Nuestro Tiempo, n° 388, octubre 1986, pp. 46-52
Como el venerable monstruo del lago Ness, la polémica acerca del fin de la filosofía y de la "utilidad" de los filósofos ha rebrotado con vivacidad en el mes de agosto en The Times. El enfant terrible de la filosofía neopositivista anglosajona de los años treinta y cuarenta, Sir Alfred Julius Ayer, casi octogenario ya, ponía de manifiesto en una carta al director el 12 de agosto, su grave preocupación por el futuro de la filosofía en el Reino Unido. "La preeminencia en la filosofía occidental que este país alcanzó en el curso de este siglo —escribe Ayer— ha ido pasando desde los años sesenta, como muchas otras cosas, a los Estados Unidos, y la presión, a la que esta disciplina está sucumbiendo en nuestras Universidades, acentúa penosamente su declive". Ese mismo día, Roger Scruton justo en la página opuesta a las Letters to the Editor publicaba un agrio artículo acerca de las modas intelectuales popularizadas por los filósofos franceses de finales de los sesenta —Barthes, Althusser, Foucault, Lacan, Derrida y Kristeva— a los que despacha como "charlatanes". Scruton concluye su artículo afirmando que la "liberación prometida por los payasos del 68 era una liberación del pensamiento, y por consiguiente era el preludio de la esclavitud mental".
La carta de Ayer provocó a lo largo del mes de agosto un buen número de cartas en The Times. Ian Mackenzie, profesor de la Facultad de Letras de la Universidad de Lausanne, escribe desde Suiza el mismo 12 de agosto —en carta que se publicará el 22—, indignado precisamente por la coincidencia en el periódico londinense de "una carta del filósofo más respetado de Gran Bretaña, Alfred J. Ayer, exaltando las virtudes de una adecuada instrucción filosofía justo en la página opuesta a un artículo tristemente típico del filósofo más ampliamente leído en Gran Bretaña, Roger Scruton, gracias a la tribuna que usted le proporciona".
Que en la prensa diaria se discuta acerca de la función de la filosofía y del papel de los filósofos en la sociedad, es un hecho que merecer ser registrado.
La Universidad de Surrey, agobiada por problemas económicos, decidió hace unos meses clausurar su Departamento de Filosofía. Ahora, lo que motiva la carta de Sir Alfred Ayer es la amenaza de cierre que se cierne sobre los departamentos de filosofía de las Universidades de Exeter, Leicester y Newcastle y del University College de Gales en Aberystwyth. La razón principal que esgrimen las correspondientes administraciones universitarias para la supresión de estos cuatro departamentos es que, en la actualidad, son demasiado pequeños para ser viables, puesto que desde hace tiempo no se cubren sus vacantes de profesorado por la necesaria restricción de los gastos. George MacDonald Ross, miembro del Departamento de Filosofía de la Universidad de Leeds y Chairman del National Committee for Philosophy, también en carta a The Times, augura que, si la restricción de fondos económicos y la consiguiente no provisión de las vacantes se mantiene como hasta ahora, la mitad de los 46 departamentos de filosofía que existen en la universidades británicas tendrán en el año 1990 sólo cinco miembros o incluso menos, lo que pondrá en cuestión, para bien o para mal, su viabilidad. Por este motivo, el National Committee for Philosophy, que preside MacDonald está urgiendo al University Grants Committee, que distribuye los fondos públicos disponibles para los Universidades, para que intervenga en este proceso y evite el catastrófico declive en la provisión de plazas que —a su juicio— parece inevitable si la administraciones universitarias continúan actuando independientemente, con criterios similares a los de la Universidad de Surrey.
George MacDonald, en su defensa de los departamentos de filosofía, apela al modelo clásico de Universidad: "Uno de los rasgos principales que distinguen a una Universidad de un mero agregado de departamentos de enseñanza e investigación es la presencia en ellos de una aproximación filosófica al conocimiento: la preocupación por los supuestos básicos, la metodología, los criterios de verdad, las implicaciones morales y las conexiones entre las diversas disciplinas. Una institución que toma la decisión de prescindir de la filosofía no está simplemente aboliendo un departamento entre otros muchos, sino que está perjudicando severamente su derecho a denominarse a sí misma Universidad. No es necesario —explica MacDonald— que los departamentos de filosofía sean grandes, y actualmente, ningún departamento en Gran Bretaña es demasiado pequeño para cumplir su función". Como la filosofía no reclama para sí unos gastos desproporcionados, "no hay ninguna razón —concluye— para que ninguna otra Universidad secunde a la de Surrey en su descenso a una categoría inferior mediante la supresión de su departamento de filosofía".
En esta misma línea, Ayer en su carta del día 12, destaca el
carácter propedéutico de la filosofía para la formación
universitaria. "Debe tenerse en cuenta —observa Sir Alfred—
que son muy pocas las Universidades (británicas) en las que sus alumnos
pueden estudiar sólo Filosofía y nada más. Casi en todas
partes el estudio de la filosofía se combina con otra u otras materias
humanísticas, o incluso, con matemáticas, física, psicología
o fisiología. No hay duda de que el rigor lógico que la filosofía
aporta a estas combinaciones beneficia mucho a aquéllos cuya atención
principal se centra en otras disciplinas". Sin embargo, esta defensa de
la filosofía como disciplina auxiliar que enriquece a las ciencias especializadas
lleva consigo casi inexorablemente el convencimiento de que no tiene ningún
interés por sí misma. El título que otorga The Times
al espacio que el día 20 de agosto asigna a las cartas recibidas sobre
la cuestión, es precisamente "Philosophy as end or adjunct".
Mr. Thomas St. John Eve, lector de las cartas de Ayer y de MacDonald, escribe el 18 de agosto sugiriendo que la solución de los problemas planteados puede encontrarse en las escuelas secundarias. Si se introducen la lógica, la retórica y el estudio básico de la filosofía en la enseñanza media, resulta razonable pensar que un número mayor de estudiantes universitarios elegiría esa carrera, lo que garantizaría la viabilidad futura de los departamentos universitarios de filosofía. La sugerencia parece razonable, aunque su eficacia debería ser contrastada con las experiencias de otros países como Francia o España en los que la filosofía ya está presente en la enseñanza secundaria. Pero lo que se presenta aparentemente como un problema económico o de distribución racional del alumnado universitario es, en ultima instancia, un grave problema ideológico acerca de cuál debe ser el papel de la enseñanza de la filosofía y de la filosofía misma en el seno de la sociedad británica actual. En una etapa de restricciones económicas en las ayudas públicas como la que atraviesa la Inglaterra de Margaret Thatcher, ¿es la filosofía y su enseñanza un lujo del que puede prescindirse o es una actividad que en una sociedad competitiva se justifica suficientemente por sí misma?
Para responder a esta disyunción, Sir Alfred Ayer se encuentra preso en sus propias ideas ideológicas antimetafísicas. Precisamente, ya el primer capítulo de su conocida e influyente obra Lenguaje, verdad y lógica, publicada en 1936 se titulaba "Eliminación de la metafísica", y recusaba todo pensamiento filosófico que pretendiera trascender el mero análisis lógico y lingüístico. Ahora, cincuenta años más tarde, en su carta a The Times, afirma que desearía defender que la lógica formal, la teoría del significado, la teoría del conocimiento, la estructura de las ciencias naturales y la naturaleza de los juicios morales y políticos —esto es, disciplinas meramente metodológicas a las que reduce la filosofía— son materias que tienen valor en sí mismas, pero no se siente siquiera con fuerzas para intentar su defensa porque "no contaría para mucho en el ambiente cultural en boga".
Mr. Tom Cross, que escribe a The Times el 20 de agosto desde Kingsley, señala que Alfred Ayer acierta al advertir el declive de la filosofía británica, pero fracasa al identificar sus causas. Cross estima que es precisamente la concepción positivista de la filosofía imperante en Gran Bretaña la principal responsable de este declive. Si se considera la filosofía como mera actividad crítica en un marco empírico, su misión se reduce a la de una disciplina auxiliar a modo de gramática intelectual que ayude a otras disciplinas. Así entendida, la filosofía no tiene identidad propia y no parece que por sí misma pueda ofrecer alguna contribución valiosa al conjunto del conocimiento humano. La filosofía —explica Tom Cross en su carta— se consideró tradicionalmente como una expresión fundamental del pensamiento humano, desde la que se podían desarrollar investigaciones particulares con un rigor fáctico que fundara sus verdades y se extendiera así el conocimiento humano del mundo y del cosmos. "Con su adhesión al positivismo, promovido singularmente por Ayer, la filosofía ha abandonado esta función y ha relegado la investigación de las realidades últimas a la supuesta competencia de disciplinas especializadas". Los filósofos británicos —viene a concluir Cross—, por carecer de una concepción global de su disciplina, emplean su tiempo en refinar cada vez más sus áreas de interés, pero desisten de adentrarse en lo literalmente desconocido, que fue originariamente la principal preocupación de los filósofos.
El 21 de agosto, The Times publica una divertida carta de John K. Ebbutt,
que viene a coincidir con la opinión de Tom Cross: "Quienes consideren
que el cierre forzoso de cuatro departamentos de filosofía es un desastre
comparable a la clausura de las escuelas de Atenas decretada por Justiniano,
cobrarán aliento con la carta, larga y sentimental, de Sir Alfred Ayer:
la catástrofe no es tan grave como aquélla". John Ebbutt,
tras advertir que Ayer, en su carta, viene a reducir la filosofía a epistemología,
explica: "Platón, que fue uno de los primeros en hablar de filosofía
en cuanto tal, decía que los filósofos eran los que estaban interesados
en lo eterno y lo inmutable. Hoy en día, es evidente que, con toda probabilidad,
no se encontrará a los buscadores de lo eterno y lo inmutable en los
departamentos universitarios de filosofía, sino que habrá que
buscarlos en alguna otra parte. Es evidente, también, que la esencia
de la disciplina se ha evaporado en el intervalo desde Platón hasta hoy,
y que los filósofos han estado viviendo largo tiempo del prestigio que
les legaron Platón y sus sucesores, y ahora su cuenta corriente está
al descubierto. Quizá —concluye agudamente Ebbutt— debe darse
a la disciplina un nuevo nombre más acorde con sus disminuidas ambiciones:
muy pocos llorarían por cuatro departamentos de epistemología".
El diagnóstico de Tom Cross y John K. Ebbutt resulta certero. De hecho la defensa de la filosofía que Sir Alfred Ayer ofrece en su carta del 12 de agosto, estriba en rechazar la creencia común de que la filosofía es pensamiento abstracto. En una era de computadoras —afirma— la creencia de que la investigación filosófica es un mero lujo de pensamiento abstracto de ninguna utilidad práctica es grotesca, puesto que la programación de las computadoras depende de la lógica formal. Lo que no dice Ayer es que la investigación filosófica en lingüística, lógica y teoría del conocimiento, que está resultando extraordinariamente fructífera para el desarrollo de la informática, se está llevando a cabo principalmente en los departamentos de filosofía de los Estados Unidos, y no en los departamentos británicos inmersos, en su mayor parte, en una concepción empirista y positivista esterilizadora.
El propio periódico The Times, al recibir la carta de Ayer, encargó
a Piers Burnett un reportaje sobre la conexión entre los filósofos
y los informáticos para poner de manifiesto las repercusiones que la
clausura de departamentos universitarios de filosofía podía tener
en el futuro de la tecnología informática en el Reino Unido. El
reportaje, publicado el 18 de agosto, da cuenta de las decisivas aportaciones
de los filósofos norteamericanos Alonzo Church y Noam Chomsky para el
desarrollo de los sistemas lógicos y los lenguajes de los ordenadores,
y de la fecunda colaboración entre ingenieros y filósofos norteamericanos
en el área de la Inteligencia Artificial, pero el único ejemplo
británico destacado que puede aportar es el desarrollo del nuevo ordenador
Alice por parte de un equipo constituido exclusivamente por ingenieros y matemáticos
del Imperial College de Londres. El informe de Burnett concluye recomendando
al gobierno que reflexione acerca de los orígenes del ordenador antes
de aplicar el hacha a las raíces de la filosofía británica.
El segundo argumento que presenta Ayer en favor de la filosofía reúne,
sin duda, todas las garantías del método empírico: "La
creencia de que los filósofos profesionales son incompetentes para ocuparse
de asuntos prácticos, se contradice con la evidencia empírica.
La mayor parte de los rectores y directivos de los colleges han estudiado
filosofía más que cualquier otra rama de las humanidades. Los
filósofos —de los que Bernard Williams y Mary Warnock son sólo
dos ejemplos recientes— se han demostrado capacitados para presidir Comisiones
Reales". Finalmente, sir Alfred concluye su aportación de datos
empíricos, señalando que él mismo recientemente ha presidido
la creación de una sociedad y que la revista Journal of Applied Philosophy,
promovida por él, ha desarrollado un trabajo valioso sobre problemas
de ética médica y otras cuestiones de interés social urgente.
Fecha del documento: 11 de mayo 2004
Ultima actualización: 11 de septiembre 2007