EL FONDO DE LA ACTUALIDAD
La Gaceta de los Negocios
,
10 y 11 de diciembre 2005, Opinión, p. 37

La hucha de las palabras

Jaime Nubiola
jnubiola@unav.es



En estas semanas se suceden en nuestro país las agrias descalificaciones mutuas de los políticos. En algunos casos las argucias verbales resultan ingeniosas y hacen sonreír, pero la mayor parte de las veces toda esa agresividad nos parece a los ciudadanos de a pie un espectáculo lamentable. La escena política trae a la memoria el griterío de un patio de colegio, las gradas de una confrontación futbolística de equipos rivales o la airada discusión de una comunidad de vecinos mal avenida. En contraste con esto, todos miramos por el rabillo del ojo y con secreta admiración la colaboración en Alemania de los dos grandes partidos para la formación de un nuevo Gobierno. Sin duda, resulta urgente regenerar el espacio de la comunicación política en nuestro país: un ambiente de confrontación sistemática y de injustos ataques a las personas e instituciones erosiona gravemente la convivencia social y torna imposible el trabajo de quienes deben llevar la sociedad española a un futuro mejor.

No sin una notable dosis de ingenuidad, se dice a veces que las diferencias son meramente semánticas, esto es, que surgen de un simple desacuerdo en las palabras y que, con un poco de buena voluntad y de habilidad verbal, podrían probablemente eliminarse. En esta dirección parecía moverse la propuesta del presidente del Gobierno cuando decía tener ocho fórmulas posibles para reinterpretar el proyecto de Estatuto, aprobado por el Parlamento de Cataluña el pasado 30 de septiembre, en el que se proclama que "Cataluña es una nación". Zapatero se declaraba optimista y explicaba que hay una mayoría de catalanes que "sienten Cataluña como nación" y una mayoría de españoles que "sienten que la única nación es España" y que la solución pasa por "encontrar una fórmula compatible con todos". Altos cargos del partido en el Gobierno sugerían que expresiones como "comunidad nacional", "entidad nacional", "realidad nacional" o artificios como el de calificar a España como "Nación" con mayúscula y a Cataluña como "nación" con minúscula, podían ser la fórmula de la concordia que acogiera mágicamente sentimientos tan encontrados de unos y de otros.

En esos mismos días de confrontación política me tropecé con una luminosa metáfora que puede ayudar a entender mejor la profundidad del problema que las palabras encierran. Estaba leyendo el impresionante testimonio de las cartas del científico ruso Pável Florenski a su mujer y a sus hijos, escritas entre mayo de 1933 y junio de 1937 desde diversas prisiones y campos de trabajo del Gulag siberiano, cuando encontré las recomendaciones que hace desde Ksenievskaia en noviembre de 1933 a su hija Olechka: "Me preguntas si debes estudiar botánica. En verdad, si el tiempo y las fuerzas te lo permiten, trata, si no de estudiar, al menos de prepararte para esos estudios: contempla más a menudo las ilustraciones de los libros de botánica, comparando las plantas reales con las dibujadas, trata de comprender el estilo de la especie, es decir, la unidad artística y biológica que constituye su base. Por último, debes ir aprendiendo cada vez más nombres de plantas y de tal manera que no sean nombres vacíos, sino huchas en las que se atesoren las informaciones sobre la vida, las propiedades y las utilidades de las plantas designadas con estos nombres. Cuanto más ricos sean tus conocimientos, aunque desordenados, sobre cada una de las plantas, más fáciles e interesantes serán en el futuro tus estudios de botánica".

Al leer este pasaje quedé deslumbrado por la sugestiva imagen de las palabras como huchas llenas de monedas de conocimiento. Me pareció que en esa metáfora se cifra una rica filosofía del lenguaje que puede ayudarnos a entender también la actualidad política de nuestro país. Las palabras valen tanto cuanto atesoramos en ellas. Por eso vale tanto el nombre de las personas y por eso los enamorados no cesan de repetir el nombre de la persona amada. Además, como es fácilmente comprensible, el valor de las palabras crece conforme van incrementándose los conocimientos que mediante ellas poseemos. Por eso Florenski recomendaba a su hija que no aprendiera simplemente listas de nombres de plantas, sino que procurase llenar cada nombre de información: todos tenemos bien comprobado que ésa es, además, la mejor manera de no olvidarnos de los nombres.

Por otra parte, como el vocabulario es social, una misma palabra vale distinto para cada comunidad e incluso para cada persona según la cantidad y calidad de información que haya sido capaz de reunir en ella. No sólo "Cataluña" no significa lo mismo para los catalanes que para la generalidad de los españoles, sino que también significa algo distinto para cada uno de los catalanes, de la misma manera que "madre" o "mamá" tienen resonancias distintas en cada uno. Estas palabras atesoran un gran valor emocional y resulta del todo indispensable valorar debidamente esas diferencias. Entender que las palabras son huchas de información lleva a advertir con claridad que no valen todas lo mismo y que, por supuesto, no vale lo mismo una hucha llena que una hucha vacía. Pensar que las palabras son intercambiables unas por otras es pensar que todas ellas son simples huchas vacías, como aquellas, todas iguales, que en mi infancia nos daban para las colectas del Domund o la cuestación contra el cáncer.

Las metáforas iluminan aspectos de las cosas. La producción de nuevas metáforas es el ámbito de los poetas, los publicistas y algunos políticos imaginativos. Las metáforas creativas confieren sentido a nuestra experiencia: proporcionan una estructura coherente, destacan unos aspectos y ocultan otros. Son capaces de crear una nueva realidad, pues contra lo que comúnmente se cree no son simplemente una cuestión de lenguaje, sino un medio de estructurar nuestro sistema conceptual, y por tanto, nuestras actitudes y nuestras acciones. Las palabras por sí solas no cambian la realidad, pero los cambios en nuestro sistema conceptual cambian lo que es real para nosotros y afectan a la forma en que percibimos el mundo y al modo en que actuamos en él, pues actuamos sobre la base de esas percepciones.

La discusión del Estatuto de Cataluña plantea con toda crudeza la necesidad de repensar el espacio de convivencia común, esto es, de aclarar qué queremos decir cuando usamos la expresión "ser una nación". El problema no es de palabras, sino de las diferentes realidades que unas mismas palabras significan cuando son usadas por unos y por otros. Las palabras significan lo que significan porque las usamos como las usamos. No es el Diccionario de la Real Academia quien puede solucionar las diferencias, sino la efectiva voluntad de entenderse, de crear un espacio común, de esbozar proyectos compartidos de futuro. Para ello es preciso reconocer abiertamente las diferencias que las palabras encierran y esforzarse por comprenderlas. Se trata realmente de abrir la hucha de las palabras, no simplemente de cambiar unas por otras.

 


Fecha del documento: 23 de junio 2006
Última actualización: 22 de febrero 2008
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