El Juglar Universitario
nº 3, ene-feb. 2007, p. 3

El estudiante y la gestión del tiempo

Jaime Nubiola
jnubiola@unav.es

 

Cuando hablo con los estudiantes casi siempre se me quejan de que no tienen tiempo, de que tienen tantas cosas que hacer, tantas clases, trabajos, compromisos y cosas diversas que las semanas se les escurren sin darse cuenta como el agua entre los dedos de las manos. Esta actitud llega a su paroxismo en las semanas de exámenes cuando se duelen verdaderamente porque les falta tiempo para preparar cada materia como les gustaría y tratan de estrujar las horas nocturnas bebiendo cafés con la esperanza de que les rindan así un poco más. Las palabras más escuchadas en la biblioteca en esas fechas —me decía una bibliotecaria— son "estrés" y "agobio". Y añadía sabiamente: "Me parece que los alumnos disfrutan mucho en épocas que no hay exámenes y es entonces cuando se cuecen los agobios de ahora. Llama mucho la atención el que los alumnos están ahora venga hacer fotocopias de las clases a las que no asistieron en su día".

Efectivamente, los estudiantes más responsables achacan esa carencia de tiempo a que lo han perdido en los meses o semanas precedentes prestando atención a otras actividades que entonces consideraban más interesantes. En esos casos, como hacía el inolvidable profesor de "El club de los poetas muertos", suelo recordarles el "carpe diem" de los estoicos, aquel sabio "aprovecha el día", vive el presente, disfrútalo a fondo, que en época de exámenes se traduce en "estudia hoy y ahora todo lo que puedas". Tres semanas de exámenes bien aprovechadas, con diez horas diarias de estudio, pueden dar muchísimo de sí.

Hay un personaje estudiantil que me inquieta particularmente. Se trata de aquel que invierte horas y días en hacer calendarios, horarios y plannings que sabe de antemano que no va a cumplir. Toda su planificación es como una droga que le produce inicialmente un "subidón", una formidable sensación de bienestar, pero la triste comprobación a los pocos días de que no ha hecho prácticamente nada le sume en una miseria depresiva que trata de combatir haciéndose un horario y un nuevo calendario todavía más exigente. Nunca los ha cumplido, pero piensa ingenuamente que esta vez sí que lo logrará. El personaje que aquí caricaturizo — y del que todos tenemos algo— piensa que a base de voluntarismo, a base de tenacidad, de apretar los puños y —como ahora se dice— de ponerse las pilas, puede suplir su carencia de hábitos. Pero lamentablemente esto no es así. ¿Quién va a correr un maratón y llegar a la meta sin un entrenamiento previo de semanas y meses? No es problema de voluntad, sino de aprender a gestionar el propio tiempo para lograr así poder hacer en cada momento lo que uno quiera realmente hacer.

Le pedí a una valiosa alumna colaboradora —que vive en una residencia— que hiciera una pequeña investigación en su entorno para compartir su experiencia con los lectores de El juglar. No tiene desperdicio lo que me escribe Teresa y que muestra que mi comentario no son teorías de un "viejo profesor": "He estado hablando con mis compañeras de la falta de tiempo y del estrés en exámenes. Todas coinciden en que en exámenes les falta el tiempo y en que siempre piensan —cuando van a hacer un examen— que si hubieran tenido un día más, habría ido mucho mejor. Pero también dicen que si lo hubiesen tenido probablemente lo hubieran desaprovechado. Me parece que los estudiantes no sabemos estudiar sin presión y sin agobios. Durante los exámenes no hacemos nada (aparte de estudiar), porque se supone que no tenemos tiempo. Pero lo perdemos porque siempre nos da pereza ponernos a estudiar. Así que luego aparecen los nervios, el agobio, la presión... que es lo que todas dicen que menos les gusta de la época de exámenes".

Y añade Teresa, la filósofa periodista: "En cuanto al resto del año, también sienten que les falta tiempo para dedicarse más a ellas mismas: les gustaría poder viajar más, hacer más deporte, apuntarse a clases de algo... Pero siempre piensan que no pueden porque entonces les va a faltar tiempo para estudiar. Lo cierto es que al final les sobra y reconocen que lo pierden en no hacer nada especial: ver la tele, dormir... Les pregunté si la supuesta falta de tiempo les impedía relacionarse y la respuesta fue unánime: NO, todas pierden el tiempo precisamente por socializar demasiado, sobre todo en una residencia en la que es muy fácil encontrar a alguien con quien hablar hasta las tantas. Así que la mayoría pasa el curso sin hacer casi nada de lo que tenía previsto porque la carrera no se lo permite y, al final, se dan cuenta de que lo que no les dejaba hacer nada era su propio agobio y su propia pereza. Luego se ponen nerviosas y se angustian porque ven que el tiempo pasa y no hacen nada y que cada vez queda menos tiempo para estudiar, que era lo que realmente les importaba. Casi todas reconocen que se pasan más tiempo haciendo horarios que cumpliéndolos y que casi nunca logran cumplir alguno. En resumen, todas creen que les falta tiempo, por lo que no hacen planes extra-universitarios y luego, como ven que les sobra, lo pierden. Para cuando se dan cuenta, dicen, es demasiado tarde y entonces sí que les falta realmente: se agobian y estudian contra-reloj, dopadas a café y red-bull (y la mayoría dicen que ya ni les hacen efecto por tomar demasiado)". El testimonio de Teresa refleja bien —me parece— la experiencia vital de muchas estudiantes que no saben en realidad cómo gestionar su tiempo para disfrutarlo de verdad. Curiosamente, todas echan de menos no poder ir más a casa y estar con los suyos: familia y amigos.

Como vivo en un Colegio Mayor masculino, tengo comprobado que la falta de habilidad en la gestión personal del tiempo no es muy distinta en el caso de los estudiantes varones. La única diferencia importante es quizás el tiempo dedicado a la pantalla. ¡Cuánto tiempo invertido a lo largo del curso en juegos de ordenador para disipar el aburrimiento se convierte en lamentos a la hora de los exámenes!

Las recomendaciones de asesores y profesores hacen poca mella efectiva en la vida real de los alumnos más jóvenes. Parece que sólo se aprende dándose —como se dice— el batacazo en los primeros exámenes y descubriendo dolorosamente que debía haberse comenzado a estudiar al principio del semestre tal como todos le decían a uno.

Siempre digo a mis asesorados que la asignatura más importante son ellos mismos. Para muchos la gestión del tiempo es todavía su asignatura pendiente.


Fecha del documento: 29 de noviembre 2007
Última actualización: 29 de noviembre 2007
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