Eugenio d'Ors
TEXTOS FILOSÓFICOS
Las conferencias de D. Eugenio d'Ors
CLASICISMO Y ROMANTICISMO
(La Nación, 24-IX-1921)
La Plata, 23.— La primera parte de la conferencia dada hoy por el señor d'Ors en el salón de actos del Colegio Nacional fue la reafirmación de los conceptos expuestos en las dos disertaciones anteriores sobre la cultura como representación de una ciudad o de una república ideal.

El problema histórico de los primeros días —comenzó diciendo— nos imponía el deber de buscar notas características de un concepto que significaba una cuestión, una dificultad a resolver, y que lo vemos encarnado en la historia en situación tal que el último resultado concluye con éste. Agotada en su propio contenido la noción de historia, desde este momento, la cultura aparece como algo estable, como una institución; no ya como una noción, sino como algo encarnado en la misma realidad humana, en forma tal que sucede con la historia lo que con la Iglesia que, considerada como institución, destruye, elimina la religión considerada como problema. Cuando el hombre ha resuelto su problema metafísico, cuando ha encontrado, si la encuentra, la fórmula satisfactoria, puede esta fórmula traducirse, como en la cultura, en institución.

Ya ha dicho que la cultura, como la historia, representa un grado, un estado, un nivel al que no todos alcanzan. En los pueblos contemporáneos viven considerables grupos de población que no han alcanzado a la cultura, sino que se hallan sumidos en el período histórico. Los que viven en estado de «presencia», son en realidad una minoría, representan una selección, permanecen aislados y aun como extranjeros en su propio país y en su propia familia. Y entre estos hombres excepcionales, puede haber un sabio o un artista, que quizá llegue a una situación de cultura tan elevada que sea el único habitante de la república ideal.

Ha habido momentos en que los grandes representantes de la cultura se han visto solos, hallándose muchas veces entre la doble posibilidad de encarar la cultura como una milicia, como un combate defensivo, o de mantenerse en el aislamiento, optando por esta última situación con una suerte de orgullo aristocrático. Pero ha debido producirse paralelamente a esta situación de aislamiento del hombre de cultura una presión circundante de los que pretendían ocupar en la casa de Dios, a través de sus murallas fuertes, un lugar que parecía reservado o prohibido, inaccesible para la mayoría.

Las murallas han sido finalmente derribadas y nuevos núcleos de población han ingresado a la república ideal de la cultura. Los límites geográficos y la importancia demográfica de la república han crecido, pero no sin que mediaran encarnizadas luchas provocadas por la resistencia de los privilegiados.

Las épocas del clasicismo y del romanticismo son el símbolo de estos momentos de transición en la historia de la cultura. En líneas generales, clasicismo significa la permanencia de una institución racional que se cierra, que no quiere saber nada de adquisiciones, que a cambio de una mayor amplitud de límites introduciría en la ciudad elementos de perturbación. Romanticismo quiere decir, al contrario, el momento en que las murallas son destruidas y en que las hordas nuevas invaden los límites establecidos, incorporándose a la ciudad privilegiada. Es el caso de Roma, destruida por los bárbaros y reconstruida luego con la cooperación de sus nuevos elementos.

El momento romántico es de la libertad; clasicismo significa normalidad. La sucesión de estos momentos da sentido a toda la historia espiritual humana. El hombre de hoy debe escoger entre estas dos soluciones: cualquier eclecticismo es una debilidad.

La cultura antigua, la cultura griega —dijo más adelante el señor d'Ors— desconocía dos problemas que hoy nos preocupan fundamentalmente: el de la mujer y el del obrero. La una y el otro no se contaban para nada en el mundo de la cultura. El cristianismo llevó a la cultura de la época dos ataques formidables al plantear el problema sexual y el problema profesional, trayendo las cuestiones permanentes del amor y de la fraternidad. Desde entonces estos problemas han turbado como una reclamación el mundo de la cultura. Ambos problemas reconocen un momento inicial, el de la esclavitud, y otro momento de libertad del trabajador, que corresponde al de la galantería en cuanto a la mujer. Luego viene una tercera etapa, la profesional del obrero y la de la dignidad en la mujer. El trabajador deja de ser esclavo y la mujer, que era esclava a su manera, a pesar del disfraz de la galantería, consigue por fín la posición de dignidad, adquiriendo la plenitud de derechos que le dan la posibilidad de vivencia en el mundo universal de la cultura.

Las puertas se abren para la mujer y para el obrero en un gran momento romántico e ingresan a la ciudad nueva todos los que invocaron este derecho desde el cristianismo.


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Última actualización: 24 de mayo de 2007