EL FONDO DE LA ACTUALIDAD
La Gaceta de los Negocios
,
18 de noviembre 2005, p. 10

El más débil es el más digno

Jaime Nubiola
jnubiola@unav.es



Bertrand Russell describió en el hermoso prólogo de su Autobiografía las tres intensas pasiones que habían conducido su vida. Bajo el título "Para qué he vivido", explicaba el filósofo británico cómo "el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad" habían gobernado sus días como grandes vendavales llevándole de acá para allá. Los dos primeros, el amor y la ciencia, añadía Russell, "me transportaban al cielo, pero siempre la piedad me hacía volver a la tierra. Resuena en mi corazón el eco de los gritos de dolor. Niños hambrientos, víctimas torturadas por sus opresores, ancianos desvalidos que son carga odiosa para sus hijos, y todo un mundo de soledad, pobreza y dolor convierten en una burla lo que debería ser la existencia humana. Deseo ardientemente aliviar el mal, pero no puedo, y yo también sufro". En las pasadas semanas, al contemplar los rostros desesperados de los subsaharianos en las vallas de Ceuta y Melilla, al ver sus manos desgarradas por el alambre de espino y, sobre todo, al advertir penosamente mi personal incapacidad por hacer nada efectivo que aliviara aquellos sufrimientos, acudían a mi memoria estas palabras del premio Nobel de Literatura de 1950.

En esos mismos días una breve frase acuñada por el oncólogo palentino Felipe Calvo me devolvió un poco la esperanza: "El más débil es el más digno" afirmaba con convicción el médico amigo, al tiempo que invitaba a los médicos y profesionales de la salud a transmitir con nitidez a todos los ciudadanos esta hermosa actualización de un viejo criterio de la medicina humanista. "En medicina —explicaba— el más digno es el más frágil. La pérdida de autonomía y el desarrollo de discapacidad, sólo pueden excitar en nosotros el sentimiento de ayuda, compasión y respeto. Antes que palabras y lenguaje estructurado, los homínidos superiores desarrollaron el hábito sistemático de curar a sus heridos y atender a los enfermos". Se trata de una afirmación muy consoladora para quienes a veces —ante la acumulación de terribles experiencias— dudamos de la efectiva humanidad de nuestros congéneres, quizá en particular de los más poderosos.

Desconozco si la biología comparada o la etología humana pueden proporcionar alguna prueba fehaciente de esa afirmación experta, pero al menos resulta muy reconfortante pensar que la conducta altruista, la actitud de cuidarnos los unos a otros, de velar los más fuertes por los más débiles, es en los seres humanos una realidad todavía más básica que la actividad lingüística. Así como un rasgo típico de los seres humanos ya desde la infancia, a diferencia de la mayor parte de los demás primates superiores, es la actitud espontánea de compartir los alimentos, el cuidado de los más débiles parece ser otro rasgo humanizador típico, otra conducta específica de los seres humanos, como pueden serlo también los ritos funerarios. Más aún, puede decirse con la antropología filosófica que la atención de los más débiles y necesitados es lo que a los seres humanos nos hace realmente humanos. A la experiencia personal de cada uno me remito como prueba de esta tesis, pues cuántas veces al cuidar a un niño, a un enfermo grave, a unos necesitados, nos hemos quedado convencidos de que realmente más nos ayudaba el necesitado a nosotros que nosotros a él. Por el contrario, despreciar al débil, abandonarlo, o por lo menos ni siquiera compadecernos de él, nos parece en verdad inhumano.

Copio lo que me escribía una colega de Universidad: "Yendo el otro día en el autobús presencié el dolor de un inmigrante de raza negra ante unas palabras de otros pasajeros que no llegué a escuchar. Este joven gritaba dolorido diciendo, en un español bastante bueno, que nos habíamos olvidado de que muchos españoles habían sido también inmigrantes, que en otros países europeos como Holanda, Bélgica o Francia había personas de raza negra que eran tratadas como auténticos ciudadanos, no como unos intrusos que venían a robarles el pan. Los gritos, casi aullidos, me traspasaban el alma. Se notaba que tenía un enorme dolor clavado y que necesitaba el consuelo de alguno de nosotros. El chófer del autobús en una de las paradas, se enfrentó con él diciéndole que se callara, que sólo hablaba de derechos y no de deberes, como todos los inmigrantes. Ante esas palabras el joven de raza negra exclamó 'Es que, señor, a mí me duele el corazón!'". Aquella desgarrada exclamación del inmigrante de color encuentra eco, sin duda, en cada uno de nosotros hasta hacer también que duela nuestro corazón. "¿Adónde hemos llegado en esta sociedad tan 'desarrollada' —concluía mi colega, lamentando no haberse atrevido a dar un abrazo a aquel joven para consolarlo— cuando de labios de una persona necesitada y débil se oye este grito de dolor?"

¿Quién es realmente el más digno? Cuenta la historia legendaria que a la pregunta hecha al emperador Alejandro Magno, antes de su muerte, sobre la sucesión del Imperio, respondió que lo dejaba "al más digno". Los generales se distribuyeron las regiones del imperio macedonio, y como cada uno de ellos se consideraba el más digno se enzarzaron en combates entre ellos. El resultado fue que el imperio de Alejandro terminó completamente desgajado: Ptolomeo fundó la dinastía egipcia, Seleuco la de Siria y Antípatro se quedó con Macedonia. Algo semejante pasa todos los días en las organizaciones políticas o empresariales cuando se pone en juego la discusión de las dignidades. Por el contrario, todos tenemos bien comprobado cómo en el seno de las familias el más débil —sea el anciano al que se le va la cabeza, el niño con síndrome de Down o quienquiera que esté enfermo— es en realidad quien manda porque se convierte en el centro de la atención de quienes le quieren. En este sentido suele decirse que las familias son las verdaderas escuelas de humanidad, porque en ellas se enseña aquella conducta altruista realmente definitoria del ser humano. Más aún, en el ámbito familiar ese servicio al más débil se hace de ordinario con una total normalidad, sin aspaviento alguno, aunque sea algo de un extraordinario valor.

En estas semanas al ver las pavorosas imágenes de los subsaharianos trasladados en condiciones inhumanas, con las manos esposadas, todos hemos recordado los campos de concentración nazis y cómo una parte notable de la población civil asistió impávida a las deportaciones, mirando hacia otro lugar o pensando que algo habrían hecho aquellos hombres y mujeres para ser deportados. Suerte hemos tenido nosotros de que algunos valientes miembros de las organizaciones no gubernamentales y de entidades católicas hayan denunciado con vigor esa situación inhumana, que llena de vergüenza a todos. A ellos querría sumar aquí mi voz recordando que entre los seres humanos el más débil es siempre el más digno. No lo olvidemos jamás y recordémoslo a todos, en particular, a los poderosos.

 


Fecha del documento: 23 de junio 2006
Última actualización: 23 de junio 2006
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