—Gusté de la labor —siempre que me fue propicio el momento para ello—, gusté del regusto de emplear mi palabra en la justa y noble vindicación / de usted, como poeta; así como en la de Basterra… Poetas ambos de mi gusto —decía Octavio de Romeu— uno atesoraba la fuerza: Basterra; usted, la ponderación contenida en límites de una elegancia [xxx] alacre…
Basterra publicaba sus libros; al final se murió. Su nombre quedó, pues, extravasado en sus libros, extravasado en su tumba. Y Usted, mi querido [poeta] <Adriano del Valle> — terminó Octavio de Romeu— ¡cómo no publica libros ni se muere!