Publicado en J. L. Illanes et al (eds.):
El cristiano en el mundo. XXIII Simposio Internacional de Teología,
Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, Pamplona, 2003, 459-466.

XXIII Simposio Internacional de Teología de la Universidad de Navarra:
El cristiano en el mundo: En el centenario del nacimiento del Beato Josemaría Escrivá (1902-2002)
Día 2º: La acción del cristiano en el mundo, ponencia 3ª: El mundo como tarea cristiana, 11 abril 2002



La tarea del filósofo


Jaime Nubiola*
Universidad de Navarra, España
jnubiola@unav.es





El mejor legado del Beato Josemaría para quienes se dedican a la filosofía es muy probablemente su enseñanza acerca de la unidad de vida. El empeño por llevar a la práctica esta enseñanza es capaz de conferir un hondo sentido vocacional a cualquier trabajo o profesión que un cristiano lleve a cabo. En el caso de quienes se dedican profesionalmente a la búsqueda de la verdad el esfuerzo por articular unitariamente pensamiento y vida que esa unidad de vida supone, es además capaz de transformar enriquecedoramente la propia profesión filosófica.

En el marco de la Ponencia 3ª "El mundo como tarea cristiana", el objetivo de esta comunicación es ilustrar —de modo necesariamente muy breve— cómo la vocación cristiana ilumina por entero la profesión filosófica confiriéndole un sentido muchísimo más hondo y a la vez muchísimo más atractivo. Realmente nada es más ajeno a la vocación del filósofo, tal como la entiende el Beato Josemaría, que la sombría figura de El pensador de Rodin o la tópica imagen moderna del filósofo solitario. Por el contrario, para el fundador del Opus Dei el filósofo es una persona con una tarea ilusionante que convoca su vida entera y le abre por completo a los demás.

Organizaré mi exposición en tres secciones: 1) Una primera sobre el Beato Josemaría y la filosofía; 2) la segunda, centrada en el trabajo filosófico como vocación, y 3) una tercera, a modo de conclusión, sobre la tarea que corresponde a quienes se dedican a la filosofía en este nuevo milenio.


1. El Beato Josemaría y la filosofía: primeros cristianos

El Beato Josemaría predicó una y otra vez que el mensaje del Opus Dei entronca directamente con el Evangelio y con la vida de los primeros cristianos empeñados seriamente en lograr una genuina unidad de vida. A todos les presentaba de una manera particularmente atractiva la llamada vida oculta de Jesús en Nazaret, sus años de ejercicio profesional, y el luminoso ejemplo de los primeros cristianos que a través de sus profesiones convirtieron en tres siglos el Imperio Romano a la fe de Cristo. Su enseñanza de la vocación universal a la santidad tenía y sigue teniendo unas profundas consecuencias para todas las personas que la acogen, sea cual sea su profesión, pues se trata de buscar la santidad precisamente a través del ejercicio profesional hasta llegar a poner a Jesucristo —como dijo muchísimas veces— en la cumbre de todas las actividades humanas.

La noción de unidad de vida, tan querida por el Beato Josemaría, tiene una capital importancia para la cuestión que aquí se aborda, pues precisamente la filosofía es para los primeros cristianos esa sabiduría que permite articular unitariamente los diversos estratos de la existencia humana. Por eso, aunque el Beato Josemaría no se dedicara a la filosofía, ni tuviera una enseñanza filosófica especial que los miembros del Opus Dei debieran aprender y seguir, sí que puede decirse, sin embargo, que toda su vida fue en cierto sentido profundamente filosófica, en cuanto estuvo presidida por un vigoroso empeño por articular unitariamente doctrina y vida, lo más espiritual y lo más material, y por el generoso afán de presentar a los demás esa unidad alcanzada vitalmente de una manera que resultara a la vez razonable y atractiva hasta el punto de encender en quienes le escuchaban y trataban —con la gracia de Dios— los deseos de santidad. Para el Beato Josemaría "la superficialidad no es cristiana"1, ni es cristiana la mera yuxtaposición de prácticas piadosas o la compartimentación de la vida de fe y la vida ordinaria, separando el trato personal con Dios de la vida profesional y de la relación con los demás.

En este sentido resulta muy esclarecedor comprobar que entre los griegos la filosofía era sobre todo una forma de vida, y que de esta misma manera era concebida por los primeros cristianos, y en especial por los primeros cristianos filósofos, por ejemplo, San Justino, Clemente de Alejandría, Orígenes, o de modo muy particular San Agustín. Para unos y otros la filosofía abarcaba no sólo las discusiones teóricas, sino también el conocimiento de uno mismo, e implicaba una forma determinada de vivir. En contraste con esta tradición, la profesionalización de la filosofía en las universidades a partir del siglo XIII trajo consigo en muchos casos su desvitalización, su transformación en una escolástica en el peor sentido del término, desgajada de la dimensión de perfeccionamiento personal2. Este fenómeno se generalizó en la Edad Moderna cuando los filósofos comenzaron a verse a sí mismos más como hombres de ciencia que como maestros de vida, y este proceso ha llegado quizás a su culminación en la actualidad. La filosofía profesional se ha convertido en el mejor de los casos en erudición o en la discusión de abstrusas cuestiones de lógica, filosofía del lenguaje o de la ciencia, pero tiene poco de genuina indagación personal. Esto es así en muchos departamentos de filosofía de Europa y Estados Unidos, dominados por la tradición analítica, pero lo mismo puede decirse de muchos otros departamentos dominados por tradiciones racionalistas o escépticas en las que la filosofía no tiene nada de búsqueda personal, ni por supuesto aspira al perfeccionamiento de quienes la practican.

Por estas razones, considero que la enseñanza del Beato Josemaría sobre los primeros cristianos afecta muy directamente al modo de concebir y desarrollar el trabajo de quienes se dedican a la filosofía desde el horizonte de su vocación cristiana. A mi modo de ver, el Fundador del Opus Dei les está diciendo que, como los primeros cristianos, deben aspirar a una integración personal de fe y vida en su trabajo filosófico de la que puedan aprender los demás, y que esa genuina articulación vital sólo es posible en el marco de una profunda y verdadera libertad personal. En la entraña de su mensaje se encuentra una clara apelación a la responsabilidad de cada filósofo por tratar de desarrollar con su pensamiento y su vida una síntesis personal en la que Dios y la fe cristiana estén realmente presentes, y por enseñar y alentar a su vez a quienes les rodean a que lo hagan también.

2. El trabajo filosófico como vocación

Para el Beato Josemaría la vocación profesional es una parte esencial de la vocación divina, de la llamada a la santidad con la que Dios invita a cada persona a seguirle de cerca. Este sentido vocacional, capaz de transformar por completo la existencia de una persona en su vida ordinaria, tiene sin duda una peculiar resonancia cuando quien se siente llamado por Dios es un filósofo, esto es, una persona que está profesionalmente comprometida a integrar la verdad en la propia vida. "Es la verdad —escribe Leonardo Polo— la que encarga la tarea; y el nous se pone en marcha con el encargo de articular el vivir de acuerdo con la verdad"3. La verdad hace posible —añade Polo— que la libertad sea intensa; la verdad encarga la tarea más importante: la de vivir. Efectivamente, cuando un filósofo descubre que es precisamente a través de su trabajo profesional como puede y debe ser santo, la filosofía deja de ser una cuestión de tediosa erudición y se convierte en una tarea que compromete por entero la cabeza y el corazón; se asemeja más a una audaz aventura personal en busca de la verdad, en busca de esa síntesis personal con arreglo a la cual sea posible vivir.

La vocación filosófica es siempre una vocación a la libertad. Sin libertad no hay filosofía porque la fuente de la genuina vida intelectual es siempre la espontaneidad creativa que aspira a forjar mediante la propia reflexión una articulación personal de pensamiento y vida. Cuando la persona que piensa no vive en libertad, o no tiene al menos la libertad interior necesaria para comprender la necesidad y así —parafraseando a Hegel— trascender la necesidad al comprenderla4, no puede verdaderamente hacer filosofía.

El Beato Josemaría fue toda su vida un enamorado de la libertad. No temía a la libertad, porque sabía bien que es un don de Dios y que en el maravilloso juego de libertad y responsabilidad es donde verdaderamente acontece la vida cristiana: sin libertad no se puede amar a Dios5. Cornelio Fabro supo detectarlo muy bien cuando afirmaba que el Beato Josemaría, "hombre nuevo para los tiempos nuevos de la Iglesia del futuro", había captado "por connaturalidad —y también por luz sobrenatural— la noción originaria de la libertad cristiana"6. La afirmación de la primacía existencial de la libertad es válida para todos los hombres, sea cual sea su trabajo o situación en la sociedad, pero —vale la pena reiterarlo— resulta del todo indispensable para quienes se dedican al cultivo de la filosofía.

La armonización de los diferentes horizontes de la existencia que una vida filosófica exige es siempre una tarea personal, y por ello sólo puede ser llevada a cabo en un clima de efectiva libertad. Hasta tal punto es esencial la libertad para el trabajo filosófico que en los Estatutos del Opus Dei se establece la prohibición de formar escuela, de tener una posición corporativa en materias filosóficas, tal como había sido habitual durante siglos en las diversas órdenes y congregaciones religiosas7. Esta normativa expresa sobre todo la prioridad radical que la libertad tiene en el Beato Josemaría. El que los filósofos miembros del Opus Dei no formen una escuela, sino que se inserten en tradiciones de pensamiento diversas y sostengan concepciones filosóficas realmente muy distintas, es la consecuencia lógica del empeño por vivir su personal vocación como filósofos con toda radicalidad desde la intransferible experiencia vital propia de cada uno.

A veces se dice que los límites de la libertad creativa de los filósofos cristianos se encuentra en los contenidos de la fe católica que se convierten en una norma negativa para su trabajo profesional: si en su investigación llegaran a una conclusión opuesta a la doctrina revelada sabrían por la fe que su razonamiento habría errado en alguno de sus pasos y deberían rehacerlo. Es esta —me parece a mí— una visión muy pobre. Por una parte, el contenido cognitivo de la fe católica es una tradición que admite una pluralidad de descripciones, pero, por otra, la fides quaerens intellectum no se conforma con no lesionar la fe, sino que busca positivamente progresar en la comprensión de la fe y en la articulación razonable de fe y vida hasta lograr una integración personal y vital de lo humano y lo cristiano. En este sentido, puede decirse que aquellos miembros del Opus Dei que se sienten vocacionalmente llamados al trabajo filosófico aspiran a mucho más que a llegar a conclusiones que no se opongan a la fe: aspiran a forjar en su vida y en su trabajo, mediante el libre ejercicio de su razón, una articulación vital de sus convicciones cristianas y de su creatividad filosófica que pueda hacer avanzar la comprensión que la humanidad tiene de sí misma, y que puedan entregar a otros para que prosigan a su vez la tarea. Por eso, para un miembro del Opus Dei la filosofía no es sólo libertad, sino que es también y sobre todo responsabilidad, tarea, vocación.

A este respecto hay un texto particularmente luminoso del Beato Josemaría en el que describe algunas de las características que debe fomentar una genuina formación intelectual, que merece la pena su transcripción por entero:

"Para ti, que deseas formarte una mentalidad católica, universal, transcribo algunas características:
-amplitud de horizontes, y una profundización enérgica, en lo permanentemente vivo de la ortodoxia católica;
-afán recto y sano —nunca frivolidad— de renovar las doctrinas típicas del pensamiento tradicional, en la filosofía y en la interpretación de la historia...;
-una cuidadosa atención a las orientaciones de la ciencia y del pensamiento contemporáneos;
-y una actitud positiva y abierta, ante la transformación actual de las estructuras sociales y de las formas de vida"8.

Como muestra bien esta enumeración, para el Beato Josemaría nada hay más alejado de una auténtica formación intelectual que una enseñanza escolástica cerrada sobre sí misma: una genuina formación filosófica requiere siempre amplitud de horizontes, un buen conocimiento de las aportaciones de las ciencias, la atención a las orientaciones del pensamiento contemporáneo y una actitud positiva y abierta a las transformaciones sociales y culturales de las formas de vida.

Pero hay dos de las características incluidas en esa descripción, que son como el anverso y el reverso de una misma moneda, en las que merece la pena detenerse: se trata de la profundización enérgica en lo permanentemente vivo de la ortodoxia católica y en el afán recto y sano por renovar las doctrinas del pensamiento tradicional en la filosofía y en la interpretación de la historia. A mi entender, en la comprensión de una ajustada articulación de estas dos características —que a primera vista podrían parecer incluso opuestas— está en juego el descubrimiento de que la vocación a la libertad que entraña el ser filósofo implica necesariamente la responsabilidad para el cristiano de poner el mejor esfuerzo en volver a pensar las doctrinas permanentes de la tradición, y en tratar de expresarlas con categorías y palabras actuales de forma que puedan ser comprendidas por los demás. "En el pensamiento del beato Josemaría Escrivá, la ortodoxia no se entiende como elemento esclerótico e inerte, capaz sólo de dar a luz actitudes intelectuales y espirituales estáticas, que empobrecen el alma cristiana. Muy al contrario se la concibe como condición viva y dinámica"9. Y añadía Mons. del Portillo en otro lugar: "las certezas que nos ofrece el Magisterio no pueden eximirnos de la reflexión personal, teológica y filosófica, con el fin de mostrar a los hombres de nuestro tiempo el carácter razonable, la inteligibilidad y la profunda humanidad de las exigencias éticas del cristianismo"10.

En este sentido, puede decirse —me parece— que es también enseñanza del Beato Josemaría, heredera de la mejor tradición católica, que el trabajo en filosofía ha de ser siempre una tarea cooperativa, de cooperación en el espacio y en el tiempo con todos aquellos que buscan la verdad y, por tanto, también una tarea en buena medida interdisciplinar, de diálogo efectivo con todos los demás saberes que desde su peculiar perspectiva captan aspectos diversos de una verdad unitaria: "recorremos los caminos todos de la tierra colaborando —con profundo optimismo— en todas las tareas de los hombres de buena voluntad, en búsqueda de verdades —filosofía, ciencias, todo el campo del humano saber— y en el afán de hacer bien a la humanidad entera"11.

3. A modo de conclusión: filosofía para un nuevo milenio

Entender el trabajo filosófico como una genuina vocación cristiana lleva a concebirlo como una gozosa tarea de servicio a la Iglesia, a la sociedad en general, y a todas y cada una de las personas de nuestro entorno, mediante un generoso empeño por ofrecerles los mejores resultados alcanzados en la investigación. El primer resultado es esa personal síntesis de fe y vida que tiene su expresión original en la propia profesión, y que se brinda generosamente a los demás, colegas, alumnos, lectores, a todos los que quieran aprender cómo un filósofo de nuestro tiempo ha intentado articular unitariamente, con sus aciertos y sus limitaciones, los diversos horizontes de su existencia personal y de la cultura en la que está inmerso.

Sin embargo, la síntesis personal no basta. Como escribía Alejandro Llano, el Beato Josemaría nos sigue convocando "a la gran empresa intelectual de realizar una nueva síntesis de los saberes en la que Dios no siga siendo un extraño"12. Algo así venía a decir Juan Pablo II en la encíclica Fides et Ratio: "deseo expresar firmemente la convicción de que el hombre es capaz de llegar a una visión unitaria y orgánica del saber. Éste es uno de los cometidos que el pensamiento cristiano deberá afrontar a lo largo del próximo milenio de la era cristiana"13.

Tal como veo yo las cosas, de modo semejante a como los primeros filósofos cristianos transformaron la cultura grecolatina en la que vivían porque se atrevieron a pensar radicalmente la fe que profesaban, los filósofos cristianos del tercer milenio —entre ellos sin duda quienes vivan las enseñanzas del Beato Josemaría— están llamados a llevar a cabo esa nueva articulación cultural que contrarreste por superación la trágica escisión moderna entre fe y razón, entre vida y filosofía. Hoy en día sabemos que esa nueva síntesis no puede ser realizada de ningún otro modo más que trabajando cooperativamente, escuchándonos los unos a los otros, aprendiendo de todos, pues la verdad no es algo que se pueda poseer individualmente, sino que es más bien el fruto de la cooperación interdisciplinar en el espacio y en el tiempo de todos aquellos que han dedicado sus mejores esfuerzos a alcanzarla. Más aún, con una mayor radicalidad, puede afirmarse también que esa síntesis final no es una doctrina, sino que es sobre todo una activa comunicación afectuosa entre quienes sostienen las diferentes opiniones. El pluralismo no está reñido con la unidad: aquella anhelada síntesis no borra las diferencias personales, sino que las preserva enriquecedoramente, pues la irreductible pluralidad de las criaturas refleja en última instancia la infinita riqueza del Verbo de Dios.

El mejor legado del Beato Josemaría para quienes se dedican profesionalmente a la filosofía es —decía al comienzo— su enseñanza acerca de la unidad de vida. Ahora puedo añadir la explicación de aquella afirmación. La unidad de vida en un profesional de la filosofía cristiano se traduce en un hondo sentido vocacional de su profesión, como llamada a la libertad personal en la búsqueda de la verdad y como exigencia de responsabilidad en la difusión de la verdad alcanzada al servicio de la humanidad en general y al servicio inmediato de quienes tiene a su alrededor. Los filósofos del nuevo milenio han de llegar a encarnar en su vida una concepción de la verdad como tarea, esto es, como algo que ha de vivirse en la práctica y que ha de hacerse precisamente mediante nuestras prácticas comunicativas: veritatem facere in caritate14. Quizá el Papa filósofo Juan Pablo II lo ha expresado mejor que nadie a propósito de la misión a él confiada: "Te doy como tarea la verdad, la gran verdad de Dios, destinada a la salvación del hombre; pero esta verdad no puede ser predicada y realizada de ningún otro modo más que amando"15. La misión confiada a los filósofos de a pie, quizás en particular a los profesores de filosofía, es también en última instancia una tarea de amor en la que no nos faltarán el aliento ni la intercesión del Beato Josemaría.





Notas

* Agradezco la invitación del prof. José Ramón Villar para colaborar en este Simposio sobre el Beato Josemaría. Esta comunicación es deudora de mi trabajo precedente "La filosofía como libertad y como vocación (en las enseñanzas del Beato Josemaría)" en curso de publicación. Debo particular gratitud a los profs. Rafael Tomás Caldera y José Luis Illanes por sus correcciones y sugerencias.

1. J. ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, Madrid 1973, n. 174.

2. P. HADOT, Philosophy as a Way of Life: Spiritual Exercises from Socrates to Foucault, Oxford 1995.

3. L. POLO, Quién es el hombre. Un espíritu en el mundo, Madrid 1991, p. 250.

4. Cfr. L. POLO, Claves del nominalismo e idealismo en la filosofía contemporánea, Pamplona 1993, p. 77.

5. Cfr. A. MILLÁN-PUELLES, Amor a la libertad, en Homenaje a Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer, Pamplona, 1986, pp. 33-6.

6. C. FABRO, Un maestro de la libertad cristiana, en R. SERRANO (ed.), Así le vieron. Testimonios sobre Mons. Escrivá de Balaguer, Madrid 1992, p. 75.

7. Artº 109: "Opus Dei nullam habet propriam sententiam vel scholam corporativam in quaestionibus theologicis vel philosophicis quas Ecclesia liberae fidelium opinione relinquit: Praelatura fideles, intra limites statutos ab ecclesiastica Hierarchia, quae Depositum fidei custodit, eadem libertate gaudent ac ceteri fideles catholici". Pueden consultarse los Estatutos del Opus Dei en A. DE FUENMAYOR, V. GÓMEZ IGLESIAS y J. L. ILLANES, El itinerario jurídico del Opus Dei, Pamplona 1989.

8. J. Escrivá, Surco, Madrid 1986, n. 428. Este texto —escribió Mons. del Portillo— "ilumina los contenidos y el tono de la formación que, con su vida y su magisterio, transmitía a quienes, para formarse, se acercaban a él o a los centros del Opus Dei difundidos en todo el mundo". A. DEL PORTILLO, Rendere amabile la verità, Ciudad del Vaticano 1995, p. 432.

9. A. DEL PORTILLO, Rendere amabile la verità, p. 433.

10. A. DEL PORTILLO, Rendere amabile la verità, p. 374.

11. J. ESCRIVÁ, Carta 15-VIII-1964, n. 7; cf. F. PONZ, "Principios fundacionales de la Universidad de Navarra", en Anuario de Historia de la Iglesia X (2001), p. 50, n. 120.

12. A. LLANO, "Un hombre de Dios en la Universidad", en Anuario Filosófico XXV/2 (1992), p. 268.

13. Juan Pablo II, Fides et Ratio, 1998, n. 85.

14. Cf. Efesios, 4,15.

15. JUAN PABLO II, Cruzando el umbral de la esperanza, Barcelona 1994, p. 161.



Última actualización: 27 de agosto 2009

[Jaime Nubiola] [Sugerencias]