Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
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LAS OBRAS Y LOS DIAS en España
XENIUS, «Las obras y los días», España. Semanario de la vida nacional, Madrid (edición facsimil Topos Verlag, Vaduz, 1982), 29-I-1915—28-V-1915.
Serie inédita, probablemente reservada para el volumen Amigo de Platón, nunca publicado.
  La exégesis de los políticos, según «Azorín» / La cuestión de la sinceridad / La cuestión del vocabulario
(España, 16-IV-1915, p. 8 (p. 140))
(reproducida en La Lectura, Madrid, vol. 2, 1915, pp. 195-198)
La exégesis de los políticos, según «Azorín»
De los textos de un político contemporáneo, como de los de un clásico escritor, puédense «punzar» los puntos vivos y aprovechar los relámpagos de significación, prescindiendo del «derrame» y de la penumbra en que se debilitan y oscurecen. Pero los textos de un político contemporáneo, en un país de constitución parlamentaria y de régimen de opinión, serán, en general, discursos. Quiere decir que pertenecerán a aquel género de trayectoria ideal más lenta, de más espaciados fulgores, de mayor abundancia en puntos muertos y adormecimientos largos. (Un artículo es ya algo distinto a una glosa; pero lo más opuesto a una glosa es un discurso)… Cuando el discurso se pronuncia, el drama de su recitación presta una vida ficticia al conjunto, prolonga en música la vivacidad, disimula, so color de reposo, lo que es inercia. ¡Pero luego, impreso, yacente en el papel, comunicado a un público lejano, no sólo lejano a la escena en que aquel drama aconteció, sino aun al teatro que rodeó el acontecimiento de una atmósfera caliente e interesada!… Un discurso pronunciado ocho días antes en Madrid no contiene tal vez menos elementos extra­ños a un lector de Barcelona que un poema o una novela de tres siglos atrás. — Es bien entonces que acuda el exégeta agudo a reanimar, con oportunos subrayamientos, con punzadas sagaces, con desagües optimistas hacia las tierras de la realidad nacional y de la modernidad, aquello que había perdido el alma. Como la obra de un escritor arcaico, la de un político parlamentario se acercará así a nosotros. Entrará en el campo de nuestro verda­dero interés. Nos herirá en nuestras fibras auténticas. Habrá resucitado. —Recuérdese siempre la imagen admirable de Buonarrotti sobre el orden y sucedimiento de los materiales en la escultura: «El barro es vida; el yeso, muerte; el mármol, resurrección».— Un discurso de La Cierva habrá sido barro, barro aún palpitante del dedo del modelador, en el Parlamento. Es yeso, frío y deleznable, en las páginas del Diario de las Sesiones. Podrá llegar a ser mármol en una reedición, en una glosa de Azorín.
La cuestión de la sinceridad
Naturalmente, deberá el optimismo del exégeta ser mayor en el caso de un discurso de hoy que en el de un poema de ayer. De setenta y tres versos de Garcilaso se podrán reco­ger uno o tres —«Danubio, río divino»… y lo que sigue— para llenar nuestro espíritu viajero de resonancias sentimentales. En todo un discurso de La Cierva habrá tal vez que escoger una sola palabra —«organización»— para llenar nuestro espíritu de intelectuales de resonancias ideológicas… Ese optimismo podrá ser juzgado artificioso. No ha de serlo necesariamente. ¿Por artificio, acaso, percibimos toda la voz del mar con aplicar a nuestra oreja un caracol? Y si quien a este juego se da es avezado a este juego y sistemático en él; si sabemos que él está conforme con la estructura total y profunda de su pensamiento; si vemos que lo aplica con igual amor al antiguo poeta que al nuevo político, ¿qué razones tendremos, qué razones literarias, digo (puesto que la anécdota personal no nos importa), para poner en tela de juicio su definitiva sinceridad?
La cuestión del vocabulario
Hay, sin embargo, en el caso de la exégesis de políticos un inconveniente, y es el inconveniente del vocabulario. La palabra selecta, que se nos presenta tan rica en consecuencias ideológicas, ¿tenía igual sentido, valor igual, cuando se pronunció, que ahora, al sernos comentada? ¿Cuando en España un político y un hombre de profesión literaria repiten un vocablo, dan a entender la misma cosa?… — Yo recuerdo que cierta noche del año pasado el azar de un viaje en ferrocarril me proporcionó el honor de conversar largo con una figura eminente del partido maurista, un día gobernador civil en mi ciudad. Yo le decía: «Una diferencia curiosa entre las luchas políticas de Cataluña y las de ustedes es que entre ustedes las derechas no cuentan con una juventud, mientras que entre nosotros son las izquierdas las que carecen de ella». Él me contestaba: «¡Si viese usted qué «Juventud» acabamos de inaugurar en Zaragoza!»… He aquí dos sentidos diferentes de la pala­bra «Juventud». — En otra ocasión, unos amigos míos de Madrid fueron a ver a un parla­mentario insigne, jefe de un gran partido, para exponerle los ideales que más acerbamente les inquietaban. Decíanle: «En España lo más grave es el problema de la cultura». Replicaba él: «Sí, hay que luchar contra el analfabetismo»… Dos sentidos diferentes, pues, de la palabra «Cultura». — A la admirable Residencia de Estudiantes madrileña fue a cenar una vez un señor ministro de Instrucción Pública. Suscitaron los que le acompañaban cuestiones referentes a temas de instrucción. El prometió: «Sí, ya me he preocupado de ellas, y daré satisfacción en un decreto a las legítimas aspiraciones del profesorado auxiliar»… Dos sentidos de la palabra «Instrucción»- — Si Azorín habla en uno de sus libros de exégesis política de la necesidad que hoy sienten las mejores conciencias de un régimen de «organización», de coherencia, de disciplina social, de continuidad de los grandes esfuer­zos nacionales, y si, unas páginas más allá, el texto del discurso del Sr. La Cierva habla de que en la región de Murcia «tienen las fuerzas conservadoras una admirable organización», ¿no es de temer que un solo vocablo haya sido, aquí también, tomado por el orador y por el escritor en dos acepciones muy distintas?

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Última actualización: 18 de marzo de 2009