquellas extensas improvisaciones con carácter espontáneo, ritmos ondulantes, notas repetidas y acordes chirriantes, disonantes; y, como la música más experimental de Parker, mucho de eso se elevó exactamente por encima de la cabeza de cualquiera que no hubiera escuchado antes esta clase de cosas. Pero, hasta un oyente novato habría salido con algunos chistes filosóficos no tan terribles: que, al escribir acerca de un personaje histórico, una cosa es intentar llegar a ser ese personaje, y otra cosa es cuando el personaje es Hitler; que David Hume, el filósofo británico del siglo XVIII, era tan enormemente gordo que odiaba mirarse en el espejo; y que algunos filósofos hacen declaraciones que sugieren que ellos no tienen estados internos y que son en realidad robots disfrazados de filósofos.

Más tarde, Kripke soportó indulgentemente un pequeño asalto de fans: un hombre joven que le pidió que le firmara una copia gastada de Naming and Necessity, explicando, "Usted es la razón de que yo esté estudiando filosofía", y dos estudiantes graduadas de Rutgers, Karen Lewis y Jessica Retz, que habían tomado el tren desde New Brunswick, para poder tomarse cada una una foto con el gran hombre. Lewis explicó que también cumplía años, y que la sesión de fotos sería su regalo a sí misma. "Usted es mi filósofo favorito del siglo XX", le dijo a Kripke. "¡Estoy muy emocionada!".

Kripke sonrió de una forma que insinuaba no sólo un auténtico estado interior sino esa indeterminada condición de bienestar y satisfacción difícil de definir que Kant se aventuró a llamar felicidad.



Diseño de la página: Izaskun Martínez
Ultima actualización: 20 de junio 2006



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