Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
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GLOSARI en El SoL (1919)
 
La intelectualidad catalana. "Glosarios de "Xenius", El Sol, Madrid (publicación de la version castellana de las Gloses de la vaga)    20-IV-1919—28-IV-1919.
Versión castellana de las Gloses de la vaga, que, por haberse suspendido la edición de La Veu de Catalunya en razón de la huelga, en su versión original catalana fueron distribuídas en forma de folleto multicopiado.
 
Glosas I a IV: La resurrección de Jean Jaurés / Las ratas del señor de Maguncia / Los peregrinos de Emmaus / Todo es acostumbrarse (20-IV-1919, p. 1)
I. La resurrección de Jean Jaurés (24 de marzo) (El Sol, 20-IV-1919, p. 1)
También esta resurrección era nuestra profecía. Seamos intelectualistas puros, y digamos, mejor, que era nuestra esperanza. Hoy se realiza. Hoy, 24 de marzo de 1919, Jaurés resucita en París.
Para la estabilidad y el carácter de la paz futura, tiene más importancia esto que las combinaciones ingeniosas de los señores de la Conferencia. De más allá de la tumba trae este muerto una palabra que nadie hoy se atrevería a pronunciar, no siendo él. No siendo él, o las grandes multitudes sin nombre.
Trae la palabra que es a la vez un programa y una sentencia. Aquella que dice:
—«¡Ahora, nunca más!».
II. Las ratas del señor de Maguncia (El Sol, 20-IV-1919, p. 1)
La dureza de Hatto, señor eclesiástico de Maguncia, ha dejado fama en las leyendas de una y otra orilla del Rin. Esto era en los tiempos feudales. Peste y hambre, muchas ve­ces en cada siglo, aparecían en excursiones siniestras. Por una de ellas fue la diócesis de Hatto especialmente castigada. Espantosa miseria diezmó los campos y lanzó a merodear, flacos como perros flacos, niños, mujeres, hombres, en torno a los montones de basura de los burgos.
En largos desfiles se dirigieron entonces los miserables a mendigar socorro, a las puertas del castillo. Hatto se encontraba en un festín; a los postres llegábale el aullar fiero de la multitud con el clamor de pan. «¡Oh, quieren pan los villanos!» — escupió la boca del señor, torciédose en feroz sonrisa. Y dirigiéndose a un encorvado siervo: «Abre aquel establo lejano y baldío; que entren allí y esperen». La orden fue ejecutada en seguida. Cuando los suplicantes estuvieron allí, cerráronse las puertas. Resinas, tizones y encendi­das teas comenzaron entonces obra infernal que pronto coronó una bermeja corona de llamas.
Dicen que la sonrisa feroz del señor cambió en gruesa risotada, cuando con el gran resplandor le llegó el rumor sordo, picado de agudos gritos, que venía de la pira. «¡Mis ratones, mis ratoncitos golosos!» ¡Querían pan, mis ratoncitos! ¿Oís cómo chirrian aho­ra?» Se animaba su hablar, se animaban sus ojos como en una fiesta. La fiesta condenada duró hasta muy adentro la noche. Livideces primeras del alba vieron el pujo amainar; pero ya hacía rato que todo había caído en silencio.
Aquí da principio la expiación del obispo Hatto. De ratas había sido su última palabra al dormirse bajo el peso de la embriaguez; ratas fueron su primera imagen al abrir los párpados a la luz del día. Ratas rodeaban su lecho, escapadas del incendio, chamuscado el pelaje, los ojos como brasa viva. Llegaban del establo al castillo en hileras largas, como la víspera habían pasado del castillo al establo. Por momentos crecía el número; suben al lecho de Hatto; sintióles éste en la cara y sobre el pecho. Gritó y no le respondió nadie. Incorporóse y se vió rodeado. Huyó en su terror y las ratas corrían tras él. Campo traviesa, campo traviesa corre ahora loco el obispo Hatto. En su carrera, le detiene la corriente del río. Desesperación dicta el consejo; vislumbre de esperanza la ejecuta; el fugitivo se echa al agua. ¿Le perseguirán también ahi las bestias malignas? Las bestias malignas también ahí le persiguen; estas ratas nadadoras. Ahora se han agarrado al vestido; él les deja el vestido; río abajo rueda el vestido; lo que las ratas quieren es él… Y él se abandona al fin, desnudo, exhausto, rendido en una agonía de sangre, entre musgos y bajo los sauces de la otra orilla.
Señor Hatto, de nada sirvieron huída ni abandono. ¿algún otro remedio hubiera podido salvaros? Este otro remedio, había que pedirlo a Jesús. Pero yo os digo que, en todo caso, de nada os hubiera servido hacer que vuestras ratas ayunasen durante quince días.
III. Los peregrinos de Emmaus (El Sol, 20-IV-1919, p. 1)
«Y aconteció que estando sentado a la mesa con ellos tomó el pan y lo bendecía y les daba».
«Entonces fueron abiertos los ojos de ellos y le conocieron».
……………………………
«…contaron las cosas del camino y cómo le habían conocido en el partir el pan». (Matías XXIV, 30, 31, 35).
He encontrado a unos hombres, con las manos llagadas, y así decían:
—Nosotros somos unos peregrinos de Emmaus. Contáronnos que había resucitado la Santa Paz y que empezaba una Era nueva. No lo hemos creído.
¡Perdonadnos! Somos aun como el Maestro nos llamó hace veinte siglos, «insensatos y tardos de corazón para creer lo que dicen los profetas»… Bien, pero tenemos cierto instinto.
Nuestro instinto nos dice que una Era nueva es una nueva manera de partir el pan.
Que la Santa Paz es con nosotros, que una Era nueva es con nosotros. Entremos, pues, y sentémonos a la mesa. Hemos llegado a Emmaus y el día ha declinado.
Aquí está el pan, ¡oh, misterioso Peregrino,! ¡Porvenir nuestro! Aquí hay el pan y nosotros en torno de la mesa.
Parte, distribuye, para que se nos abran los ojos y te reconozcamos.
Así hablaban aquellos hombres. Y yo estaba con ellos a la mesa, dudoso y espectante lo mismo que ellos.
IV. Todo es acostumbrarse (El Sol, 20-IV-1919, p. 1)
«Una comida mala ya no se recupera nunca» — decía el señor R… Una cuaresma sin música, ¿quién nos la indemnizaría?
Es seguro que los «amigos» y los de «Camera» pagarán más tarde, así que guardemos las escopetas, sus compromisos con el abono —¡ay, ya no será la misma cosa!—. ¿Cómo asimilaríamos un concierto de marzo a un concierto de junio? Hay la misma diferencia que entre un habano en alcoba cerrada y un habano en la calle.
Al que las ventanas se abren, el buen Adagio y el buen cigarro se evaporan. Conviene a uno y a otro el ahogo oportuno de unas paredes, que os devuelven un vaho.
¡Bah! ¿De qué sirve desesperarse?
T'en fais pas! — Atemperémonos a las circunstancias, fumemos «Navy Cut» y vayamos a escuchar, lo mismo la turba multitud, asida de gratuitos placeres que los cantos vesperales de los bravos nautas en la plaza de Cataluña. Eso no será música de «camera», pero es música de camarote.
Acostumbrarse al tabaco inglés y acostumbrarse a las distracciones populares puede ser, para los Tiempos Nuevos que se nos vienen encima, dos medidas de alta previsión.

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Última actualización: 24 de marzo de 2009