Eugenio d'Ors
presentación | vida | obra | pseudónimos | retratos y caricaturas | galeria fotográfica |dibujos |entrevistas| enlaces    
SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
volver
LAS OBRAS Y LOS DIAS en España
XENIUS, «Las obras y los días», España. Semanario de la vida nacional, Madrid (edición facsimil Topos Verlag, Vaduz, 1982), 29-I-1915—28-V-1915.
Serie inédita, probablemente reservada para el volumen Amigo de Platón, nunca publicado.
  De la «sensibilidad» / «El solar numantino»
(España, 2-IV-1915, p. 7 (p. 115))   
(primera parte reproducida en La Lectura, Madrid, vol. 2, 1915, pp. 193-195)
De la «sensibilidad»
¿Por qué Azorín condescenderá a veces con sus hostigadores hasta explicar por un cambio de criterio lo que en él podría ser explicado simplemente por un mudamiento en el campo de la atención? «Ayer fui revolucionario —nos dice en tales ocasiones el escritor dilecto y doliente—; hoy soy conservador; así me ha trabajado la vida»… ¿Por qué no decir: ayer fui y hoy soy hombre en quien los valores de sensibilidad se han hecho supremos. Injusticia y desorden ofenden igualmente mi sensibilidad. Dime un día con preferencia a traducir mi irritación ante la injusticia; ahora, más gusto de traducir mi irritación ante el desorden?
¿Qué cosa es peor, el desorden o la injusticia? Goethe, maduro, declaró mil veces más soportable ésta que aquél; y, por razón, «que el desorden engendra mil injusticias». Eso es valorado desde el punto de vista de la inteligencia. Pero Goetz de Berlichingen (que es tal vez uno mismo con Goethe mozo), por amor a la justicia se volvió bandido; y eso fue valorado desde el punto de vista de la pasión. Hay un tercer punto de vista posible, que no es el de la pura pasión, ni tampoco el de la pura inteligencia. Hay el punto de vista de la sensibilidad. Y desde él, injusticia o desorden tanto montan.
Dijo Bergson un día a los filósofos reunidos en Bolonia que la doctrina de cada filósofo podía reducirse, en lo que tenía de personal originalidad, a una intuición matriz, y ésta revelarse en unas pocas palabras, en una sola palabra. —Busquen ese trabajo de Bergson mis amigos; ¡cuántas luces se pueden hallar en él!— La estructura del pensamiento de Azorín puede dibujarse, entera, en torno a un centro único, que se cifrará en su intuición característica de la sensibilidad, en su ponderación del valor de ella. A ningún atento lector habrá escapado, por otra parte, el hecho de que la misma palabra «sensibilidad» se presente con gran frecuencia en la limpia prosa de nuestro escritor, especialmente en los pasajes que corresponden a una encrucijada crítica.
Escéptico sobre el avance de la humanidad en otros órdenes (a pesar de aquella cita ingenua de unas ingenuas palabras de Ramón y Cajal; cita que a mí se me antoja un lunar en la perfección avisada de Al margen de los clásicos), amigo de papeles viejos y de autores rancios, viajero de pueblos dormidos y tierno contemplador de las formas aldeanas —o aparentemente aldeanas—, del trabajo profesional y de la sociabilidad, Azorín es, sin embargo, un firme creyente en el progreso y afinamiento sucesivo de nuestras aptitudes «sensibles», de la susceptibilidad y delicadeza de ellas. Da una enorme importancia al he­cho de que un hombre moderno tenga, en lo estético y en lo moral —mejor en lo estético-moral—, una epidermis más fina que el antiguo. No le parece menos grave que un hombre europeo típico lleve en eso ventaja a un hombre español. Amará, pues, a sus clásicos sólo en la proporción en que encuentre en ellos asomos, vislumbres, anticipos de la madurez sensitiva moderna. Se preocupará en los problemas españoles en razón de lo que ellos tienen substancialmente de angustia por las groserías castizas, de anhelo por las dulzuras de la europeidad. Se dará de buena gana a la naturaleza, pero en el punto de melancolía de los crepúsculos y no en la hora agitada de las tempestades, y sin aficionarse kipli­nianamente a los combates ignorados de la manigua, pero meterlinquianamente al ordena­miento y policía de las minúsculas repúblicas zoológicas. Peregrinará por los rústicos pueblos; mas en ellos siempre preferirá acequia a torrente, tahona a ruina, posada de plaza mayor a cueva de bruja en despoblado. Cuando se asome a las «cuestiones sociales» será por desazón nerviosa ante el dolor. Cuando «intereses materiales» le atraigan, no será por un romanticismo de los negocios, ni por una pasión financiera dionisíaca, a la manera de Ramiro de Maeztu o de Paul Adam, sino como un buen burgués, por gusto de lo próspero y confortable. Si es amigo de revolucionarios, si es adicto a conservadores, en cualquiera de sus actitudes la sensibilidad le inspirará también: una vez el asco ante la fealdad del abuso, otra vez el asco ante la fealdad de la violencia.
Modernidad exclusiva. Europeidad nostálgica. Amor a la naturaleza cultivada. Amor al trabajo elemental. Sociabilidad amable. Epicureísmo en la simplicidad. Protesta contra la injusticia. Protesta contra el desorden. —La estructura está dibujada. Los radios parten en distintas direcciones; en el centro, la «sensibilidad» siempre—. ¿Y no podríamos decir a la vez que la sensibilidad, la revolución? «En Cataluña (sentenciaba un día Octavio de Romeu — dígase ahora en España) lo más revolucionario que se puede hacer es tener buen gusto».
«El solar numantino»
¿En qué están pensando nuestros germanófobos? ¿Por qué, en vez de pasarse de unos a otros y de apurar, como golfos una colilla, tres o cuatro citas hospicianas de malhumoramientos de Heine o de Nietzsche, no buscan un documento de primera mano, y vivo, y fresco, en el libro en que un ardiente castellano, D. Santiago Gómez Santacruz, zarandea al profesor Schulten, famoso cavador de Numancia, por lo que hizo mientras en Numancia estuvo, por lo que dijo cuando lejos de Numancia se vio?
La obra del Sr. Gómez Santacruz tiene una fuerza: la precisión, la irresistible elocuencia de lo que aduce sobre acontecimientos locales y, en general, sobre lo que en este pleito ocurrió en España. Tiene, en cambio, una debilidad: la falta de información sobre la totalidad de los textos del Sr. Schulten. Había que leer el libro de éste y no contentarse con un par de artículos de resumen. Tampoco puede significar demasiado la aducción de los artículos del Bulletin Hispanique, los cuales, dado el tiempo en que se publicaron, no eran probablemente otra cosa que lo que, dentro de las costumbres actuales de la Ciencia, se llaman notas preventivas.
Luego lo peor en conjunto es, en pasos así, la actitud de protesta. Estas batallas, Sr. Santacruz (como acaso todas las batallas), hay que ganarlas — o callar.
Callar debíamos, que muy grande fue nuestro pecado. El origen del pleito se ve muy claro en El solar de Numancia. Españoles fueron los que se anticiparon, los que tuvieron exacta previsión del lugar en que se asentaba la antigua Numancia. ¡La previsión siempre! La adivinación, el anticipo, aquello que el Menéndez y Pelayo de La Ciencia Española se empeñaba en hacer valer!… Pero si el infierno está empedrado de buenas intenciones, está también de previsiones asfaltado.
Vino el alemán, y lo que los de aquí habían previsto, él lo vio por primera vez. Lo vio, lo tocó, lo estudió, le echó mano. Mientras tanto, en lugar de apresurarse a emprender las excavaciones, los de aquí se dedicaban ¡a inaugurar un monumento conmemorativo!… El jaleo, la vieja retórica, la faramalla…

Diseño y mantenimiento de la página: Pía d'Ors
Última actualización: 18 de marzo de 2009