la Bella demasiado Durmiente

the sleeping beauty or a matter of style

La tradición ornamental acumula los recursos y sus transformaciones, que quedan a disposición del diseñador, para que los utilice conforme quiera. El conjunto de recursos se aplica para obtener resultados semejantes en una gran diversidad de objetos, que cobran así un cierto parecido. Y llamamos estilo precisamente al conjunto de objetos que mantienen esa relación formal. Aunque se precisa alguna mayor matización. Hemos descubierto que ornamentar equivale a crear imagen; y que para crear buena imagen existen fórmulas casi infalibles. Ahora debemos indagar sobre el estilo.

El estilo plantea también cuestiones difíciles. Y de nuevo acudiremos a los textos de Perrault, en busca de ayuda. Además de El Gato con Botas y La Cenicienta, existe otro escrito que aborda estos temas con inteligencia. Me refiero, por supuesto, a la Bella Durmiente del Bosque, texto que debería leer cualquier concienzudo historiador del arte. Por desgracia las versiones no autorizadas desfiguran este relato excepcional en un punto que para nosotros es prioritario.

Habitualmente se cree que esta historia se inicia al nacer la Princesa, porque el Rey olvidó invitar a la más vieja de las ocho Hadas del Reino a la Fiesta del Bautizo. Y es verdad que lo olvidó, pero la Real Oficina de Relaciones Públicas subsanó rápidamente este error. Sucedió que a todas las demás Hadas se les había preparado como regalo unos cubiertos de oro, dentro de un estuche. Algún incauto pensará entonces que el desastre sobrevino porque no hubo cubiertos para la octava Hada.

De ninguna manera. El Servicio de Boca de su Majestad se hizo cargo del asunto. Ningún otra rama de la administración funcionaba en aquellas épocas con igual eficacia. Imaginamos que a una orden del Rey, el Mayordomo Mayor advirtió el descuido al Maestro de Cámara, y éste al Contralor y al Grefier; y ambos avisarían al Guardajoyas, que puso en movimiento a varios pajes y ujieres; y en fin, con un ir y venir, se proveyó inmediatamente los cubiertos necesarios, idénticos al resto.

El verdadero problema fue otro; Perrault lo denuncia claramente. "El rey mandó que le dieran un cubierto, pero no hubo manera de darle un estuche de oro macizo como a las demás, porque no habían mandado hacer más que siete para las siete Hadas". He ahí la tragedia : no hubo posibilidad de obtener otro estuche. Y por tanto la Bella Durmiente cumplió con su destino durante un siglo entero, hasta que la despertó su Príncipe.

Pues bien, si aceptamos como indica el cuento, que la Bella comenzó su sueño cien años antes de que escribiera Perrault, yo aseguraría que el Servicio de Boca de Palacio no se hubiera visto en un aprieto semejante.

Heinrich Aldegrever. Cucharas de viaje y silbato. 1539

figura 3. Heinrich Aldegrever. Cucharas de viaje y silbato. 1539

Busquemos unos buenos cubiertos del siglo XVI (fig. 3) : unos cubiertos magníficamente decorados con zarcillos de acanto, tal y como acabamos de aprender en La Cenicienta. Parece que no costaría nada encontrar un estuche apropiado para ellos. Serviría cualquier caja decorada, que se guardara en Palacio, cualquiera que mostrase hojas de acanto. Si trasladamos la escena al tiempo de Perrault, la cosa se complica un poco. De hecho, se conserva un diseño para el estuche de cubertería de Luis XIV, que no desmerecería delante de un Hada; incluye varios elementos ejecutados todos con el mismo criterio; un criterio más exigente que en la época anterior : vasos para especias, salseras, cubiertos parecen pertenecer realmente al mismo juego. Y por el contrario, se hace evidente que los cubiertos antiguos no corresponderían a ese diseño : se necesitan otros específicos. Otros que llamaríamos de "Estilo Luis XIV".

A.N. Cousinet. "Cadenas", estuche de cubiertos, quizá el confeccionado en 1698 para uso de Luis XIV. Dibujo de 1702. Museo nacional de Estocolmo.

figura 4. A.N. Cousinet. "Cadenas", estuche de cubiertos, probablemente para uso de Luis XIV. Museo nacional de Estocolmo

Esta necesidad de coherencia formal de estilo se haría todavía más patente si la Bella Durmiente hubiera crecido en el siglo siguiente a Perrault. En efecto, unos cubiertos de "Estilo Luis XV" o rococó presentan rasgos más estudiados y precisan un estuche de formas todavía más determinadas y precisas.Por supuesto que cabe encontrar un número indeterminado de estuches rococó, que correspondan a los diseños de los cubiertos. Pero el margen de elección es mucho más estrecho que en los casos anteriores. Y dar fortuitamente con una caja que sirviera de estuche sería imposible : debería fabricarse a tal propósito, como sucedería con todos los demás objetos que intervinieran en aquel banquete.

Johann Baur. Cubiertos a la moda rococó francesa. Mediados del Siglo XVIII. Juste Aurel Meissonnier. Tabatière. Mediados del Siglo XVIII

figura 5. Johann Baur. Cubiertos a la moda rococó francesa. Mediados del Siglo XVIII

figura 6. Juste Aurel Meissonnier. Tabatiere. Mediados del Siglo XVIII

Desde luego, existían en el primer estadio de nuestra narración, el Renacimiento, grandes vajillas de mesa, compuestas principalmente por fuentes, fruteros, soperas y otros recipientes. Pero cada cual comía con platos, vaso y cubiertos propios, y distintos. En esta última época, sobrevienen las vajillas compuestas de cientos de piezas que permiten dar idénticos servicios a todos los comensales; y a las cuberterías hay que añadir las cristalerías, mantelerías, y un larguísimo etcétera, que presentarán la misma apariencia, como requisito indispensable para componer una mesa a tono con las apremiantes exigencias del siglo XVIII. Pero además, a juego con la cubertería, se dispondrá la sillería donde asentar a los invitados, los muebles que guardarán los servicios, las llaves con las que se asegurarán, etc.

Muestras del rococó francés. A Speltz, The styles of ornament

figura 7. selección de rococó francés en A. Speltz, The Styles of Ornament

La unidad asombrosa que poseen estos conjuntos no es algo casual o necesariamente automático. Atendiendo a los encargos de la Corte, los diseñadores reales trasladan los recursos que obtienen éxito de un objeto a otro, creando verdaderas corrientes de moda. Ellos, diseñadores franceses que trabajan para manufacturas reales, capaces de una seriación de alta calidad, proporcionan diseños variados y armónicos para todo tipo de objetos, desde el servicio de mesa hasta los jardines que circundan la sala de banquetes, o las carrozas que llevan a los invitados (y que más de una vez recuerdan una calabaza).

Y así, recurso a recurso, de objeto en objeto, se labra una coherencia formal en un grado poco antes insospechado. Son estos hombres, patronos y artistas de la época de Perrault y sus sucesores, quienes propiamente crean la idea del estilo, tal como nosotros la entendemos.

Deberíamos concluir, por tanto, que el "Estilo Luis XIV" es más estilo que el "Luis XIII"; y el "Estilo Luis XV" es más estilo que el "Luis XIV". De siglo en siglo, de etapa en etapa, la coherencia del diseño, de todos los objetos que han de diseñarse, que deben ataviarse y componerse, se hace cada vez mayor. Poco a poco, se imponen los "juegos". Los conjuntos uniformados, del mismo modo que sucede con los escuadrones de los ejércitos.

the IMPONDERABLES

Hemos de agradecer a la Bella Durmiente que su letargo secular nos haya permitido descubrir esta idea tan atractiva : los estilos son cada vez más estilos. La añadimos a las otras dos que he procurado exponer anteriormente; la primera : decorar es crear imagen, contribuir a hacer recomendables a las personas; la segunda : la tradición ofrece eficacísimos recursos para lograrlo, si se saben utilizar; y ahora la tercera : los recursos con el paso del tiempo se acumulan y se extienden a todo tipo de objetos, suscitando una gran unidad formal.

Son bonitas ideas, suficientes para una Introducción. Podemos darnos por satisfechos. Y concurrir despreocupadamente al banquete que se ofrece en Palacio, ya desencantado, para celebrar las Bodas de la Bella Durmiente y su Príncipe desencantador.

Asiste la flor y nata, Beautiful People, del Reino. Entre la muchedumbre de invitados, hace su entrada -deslumbrante-, provocando oleadas de admiración, La Cenicienta. Los comensales de nuestro entorno murmuran : dilapida fortunas en ropas y coches; y pierde continuamente sus sofisticados zapatos, que nunca acaban de encajarle. Se destaca también el empingorotado Marqués de Carabás. Un parvenu -oímos-, amigo de un Gato horripilante.

No hacemos caso. Tal vez comemos perdices, para festejar estos finales felices; Perrault nada dice de esto. Pero no han dispuesto tenedores. Nos explican que se trata de algo sumamente afectado : sólo los usan gente como el Marqués de Carabás, que efectivamente luce uno a diestro y siniestro; son absolutamente innecesarios : el Rey Luis XIV come las perdices sin ellos, sin mancharse apenas la punta de los dedos.

Aunque nos resulta un poco incómodo, esta anécdota reafirma nuestra tercera idea sobre el estilo : cada vez más objetos, cada vez más parecidos. Todavía no le ha llegado el tiempo al tenedor.

Lo cierto es que entre la ruidosa alegría, la hilaritas del banquete, no dejamos de percibir una cierta inquietud. Perrault tomó nota de ello : "Los violines y los oboes tocaron piezas antiguas, pero excelentes; hacía cien años que nadie las tocaba".

Los rumores suben de tono : la música está completamente obsoleta; a nosotros las piezas nos parecen excelentes. Nuestros vecinos explican que fueron excelentes, sin duda, y gustaron con delirio en su día; pero ahora, después de oirlas repetidamente, el interés que suscitaban ha decaído. El público ha demostrado su cansancio por algo ya rutinario, y se inclina por las novedades. Hoy escuchamos -nos aseguran- a Charpentier o al prometedor Couperin, que son mucho mejores.

Era una música excelente, con fórmulas, con recursos excelentes. Y exactamente lo mismo, ha sucedido con los platos, cubiertos, y manteles que nos han ofrecido; nosotros, foráneos, no nos hemos percatado : están igualmente pasados de moda. Ya no gustan. Este descubrimiento confunde un poco nuestro primitivo esquema de las tres ideas. Las fórmulas, por muy eficaces y directas que puedan parecer, se desgastan con el tiempo, de manera natural. Rutina y novedad hacen que las mismas cosas parezcan distintas, se valoren de otro modo. Pero además, los nuevos diseñadores no son simplemente nuevos; sino que conocen, aprovechan y superan -así decía Perrault en sus Paralléle- todo lo anterior.

Nuevos susurros, cuchicheos y murmullos nos obligan a prestar atención. Las miradas furtivas, y los comentarios desaprobatorios de los comensales se dirigen a la presidencia. Al parecer, se trata de una situación verdaderamente incómoda.

La Princesa ha aparecido "vestida con suma magnificencia"; pero según testimonia Perrault "iba vestida como su abuela, y llevaba todavía gorguera; aunque no por eso estaba menos hermosa".

Comprendemos, decimos a nuestros anfitriones : está pasada de moda. Mucho peor. La gorguera es propia de los trajes del primer cuarto del siglo XVII. La gorguera, llevada por hombres y mujeres, testimonia el alcance de la influencia española, omnipresente en la etiqueta cortesana de los años iniciales de la Bella Durmiente, un siglo antes de Perrault.

Y resulta tan anticuada y obsoleta, no sólo por el tiempo transcurrido, sino porque la moda española ha encontrado la tenaz oposición de Luis XIV; se ha desarrollado una verdadera "guerra de las telas", capitaneada por el Rey, para socavar el prestigio de la monarquía española, ofreciendo alternativas en el vestido, que escapen a su influencia : se prescribe corbata de encaje en lugar de gorguera, casaca en vez de jubón, y peluca ampulosa. Las mujeres llevan un amplio escote, y pelo alto. Todo ello es normativo entre las personas que rodean al rey, su familia y los personajes de la corte; y su influjo se ha dejado sentir en toda la sociedad. El modo de vestir de la Princesa, además de estar pasado de moda, es un desafío.

Braun & Schneider (eds.). Atuendos de gala franceses. Segundo tercio del Siglo XVI. En Costumes of All Nations, Andre Trouvain. Personas Reales en la Cuarta Cámara de los Apartamentos. 1696.

figura 8. Atuendos de gala franceses. Segundo tercio del Siglo XVI. En Braun & Schneider, Costumes of All Nations

figura 9. Andre Trouvain. Personas Reales en la Cuarta Cámara de los Apartamentos. 1696.

Nueva confusión. En el desarrollo de los estilos pueden intervenir, con la mayor naturalidad, los reyes, imponiendo y restando influencias; desbaratando magníficos descubrimientos, y solicitando nuevas investigaciones formales. Ahora la gorguera se mira mal simplemente por ser una moda española. Esta consideración afecta gravemente a nuestras tres ideas sobre la ornamentación.

Protestamos que no nos disgustan las gorgueras. Pero nuestros vecinos nos miran con recelo. Bien; dejamos nuestras perdices en el plato; nos excusamos con la primera estupidez que nos viene a la cabeza; y tratamos de ganar la puerta, entre docenas de criados solícitos, con fuentes suntuosas. Volvamos a la realidad.

CONCLUSIoN

Poco ha quedado de la claridad y sencillez de nuestro esquema. El ornamento es creación de imagen. Para ornamentar, dotar a los objetos de una imagen positiva, existen en la tradición recursos de eficacia comprobada. El conjunto de recursos, y los objetos donde se aplican, componen un estilo. No todos los estilos tienen igual grado de coherencia, la coherencia aumenta en las etapas ulteriores. El estilo puede cambiar por continuas aportaciones de los artistas, por el cansancio de la rutina y el atractivo de la novedad. Pero también intervienen causas exteriores, completamente insospechadas.

Pensé que podría resumir en pocas páginas, con un poco de broma, algo tan decididamente complejo -tan manifiestamente apasionante- como la ornamentación. He pagado mi ingenuidad. Este asunto es mucho más serio de lo que parece. Lamento haber metido al lector en este embrollo; y dejaré que se las arregle por su cuenta.

Me he de disculpar por haberme dejado arrastrar por este procedimiento infantil. Repito las palabras de Perrault en una de las introducciones a sus cuentos, argumentando que "tales bagatelas, encerraban una moraleja útil, y que el relato divertido en que venían envueltas no había sido elegido sino para hacerlas entrar más agradablemente en el ánimo, y de un modo que instruyera y deleitara al mismo tiempo. Ello debería bastarme para no tener el reproche de haberme entretenido en cosas frívolas". Aquí debería figurar, imitando a Perrault, mi moraleja, en humildes ripios. Pero, corrido como estoy, sólo se me ocurre la rima fácil de cuento y ornamento. Por eso, concluyo con una castiza fórmula española, ajena por entero -por una vez- al pensamiento del autor de los Parallele : "y colorín colorado, este cuento se ha acabado".

 
Joaquin Lorda. CLASSICAL ARCHITECTURE

I. Sense of Order

2. Fairy Tales

2. 1. Meditations of a Hobby Horse
2. 2. Cinderella, the Puss, the Belle
2. 3. The Pharaoh and the President
2. 4. The Solid Gold Cadillac
2. 5. The Classic (Car) Era
 
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