Eugenio d'Ors
TEXTOS FILOSÓFICOS
PALABRAS NUEVAS SOBRE LA GUERRA ENVEJECIDA
Por Eugenio d’Ors (Xenius)
(Caras y Caretas, 15-IX-1917, pp. 32-33)
Publicamos hoy el primer artículo del distinguido escritor y filósofo español, Eugenio d’Ors, conocido por el seudónimo de Xenius.
Los amantes de las letras apreciarán en lo que vale tan valiosa colaboración.
Para “Caras y Caretas”
LA GUERRA ENVEJECIDA
Todavía quiero escribir, ya que se me brinda página libre en país libre, unas palabras nuevas sobre esta guerra envejecida. Sobre la marchita guerra que ha llegado a agostarse tanto, en el fondo turbio de las conciencias y en la devastación de los campos de batalla, cruentos, que ya —¡raro primer movimiento del espíritu!— nos parece ella más antigua que nosotros mismos.
LO ETERNO
Digo sobre la guerra, y mejor diría en ocasión. Que a mí, lo que en la guerra me apasiona es precisamente lo que la resiste. Y, ¿qué es lo que resiste a la guerra? Contesto con una sola palabra. Lo que resiste a la guerra es la maternidad.
Madre llamamos, casi por definición, a lo que no puede estar en pugna. Las Ideas-madres, las Madres-madres, las de carne y hueso: he aquí lo eterno, lo impasiblemente pacífico.
No hay poder humano, no hay ministro venal, no hay príncipe aventurero, no hay César loco, que pueda escindir la imperturbable unidad ni dar término a la constancia tranquila de la república universal de las ideas y la república universal de los Regazos.
A QUÉ PRECIO
Pero las Madres son hijas de los Guerreros. Y las Ideas son hijas de las Naciones.
Aquí está el conflicto, aquí la tragedia. Nadie pudo trabajar en favor de la vida sin pelear. Nadie alcanzó a trabajar por la inteligencia, sin decidir.  Como en la economía de las generaciones, la segura ociosidad del hijo ha sido comprada a precio del jadeo y el sudor del padre o del abuelo, así la perpetuación costó siempre desgarramientos y la cultura, guerras.
LA IDEA DE TIGRE Y LA IDEA DE HOMBRE
Ese tigre ataca furioso a su hembra, en la profusión nupcial de la jungla… En el fondo de las pupilas incendiadas hay una imagen que el cerebro de la bestia no ve, pero que ve y apetece la oscuridad de la carne toda. Hay la imagen de tigre ideal, del tigre perfecto, sin tacha ni reparo. Doscientos siglos lleva la naturaleza en intención y obra de realizar la imagen. Para las imperfectas copias de tan puro modelo, especie o idea, han servido de instrumento, en infinitos furiosos ensayos, dos mil generaciones de tigres.
Estos soldados se ametrallan sin merced, ¿?? El sol de Dios del verano, en una llanura desolada del Argona… Ellos no lo saben. Ellos se figuran batirse por la conquista o por la defensa, por el honor o por el botín. Pero yo os digo que no se trata más que de un nuevo ensayo terrible para realizar acabadamente la idea de hombre.
LA CIUDAD Y EL BUSTO. EL EMPERADOR Y LA MEDALLA
Mueren los tigres, mueren los guerreros, mueren las Naciones. Y ellos no han sido sino canales para la sangre de Eva y bocinas para la palabra de Dios.

“Todo pasa, el arte robusto
posee, solo, la eternidad.
El busto
Sobrevive a la ciudad”.

“Y la medalla austera
que encuentra un labrador
bajo tierra
revela un emperador”.

Sí. Pero es que, en el secreto de las cosas, en los designios de la continuada creación natural, la ciudad sólo existió para que el busto fuera producido, y el emperador, para que se eternizase su efigie en la medalla.

JULIANO, LULIO, DANTE
Y las Naciones, ¿para qué existen? Las Naciones existen para las Ideas.
Teófilo Gautier era un artista. No quiso referirse, en el poema cuyos son los versos citados, sino a la perennidad del arte. Pero los ángeles acuñan aún más duraderamente que los orífices. Y puede discutirse si los filósofos acuñan más o menos duraderamente que los ángeles.
Hubo un emperador. Su nombre fue Juliano. Unos le apellidaron el Filósofo; otros, el Apóstata. Tuvo este pensamiento: “Las Naciones son astros; las Naciones son dioses”. Quiere decirse, la Idea de cada Nación, la idea que subsiste, inmortal, cuando la Nación que la engendró ya está muerta y hecha polvo. El emperador Juliano fundó la Grecia, la Grecia ideal en que aún vivimos.
Hubo un predicador. Se llamaba Raimón Lull. Le llamaron Raimundo Barbaflorida. Éste fue quien pensó: “Una Nación nueva es un nuevo ensayo. A un nuevo ensayo corresponde un nuevo instrumento. Vamos, pues, a probar de engendrar una idea en lengua vernácula, en lengua del pueblo y no en el heredado latín”. Grecia había practicado esto mismo. Pero no se lo había propuesto como problema; no lo había practicado conscientemente, electivamente, como Raimundo. Raimundo fundó la nación de Cataluña, mi patria.
Hubo un poeta. Fue su nombre Dante Alighieri. Vivió cuando Raimundo, le siguió de poco después —independientemente sin duda—, en la misma invención. Escribió, en la lengua de la vieja cultura, un libro defendiendo la cultura nueva en lengua nueva. Así fundó la nación de Italia.
TECNICISMO
Designo convencionalmente con el nombre de “Arcadia” al pueblo hipotético que no se conociera, ni aun confusamente, misión ni finalidad de cultura, al pueblo entregado por entero a la tarea de la propia felicidad.
Afirmo que Juliano, Lulio y Dante, sin contar con los posteriores, han colocado decididamente la Arcadia y el arcadismo fuera de los límites de la moralidad, y que han inventado y definido la Nación como entidad contraria a la Arcadia.
Doy después el nombre de “Ciudad de Dios”, a la fortaleza de las imperturbables maternidades, hijas de las más crueles divisiones y luchas, pero ya situadas inaccesiblemente a ellas. Al lugar en que el emperador se reconcilia con el Galileo, Lulio con Averroes y el Dante con el Papa.
TEMA
Pues bien, lo que a mí me apasiona, en ocasión de esta ya marchita guerra, lo que ha de constituir, lectores, el tema propio de nuestro libre conversar en esta libre tribuna, es el hundimiento definitivo de la Arcadia y el crecimiento de la Ciudad de Dios a través de la pugna entre las Naciones.
Barcelona, julio de 1917.

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Última actualización: 9 de junio de 2010