Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
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LAS OBRAS Y LOS DIAS en España
XENIUS, «Las obras y los días», España. Semanario de la vida nacional, Madrid (edición facsimil Topos Verlag, Vaduz, 1982), 29-I-1915—28-V-1915.
Serie inédita, probablemente reservada para el volumen Amigo de Platón, nunca publicado.
 
"Il pensieroso", "Le penseur" y "El preocupado" / Noticias de la República de las Letras
[año 1, nº 3, 12-II-1915, p. 8 (p. 32)]
(España, 12-II-1915, p. 8 (p. 32)) (recogido parcialmente en Glosas. Páginas del Glosari de Xenius 1906-1917, 1920, p. 260-263)
«Il pensieroso», «Le penseur» y «El preocupado»
Esculpió en mármol Miguel Ángel, para el pudridero de los Médicis, la noble y melancólica imagen de Il Pensieroso. Augusto Rodin enfrió el fervor del bronce en una forma tensa y eficaz, la de aquel desnudo Penseur que luego llevara la ciudad de París a los propileos de su panteón. Penagos, para el cartel de nuestra España, ha dibujado una nueva figuración ilustre, destinada, me parece, a quedar en la iconografía de la Inteligencia bajo el mote de El Preocupado.
El Preocupado representa la Inteligencia paciente, a dos dedos quizá de la desespera­ción. Le Penseur, la Inteligencia militante, a punto de parto y de victoria. Il Pensieroso, la Inteligencia triunfante, al día siguiente de su triunfo. Que sabido es que el día siguiente al triunfo de la Inteligencia se llama Melancolía.
Grande esperanza española, después de todo, este Preocupado. Grande esperanza, porque significa que la verdadera vida aquí no ha comenzado aún y que no en verdad la pupila cansada se da a contemplación de una decadencia; pero, al revés, el tenazmente ahincado entrecejo dice las luchas de una adolescencia tímida y tormentosa, excesivamente prolongada sin duda.
¡Ah, con qué ardor aspiras a las noblezas del pensamiento y de la melancolía, Preocupado! ¡Cómo levantas los ojos al cielo! ¡Cómo vuelves la espalda a la amarilla pequeña ciudad barroca! — Pero el cielo está vacío, mi Preocupado; blanco y vacío, y no te dará una respuesta. Y la ciudad pequeña y amarilla está en ti mismo; que quieras que no quieras, está en ti. Está en tu capa pomposa y en el sombrero de copa desmesurado, y en la romántica perilla, y en estos abiertos ojazos sombríos, que dan un poco de miedo y un poco a la risa, y también inspiran una manera de vaga compasión.
Pero yo voy a contestarte en vez del cielo. Del cielo al que llamaste y que no te oyó, como no oye nunca a los hidalgos de entrecejo fruncido. Voy a decirte la palabra del oráculo del mar, que, éste sí, contesta y dialoga.
La palabra es ésta: Preocupado, lo primero, vuelve a tu ciudad. Nada de esos paseos por las afueras, por el margen de la vida ciudadana. Hay que decidirse: o afuera o adentro. O toma el tren o vuelve a la ciudad. ¡Vuelve a la ciudad! Adéntrate en ella, sitúate en ella. O en una capilla cerrada como Il Pensieroso florentino, o en unos republicanos abier­tos propileos como Le Penseur parisién. Lo mismo da. Pero dentro de la ciudad siempre. Vuelve a la ciudad, vuelve a la ciudad — te repetiré, con una insistencia hamletiana.
Luego siéntate. Para trabajar, y aun para ensoñar más noblemente, hay que estar sentado. Mira: el parisién, el florentino lo están. ¡Mala peste a las adivinaciones de Nietzsche contra la prosa de Flaubert! Siéntate, por fin, Preocupado mío, y tranquila, largamente, en lugar de preocuparte más, piensa, trabaja. Yo tengo otro amigo lleno de saberes, lleno de gracias y aun de eficacias, pero que por no conocer la ciencia de estar sentado con algún aquietamiento y reposo, se apartó de ocupar el trono que su ciudad le hubiera ofrecido y hoy se encuentra en el Canadá.
Otra cosa, Preocupado: aféitate. Toma nuevamente ejemplo del de Florencia y del de París… ¡Eh, camarada, adónde va ya su merced con esa desa<li>ñada perilla! ¿No conoce su merced las ventajas y goces suaves del labio raso o bigote corto? Entre otras cosas, podría su merced beber, lo que se llama beber, y no sólo sorber líquidos como ahora. Y cuando con el buen trabajar se gane su merced sus buenas fatigas, sabrá si es bueno o no es bueno este buen beber.
Lejos sean arrojadas también capa y eminente chistera. Que la ciudad y su vieja virtud se estén en el alma, no en el atuendo. Cualquier casticismo en lo exterior, en lo vestido y pintoresco, marchita y agosta la verdadera interior fuerza de estirpe. Para llegar a un nacionalismo fuerte hay que dar la vuelta por la Universidad. Desnudo nos aparece el hombre de Rodin; cubierto de una armadura clásica el Médicis del Buonarroti… Señor Preocupado, el enemigo de tu raza no se llama Esquilache, ministro; sino Ignacio Zuloaga, pintor.
Finalmente, amigo, hay que aspirar a ganar en profundidad y mejorar en materia. Tres dimensiones te convienen, cuatro si pudieras, no ya dos tan sólo. Tórnate, pues, de diseño en cartel, en estatua, profunda estatua encima de pedestal o en cuenco de hornacina. Y sé de bronce. O sé de marmol. Sé de material noble, duro y eterno. Ésta es la última vez —enero de 1915—, ésta es la última vez, Preocupado nuestro, que te consentimos ser de papel.
Noticias de la República de las Letras
Si viviéramos en el Setecientos, y aquí hubiese salones y hubiese literatura, lo que en­tonces se llamaba literatura, y damas, lo que entonces se llamaba damas, y filósofos, lo que entonces se llamaba filósofos, circularían ya, so capa o tras de abanico, en múltiples volanderas copias manuales, ciertos epigramas sabrosos que han redactado y no publicado todavía dos hijosdalgos vizcaínos: D. Octavio y D. Luis de Izaro, sobre figuras del mejor mundo de Bilbao y de sus colonias.
Se copia en Las Obras y los Días, sólo para muestra, este retrato del rector:

«Don Miguel de Unamuno, el que regía
la ciudad invisible en Salamanca,
la ciudad alta, solitaria y blanca
como la torre de la letanía.
¡Alza el hierro derecho de tu lanza, 
Don Miguel, sobre todos los Quijotes!
La ínsula queda para Sancho Panza     
Tú guarda la ciudad, mientras te alcanza
esa pedrada de los galeotes».

Brindo a los autores, mis amigos, un título bueno para la excelente colección. Podría llamarse: Los Juncos pensadores. Y llevar por lema y explicación la máxima pascaliana, con su alusión doble a la fragilidad triste y a la noble grandeza: L'homme est un roseau pensant.

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Última actualización: 11 de marzo de 2009