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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
GLOSAS en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Glosas de La Vanguardia», La Vanguardia Española, Barcelona (1-II-1940—14-IV-1940)       
Secretos de Juan Villanueva
(La Vanguardia, 1-II-1940, p. 1)
No me sonríe gran cosa, la verdad sea dicha, esa anunciada celebración en Barcelona del centenario de Mariano Fortuny. Su gloria, Reus la tiene festejada ya; y desde los comienzos del julio pasado. Oportuna aún, puesto que, la demora de tres años con que venía, justificábala sobradamente la guerra civil, aquella jubilar rememoración se decoraba además con un justo sentido en la medida; dejando situadas una figura y una obra en el ámbito nativo y local. Ahora el destiempo agravará el desplazo. Y, una de dos: o bien el tópico subrayará, en el encanto de la pintura de Fortuny, cierto irónico prestigio ochocentista, difundiendo así una lección de relativismo, harto contraria a la vocación de eternidades de la España nueva; o bien no habrá más remedio que echar, sobre la sensualidad menuda, el anecdotismo y la fragilidad del arte fortuniano, aquel manto que hurtó la desnudez de Noé al escándalo de las nuevas generaciones.
Ávidas éstas de otra cosa, ¿por qué no preferir, para su formación y ejemplaridad, la evocación de sombras de mejor consejo? ¿Por qué omitir la compañía y colaboración de Barcelona —donde la arquitectura y sus problemas son tan importantes y, el gusto popular por ella, parejo a la constante actualidad de las cuestiones edilicias—, al centenario nacional de Juan de Villanueva? Villanueva era, sin duda, madrileño; y las más famosas de sus fábricas, el Museo del Prado, el Oratorio del Caballero de Gracia, el Jardín Botánico, el Observatorio astronómico, están situadas en Madrid… Pero, mientras Barcelona no aprenda a saberse tan cenestésicamente unida, en fastos y nefastos, como pueda estarlo con Reus, a Madrid y hasta Lisboa o a Lima, y diré, si se me apura, que hasta a Roma, no habremos hecho nada. Anecdóticamente, sea cada gloria del poblado y aun del barrio en que vio la luz. Categóricamente, la Cultura no conoce más divisiones topográficas interiores que las que puedan conocer, en sus respectivos recintos, el Paraíso o el Infierno.
Por esto, aunque no sea inútil, para entender la lección que Juan de Villanueva trae hoy a los jóvenes arquitectos y a cuantos se ocupan o preocupan en la estructura de ciudades, asociar su nombre a otros del hispano panteón, así el del poeta Lucano, bajo el común denominador de la melancolía; de aquel patetismo dentro de la aparente frialdad, y de un infiltrar en lo que llamaba el verso de Menéndez y Pelayo
«esta forma purísima pagana»
la finura sentimental de las decadencias —que, si otorga una especie de «pavonado» criollo al cantor de «La Farsalia» puede suponerse ya hija de «mano y corazón cristianos» en el autor del citado Oratorio—; aunque otros españoles representativos ofrezcan la comunidad de esta espiritual catadura, lo mejor para estudiar al arquitecto madrileño será inscribirlo en la familia de ciertas celebridades de su oficio: en la de Andrea Paladio, hijo de Vicenza; en la de Carlos Nicolás Le Doux, hijo de Dormans en el Marne. Quiere decirse, de los clásicos con alma barroca. La familia de quienes, en la guisa del coreógrafo Marcel, cuyo «no se sabe cuánto hay dentro de un minué», tanto he repetido, podrían proclamar que «no se sabe cuánto hay en un marco de ventana» o «en una pirámide».
Y cuánta interior congoja es capaz de encerrar la geometría.

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Última actualización: 25 de marzo de 2009