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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
GLOSAS en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Glosas de La Vanguardia», La Vanguardia Española, Barcelona (1-II-1940—14-IV-1940)       
Italia o Roma
(La Vanguardia, 27-III-1940, p. 1; recogido en Nuevo Glosario, vol. III, pp. 740-742)
Cuando, según acaba de hacer en Lausana mi claro y docto cofrade Emilio Bodrero, se exalta el valor de la aportación italiana a la cultura, juégase con un equívoco, cuyos términos en ambigüedad son Italia y Roma. De que Roma, en la producción definitiva de aquélla, haya ejercido función capital, quizá la primera entre todas las históricas —puesto que la misma Grecia no se vertió en el mundo sino por vehículo romano, y el Cristianismo tuvo, para obtenerlo, que hacerse católico-romano también—, nadie dudará, que no caiga en merecimientos de ser llamado a la vez ingrato e inculto. Pero, cuando Roma se ensancha en el territorio italiano, gran parte de la gracia ya está hecha; y la otra parte se hace cuando, poco después, no sólo la Ciudad abarca la península, sino un Orbe, y cuando este Orbe significa el Imperio; cuando Roma, además del territorio de Italia, asume la muchedumbre de otros territorios.
Y éste no es un episodio aislado, acontecido en determinada centuria de la Historia; antes se repite siempre, en épocas distintas, cada vez que el Espíritu sopla en el cálamo de la unidad. Porque no son ciertas las interpretaciones dadas habitualmente al principio de que el Espíritu sopla donde quiere. El Espíritu es, al contrario, un buen flautista: su inspiración va allí donde puede recogerse en sones más divinos. En ninguna parte tanto corno en el tubo cuyo nombre es, para los españoles como para los latinos, el anagrama de Amor.
La invocación de Italia como un todo, y como un todo aparte, quiere decir, de Italia como nación, es algo que, dígase lo que se diga, ni siquiera empieza en el Dante. Empieza en Maquiavelo, y con aviesos fines; de los cuales precisamente la doctrina del Estado, establecida por el Dante, en su tratado De Monarquía, resulta la víctima. La primera, a la cual siguen infinitas víctimas más; víctimas de carne y hueso éstas, hijos de madre, sacrificados en mil guerras entre las naciones, en busca de un falso equilibrio, que intenta lograrse fuera de la unidad, desde el punto en que la tesis sobre los poderes soberanos del Emperador es escamoteada para dar lugar a la otra sobre los poderes soberanos del Príncipe. Un resultado remoto de esta última, consumado cuando el siglo XIX, la encarna en el llamado «principio de nacionalidades», es la Italia garibaldina del Risorgimento, cuyo florecer dura hasta que la sustituye, cada vez más cerca de Roma y de su Imperio, la Italia mussoliniana del Fascio. ¿Florecer? En todo caso, este florecer no ha sido fructificar. Verdaderos frutos de Italia, alimento cultural para los hombres todos, no se obtienen sino en nuestro tiempo ya; cuando Italia, vuelta de nuevo romana, vuelta de nuevo imperial, empieza a verterse ecuménicamente otra vez, estableciendo normas de gobierno y de civilización que no tardan en verse aprovechadas por todos los pueblos. Cuando allí aparece un Emperador y cuando este Emperador se pone en paz y en coyunda con el Papa. Ahora sí, Italia da su aportación nueva a la Cultura: ahora, cuando su fisiología colectiva no puede ya ser dicha nacional, sino a un tiempo ciudadana y ecuménica — identificados ya la Ciudad y el Orbe.
En los textos políticos y administrativos, mil razones de oportunidad impiden que se hable claramente así. Para esto, sin embargo, está la inteligencia: para formular y declarar lo que no pueden todavía la política ni la administración. Emilio Bodrero no parece haber pronunciado, según las noticias que a mi llegan, la palabra «bárbaro», para aludir al culto monstruoso de los exclusivos valores de técnica y mecánica, de fuerza y de práctica, a que parece(1) hoy entregada una buena parte de la Humanidad. Pero, la palabra evitada así, habrá que decidirse a pronunciarla. Las cosas se definen por sus límites, Y la Cultura, no por ningún límite territorial, sino por el dibujo de la línea de frontera donde se separan aquello que Roma siempre significó y aquello contra lo cual sus significaciones deben sempiternamente dirigirse.

(1) parece] se encuentra Nuevo Glosario.

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Última actualización: 25 de marzo de 2009