Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
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GLOSARI en El SoL (1919)
 
La intelectualidad catalana. "Glosarios de "Xenius", El Sol, Madrid (publicación de la version castellana de las Gloses de la vaga)    20-IV-1919—28-IV-1919.
Versión castellana de las Gloses de la vaga, que, por haberse suspendido la edición de La Veu de Catalunya en razón de la huelga, en su versión original catalana fueron distribuídas en forma de folleto multicopiado.
 
3ª Serie (1 a 5-IV, glosas IX a XIII: Manchester en principios, Manchester en espectro / ¿Decamerón? / Benjamín Taborga / Poesía de Benjamín Taborga / Españas por nacer) (26-IV-1919, p. 1)
IX. Manchester en principios, Manchester en espectro (1 de abril) (El Sol, 26-IV-1919, p. 1)
Nosotros ya hemos conocido un liberalismo atenuado, y difícilmente podemos representarnos ahora en toda su abominación las consecuencias del principio. ¡Dicen de Rusia, dicen de la Rusia de hoy y de su tragedia! ¿Creéis que fue mucho menos espantosa la tra­gedia de Manchester? ¿Recordáis los horrores de la explotación colonial por las Compa­ñías de Indias, que duraron hasta la incorporación de este dominio a la Corona inglesa? ¿Leisteis las crudas descripciones de los bajos fondos industriales, que comparecen ya en las novelas de Smollet y se arrastran en las de Elizabeth Gleghorn Gaskell?
Conviene evocar, para de ello recibir lección escarmentada, el período industrial paralelo a la obra de los clásicos de la economía liberal, de Adam Smith a Ricardo, de Ricar­do a Malthus y Stuart Mill. «Estes es el tiempo —nos cuenta Benjamín Kidd, en Civiliza­ción occidental— en que, bajo las condiciones de una competencia sin freno, mujeres y niños trabajaban en las fábricas de la Gran Bretaña, doce y quince horas por día, en cir­cunstancias tan terribles, y con resultados tan espantosos, que la memoria de ellos todavía aparece como un espectro en la moderna revolución industrial inglesa». Era el tiempo en que Ricardo definía el salario como el mínimo indispensable al hombre de trabajo para subsistir y dejar descendencia a fin de perpetuar la raza sin disminución; en que John Stuart Mill declaraba de antemano «estériles» todas las tentativas de mejoramiento del proletariado; en que Malthus proponía la teoría a que ha dado nombre; en que el sociólogo Pearson consideraba como un hecho fatal, inevitable, la ruina en breve término de la civilización occidental y cristiana, bajo la invasión de las razas amarilla y negra, llamadas a Occidente en beneficio de la economía en la mano de obra y por la victoria de estas mismas razas, en las condiciones de la libre concurrencia… Era el tiempo, por otra parte, en que la mayor parte de los niños de Manchester moría antes de los tres años y en que, de los supervivientes, casi todos agotaban su vigor antes de llegar a la edad adulta.
Los principios de Manchester son aún a menudo invocados, con más o menos dis­fraz. La defensa burguesa sigue instintivamente adherida a ellos. Pero haremos bien, cuando alguien ante nosotros invoque los principios de Manchester, en evocar nosotros el espectro de Manchester.
X. ¿Decamerón? (2 de abril) (El Sol, 26-IV-1919, p. 1)
¿Somos como la galante compañía que se aleja de la ciudad castigada por la peste para deportarse en cuentos frívolos?
No, sino como los internos del hospital apestado, que suben hasta el cuarto de guardia para leer allí, en la larga vigilante noche, el poeta de los ensueños, el filósofo de las eternidades — y el Formulario de las urgencias.
XI. Benjamín Taborga (3 de abril) (El Sol, 26-IV-1919, p. 1)
En Barcelona, algunos; otros, distribuídos entre «los solitarios de Cataluña»; algunos más en Madrid, en Bilbao, en Sevilla; y en Portugal y en América; y otros en París y en alguna ciudad de Italia; y en Viena, antes de la guerra, había también uno, que luego desertó y se marchó a Venecia y se me declaró italiano y yo no he vuelto a saber más de él… Colaboramos en un programa común, respetamos ciertos principios. Vemos todos en la ciencia un producto estético; procuramos razonar según ancha norma de Seny, o dígase, Inteligencia; concluímos según ironía y permaneceremos fieles a la filosofía y a la moral del trabajo y del juego.
Como que nuestras tareas y nuestros deportes no decameronean nunca, las pestes, expiación de la guerra abominable, que diezman hoy ciudades y pueblos, no han respetado nuestra pequeña compañía. Pero hasta hoy el mal nos había arañado, no tundido. El primer golpe doloroso, definitivo, el golpe cuya señal llevaremos siempre, ha sido la muerte de Benjamín Taborga, en Buenos Aires. Benjamín Taborga no tenía treinta años aún. Pero Minerva serenísima acompañaba, bajo figuraciópn mentora, su juventud in­quieta. La vida le había probado; la razón le defendía. Era, tanto como fervoroso, lúcido. Había fundado en la metrópoli argentina el «Colegio Nuevecentista» para comulgar, junto a la familiaridad de unos cuantos devotos más y ante un selecto público de estudiosos, en las formas y prácticas más excelentes de la idealidad nueva. El Colegio publicaba una revista, «Cuadernos del Colegio Nuevecentista», lleno de interés; una revista como ya la quisiéramos en Cataluña, con tan íntima seriedad, tan honesto y escrupuloso ahincamiento en los problemas y respeto tan exquisito a las leyes de la aristocracia de la mente y de la aristocracia de la conducta.
En las páginas de los «Cuadernos» propugnó Taborga nuestro «Novisssimum Organum» y llevó a término investigaciones concienzudas, para contribuir a su fijación. Estudió con cuidado las líneas generales de las concepciones entrópicas y las consecuencias del principio de Carnot-Clausius. Se detuvo a considerar las normas estéticas del pensamiento matemático. Mostróse poeta, además. Poeta de la belleza racional, tan puro, tan casto, pero tan vivaz y atrevido a la vez, que acaso pueda juzgársele como desprovisto de antecedentes y sin derecho nosotros, al hablar de él, a acordarnos de Lucrecio o de Guyau.
La poesía de Benjamín Taborga merece capítulo aparte.
XII. Poesía de Benjamín Taborga (4 de abril) (El Sol, 26-IV-1919, p. 1)
«Murió en olor de multitud»
Así decía Taborga de Víctor Hugo; y la palabra era traída a nuestro «Vall de Josafat». Él, el atrevido nuevecentista bonaerense, ha vivido y ha muerto al contrario, no diré en olor de soledad —que es algo que, después de todo, se parece mucho a la multitud—, sino, y esto es mucho mejor, en olor de confidencia.
Confidencia, no anecdótica ni sentimental, sino metafísica. El interlocutor es, a veces, la misma Esfinge:
«La Sonrisa en la Esfinge, la Esfinge en el desierto
Y en el desierto, yo
».

O un libro, o un mármol:
«La sonrisa de Antínoo, profunda, misteriosa,          
¿fue sombra de tristeza? ¿Fue primicia de amor?         
No lo sé. Mas me rinde, me tortura, me acosa    
Y me hace tener celos de aquel Emperador.       
Sólo cuando medito en que ni el tiempo pudo     
destruirla, perdono la edad en que nací: 
porque pienso, arrobado ante el mármol desnudo         
que hace siglos Antínoo sonrió para mí
».
Cuando nace así la confidencia, va de alma a alma. — Precisaré: de inteligencia a inteligencia. — Diré más: de razón a razón…— También, a veces, he podido yo imaginar que Taborga escribía exclusivamente para mí: que Taborga me dirigía su poesía a mí, como Antínoo a Taborga la secular sonrisa.
***
Esta poesía era paladinamente, voluntariamente, «libresca»… ¿Por qué no? Sabién­dolo, queriéndolo, ¿por qué no? ¿Por qué no puede encontrarse en un libro la misma fuente de natural inspiración que un paisaje? ¿Por qué música siempre, y siempre quedarnos en el «Arte poético» del pobre Lelian?
«Et tout le réste est littérature»…
sentencia él. Nosotros saldremos a gritar:
—¡Viva el resto!
***
«Objeciones dulces al Ser Supremo»
Así definía el estado de beatitud un religioso eminente, gran goloso y vicioso de la inteligencia. (Era esto en el seno de la intimidad: reproduzcamos la definición admirable; callemos el nombre del autor).
Podríamos así enunciar el carácter de la poesía de Taborga: «Objeciones dulces a la vida».
«Siempre que somos fieles a la vida,      
Somos infieles a Platón».
El dijo esto, y se equivocaba, el menos respecto de mí mismo. Una cosa es ser infiel y otra, bígamo. Platón se hace cargo. Murmura un poco, objeta; pero son siempre, como las de los bienaventurados, «objeciones dulces».
XIII. Españas por nacer (5 de abril) (El Sol, 26-IV-1919, p. 1)
Ni siquiera en las horas oscuras que atravesamos, dejan de hacernos compañía los amores de Portugal y de América.
«Hay muchas Españas que no han nacido todavía.
¡Haz que las veamos, oh Varuna!»

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Última actualización: 24 de marzo de 2009