EL FONDO DE LA ACTUALIDAD
La Gaceta de los Negocios
,
24 de mayo de 2003, Opinión p. 15

 



El color de la democracia


Jaime Nubiola
(jnubiola@unav.es)





Las jornadas electorales me traen siempre a la cabeza que nuestra sociedad vive en una amalgama de un fundamentalismo cientista acerca de los hechos y de un escepticismo generalizado acerca de los valores. Mientras acudimos a los científicos y expertos más acreditados para resolver algunos problemas muy especializados, dejamos las decisiones de mayor importancia para organizar la convivencia social en manos de los políticos, que en muchos casos no tienen preparación específica para tomarlas. La lectura de los programas de los diversos partidos me sugería esa mezcla de una ingenua confianza en la Ciencia con mayúscula, típica de la modernidad, y de aquel relativismo postmoderno que expresó tan bien nuestro poeta Campoamor con su "nada hay verdad ni mentira; todo es según el color del cristal con que se mira".

En este sentido, puede decirse que la mayoría de nuestros conciudadanos son fundamentalistas en lo que se refiere a la física, a las ciencias naturales, la medicina o incluso el urbanismo y el transporte, pero, en cambio, son relativistas en lo que concierne a la mayor parte de las cuestiones éticas y sociales. Lo peor del caso es cuando este relativismo ético es presentado como un prerrequisito indispensable para una convivencia democrática, sea a nivel local o a escala internacional. Sin embargo, nada podría estar más alejado del genuino ideal de la democracia. Precisamente, la intuición central del filósofo y educador John Dewey era que las cuestiones éticas y sociales no habían de quedar sustraídas a la razón humana para ser transferidas a instancias religiosas o a otras autoridades: "La aplicación de la inteligencia a los problemas morales es en sí misma una obligación moral", afirmaba hace poco y de manera contundente el filósofo de Harvard Hilary Putnam, apelando a Dewey.

La misma razón humana que se ha aplicado con tanto éxito a las más diversas ramas científicas se ha de aplicar también a arrojar luz sobre los problemas morales y sobre la mejor manera de organizar la convivencia social. De la misma manera que el trabajo cooperativo de los científicos a lo largo de sucesivas generaciones ha logrado un formidable dominio de las fuerzas de la naturaleza, un descubrimiento de sus leyes básicas y un prodigioso desarrollo tecnológico, cabe esperar que la aplicación de la razón humana a las cuestiones éticas y sociales producirá resultados semejantes. La democracia no es sólo un sistema de convivencia social en el que todos pueden decir lo que piensan, sino que sobre todo es un sistema en el que todos deben poder pensar lo que dicen. Esto es lo decisivo para la vitalidad democrática. La democracia no crece a base de consultas electorales; crece cada vez que un ciudadano se atreve a dar razón de sus opiniones ante los demás en un diálogo libre y comunicativo.

Algunos dirán que la democracia es el reino de la opinión más que de la verdad, y tendrán razón respecto a todo aquello en que no se pueda alcanzar alguna verdad. Sin embargo, el genuino espíritu democrático requiere esa actitud de buscar y acoger la verdad la diga quien la diga, esté donde esté. La búsqueda de la verdad no es un problema "teórico", sino que se trata más bien de una cuestión genuinamente práctica que nos afecta a todos. Absolutizar el valor de la praxis sería pensar que la verdad es meramente algo fabricado por los seres humanos, y en ese sentido, algo arbitrario, relativo y, por tanto, a fin de cuentas, de escaso valor. Lo que quiero afirmar, en cambio, es que las verdades se descubren y se forjan en el seno de nuestras prácticas comunicativas; que la verdad —como dejó escrito Platón en el Fedón— se busca en comunidad, y que sólo son genuinamente democráticas aquellas comunidades en las que se busca la verdad.

El color de la democracia no es tanto el arco iris de los partidos o coaliciones electorales, sino más bien el que pintamos entre todos. Lo importante es que todos pinten, esto es, que todos piensen, puedan decir lo pensado y sean capaces de escuchar a los demás.



Diseño de la página: 9 de junio 2006
Última actualización: 9 de junio 2006

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