Esta serie de «Las otras páginas» quedó interrumpida por la Guerra Civil; según el testimonio de María Luz Morales, las cinco últimas glosas enviadas por Eugenio d'Ors desde Bruselas no llegaron a publicarse:

«Tengo entre mis papeles más queridos —muchos viejos papeles en aparente, caótico desorden— un grupito de nueve pequeñas cuartillas que guardo como tesoro preciadísimo. Sobre el papel, ya amarillento, la escritura cursiva, de trazo menudo, más  seguro; algunas tachaduras, muy pocas, pero firmes. (¡Qué humano, qué expresivo el autógrafo; qué conmovedor a través de los días y los años!…). Y en esta escritura, en este trazo, el mensaje de uno de los más finos, luminosos espíritus que jamás hayan alentado en esta tierra. El mensaje venía de Bruselas, fechado en los días 12, 13, 14, 15 y 16 de julio; el título que lo encabeza: «La Ciudad Cristiana»; al pie, la firma: Eugenio d'Ors.
Es un artículo periodístico enviado por el maestro al rotativo barcelonés en que asiduamente colaboraba, y cuya publicación se había hecho imposible, en cuestión de unas horas. Entre el momento en que esas cuartillas salieron de Bruselas y aquel otro en que llegaron a la calle Pelayo, se habían producido las trágicas jornadas de julio de 1936. Muchas amarras, materiales y espirituales, se habían roto —y muchos cuerpos, y muchas almas— en cosa de cuarenta y ocho horas apenas… Todo, a nuestro alrededor, era distinto: la ciudad, las personas, la vida… Y hasta los ojos con que mirábamos, el corazón con que sufríamos… ¿Qué podían importarle al mundo, a la gente de este país, de esta ciudad, en aquellos pavorosos instantes, el espíritu del Brabante «báquico y católico», la suprema alegría litúrgica de los bronces, en su vuelo sonoro, canción en que se filtran, a veces, «modulaciones juguetonas de carillón»? ¿Qué podía interesarle a nadie, aquí entonces, que el profesor Piccard estuviese a punto de ascender a la estratosfera, ni que se le acabase de otorgar un premio a Georges Bernanos (de quien «todo el mundo —dice d'Ors— conoce lo que llamaríamos, sin irreverencia, el endiablado catolicismo»), ni que el propio articulista anduviese aquellos días «gritando a todo viento por Brabantes, Valonias y Flandes: «¡Que me traigan un teólogo!». No. No era lectura muy adecuada para esta ciudad, en aquellos momentos, el artículo de «La Ciudad Cristiana».
El cómo y el porqué llegaron a mis manos esas cuartillas, por qué las retuve, por qué no se han publicado nunca, son cosas que pertenecen a la historia particular y a nadie importan. Lo que sí me parece importante es pensar que las noticias, informaciones, textos, que reflejaban aquella tremenda ola de violencia y horror, no tienen hoy validez, sentido alguno…, mientras en el artículo de Eugenio d'Ors destinado a la hoja volandera del periódico, sigue sonando el eco de las campanas de Brabante». 

(María Luz Morales, «Xenius y esta hoja volandera», Diario de Barcelona, 3-X-1964, p. 4).