EL FONDO DE LA ACTUALIDAD
La Gaceta de los Negocios
,
8 y 9 de mayo de 2004, Opinión, p. 43

 



Aprender de la vida americana


Jaime Nubiola
(jnubiola@unav.es)





Mientras esperaba ayer en el populoso aeropuerto de Chicago el avión de Iberia que me traería a España, pude tomar una cerveza Samuel Adams en un bar auténticamente americano con veinticuatro televisiones encendidas a la vez, de las que afortunadamente sólo una de deporte tenía sonido. Yo era el único que prestaba atención al canal de la CNN y ahí pude leer la opinión del influyente senador demócrata Joseph Lieberman acerca de la guerra de Irak: "Cada vez que estoy con algún pariente de los soldados norteamericanos que han muerto en Irak me piden que haga todo lo que pueda para que su muerte no haya sido en vano". Mientras daba vueltas al peso relativo de los muertos en las acciones de guerra y los muertos en accidentes de coche —43.000 al año en los Estados Unidos y 4.500 en España—, venían a mi cabeza tres rasgos de la vida americana que reflejan una cultura muy diversa de la nuestra, pero de los que algo podemos aprender.

El primero de ellos es probablemente una de las cosas que más llaman la atención al español que visita los Estados Unidos. Se trata de la impresionante abundancia de personas obesas, de una envergadura y volumen muchas veces desconocidos en nuestro país. Hay zonas en las que el viajero se topa cada treinta o cuarenta metros con una masa descomunal de 140 ó 150 kilos de carne. El sobrepeso es verdaderamente una enfermedad nacional y, al menos por ahora, no se acierta con medios eficaces para curarla. Suelen decir que la causa de este exceso es una mala alimentación, pero en muchas ocasiones no se advierte que esa nutrición inadecuada guarda relación directa con la carencia de disciplina alimentaria, con el dejarse llevar por el capricho de la gratificación instantánea de los helados y demás chucherías y, sobre todo, por estar comiendo a todas horas.

Lo que se dice de las personas obesas puede en muchos casos aplicarse también a las organizaciones e incluso a los países. Hay empresas y corporaciones que tienen exceso de peso: han crecido desmesuradamente acumulando tanto tejido adiposo que les resulta muy difícil avanzar con agilidad, sobrevivir creativamente en un entorno competitivo. No siempre es fácil detectar esa obesidad paralizante, pues las organizaciones orondas tienden a verse a sí mismas con una extraordinaria dosis de satisfacción autocomplaciente. En este sentido, no hay una báscula para las organizaciones o los países que denuncie su exceso de peso, pero sí hay una señal de alarma: el bloqueo de la creatividad. Cuando el estilo de una organización o de un país hace imposible su regeneración desde dentro, la renovación enriquecedora, es señal evidente de anquilosamiento, de esclerosis. Cuando a mis estudiantes les pregunto cómo se imaginan gráficamente un defecto casi siempre me contestan que "estar gorda", sin caer en la cuenta de que la gordura no es un defecto, sino que, al contrario, se trata estrictamente de un exceso. Los defectos son carencias y se compensan con rellenos, implantes y cosas así, mientras que los excesos requieren cirugía o un cambio drástico de dieta o de estilo de vida.

El estilo de vida americano, pero sobre todo el tipo de comida, lleva efectivamente a la obesidad. Es de temer que se nos contagie también a nosotros por la impresionante influencia que tiene en nuestra sociedad los modos de vida americanos. En contraste, hay otros dos rasgos de la vida americana de los que, a mi entender, podríamos aprender mucho. En primer lugar, la amabilidad; y en segundo lugar, el espíritu de libertad.

Efectivamente, para el visitante español que sabe un poco de inglés, la extraordinaria amabilidad de la gente normal y corriente de los Estados Unidos llama la atención de inmediato, quizá porque contrasta muy llamativamente con el trato adusto que a veces nos prodigamos entre nosotros y no digamos del que a menudo aplicamos a los extranjeros, a los "guiris". Los españoles solemos descalificar esa sonrisa y amabilidad norteamericanas —"sonrisa profidén" explicamos desdeñosamente—, diciendo que les pagan para ello, que es una conducta del todo artificial y otras lindezas parecidas. Sin embargo, cuando viajo a los Estados Unidos agradezco muchísimo que me traten siempre con amabilidad, me expliquen pacientemente y con una sonrisa lo que no entiendo, aunque eso signifique también a veces hacer colas, leerse las instrucciones y cosas por el estilo. Compruebo casi siempre que se trata de personas que se empeñan mediante su sonrisa y su atención por hacer más amable la vida a los demás. Son probablemente mejores ciudadanos, más solidarios, más conscientes del valor de los frágiles lazos de la convivencia humana.

Me parece muy importante este talante amable y solidario, típico de los norteamericanos de a pie, pero todavía lo es más el profundo respeto a la libertad y al pluralismo que impregna la vida americana hasta sus más pequeños detalles. No es sólo los modos de vestir, que siempre nos desconciertan a los españoles por su notable informalidad, su formidable diversidad y la carencia total del sentido del ridículo que tanto nos afecta a nosotros, sino que, sobre todo, son las diversas formas de vida, la pluralidad étnica, la convivencia respetuosa de las religiones y de las tradiciones culturales más diferentes. En esa multiculturalidad hay algo profundamente enriquecedor, de la que podemos aprender muchísimo los españoles de los comienzos del siglo XXI cuando comenzamos a vivir en una sociedad cada vez más multicultural gracias a las sucesivas oleadas de inmigrantes.

Hace justo sesenta años, en 1944, el famoso juez norteamericano Learned Hand decía en el Central Park de Nueva York en la celebración del día de la ciudadanía: "El espíritu de la libertad es el espíritu del que no está demasiado seguro de lo que es correcto; el espíritu de la libertad es el espíritu de quien busca comprender la mentalidad de los demás hombres y mujeres; el espíritu de la libertad es el espíritu de quien valora sin parcialidad los intereses de los demás junto con el propio interés". Es un programa difícil: se trata, por una parte, de persuadirnos cada uno de que no somos los dueños de la verdad, de que los demás pueden tener —al menos a veces— mejores razones que las nuestras, y por otra, de empeñarnos por comprenderles y, en la medida de nuestras posibilidades, por favorecer sus intereses y no sólo los propios.

Casi todos los españoles nos consideramos superiores a los norteamericanos. Quizá en el momento presente deberíamos redimensionar esa convicción y limitarla tan sólo a la superioridad de la dieta mediterránea y del aceite de oliva, que no producen obesidad ni arteriosclerosis. En cambio, podríamos empeñarnos en aprender de la cultura norteamericana tanto la amabilidad personal, que es el rostro humano de la convivencia democrática, como el espíritu de libertad, que es verdaderamente su alma, su fuerza motriz.



Diseño de la página: 15 de junio 2006
Última actualización: 15 de junio 2006

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