Serían los años 21 o 22 del siglo. Por estos años,
Wanda Landowska, la famosa pianista, clavicordista polaca, recorría
España en viajes triunfales. Como yo dibujaba en "El Sol"
las figuras ilustres de las Letras, Arte, Música y Teatro, una
mañana me esperaba Landowska en el saloncito del hotel de Roma,
donde se alojaba, para hacer su retrato, cuando anunciaron la visita de
Eugenio d'Ors, a quien Wanda me presentó en términos muy
amables; hasta ese día nunca había visto al escritor que
tanto deseaba conocer. Sus primeras palabras fueron para el retrato de
Rubén Darío, que había visto en París, mostrando
curiosidad por conocer los de Ortega y Gasset, Unamuno, «Azorín»
y Juan Ramón Jiménez, pintados en aquellos años,
animándome a que esta obra fuese continuada en el sentido de la
selección iniciada, y en el transcurso de los años se llamaría
"Hombres de mi tiempo". Vivía el maestro en Barcelona,
pero venía a Madrid con relativa frecuencia, anunciándome
por carta los días que pasaría en la Corte para vernos y
empezar su retrato, retrato que fue multiplicándose hasta cinco,
luego publicados en ABC y otras revistas de España y América.
Una fervorosa amistad y devoción hasta su muerte nos unió
en vida, amistad enriquecida de largo epistolario y un primer estudio
para el día que yo me decidiera a publicar el primer volumen de
"Hombres de mi tiempo", obra que posiblemente vea la luz a final
de este año de 1959. Estos días, en que han empezado a grabarse
las grandes planchas del primer volumen, coincidiendo con la inauguración
de la lápida en la casa de la calle del Sacramento, donde vivió
el escritor, le recordamos con viva emoción, sin poder cambiar
las últimas impresiones para esta obra, que él recomendó
siempre bien cuidada, <…> le hubiera proporcionado el goce
de su colaboración y consejo.
Ya se ha grabado el original de uno de sus cinco retratos —el primero—
para su inserción en el libro, junto al primer estudio de su idea
editorial, dibujo que, una vez publicado, pertenece a la colección
de mi querido Víctor d'Ors, el ilustre arquitecto de tan fina sensibilidad,
en memoria de mi amistad al padre y mi cariño al hijo del llorado
maestro.
Cuántas veces me hubo invitado a conocer su ermita, ese lugar de
paz, junto al azul Mediterráneo, que tanto gustaba a su espíritu,
y que el amor a la tierra madre supo elegir para su descanso. En largas
y frecuentes conversaciones hablábamos de escuelas y tendencias
modernas, de una pintura clara y joven, una pintura que nuestros ojos
deben hacer y mirar, como él decía.
En los años en que escribía su hermoso libro "Cézanne",
el insaciable aprendiz de pintor, precursor de la nueva pintura de nuestro
siglo, renovando la técnica y la influencia de los métodos
técnicos con el esfuerzo y la voluntad de un iluminado. Paul Cézanne,
según el maestro d'Ors, es un pintor espudástico; su obra
es una de las lecciones espudásticas más señeras
—si no el más grande, el pintor más representativo—
que el siglo XX ha recibido al comenzar su destino en la Historia. Del
esfuerzo de Cézanne se nutre el arte contemporáneo, rompiendo
los moldes de toda tradición. Una preocupación geométrica,
basada en el triángulo, cilindros y conos, una pintura que aspira
a ser permanente por llevar a la pintura a criterios absolutamente pictóricos.
Conservo algunas cartas, ilustradas de algún dibujo a pluma, época
de los Glosarios, cuando él firmaba sus artículos en "Blanco
y Negro" con el seudónimo de "Un ingenio de esta Corte".
Cuando apareció el libro "Tres horas en el Museo del Prado",
ofrecido en dedicatoria cariñosa, releído con la atención
y meditación que merece todo lo que brotaba de su agudo ingenio
y fina sensibilidad artística, ideas y doctrinas que perdurarán,
al pasar de los años, en la memoria de los amigos de las Letras
y de las Artes españolas. En la historia de nuestra cultura, Eugenio
d'Ors vive.
|