Eugenio d'Ors
GLOSARIO INÉDITO
ESTILO Y CIFRA
FIELES A LA HISTORIA. ANATOMÍA DE LOS «CUATRO GATOS»
(La Vanguardia española, 21-V-1954, p. 5)
Sólo me remuerde la conciencia de haber faltado a dos compromisos editoriales en mi vida: soy bastante formal en este capítulo. La segunda espero que tenga todavía reparación. Es con el bonísimo editor don Gabriel Paricio espejo de gentiles tolerancias. La primera podría quizá recordar a la de don Enriquito de la Vega, mozo algo canijo, delicado y cortés. El cual, en tiempos, imploraba un día a don Francisco Navarro Ledesma, redactor-jefe del «Blanco y Negro»: «¡Don Francisco, publíqueme usted aquellos versos, que estoy en una situación desesperada!… A mi madre sola, ya le debo cinco duros».

Pienso que mi primer compromiso tendría el mismo riguroso aprieto. Consistía en redactar una suerte de historia de la pintura catalana moderna tomando como base la primera Colección, que don Luis Plandiura conservaba aún en su casa. El proyecto, destinado a ejecutarse paralelamente a un catálogo del arte antiguo de la misma colección, no era, en sí mismo, difícil de ejecutar. Vino a complicarlo nuestra ambición. Quisimos tanta verdad, tantos documentos en su abono, que la cosa se erizó de dificultades. Por de pronto, además de un extenso repertorio de fotografías, quisimos una especie de investigación en el ánimo y en la memoria de los artistas en causa; quienes debían confesar, y confesaron, los comienzos de su actividad, sus aprendizajes, los maestros a cuya lección se ejercitaron, las influencias recibidas, los proyectos abrigados y otra porción de cosas… Guardo todavía los papeles, que salieron de ahí; cada declaración con su firma. Son unos textos muy curiosos. Por ellos, se puede ver cual artista, al interrogar su corto pasado, recuerda que lo primero que le descubrió nuevos mundos fue leer «La Bien Plantada», y cual otro no se contenta sino con remontar a Homero y a Esquilo. Pero no sacaremos aquellas intimidades del secreto de la confesión. Nuestro propósito era únicamente sugerir el volumen de dificultad que adquirió la empresa; y dar las gracias nuevamente a mi presunto editor, por la gentileza con que supo dejar colgada la misma.
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Y también el extraer del acervo reunido entonces, alguna útil nota de especial actualidad en el día con motivo de la retrospectiva de los «Quatre Gats», hoy ostensible en la Sala Parés. Esta exposición se refiere a un capítulo de historia artística local, cuya entidad definitoria reconocen cuantos lo vivieron y, hoy, más aún, quienes no lo vivieron todavía y han de fiarse de referencias, más o menos tendenciosas. No fallará entre los primeros quien hubiera querido encontrar, entre los textos literarios provocados por la exposición, cita de las páginas de este orden, hijas de la singular estirpe gatuna, como el periódico que en la famosa cervecería se publicó y, sobre todo, los de la prematura y meritoria revista «Luz», de aparición más trascendental, sin duda, que tal cual episodio en los mismos textos recordado. También pueden extrañar menciones como las de don Carlos Vázquez, entre mentes y obras que nada tuvieron que ver con las suyas, mientras que, en cambio, son silenciadas las de Luis Bonnin, para evocar cuya personalidad obligatoriamente, basta ahora abrir cualquiera de las publicaciones de la época… Pero toda obra humana es deficiente; y lo son más, aquellas que, so color de historia, evocan sucesos casi contemporáneos… Nosotros, amigos de otra manera de historia, la que procede por categorías y por constantes, preferimos ahora evocar, con la retrospectiva de los «Quatre Gats» por pretexto, el programa de una clasificación cronológica, que quisimos aplicar antaño a la reseña de los fastos de la Colección Plandiura, y que escalonaba el desarrollo del arte moderno en nuestro país, según una serie, cuyos lemas sucesivos distinguíamos así:
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Primero. Empezando por el principio había que atender a la época inicial del albor de una enseñanza artística en la coyuntura entre los siglos XVIII y XIX. Todos sabemos cómo tal adoctrinamiento empezó y dónde. «Las horas de la Casa-Lonja» es rótulo adecuado para el primer capítulo. Nuestra alusión deja escapar la lección de algunos maestros, más o menos correspondientes a la tradición académica, así como a la de algunos artistas, fácilmente inscritos en la vida internacional. A Benito Mercadé y a Mariano Fortuny no tenemos por qué violentarles para hacerles entrar en nuestro cuadro metódico. Si buscamos un nombre que se asocie, en nuestra memoria, al conjunto a que aludimos con etiqueta semejante, escogeríamos, de preferencia —y que no se sorprenda nadie—, el de don Modesto Urgell. Hubo un tiempo en que ningún comedor de la sobrevenida burguesía de Barcelona derogaba la orden de colocar encima del aparador, y obedeciendo a la ley de su horizontalidad, un cementerio melancólico de Urgell.

Segundo
. «Las horas del Salón Parés» subsiguieron a esas. La formación estética de los hijos del academicismo de la Casa-Lonja bebieron doctrina y ejemplo, en los mediodías del Salón Parés, propicios a la adquisición de natas o pasteles, en los famosos establecimientos de la calle que empezaba con la evocación del Bruch heroico y terminaba con otra dulzura, la de los jarabes de la, entre farmacia y laminería, del señor padre de Pompeyo Gener. Entre la masa de los artistas que dieron color a la época, tal vez ninguno, recordando pretéritas victorias, nos parecería probablemente más característico que Luis Graner, versión ochocentista del Caravaggio, maestro persuasivo en la habilidades de la iluminación nocturna.

Tercero
. Y ahora si que entramos en la actualidad que nos da tema: «Las horas de los Quatre Gats», que hoy revisamos sintéticamente con su mezcla de sueño dorado y de pesadilla. Aquí el as es Ramón Casas. En eso todos los revisores de la época estarán de acuerdo.

Cuarto
. «La hora de la Colección Plandiura». Dos acontecimientos trascendentales coinciden en este período. La invención —en el sentido etimológico de la palabra, invención, que, entonces, después de su muerte se realiza— de Isidro Nonell. Otro acontecimiento de enorme importancia. En presencia de una colección que va desde los frontales góticos hasta los cuadros naturalistas, algunos espíritus se dan cuenta de que los críticos, para juzgar el arte antiguo y el arte moderno, pueden ser los mismos. Liquidación de los abusos de la arqueología y de los abusos de la «beauté moderne» de Baudelairem, y derecho, para el gustador sincero, de respirar.

Quinto
. «La hora de la universalidad». En la etapa que ha continuado la reserva —casi exclusiva según creo— de la Colección Plandiura, votada al arte antiguo, la encontramos todavía en vigencia. En esa etapa donde la soberanía pertenece por manera dominante a Picasso, la nota común es la del universalismo. En Cataluña apenas subsisten todavía algunos casos de localismo en el carácter, con una persistencia ante la cual produce ya efecto de singularidad la vecina continuación de un Zuloaga. Aparte de la tiranía del señor supremo, alguna aparición que ayer fue vacilantemente Pruna, hoy es más claramente Clavé, están bajo el signo de la esperanza. Pero son apariciones que vienen refrendadas por la previa sanción de lo ecuménico. Algún solitario —pienso en Villá— amplia el campo de la opción posible.

Sexto
. «La hora de la Crítica». Un fenómeno general se presenta a última hora en todas las artes. Éstas, cuando no invocan descaradamente su derecho a lo ingenuo, se amparan en lo intelectualmente reflexivo. La estética que pudo cultivarse en Atenas no le llegaba ni a la suela de la sandalia a la que vivía en la inspiración de los escultores áticos. Inversamente, el valor de las reflexiones de Baudelaire supera en mucho al de los diseños de Constantin Guys. Hoy mismo, lo que producen los pintores no alcanza, dígase lo que se diga, a la luz de lo que se escribe respecto de ellos, sobre todo entre los tratadistas de arte antiguo. Pero no es sólo que la actividad de la crítica especializada gane decididamente a la técnica de los artistas en ejercicio. Es también que, dentro de ésta, la actitud teórica supera frecuentemente a la que llamaríamos práctica. En lo que piensan, dictan, escriben, proclaman, discuten, pintores y escultores, hay infinitamente más sustancia que en lo que conducen a lienzos o a mármoles. La pintura y la escultura han entrado en el mundo, en una hora de crisis, dentro del sentido más literal de la palabra, semejante a la que, desde hace unos años, ha venido a caer sobre la música; y que no es, ciertamente, de buen agüero. Estemos a las duras, como a las maduras, y sigamos fieles, en este paso también, en la fidelidad a la historia.

En la cual no decimos, ni diremos nunca, la última palabra.

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Última actualización: 27 de junio de 2007