Curso doctorado Metodología Filosófica
Prof. Jaime Nubiola
Universidad de Navarra

La responsabilidad de empezar bien:
el resumen y la introducción

Gonzalo Herranz
Medicina Clínica, 86 (1986), pp. 205-206




En Medicina, el autor verdadero, el que tiene algo interesante que decir, debe guiarse cuando escribe por un doble propósito: el de ser leído y entendido. Escribe para publicar, y publica para que le lean y le entiendan. Hay otros géneros literarios, el de los diarios íntimos o el de los programas electorales de los partidos políticos, por ejemplo, cuyos autores, mediante la guarda cuidadosa del manuscrito o el uso astuto del lenguaje abstracto, procuran o que nadie pueda leerlos o que quienes le leyeren no les entiendan. En las publicaciones científicas no debe ser así: la piedra de toque del talento del autor es precisamente su capacidad de hacerse leer y entender. A este propósito, el resumen y la introducción juegan un papel mucho más importante de lo que pueda sospecharse. Es cierto que el título del artículo es como el grito del vendedor que vocea su mercancía para atraer la atención de los compradores1. Pero cuando éstos se deciden a comprar no es al escuchar el pregón, sino a la vista del género que se les ofrece: primero lo examinan, lo sopesan, lo prueban y sólo después lo adquieren o lo rechazan. En el mercado de la comunicación científica, el resumen y la introducción vienen a ser la muestra que el autor ofrece y el lector escudriña.

El resumen ha de ser breve. Las Normas uniformes le señalan una extensión mínima de 150 palabras y describen así su contenido: indicar el propósito del artículo y lo esencial del material, de los métodos y de los hallazgos principales; destacar las conclusiones más relevantes y los aspectos nuevos e importantes2. Un resumen así construido corresponde al tipo llamado informativo, pues hay otro tipo de resumen, el indicativo o descriptivo, más apropiado para los artículos de revisión o para los informes de congresos y reuniones, que viene a ser un índice de las materias revisadas o incluidas en ellos3.

Una cosa está clara: decir todo lo que hay que decir en tan pocas palabras sólo puede alcanzarse gracias a la exigente supresión de lo superfluo. Es remoto el riesgo de que el autor deje de incluir algo esencial en el resumen. Ha de empeñarse más bien por eliminar frases abstractas y complejas, y pugnar para que esas 150 palabras permitidas formen frases claras y con sustancia. Y también ha de cuidar de que los datos cuantitativos sean exactos: es esencial que el resumen esté libre de erratas4.

Pues sucede que el resumen es la parte más leída del artículo5. Por eso, es la que hemos de cuidar más. Muchos lectores no tienen ni suficiente tiempo ni interés para estudiar el artículo en su integridad, pero sí para hacerse una idea de él, leyendo el resumen. Así es como muchos adquieren una idea general del progreso de la Medicina.

El resumen llegará a muchísimos más lectores si es reproducido en alguno de los servicios de información bibliográfica basada en resúmenes. El éxito de las revistas de resúmenes (Excerpta Medica, Biological Abstracts, Chemical Abstracts) nace de la superioridad informativa que tiene el resumen sobre el mero título del artículo. Para que un resumen sea seleccionado para esas publicaciones deberá cumplir ciertos requisitos: que el artículo que condensa tenga interés, que esté redactado con precisión y claridad, y sobre todo, que su versión al inglés sea correcta. Hace años, la tarea de redactar resúmenes para esas revistas era encargada a expertos; ahora, lo ordinario es publicar el resumen hecho por el propio autor. Por eso, todo el esfuerzo que se ponga en satisfacer esas exigencias se verá recompensado. Un buen resumen es la clave para la difusión del artículo. El resumen es también un factor importante para que el artículo sea aceptado para publicar. El editor o el consejero editorial de una revista, cuando evalúan la calidad de un artículo, lo primero que hacen es leer el resumen: si éste les causa mala impresión, el artículo será rechazado sin más averiguaciones o será considerado con una actitud severamente crítica.

Una última consideración sobre el resumen. Algunas veces será bueno posponer su redacción al final, cuando ya están terminadas las otras partes del artículo, pues sólo entonces el autor puede ver su contribución en sus verdaderas dimensiones. Pero casi siempre convendrá lo contrario, es decir, empezar por el resumen. La operación es destilar en él la esencia del artículo que va a escribirse, puede alguna vez dar por resultado unas gotas, tan pocas o insípidas, del licor de la ciencia, que el autor llegará a la conclusión de que allí no hay nada importante que decir. "Todos, ha dicho Berenblum6, seríamos más felices si se publicaran menos artículos, pero son siempre los artículos de los demás, y nunca los propios, los que son superfluos". El resumen es una buena piedra de toque de la calidad o de la falta de calidad del artículo que uno se prepara a escribir. Es la mejor ocasión de abandonar a tiempo y sin dolor la aventura y de contribuir a la felicidad de todos.

Por todas estas razones, el autor prudente nunca cree que esté malgastando las horas que destina a escoger y reordenar cuantas veces sea necesario las 150 palabras del resumen, las más decisivas de su artículo. Y escoge también cuidadosamente las palabras clave. Han de servir a los codificadores para catalogar el contenido del artículo. Nos recomiendan las Normas2 que en la medida de lo posible se usen términos ya incluidos en la lista de conceptos médicos del Index Medicus. Esas palabras clave dirán a los buscadores de bibliografía si nuestro trabajo trata de los asuntos en que ellos están interesados: son, por tanto, un eficaz reclamo para llamar su atención sobre nuestro artículo y lograr el objetivo fundamental de que sea leído.

Las Normas recomiendan al autor que en la introducción indique con claridad el propósito de su artículo y que señale brevemente sobre qué bases funda su estudio u observaciones. Le aconsejan, además, que no haga una revisión extensa del tema, sino que se limite a señalar las referencias bibliográficas estrictamente necesarias2.

Es en la introducción donde de verdad empieza el artículo. Las Normas vienen a decir al autor que, sin más preámbulos, entre en materia, que sea claro y breve y, sobre todo, que sea precisamente él quien lleve la voz cantante y no los autores que cita. Le ha llegado al autor el momento de demostrar su personalidad y el rigor de sus ideas, cualidades que se miden en la pericia con que nos presenta el problema.

Sin embargo, son muchos los artículos que arrancan con poco brío. Lo hacen, a veces, con palabras tomadas miméticamente de artículos publicado por otros autores. Apenas tropezarse, aquí y allí, con primeras frases estereotipadas, algunas de mal disimulada ascendencia anglosajona. Parece como si el autor no hubiera podido superar su timidez y se dijera: si con este exordio un artículo se ha abierto camino hasta las páginas de tal prestigiosa revista, esas mimas palabras son la garantía de que el mío será aceptado. Renuncia ya en la primera frase a ser auténtico y con ello se resigna en su subconsciente ser un imitador para el resto del artículo. Puesto a copiar, puede el autor optar por el socorrido modelo cronológico: "En años recientes se ha descubierto un número creciente de casos..." o "Desde el final de la pasada centuria..."; o puede echar mano del cliché progresista: "Entre los dramáticos avances recientemente acumulados sobre la inmunología de tal problema, ninguno tan revolucionario..." o puede recurrir al estereotipo lexicográfico, que dedica las primera líneas de la introducción a reproducir la definición de la enfermedad con referencia, tomada literalmente de un diccionario médico o de la edición más reciente de un tratado clásico.

Por el contrario, el autor ha de esforzarse para que el cuerpo de la introducción sea original y vigoroso, fuerte pero sin llegar a macizo. Hay quienes empaquetan en unos párrafos amazacotados una cantidad excesiva de datos co la ingenua intención de parecer eruditos o con el propósito de inflar la bibliografía con citar a granel. Apenas han escrito media docena de líneas y ya han citado tres decenas de trabajos. Tal desproporción entre lo que el autor aporta de su propia cosecha y lo que toma prestado de los otros es un índica más de falta de personalidad que de puesta al día. Böttiger7 lo ha dicho muy bien: "Las referencias deberán limitarse a las que corroboran los hallazgos del autor, ¡si fuera necesario!, y a aquellas que proporcionan caminos hacia la bibliografía anterior. Exclúyanse las referencia antiguas, los lugares comunes y usar sólo las recientes y claramente importantes". Conviene olvidar que lo que la gente espera de un autor es que sea portavoz de su propio pensamiento o del de los otros.

King8 ha analizado las dificultades con que tropieza el autor al comienzo del artículo. Piensa que la principal es la viscosidad de la mente humana que, para producir una escritura que valga la pena, debe vencer mucha fricción interna. Las ideas tienden a enredarse unas con otras, y es precisamente eso lo que hace tan laboriosa la escritura científica sobre todo en las primeras horas que dedicamos a escribir un artículo. ¿Cómo superar esa viscosidad? Quizá no hay otro camino mejor que el de reducirla por agotamiento. Pongamos libremente sobre el papel lo que vaya produciendo nuestra mente. Sólo entonces, podremos tachar frases, suprimir párrafos, eliminar páginas enteras: poco a poco, del caos inicial irá surgiendo el orden. Álvarez9 cuenta que muchas veces, como editor, hubo de decir a los autores cosas de este tenor: "Aceptaré su manuscrito si usted le arranca el preámbulo y lo hace comenzar en la página 4. Quiero que vaya usted directamente al grano".

Esto puede parecer duro, pero es preciso que el autor se eduque en la autodisciplina de atenerse sin concesiones a su problema y plantearlo con la máxima sencillez posible. Ese esfuerzo tendrá un premio, porque la gente sabe distinguir a los autores buenos de los mediocres. Oigamos a Álvarez9: "Una razón por la que un hombre joven debería afanarse en escribir de modo que despierte interés y siempre sobre algo que merezca la pena es que quizás, algún día, miles de médicos por todo el país, al ver su nombre en la cabecera de un artículo, se pararán a leerlo. Se dirán: este compañero siempre tiene cosas que decir y las dice bien. Vamos a ver que es lo que le ha interesado esta vez".




Notas

1. Asher R., "Why are medical journals so dull?", Br Med J 1958: 2: 502-503.

2. Comité Internacional de Editores de Revistas Médicas. Normas uniformes para los originales enviados a las revistas enviados a las revistas biomédicas. Med Clin (Barc) 1985; 84: 184-188.

3. Day R.A., How to Write and Publish a Scientific Paper. Filadelfia, ISI Press 1979: 20-22.

4. Huth E.J., How to Write and Publish papers in the Medical Sciences. Filadelfia, ISI Press 1982: 77-78.

5. Roland C.G., "The Summary or abstract", JAMA 1968; 205: 97-98.

6. Berenblum I., "Cancer Research in historial perspective. An autobiographic Essay", Cancer Res 1977; 37: 1-7.

7. Böttiger L.E., "Reflections on references", Acta Med Scand 1983; 214: 1-2.

8. King L.S., "The Opening sentence", JAMA 1967; 202: 199-200.

9. Álvarez W.C., "Medical Writing", Int Rec Med 1955; 168: 648-649.




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Última actualización: 21 de septiembre 2010