EL FONDO DE LA ACTUALIDAD
La Gaceta de los Negocios
,
enero del 2004: no publicado

Festina Lente!

¡Apresúrate despacio!

Jaime Nubiola
jnubiola@unav.es



Se dice a veces que el placer de la velocidad ha sido el único placer que han descubierto los hombres del siglo XX, pues todos los demás habían sido ya disfrutados profusamente por los griegos dos milenios atrás. Deslizarse por una autopista con un buen coche a 200 kilómetros por hora —o más— es, sin duda alguna, un verdadero placer, aunque sea arriesgado para nuestro bolsillo. Sin embargo, para los sufridos usuarios habituales de los aviones es del todo dudoso que volar en un estrecho asiento a 8.000 metros de altura y a una velocidad crucero de 900 kilómetros por hora sea en modo alguno placentero. Hasta el Concorde, que parecía el símbolo del progreso porque en tres horas y media unía a París con Nueva York (¿qué hacer tan temprano en Nueva York?), acaba de ser retirado para desguace.

Si el siglo XX se ha caracterizado como el siglo de la velocidad, podríamos empeñarnos en reivindicar para el siglo XXI —como ha hecho José Antonio Marina— los placeres de la lentitud. Sin embargo, frente al elogio de la lentitud me parece más valiosa y rica la actitud vital expresada en ese adagio latino: "Festina lente, ¡apresúrate despacio!", que encabeza estas líneas. El historiador romano Suetonio pone estas palabras en boca del emperador Augusto, quien las usaba —en griego— para expresar que no había nada que conviniera menos al perfecto jefe que la precipitación y la temeridad. En la época moderna fue el famoso Aldo Manuzio (1450-1515) quien puso al pie de su sello, compuesto por un áncora y un delfín, estas dos palabras: festina lente, apresúrate despacio, para expresar quizá las virtudes requeridas en su trabajo como editor e impresor. La unión de ambas palabras resulta a primera vista paradójica, pero es muy significativa: "Date prisa despacio". Hay que hacer despacio, esto es, con toda la atención del mundo, aquellas cosas que no pueden ser repetidas, aquellas cosas que sólo pueden hacerse una vez.

Si uno se para a pensarlo un poco advierte enseguida que son cosas del todo distintas la velocidad y la prisa. Un trasplante cardiaco debe hacerse velozmente y sin demoras, pero no puede hacerse deprisa a causa de su formidable complejidad. Una persona hábil —esto es, con unos hábitos desarrollados— puede hacer en cosa de minutos, con facilidad y rapidez pasmosas, una pieza de artesanía que a cualquier otro le llevaría horas confeccionar. No es mala la velocidad, lo malo son las prisas, las malditas prisas, que vacían de sentido al presente. La velocidad es algo exterior, mientras que las prisas se llevan por dentro. Se tiene prisa cuando se está pensando en lo que uno tiene que hacer después, en lugar de prestar toda la atención necesaria al presente, a la persona que uno tiene delante o a lo que uno tiene que hacer ahora. Se vive de prisa cuando en vez de pensar en el hoy y el ahora se piensa sólo en el fin de semana o en las vacaciones. En el fondo, vivir de prisa no es vivir, sino más bien —como ha escrito Jacques Philippe— esperar a vivir más adelante.

Quienes tenemos la fortuna de dedicarnos a escribir sabemos bien que para escribir bien, es necesario escribir despacio. De igual modo que la ternura renuncia al control del tiempo, la escritura que es expresión de la propia interioridad no puede hacerse con prisas, no puede hacerse de forma apresurada. Una de las claves decisivas de la creatividad personal se encuentra precisamente en no tener prisa, en saber esperar. Como escribió Simone Weil, “hay una manera de esperar, cuando se escribe, a que la palabra justa venga por sí misma a colocarse bajo la pluma, simplemente rechazando las palabras inadecuadas”. Hoy en día escribimos todos con ordenador, pero la actitud sigue siendo la misma: para escribir bien hay que esperar a que las palabras acudan a las yemas de nuestros dedos que acarician el teclado del ordenador y, sobre todo, hay que corregir mucho y sin prisas, lo escrito.

De la misma manera que no se puede escribir deprisa, no se puede amar con prisas o rápidamente. La ternura es lenta, la prisa violenta, podemos formular parafraseando a Jean Paul Sartre. La prisa se opone a la ternura; no hay ternura apresurada. Ningún enamorado dice que no tiene tiempo para estar al lado de la persona amada. Como cantaban Víctor Manuel y Ana Belén "para la ternura siempre hay tiempo". Quien ama no tiene prisa, pues —haciendo casi un trabalenguas— de nada se priva quien por amor se priva de todo lo que no es su amor. El amor requiere atención, vive en buena medida de la mutua atención, por eso las prisas agostan el amor.

"Tengo la impresión —decía la madre Teresa de Calcuta— de que andamos tan acelerados que ni siquiera tenemos tiempo de mirarnos unos a otros y sonreírnos". Me parece que uno de los índices de la calidad efectiva de nuestra vida podría encontrarse en el número de veces al día en que nos sonreímos unos a otros. El conejo apresurado de Alicia en el País de las Maravillas no sonríe a nadie porque tiene prisa, y quizá se cree así una persona ocupada e importante. En nuestras ciudades aceleradas y ruidosas, en el empeño de cada uno por sonreír a las personas que tratamos se encierra una manera bien sencilla de comenzar a ir más despacio. Desde el vecino con el que nos encontramos en el ascensor hasta el conductor que tenemos a nuestro lado en el atasco, pasando, por supuesto, por los compañeros de trabajo, los superiores y los subordinados, los clientes y quienes tengamos en cada momento a nuestro lado.

Además de sonreír, para tener paz por dentro con una agenda repleta de cosas, es preciso planificar bien el tiempo y decirnos con convencimiento "hoy no tengo prisa", o quizá mejor, como decía aquel señor a su criado mientras le ayudaba a vestirse, "despacio que tengo prisa". Como hemos de hacer muchas cosas y han de salirnos razonablemente bien y a la primera, sólo haciéndolas despacio, esto es, poniendo en ellas toda nuestra capacidad de atención, podemos sacarlas adelante en el limitado tiempo disponible. Las prisas son muchas veces el peaje de las distracciones, de no prestar a la tarea que tenemos entre manos toda la atención que requiere.

En las pasadas Navidades he visto nevar durante algunos ratos en las montañas de Navarra. Los grandes copos de nieve caían al suelo con majestuosa lentitud y poco después se derretían con el agua del suelo. Al silencio típico de la nevada le acompañaba una clara percepción de un tiempo geológico que nada tiene que ver con las prisas y el tráfago de nuestras ciudades. Aquella contemplación trajo a mi memoria ese lema festina lente!, ¡apresúrate despacio! Estas líneas son una invitación a prestar más atención al momento y a la tarea presente y, por supuesto, a las personas. Tal vez para este nuevo año el mejor propósito sea el regalarse tiempo para hablar despacio con los amigos y preverlo así en nuestra apretada agenda.

 



Fecha del documento: 15 de junio 2006
Última actualización: 15 de junio 2006
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