GLOSAS
en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Glosas de La Vanguardia», La Vanguardia Española, Barcelona (1-II-1940—14-IV-1940)
En esta mañana de marzo
(La Vanguardia, 17-III-1940, p. 1; recogido en Nuevo Glosario, vol. III, pp. 737-739)
(La Vanguardia, 17-III-1940, p. 1; recogido en Nuevo Glosario, vol. III, pp. 737-739)
«Maestoso».— En esta mañana de marzo, al Domingo de Ramos tan próxima, la nueva, prevista antes que previsible, de haberse concluido la paz entre Rusia y Finlandia, nos trae una emoción compleja, que viene a injertar las maneras de ciertos géneros musicales en nuestro íntimo Te Deum… He pensado que no podía traducir mejor aquélla que acudiendo al mercado para elegir, entre los palmones llegados de Elche, el más áureo, señero y bien peinado, para hacerlo mandar, con una tarjeta y sin una palabra, al señor representante diplomático de la nación finlandesa en Madrid.
He dudado un momento sobre si convenía ornar la ofrenda con algún lazo, en los colores de Finlandia o los de España, o todos juntos. Pero, más certero que yo, mi Ángel Custodio, en funciones admonitorias de demonio familiar socrático, me ha aconsejado finalmente no añadir nada, a fin de que, también aquí, la ausencia de mancha, el valor de pureza, se completasen con la dignidad de la desnudez.
Si en el heroísmo y en la inmolación de Finlandia hubiese intervenido en grandes proporciones esa monserga —de turbio origen ideológico y tufo revolucionario inextinguible— que llamamos el «principio de nacionalidades» (según a todo lo largo del conflicto cruento se han desvivido en darnos a entender ciertas propagandas interesadas), nuestro sentimiento de hoy probablemente no floreciera. Pensaríamos, no en la palma del Domingo, sino en el Inri del Jueves. Aquí, empero, la santidad de la causa servida juzgamos venir de la defensa de una Patria, no de la idolatría de una nación. Para la Patria cabe todavía triunfo, cuando la Nación es vencida y mutilada. Cabe triunfo si, en la extensión del territorio que sea, subsisten intactas las patrias esencias, es decir, su tradición.
La nueva frontera territorial entre el Estado ruso y el Estado finlandés podrá ser dibujada cortándose estos o los otros lugares. Lo que importa es que resulte firme, para protección de Finlandia, el trazo ideológico que siga separando Patriarcalismo de Bolchevismo(1).
He dudado un momento sobre si convenía ornar la ofrenda con algún lazo, en los colores de Finlandia o los de España, o todos juntos. Pero, más certero que yo, mi Ángel Custodio, en funciones admonitorias de demonio familiar socrático, me ha aconsejado finalmente no añadir nada, a fin de que, también aquí, la ausencia de mancha, el valor de pureza, se completasen con la dignidad de la desnudez.
Si en el heroísmo y en la inmolación de Finlandia hubiese intervenido en grandes proporciones esa monserga —de turbio origen ideológico y tufo revolucionario inextinguible— que llamamos el «principio de nacionalidades» (según a todo lo largo del conflicto cruento se han desvivido en darnos a entender ciertas propagandas interesadas), nuestro sentimiento de hoy probablemente no floreciera. Pensaríamos, no en la palma del Domingo, sino en el Inri del Jueves. Aquí, empero, la santidad de la causa servida juzgamos venir de la defensa de una Patria, no de la idolatría de una nación. Para la Patria cabe todavía triunfo, cuando la Nación es vencida y mutilada. Cabe triunfo si, en la extensión del territorio que sea, subsisten intactas las patrias esencias, es decir, su tradición.
La nueva frontera territorial entre el Estado ruso y el Estado finlandés podrá ser dibujada cortándose estos o los otros lugares. Lo que importa es que resulte firme, para protección de Finlandia, el trazo ideológico que siga separando Patriarcalismo de Bolchevismo(1).
«Scherzo».— Para Finlandia, es ahora cuestión de vida o muerte que los principios morales y políticos en que la continuación de su existencia se inspire, sean tales que en ellos no quepa posible confusión con aquellos otros que siguen inspirando —pongo «siguen», porque tampoco faltan aquí síntomas de un cambio eventualmente redentor— y que se cifran en un combate contra las tradiciones más elevadas de la Cultura.
La Inteligencia, la Libertad, las Artes, la Propiedad, la Familia, la Religión, se han visto, nadie lo ignora, conjuntamente violadas, befadas, minadas o pospuestas por el sistema de socialismo derivado del materialismo histórico. Si con las extensiones de éste, promiscuaban la indecisión y la blandura de cualquier régimen finlandés, la derrota se consumaría; mejor dicho, la derrota acontecería realmente. Para la salvación de lo tradicional en Finlandia es para lo que conviene erigir y profundizar una «línea Mannerheim».
La Inteligencia, la Libertad, las Artes, la Propiedad, la Familia, la Religión, se han visto, nadie lo ignora, conjuntamente violadas, befadas, minadas o pospuestas por el sistema de socialismo derivado del materialismo histórico. Si con las extensiones de éste, promiscuaban la indecisión y la blandura de cualquier régimen finlandés, la derrota se consumaría; mejor dicho, la derrota acontecería realmente. Para la salvación de lo tradicional en Finlandia es para lo que conviene erigir y profundizar una «línea Mannerheim».
«Andante».— Y eso es también lo que importa a todo el mundo, en todo el mundo. Que las palmas y laureles del Domingo de Ramos lo auguren.
En el coche en que volvíamos de haber dado cristiana tierra al gran Eugéne Marsan, Charles Maurras, que acababa de salir de la cárcel y había visto, por primera vez en Francia, el saludo romano proyectarse, en despido del ataúd, meditó en voz alta sus optimismos, renacientes de la melancolía de la hora. — «Querido amigo —pronunció en esta ocasión—, dentro de cinco años vamos a ver a la Revolución vencida en todas partes». Y añadió, tras de una pausa de silencio: «Incluso en Rusia»; a tiempo en que otra voz, levantada en el ámbito angosto del coche, murmuraba: «Menos en Inglaterra»…
Los cinco años del cálculo vaticinador de Maurras —en los cuales se coloca, la Humanidad no lo olvidará nunca, la victoria de España— cumplen en 1941.
En el coche en que volvíamos de haber dado cristiana tierra al gran Eugéne Marsan, Charles Maurras, que acababa de salir de la cárcel y había visto, por primera vez en Francia, el saludo romano proyectarse, en despido del ataúd, meditó en voz alta sus optimismos, renacientes de la melancolía de la hora. — «Querido amigo —pronunció en esta ocasión—, dentro de cinco años vamos a ver a la Revolución vencida en todas partes». Y añadió, tras de una pausa de silencio: «Incluso en Rusia»; a tiempo en que otra voz, levantada en el ámbito angosto del coche, murmuraba: «Menos en Inglaterra»…
Los cinco años del cálculo vaticinador de Maurras —en los cuales se coloca, la Humanidad no lo olvidará nunca, la victoria de España— cumplen en 1941.