Eugenio d'Ors
SERIES NARRATIVAS
JARDÍN BOTÁNICO
Glosas (ABC, 29-VIII-29)

COTIZACIONES.— "Historias lúcidas" es el primer título que cierto autor, a mí estrechamente ligado, imaginó para calificar una serie de narraciones, caracterizadas todas por la nota común de un respeto fundamental a los fueros de la inteligencia. En cada una ésta resultaba a la postre —cualesquiera que fuesen las aventuras intermediarias— gananciosa del pleito. Además, en cada episodio, en cada personaje, en cada momento, expresión y palabra, se le atribuía digno papel.

Quiere decir, confesémoslo, que estas narraciones no fueron escritas pensando en los gustos en la actualidad más difundidos. "Esta es una novela —leemos en el prólogo de una reciente—, que no tiene que ver con la "inteligencia, ni siquiera con la sensibilidad, sino con el bruto y la animalidad… La expresión de un estado de salud, general mañana, se sinrazonará"… Pero el libro cuyo es el anterior prefacio, obra —harto indecente, por cierto— de un autor por demás famoso, ha alcanzado, en París, uno de los mayores éxitos de la producción literaria del invierno último. Le veo hoy en las manos de las hijas de aquellos mundanos y aquellas mundanas que se despidieron del culto a los valores nacionales, hace veinte y cinco años, a la salida del curso de M. Bergson.

Mas el hecho de que las aludidas narraciones no fueran escritas pensando en los gustos hoy más difundidos, es decir, más vulgares —con vulgaridad de segunda zona, que es la peor—, no quiere decir que no exista en ellas una posibilidad de acuerdo con los del inmediato mañana. Los poetas más delicados empiezan ya a ser voluntariamente metafísicos. Los pintores de última hora —según el hecho que, hace poco, el "Monitor estético" de Blanco y Negro recogía— hablan ya de buen grado, en el título de sus telas, del "monte Ida" y de otros recuerdos clásicos del mismo orden. Los músicos mismos —tan cercanos, por la materia con que operan, de las fuentes vivas de lo inconsciente— prefieren colocarse en la escuela racionalista de un Ravel que en la escuela misteriosa de un Debussy… Aquella "aguda y honorable minoría", que, en mil ochocientos noventa y tantos, por aversión al progresismo de M. Homais, volvió la espalda a la concepción intelectualista del mundo, hoy, por reacción contra el misticismo de mistress Brown, regresa a la cada día más sabrosa devoción de las "ideas claras"… Para esta minoría aguda y honorable, ¿por qué no escribir?

Así quería hacerlo mi autor, a la vez que daba las razones históricas y filosóficas del cambio. Lo hacía ya en 1910. Pero, sólo al entrarse en el segundo cuarto del siglo, se puede creer en que la Humanidad haya entrado de nuevo en una disposición de espíritu favorable a volverle a encontrar la gracia a un vaciado en yeso, a un poema didascálico, a un cuento filosófico. Y hasta a un manual de vulgarización, a la manera de Fontenelle. Y a decir incluso —como ha dicho alguien en Alemania— que el más grande de los poetas modernos se llamaba Karl Baedecker.

ANTI-RUSO.— Aquel título "Historias lúcidas" se abandonó, por razones que no hacen al caso; y entonces el mismo autor de mi cuento pensó, durante un tiempo, en poner a la cabeza de su colección un título general: "La novela anti-rusa".

Rótulo batallón, si los hubo. Ya se entiende por qué lado; no es precisamente por el de la política ni el de la "cuestión social" —aunque, en realidad, "cuestión social" y "política" anden siempre estrechamente enlazadas con el problema de cultura que en aquel antagonismo se ventila—. "Anti-ruso" quiere decir aquí, opuesto a la supersticiosa canonización de la inconsciencia. Preconiza de nuevo la lucidez, como exorcismo contra la oscuridad. Lo inteligente contra lo instintivo. La ciencia contra la animalidad. El dibujo contra la música. El arte contra la poesía. La ironía contra la profecía. Y, en lo más general, el Hombre contra el Caos. Rusia, como Bergson, como el "Fin de Siglo" —como, no lo ocultemos, en cierto sentido, el esnobismo internacional por España—, constituye uno de los tópicos predilectos de la posición que a aquella otra por mi autor tomada, más puede repugnar… Rusia, el alma rusa, la literatura rusa, la novela rusa. Y, en cifra, Dostoiewski.

La lucidez, lo inteligente, la ciencia, el dibujo, el arte, la ironía, el hombre… Y también, del mismo golpe, la Belleza… Sí, la Belleza, con su canónica mayúscula. La Belleza, hecha de armonía, no de carácter; de equilibrio, no de expresión; de salud, no de enfermedad. La belleza de los objetos preciosos, no la de los ruines. La de las frentes y de los ojos. La belleza de la rosa, como dijo —acertado en esto— el sutil Cocteau. La belleza, que con la inteligencia liga tan bien.

"Todos los personajes de las narraciones referidas —pensaba declarar mi autor en el prospecto que iba a anunciar la serie, según esa etapa del proyecto— serán tan inteligentes como se pueda, y pasablemente guapos. Me comprometo solemnemente a no sacar a la calle ningún monstruo ni ningún idiota. Por esto llamo a mi colección La novela anti-rusa.".
Pero también este segundo título fue abandonado. Era divertido, pero tenía, probablemente, el peligro de empequeñecer la cuestión, y, sobre todo, de parecer convidar a peor empequeñecimiento. Aquella declaración cabía, de todos modos, hacerla en prospecto o prólogo, sin necesidad de que su virulencia trascendiese al mismo nombre. Mejor parecía buscar para éste una suscitación positiva y de elogio, que negativa y de combate… A tiempo se acordó entonces mi autor de su impresión y meditaciones en el Jardín Botánico. "Jardín de Plantas" será el rótulo definitivo de la colección.

TRES RELATOS.— Por de pronto, reúnense en la misma tres relatos. En el primero, se ha querido cantarle las cuarenta, si se me permite la expresión, tabernaria y castiza, al propio Freud. Una de las grandes adquisiciones del genial psiquiatra vienés puede ser considerada como la versión científica de la shakespiriana sentencia que nos afirma fabricados "de la misma trama que nuestros sueños". Sin duda; y nuestra vida, en sus secretos de amor, de enfermedad, de tics, de particularidades cotidianas y hasta de destino obedece a oscuros mandatos, que también se revelan en las figuras que pueblan nuestro reposo. "La vida es sueño"… Pero, a su vez, el sueño es vida. Hay más cantidad de razón, de inteligencia, de lo que parece, en tales figuras. Hay, tras de su floración viciosa, la revelación apuntada de un argumento humano normal. "Arrojad lo natural, y regresa a galope…" Mas probad, por otro lado, de arrojar lo racional, y lo racional vuelve por la posta. No es incoherente quien quiere, ni tanto como querría. Tomad un lápiz, dejadlo vagabundear sin tino sobre el papel; a los pocos minutos, no falla: o una caricatura o un arabesco. En las páginas que digo sale dibujada una novela —la novela casi vulgar de la alumna ganada y rendida por la personalidad del profesor admirado y que, a falta de él, acaba buscando reemplazo y consuelo en una aceptación melancólica del ofrecimiento del joven ayudante que le imita—, sale una novela formada de la sucesión, loca en apariencia, de unos sueños, confusos, soñados cada noche, anotados cada mañana.

Así la inteligencia gana la partida, allí donde Freud se la regala, entera, a lo inconsciente. También es ésta la lección final del segundo relato en que ella juega la suya con la bergsoniana intuición. Ello, después de la turbación grave de ver a la grosera intuición triunfar, allí donde la pobre inteligencia se consumía en la ineficacia. En el cuento humorístico se insertan aquí, crudas, páginas de disertación filosófica… Siempre como el rótulo en latín de la planta extravagante y barroca.

Por fin, la lucidez que asiste, con desdoblada ironía, al proceso del personaje, en ninguna parte goza de mayor fuero que en la tercera narración. Toda acción es en ella abolida. Y, no obstante, cabe aquí una gran riqueza vital. Caben sensaciones múltiples, picantes aventuras, dramas y peripecias. El tedio de la ataraxia parece, en apariencia, muy monótono. Pero también lo parece el mar, estéril llanura. El oceanógrafo, sin embargo, descubre en lo que tan desanimado pareció, una flora y una fauna, y paisajes, y espectáculos, y amores, y tragedias. Es cuestión de entrar en lo profundo de las cosas, para que ellas vengan a descubrirnos su opulenta variedad. Flaubert lo dijo: "Basta mirar algo largo tiempo, para que se vuelva interesante".

Flaubert, que también votaba por la inteligencia. Que también votaba, anticipadamente, contra la novela rusa.

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Última actualización: 27 de noviembre de 2006