La Gaceta de los Negocios
,
(no publicado)

La cerradura del más allá

Jaime Nubiola
jnubiola@unav.es


Me alegró que en el multitudinario entierro de Jesús de Polanco, el dueño del imperio mediático más importante en lengua española, hubiera un breve responso, una oración pidiendo por el eterno descanso de su alma.

No sé nada de las creencias religiosas que tuvo Polanco, ni de su relación personal con los sacramentos de la Iglesia católica. Sí que he podido comprobar a menudo cómo desde su periódico durante décadas se ha atacado frecuentemente al Papa y a la Iglesia, enarbolando como bandera un laicismo sistemático que aspiraba a la eliminación de la religión en la vida pública. Por eso me alegró que, ante una concurrencia política tan numerosa, el jesuita José María Martín Patino, revestido de sobrepelliz blanco y de estola morada, oficiara una breve despedida religiosa.

Me dicen que fue una hermana del difunto la que pidió la ceremonia religiosa. Quizá muchos de los asistentes al entierro no llegaron a ver al sacerdote por la gran afluencia de gente, pero el responso fue destacado en la prensa y en la televisión, también en los medios del Grupo PRISA. En particular, muchos se fijaron en las palabras de Martín Patino que dijo de Jesús de Polanco que "fue un defensor de las libertades y un buscador de la libertad al que nunca asustaron las amenazas", mientras que otros llamaron la atención sobre el hecho de que el féretro fuera rociado con agua bendita de acuerdo con la más clásica tradición católica.

Cuando los seres humanos nos topamos con la muerte descubrimos que la religión es como una cerradura que nos abre, o nos entreabre, la puerta del más allá. Al usar esta imagen, no pienso en las cerraduras modernas sin encanto ninguno, sino en aquellas antiguas para llaves grandes que permitían atisbar a través de ellas, para entrever algo de lo que sucedía al otro lado. Las ceremonias religiosas que rodean a la muerte son como una clave que encierra todo el sentido de la vida humana.

En mi juventud me parecía que los entierros y funerales, esquelas y misas de aniversario, eran expresión de la marcada necrofilia social que caracteriza a la tradición hispánica. Conforme pasan los años mi percepción va cambiando y de forma creciente la muerte y los ritos funerarios me imponen un mayor respeto. Cada vez que bajo a Berichitos —donde está el cementerio de Pamplona junto al Arga— a enterrar a un amigo pienso: ¡Aquí vendré yo, esperadme! Cada día que entierro a un amigo o conocido despido un trozo de mi biografía. Decía hace poco Paul Auster en una entrevista: "Cuando uno llega a los cincuenta años ha perdido a parte de las personas que ha querido y lo han querido. Hay más tiempo por detrás que por delante. Uno camina con fantasmas por dentro. Yo tengo tantas conversaciones con los muertos como con los vivos". A mí me pasa lo mismo.

La familia Polanco podía haber organizado un entierro totalmente "laico", pero no quiso, y eso es para mí algo importante, que puede hacer reflexionar a más de uno de los poderosos y de quienes no lo somos tanto, pues —como dice el poeta— al final la muerte a todos iguala. Por eso el responso del sacerdote amigo en el entierro de Polanco me pareció como un guiño afectuoso de Dios; me pareció como una ingeniosa manera de invitar a todos a atisbar por unos momentos a través del ojo de la cerradura del más allá.

 


Fecha del documento: 29 de noviembre 2007
Última actualización: 29 de noviembre 2007
[Página Principal] [Sugerencias]

Universidad de Navarra